lunes, 21 de septiembre de 2015

Lautrec: Zapatos rojos y carmín.


1
El pasado nos trae ecos. Del pasado general de las revoluciones y las contrarrevoluciones que cambiaron las condiciones de existencia de la generación que se aupó sobre ellas. Pero los ecos psíquicos son del inconsciente individual y del inconsciente colectivo. Del individuo y su historia. Los ecos psíquicos sobreviven manteniendo el nivel de crueldad y nostalgia religiosa o moral. El enorme agregado del inconsciente atraviesa la supervivencia de las relaciones sociales.
El simbolismo de la vida lleva ecos inaudibles de los que huyen, ocultos en la soledad de la vejez o en la derrota de los sueños de la juventud. Sueños con un minutero en la relojería biológica y social de adelantos y atrasos del desesperado y del esperanzado. Los ecos de la desmemoria ocultan imágenes, palabras, trajes de días rojos y negros,  miradas furtivas al vuelo de las hojas de parques y libros sin leer. Los libros que fueron señas de identidad  de deseo abierto.
Los ecos voceos de amor, y la bajeza de la envidia. Lo diría el oculto Rainer María Rilque (1875-1926): "Porque lo bello no es nada/ más que el comienzo de los terrible/, justo/ lo que nosotros todavía podemos soportar, / y lo admiramos tanto porque él indiferente, desdeña/ destruirnos. / Todo ángel es terrible." Versos agónicos para una vida que se expone para ser amada.
Los ecos atraviesan laberintos de desmemoria y se presentan en desmedida expresividad fatal al Ángel del Apocalipsis. La mirada del ángel, vuelta atrás, que observa la crueldad del hombre por hombre. El olvido del hombre por el hombre.
Ecos y miradas que no reviven en el juego caduco de la vanidad y del incienso. Lo que ya no existe es un eco de flores secas y  bordados de oro deshilachados. Los ecos del tiempo final en el réquiem mental del olvido. El olvido hambriento de risas provocativas. Repetición de ecos-voces esquizofrénicos de un narrador que balbucea consejas en el cuerpo duro de la desmemoria.
Hay un hecho cierto, las voces dejan ecos y el pasado va de la voz al eco. Taxidermia del eco para mantener voz y griterío ordenado que corta los labios secos y la muñecas. Ni agarrar ni hablar. La mecedora del psiquiátrico.
 Los ecos de una multitud vieja que asustadas se precipita al espacio de los ojos abiertos sin redención. Deseo sin objeto real. Querer el cielo otoñal y el lino que cuelga de los ramajes del olmo.
Ojos que multiplican  cosas con polvo y sin  precio. Misivas de confusiones imaginarias y esperanzas desesperadas. Nos detiene de improviso una señal de alarma. El humo por los patios carcelario de las ciudades ocultas a la locura. La locura, salto de la fe a la trascendencia,  orante de gritos que buscan anexionarse un encuentro del destino sin límite.
 Agregados ecos grises del malestar callado y aspaviento de ruidos y cristales rotos detrás de las paredes. Gesto torpe de la mano en el vaso, la voz silenciada por la plomada de los ecos, que se asemejan a nuestros recuerdos. Pertenecemos definitivamente a la verdad mal leída, generación de resonancias que marca la piel.
Hacerse una marca en la piel, desvivir  para un querer los ecos obsesivos del amor oculto y el temblor  de los recuerdos. La esclavitud es una marca de desamor, ser útil como disfrute del pagador. Las marcas arrugan la piel. Unas y otra en el vencimiento de la no utilidad de la representación de uno mismo. El esclavo es de otro, marcado por el precio. La representación de uno mismo es el precio de lo actual ante lo inactual. Lo actual y lo inactual son marcas y precio.
 Los ecos aplastan la cara en la ventana del que llora u ora,  ya ver lo actual de la raíz del papá-mamá. Ver el movimiento inarticulado de la historia del no ver en el mirar. La mirada del deseo en el eco. La pasión oscura del grito báquico, fiesta del vino y de los sátiros que cogen las hojas de la viña. Recordar es miagar el pan en el jardín de los pájaros de madera. Es la crueldad con algunas gotas de miel en la palma de la mano. La flor seca en las páginas de un libro, que cuesta encontrar en el anaquel de la memoria. Los libros están desordenados en la puesta de sol  y desconsuela su olor olvidado.
Los procesos de la vanidad están situados en el anaquel de los ecos. Las relaciones sociales se vuelven ecos, imágenes y  supervivencias. Las supervivencias son rígidas y no se adaptan a la decadencia. Solo oscuridad de las imágenes sin conexión a la mirada del espectador. Se vivió uniendo el ideal con la realidad. Lo nuevo y lo decadente se incrustan en la vivencia histórica. La representación ideológica exalta el momento actual en el absoluto del lenguaje.
2
Chales Baudelaire ( 1821-1867) era un poeta de las transiciones conservadoras  de los años treinta  y cuarenta del siglo XIX. El dandi de decepciones políticas, un outsider de la revolución de 1848 y del golpe militar del 18 de Brumario de Napoleón III. Pero habrá de vivir el cambio del comportamiento colectivo de las masas  ciudadanas sin el romanticismo del ajenjo. Se va perdiendo el poeta en la ausencia de su grupo de lectores, ya anónimos a través de la concurrencia de la edición del libro en un mercado abierto y de gustos intrigados y cambiantes.
Dice Baudelaire:"No todo el mundo tiene el don de bañarse en la multitud: gozar de la muchedumbre es un arte, y sólo puede entregarse a esa orgía de vitalidad, a costa del género humano, aquél a quien un hada infundió el gusto por el disfraz  y la máscara, el odio del hogar y la pasión  por los viajes.(...) "
