A Francis Bacon, por haber vivido el
ascenso del humo del crematorio de su dolor en Madrid.
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De los niños hambrientos de
Bartolomé Murillo, la sonrisa inocente del desconocimiento de los códigos
político y económicos del Estado Absolutista a Francis Bacon, hay un círculo indiferente de
masas sociales marginales, que padecen el hambre y la peste, el sadismo del momento final
de la historia por guerras dinásticas de genocidio del Estado totalitario.
Las guerras europeas del siglo XX
dejan a individuos desgarrados ante un mundo social, que sólo amontona muerte,
soledad y hambre. La Nada garantiza el orden del movimiento dialéctico y regresivo
de la reproducción social. Los individuos caen en la vida sorpresivamente como
gorriones sin pan y expulsados de
sentido moral del orden.
La existencia no está garantizada
por valores morales preexistentes. La sociedad queda atrapada en el juego de
sobrevivir sin sentido moral. La intensa intrascendencia denunciadora del vacío
existencial se exalta para Francis Bacon, mediante un psiquismo perverso de
obtener placer sexual con el padecimiento. Pero este sadismo se muestra en sus
cuadros como el Ecce Homo de la historia de los conflictos militares. He aquí
el hombre como efecto de la causa histórica del sufrimiento dirigido por el
orden del poder.
El
sadismo de uno contra otro y el auto-sadismo gemelos y similitud de
víctimas y verdugos, en un yo fragmentado hasta el suicidio del amante- verdugo
de Bacon, Georger Dyer. Se puede elevar la lucha social de supervivencia hasta
la unicidad de la máquina sádica émbolo y la máquina cilindro. Máquinas del
buceo de los instintos autodestructivos, o máquinas de alambradas y torretas,
millones de prisioneros de la II Guerra Mundial
comiendo hojas y bebiendo nieve.
Montajes de máquinas sádicas de muerte- tierra
en las fosas de los campos de concentración.
Ecce Homo en la pintura expresionista, surrealista y cubista de Francis
Bacon, que marca la intensa incertidumbre de un mundo desnudo del significado
moral, con una vida de heridas y humillaciones.
Una vida con experiencia que
desgarra y determina la inflexión
funcional, entre objetos que se imantan y rechazan y se amortizan en la autodestrucción
del cuerpo y la palabra. El termitero ciego de la multitud en la madera podrida del placer atormentando. Lo humano de la
belleza se convierte en deformaciones de la carne y los huesos por golpes y
patadas. Las bocas y los gestos de los modelos de Francis Bacon se exponen deformes en el lienzo buscando el
horror del espectador sin complicidad. La piedad no denuncia la máquina de cepo
de las relacione sexuales autodestructivas.
La lección de la de Francis Bacon es una esencia del no ser de la existencia.
Bacon busca la mirada del espectador, no como su cómplice, sino como un espejo
de su dolor extemporal. Si no hay valores trascendentes, sólo hay la mirada en
un espejo- cuadro, que es instante en la mirada del espectador. Entre el
artista, su modelo y el espectador no hay complicidad de significados, solo
extrañezas del sinsentido de los actos de amar y odiar. En ellos, hay un gran
silencio que espera el grito de máxima angustia del dolor físico y moral en la
Nada del mundo.
Ese gran grito de pintor de Edvar
Munch (1863-1944), que denuncia la locura de la guerra y del suicidio, de asustados
grupos sociales, que andan bajo farolas amarillentas, buscando una salida
expiatoria a su soledad en el espacio estelar de Van Gogh.
2
Ese yo soy un objeto de Bacon, sin hacer, sin
ningún valor de uso. Tan solo soy un Alguien sujeto sin iniciativa ni
responsabilidad. El sentido de las callejuelas oscuras y la gente pegada a las
paredes. Cuando exijo que mi vida adquiera el sosiego, me hallo frente al
terror que espero tendido en la cama. Espero continuamente los golpes y los
insultos para reconocerte como un extraño que goza de mí con mi dolor. Soy basura
del no cambio del mundo y los conceptos ambiguos de mi ser, como experiencia
dentro de la historia del conflicto entre poseedores cosas-alma y desposeídos
de ellas.
