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El pasado nos trae ecos. Del pasado
general de las revoluciones y las contrarrevoluciones que cambiaron las
condiciones de existencia de la generación que se aupó sobre ellas. Pero los
ecos psíquicos son del inconsciente individual y del inconsciente colectivo. Del
individuo y su historia. Los ecos psíquicos sobreviven manteniendo el nivel de
crueldad y nostalgia religiosa o moral. El enorme agregado del inconsciente atraviesa
la supervivencia de las relaciones sociales.
El simbolismo de la vida lleva ecos
inaudibles de los que huyen, ocultos en la soledad de la vejez o en la derrota
de los sueños de la juventud. Sueños con un minutero en la relojería biológica
y social de adelantos y atrasos del desesperado y del esperanzado. Los ecos de
la desmemoria ocultan imágenes, palabras, trajes de días rojos y negros, miradas furtivas al vuelo de las hojas de
parques y libros sin leer. Los libros que fueron señas de identidad de deseo abierto.
Los ecos voceos de amor, y la bajeza
de la envidia. Lo diría el oculto Rainer María Rilque (1875-1926): "Porque
lo bello no es nada/ más que el comienzo de los terrible/, justo/ lo que
nosotros todavía podemos soportar, / y lo admiramos tanto porque él
indiferente, desdeña/ destruirnos. / Todo ángel es terrible." Versos
agónicos para una vida que se expone para ser amada.
Los ecos atraviesan laberintos de desmemoria
y se presentan en desmedida expresividad fatal al Ángel del Apocalipsis. La
mirada del ángel, vuelta atrás, que observa la crueldad del hombre por hombre.
El olvido del hombre por el hombre.
Ecos y miradas que no reviven en el
juego caduco de la vanidad y del incienso. Lo que ya no existe es un eco de
flores secas y bordados de oro
deshilachados. Los ecos del tiempo final en el réquiem mental del olvido. El
olvido hambriento de risas provocativas. Repetición de ecos-voces esquizofrénicos
de un narrador que balbucea consejas en el cuerpo duro de la desmemoria.
Hay un hecho cierto, las voces dejan
ecos y el pasado va de la voz al eco. Taxidermia del eco para mantener voz y
griterío ordenado que corta los labios secos y la muñecas. Ni agarrar ni
hablar. La mecedora del psiquiátrico.
Los ecos de una multitud vieja que asustadas se precipita al espacio de los
ojos abiertos sin redención. Deseo sin objeto real. Querer el cielo otoñal y el
lino que cuelga de los ramajes del olmo.
Ojos que multiplican cosas con polvo y sin precio. Misivas de confusiones imaginarias y
esperanzas desesperadas. Nos detiene de improviso una señal de alarma. El humo
por los patios carcelario de las ciudades ocultas a la locura. La locura,
salto de la fe a la trascendencia,
orante de gritos que buscan anexionarse un encuentro del destino sin
límite.
Agregados ecos grises del malestar callado y
aspaviento de ruidos y cristales rotos detrás de las paredes. Gesto torpe de la
mano en el vaso, la voz silenciada por la plomada de los ecos, que se asemejan
a nuestros recuerdos. Pertenecemos definitivamente a la verdad mal leída, generación
de resonancias que marca la piel.
Hacerse una marca en la piel,
desvivir para un querer los ecos
obsesivos del amor oculto y el temblor
de los recuerdos. La esclavitud es una marca de desamor, ser útil como
disfrute del pagador. Las marcas arrugan la piel. Unas y otra en el vencimiento
de la no utilidad de la representación de uno mismo. El esclavo es de otro,
marcado por el precio. La representación de uno mismo es el precio de lo actual
ante lo inactual. Lo actual y lo inactual son marcas y precio.