El paseante solitario y pensativo obtiene una singular embriaguez de la comunión universal de lo anónimo. Para Baudelaire el arte moderno es la expresión bella del hombre solitario, del individuo que se siente distinto en la belleza. Walter Benjamín encontró el  análisis descriptivo y poético del individuo simbolista y la multitud en el  círculo de círculos de la gran ciudad. El hombre desprovisto de atributos y su pertenencia a una oligarquía con el control económico y político. Una multitud de individuos que  cruzan a pie o en carruajes la indiferencia del anonimato, gente, que se cruza sin mirarse. La mirada universal del realismo de la novela social desparece en los pequeños poemas en prosa de Baudelaire, que buscan las palabras de un paseante anónimo. La modernidad se ancla en el anonimato del eco del que observa a la multitud, que atraviesa su ser buscando significados  en los maniquíes de los escaparates.
Baudelaire es consciente de que sus ecos le pertenecen como una relación de trascendencia moral de la palabra poética, el lenguaje de ecos mundanos que incuban reactivos revolucionarios y conservadores.
La prensa sustituye al libro y a los ecos para publicitar formas literarias de relaciones de dominio de una minoría sobre una mayoría. Los ecos publicitarios de revoluciones sociales son transitorios hallazgos de liberación del individuo del despotismo. Baudelaire no  vivió la voz  de la Comuna de París. No vio las marcas en la serpiente conservadora.
3
Frente a la belleza natural de la pintura impresionista, en sus rasgos extremados de luz y  color, ya están los avances de otra mirada, que esquiva la expresión de la naturalidad y en su lugar aparece la modernidad que llevan ecos, pero contiene el cambio del modelo del instante de vida. Un salto de cancán en la pista del escenario de un cabaret. Ser la modernidad y la angustia de la pintura post-impresionista  de Toulouse  Lautrec o Van Gogh.
Y surge la pregunta de qué manera el estilo del arte expresa la ascensión de una sociedad monetizada en el salario y la ganancia y de consumo masivo. Ascensión y caída de una sociedad  de sujetos anónimos  y expirantes  en las formas autoritarias del Estado constitucional. Cómo se da la repuesta del estilo pictórico a las  formas del Espíritu hegeliano del Estado. La respuesta extrema y subversiva del arte a la manipulación de las formas convencionales del espacio y el modelo en una vieja  perspectiva.
4
La expresión artística se distancia después de la I Guerra Mundial de las formas autoritarias del academismo regulador, para llegar al salto cualitativo de las formas abstractas. La mirada abstracta contra las reglas caducas de lo admitido. Y la aparición de un público que entiende y expresa su demanda.
De la exaltación del delirio anónimo y alcohólico de Lautrec ( 1864-1901), a las relaciones de poder político final de Napoleón III y la III República francesa, extremadamente convencional y colonial, pero que origina una economía de exportación de excedentes de producción y compras a bajo precio de importaciones de materias primas. La tasa creciente monetaria inflacionaria que afecta a los costes de producción, a los ingresos nominales,  a los precios de venta y a la política fiscal. Hay variaciones en las cantidades de dinero globales con el extravío del cancán y gasto social de los rentistas.
La ruptura de la sociedad estable  por la oferta monetaria introduce relaciones económicas e ideológicas de extremo nacionalismo económico, que absorbe la anexión del mercado y  capta lo imaginario del deseo. Y así se funde la captación de la unidad real de la vivencia y su ideología. Visión del mundo del arte que revela un nuevo deseo de relaciones de los gastos y su goce. De las bailarinas de Lautrec al nacionalismo de la III República y la cosificación del pasado de la historia.
Del pequeño emperador de Víctor Hugo a los conflictos políticos y literarios de Zola con la III República. El enfrentamiento del arte  que denuncia la falsa historia de las conspiraciones antisemitas del "Yo acuso". La literatura naturalista contra los grabados del esperpento de reyes de espadas, copas, oros y bastos. El postmodernismo de Valle Inclán del esperpento y el albur de la revolución de los descamisados, empujados a las ciudades anarquistas, frente al miedo egoísta a las bajadas de ingresos y las altas ganancias  de la gran burguesía industrial, comercial y financiera.
 La protesta de Lautrec es escenario de la realidad por la farsa del placer inhumano, que él muestra por  la decadencia de la hipocresía moral. Su obra exalta la vitalidad  como prueba de la exaltación social del gasto burgués por el ocio prohibido. Por eso, Lautrec no se interesó por el arte impresionista del paisaje y prefirió el ambiente cerrado e iluminado por la luz artificial. La luz y los colores, los encuadres entran en la deformación  de un mundo hipócrita de ricos especuladores  y de vicios privados ocultos. La luz artificial del cabaret  destaca los gestos y movimientos exasperados de cantantes y comediantes, mientras se exalta la xenofobia  de clase con vasos de agenta y piernas de bellas mujeres en alto. La razón de la sinrazón produce monstruos oscuros delante de la belleza.
Lautrec era alcohólico. Alcoholismo que derivaba en accesos de locura  etílica y  artística. Además la vieja sífilis medieval de la prostitución y el alcoholismo del final de siglo, 1897 militarista y colonial, que adhería a la burguesía a los mirones de chaqué, junto al nacionalismo de las depresiones psiconeuróticas del inconsciente colectivo. Lautrec pinta la cinta transportadora de la belleza y  la basura. Fue recogido de las calles a causa de una borrachera, y poco después murió en un delirium trémens.

En el retrato de Oscar Wilde, que el mismo  pintó, están  los ecos psíquicos individuales y colectivos. Los ecos sobreviven por su crueldad y su nostalgia. El retrato de Dorian Gray wildeano padece la vejez de los ecos, mientras permanece su juventud de modelo como un salto de la juventud  carente de historia.