Para Bacon, el frío de su Nada se da en los
cuartuchos de los hoteles baratos, entre pugilistas camorristas y alcohólicos,
que pegan duro, que no les importa sangrar por cuestiones baladíes de orden jerárquico.
El expolio del individuo por la violencia del robo.
Transeúntes que entra en la discusión de la violencia contendiente. La droga
del alcohol y el sadismo sólo alcanzan
su máximo de satisfacción en el expirante, que abre su boca desdentada por el
alcohol o los golpes y no emite gritos a distancia. Se muere en silencio. Esos
gritos están abandonados a oídos ausentes, que pretenden no mezclarse en
asuntos ajenos. Camas inquisitoriales para momentos baratos de carne sufriente.
Los personaje de Bacon se ponen en marcha apestando un alguien que ofrezca
dinero.
En el pago del vicio se introduce el
grito masoquista-sádico de la ceguedad violenta del sexo, sin experiencia ni responsabilidad
como destino. La historia del fulano es el relato que se deja en el lienzo, en
el polígono inscrito del dibujo y las pinceladas al óleo y brocha. Máscaras ahítas
de tumefacciones, sin perspectivas para calmar el dolor y la carencia de vigor.
El relato del cuadro Bacon es un balbuceante grito, y el rostro deformado hasta
curvarse en clavos de cabeza grande, y en vómitos injurias del sádico por su falta supremacía Única
para el asesinato de la víctima.
Los padecimientos del inocente que se esconden
debajo de colchonetas o detrás de las puertas de un armario de hojas rotas. A
veces por ellas, salen los gritos audibles de miedo. Tal vez casi aullidos de
reptiles en un suelo de losetas grises y blancas.
3
Los conflictos de humanidad e inhumanidad
no se introducen en la responsabilidad codificada del culpable sádico ni en su conducta la experiencia mediata. Es una no
culpabilidad que se encuentra en los fragmentos acorchados de la carne, en un
cuerpo abierto en canal como la res de
Rembrandt. Deformaciones asimétricas del cuerpo abierto en canal.
La perspectiva pictórica del dolor
se mancha de colores y se introduce en el lienzo o tabla chorreando los tubos de óleo. La elasticidad
de la capa de pintura es no resquebrajarse. Los golpes se vuelven elásticos y los huesos se curvan
como si fueran sarmientos. No hay garantía de tu ser como tuyo. El cuerpo es una
viña seca que se enfría con tragos de ginebra.
Se entra a ciegas en el color
expresionistas de Bacon como denuncia irresponsable de los actos ajenos sin yo.
La conciencia acumula experiencias, que se vuelven hábitos de padecer gritando,
hacerse grito mudo que busca las paredes salpicadas de sangre y papeles adheridos
de periódicos. Deshacerse es un término del escatológico de excrementos. esparcidos.
Deformarse echado en la cama.
4
No sé lo que la conciencia implica.
No es una responsabilidad moral cercada por la represión. Es el grito de un
hombre prehistórico al que se le ha escapado la presa. La cobardía o la valentía
de mi experiencias están inscritas en mi piel.
Esa piel gastada se hace en mi experiencia, ciega de pasión y lentamente vidente
ante mi irresponsabilidad. No es un
juego del intelecto y sus objetos imaginarios, sino un encuentro de la
experiencia del instinto por la inmersión del destino marginal en el lecho de sábanas sucias y rotas. El
Haber de mi responsabilidad moral no existe. El dolor es inmediato y deja
huella. Tiene la memoria de la quemadura de un cigarrillo.
Mi yo no es una esencia
predeterminada, sino la práctica de inmersión en la no responsabilidad. El
individuo no es hábito prefijado, sino costra inevitable adherida a embriaguez
de la morfina y el alcohol en cosas sin heroísmo. No hay salto racional a la condición humana del hacerse responsable.
Pero si hay un heroísmo elegido por otro, hediondo conflicto de borrarme lo que otros han hecho de mi.
Los actos de los otros influyen
profundamente en mi no heroicidad. Resulta bochornoso decir que nosotros transformamos nuestro
porvenir. No puedo definirme ni modificarme, porque no existe porvenir ni
responsabilidad. Estamos frente al objeto de mi ser, como un objeto, sin acto de
transformación responsable. Esta no transformación irresponsable no proviene de
una moral trascendente que juzga.
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