Los ecos aplastan la cara en la ventana del
que llora u ora, ya ver lo actual de la
raíz del papá-mamá. Ver el movimiento inarticulado de la historia del no ver en
el mirar. La mirada del deseo en el eco. La pasión oscura del grito báquico,
fiesta del vino y de los sátiros que cogen las hojas de la viña. Recordar es miagar
el pan en el jardín de los pájaros de madera. Es la crueldad con algunas gotas
de miel en la palma de la mano. La flor seca en las páginas de un libro, que
cuesta encontrar en el anaquel de la memoria. Los libros están desordenados en
la puesta de sol y desconsuela su olor olvidado.
Los procesos de la vanidad están situados
en el anaquel de los ecos. Las relaciones sociales se vuelven ecos, imágenes
y supervivencias. Las supervivencias son
rígidas y no se adaptan a la decadencia. Solo oscuridad de las imágenes sin
conexión a la mirada del espectador. Se vivió uniendo el ideal con la realidad.
Lo nuevo y lo decadente se incrustan en la vivencia histórica. La
representación ideológica exalta el momento actual en el absoluto del lenguaje.
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Chales Baudelaire ( 1821-1867) era
un poeta de las transiciones conservadoras de los años treinta y cuarenta del siglo XIX. El dandi de
decepciones políticas, un outsider de la revolución de 1848 y del golpe militar
del 18 de Brumario de Napoleón III. Pero habrá de vivir el cambio del
comportamiento colectivo de las masas
ciudadanas sin el romanticismo del ajenjo. Se va perdiendo el poeta en
la ausencia de su grupo de lectores, ya anónimos a través de la concurrencia de
la edición del libro en un mercado abierto y de gustos intrigados y cambiantes.
Dice Baudelaire:"No todo el
mundo tiene el don de bañarse en la multitud: gozar de la muchedumbre es un
arte, y sólo puede entregarse a esa orgía de vitalidad, a costa del género
humano, aquél a quien un hada infundió el gusto por el disfraz y la máscara, el odio del hogar y la
pasión por los viajes.(...) "
El paseante solitario y pensativo
obtiene una singular embriaguez de la comunión universal de lo anónimo. Para
Baudelaire el arte moderno es la expresión bella del hombre solitario, del
individuo que se siente distinto en la belleza. Walter Benjamín encontró
el análisis descriptivo y poético del
individuo simbolista y la multitud en el
círculo de círculos de la gran ciudad. El hombre desprovisto de
atributos y su pertenencia a una oligarquía con el control económico y
político. Una multitud de individuos que cruzan a pie o en carruajes la indiferencia del
anonimato, gente, que se cruza sin mirarse. La mirada universal del realismo de
la novela social desparece en los pequeños poemas en prosa de Baudelaire, que
buscan las palabras de un paseante anónimo. La modernidad se ancla en el
anonimato del eco del que observa a la multitud, que atraviesa su ser buscando
significados en los maniquíes de los escaparates.
Baudelaire es consciente de que sus
ecos le pertenecen como una relación de trascendencia moral de la palabra
poética, el lenguaje de ecos mundanos que incuban reactivos revolucionarios y
conservadores.
La prensa sustituye al libro y a los
ecos para publicitar formas literarias de relaciones de dominio de una minoría
sobre una mayoría. Los ecos publicitarios de revoluciones sociales son
transitorios hallazgos de liberación del individuo del despotismo. Baudelaire
no vivió la voz de la Comuna de París. No vio las marcas en la
serpiente conservadora.
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Frente a la belleza natural de la
pintura impresionista, en sus rasgos extremados de luz y color, ya están los avances de otra mirada,
que esquiva la expresión de la naturalidad y en su lugar aparece la modernidad que
llevan ecos, pero contiene el cambio del modelo del instante de vida. Un salto
de cancán en la pista del escenario de un cabaret. Ser la modernidad y la
angustia de la pintura post-impresionista
de Toulouse Lautrec o Van Gogh.
Y surge la pregunta de qué manera el
estilo del arte expresa la ascensión de una sociedad monetizada en el salario y
la ganancia y de consumo masivo. Ascensión y caída de una sociedad de sujetos anónimos y expirantes en las formas autoritarias del Estado constitucional.
Cómo se da la repuesta del estilo pictórico a las formas del Espíritu hegeliano del Estado. La
respuesta extrema y subversiva del arte a la manipulación de las formas
convencionales del espacio y el modelo en una vieja perspectiva.
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La expresión artística se distancia después
de la I Guerra Mundial de las formas autoritarias del academismo regulador, para
llegar al salto cualitativo de las formas abstractas. La mirada abstracta
contra las reglas caducas de lo admitido. Y la aparición de un público que entiende
y expresa su demanda.
De la exaltación del delirio anónimo
y alcohólico de Lautrec ( 1864-1901), a las relaciones de poder político final de
Napoleón III y la III República francesa, extremadamente convencional y
colonial, pero que origina una economía de exportación de excedentes de
producción y compras a bajo precio de importaciones de materias primas. La tasa
creciente monetaria inflacionaria que afecta a los
costes de producción, a los ingresos nominales, a los precios de venta y a la política fiscal.
Hay variaciones en las cantidades de dinero globales con el extravío del cancán
y gasto social de los rentistas.
La ruptura de la sociedad
estable por la oferta monetaria introduce
relaciones económicas e ideológicas de extremo nacionalismo económico, que
absorbe la anexión del mercado y capta
lo imaginario del deseo. Y así se funde la captación de la unidad real de la
vivencia y su ideología. Visión del mundo del arte que revela un nuevo deseo de
relaciones de los gastos y su goce. De las bailarinas de Lautrec al
nacionalismo de la III República y la cosificación del pasado de la historia.
Del pequeño emperador de Víctor Hugo
a los conflictos políticos y literarios de Zola con la III República. El
enfrentamiento del arte que denuncia la
falsa historia de las conspiraciones antisemitas del "Yo acuso". La
literatura naturalista contra los grabados del esperpento de reyes de espadas,
copas, oros y bastos. El postmodernismo de Valle Inclán del esperpento y el
albur de la revolución de los descamisados, empujados a las ciudades
anarquistas, frente al miedo egoísta a las bajadas de ingresos y las altas
ganancias de la gran burguesía
industrial, comercial y financiera.
La protesta de Lautrec es escenario de la realidad
por la farsa del placer inhumano, que él muestra por la decadencia de la hipocresía moral. Su obra
exalta la vitalidad como prueba de la exaltación
social del gasto burgués por el ocio prohibido. Por eso, Lautrec no se interesó
por el arte impresionista del paisaje y prefirió el ambiente cerrado e iluminado
por la luz artificial. La luz y los colores, los encuadres entran en la
deformación de un mundo hipócrita de
ricos especuladores y de vicios privados
ocultos. La luz artificial del cabaret
destaca los gestos y movimientos exasperados de cantantes y comediantes, mientras se exalta la xenofobia de clase con vasos de agenta y piernas de
bellas mujeres en alto. La razón de la sinrazón produce monstruos oscuros
delante de la belleza.
Lautrec era alcohólico. Alcoholismo que
derivaba en accesos de locura etílica
y artística. Además la vieja sífilis
medieval de la prostitución y el alcoholismo del final de siglo, 1897 militarista
y colonial, que adhería a la burguesía a los mirones de chaqué, junto al
nacionalismo de las depresiones psiconeuróticas del inconsciente colectivo. Lautrec
pinta la cinta transportadora de la belleza y la basura. Fue recogido de las calles a causa
de una borrachera, y poco después murió en un delirium
trémens.
En el retrato de Oscar Wilde, que el mismo pintó, están
los ecos
psíquicos individuales y colectivos. Los ecos sobreviven por su crueldad y su
nostalgia. El retrato de Dorian Gray wildeano padece la vejez de los
ecos, mientras permanece su juventud de modelo como
un salto de la juventud carente de
historia.