martes, 17 de mayo de 2016

Inocencio X y la mirada moral velazqueña.


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El paso del Estado Medieval al Estado absolutista del siglo XVII se da mediante la unificación de los poderes descentralizados de la Edad Media, al poder unificado en la personalidad ejecutiva y legislativa de la soberanía absoluta del monarca. Hay un desplazamiento del poder político descentralizado medieval al poder centralizado de la monarquía absoluta. De las instituciones políticas y económica, de la aristocracia medieval  descentralizada, en cuanto a norma jurídica de la sangre heredada por la biología más que por la historia, en tanto como a lo sagrado la supremacía de la Iglesia, mediadora y fiadora  del contenido de la ley divina en los conflictos de la autoridad secular.
La sociedad del siglo XVII, coetánea  de Inocencio X es una sociedad totalitaria, estrictamente regulada por adhesión al absolutismo del monarca y a la ratificación papal,pasiva, a los postulados de dominio regio, que consisten en el encubrimiento de la ideología política por la ideología religiosa. Las instituciones ideológicas seculares se ocultan tras la ideología religiosa de masas, garante del poder secular del Estado absolutista. El poder político secular alcanza autonomía absoluta en sus decisiones frente al papado y  a la aristocracia de sangre. Pero esta ideología religiosa carece de correlación unificadora de legitimidad popular ante el poder político absolutista. La ideología religiosa y el poder absoluto forman asimetrías  de obediencia y acatamiento. La ideología religiosa queda sometida al canon absolutista, en donde todas las manifestaciones culturales e ideológicas se someten  al autoritarismo de la monarquía. El Estado soy yo de Luis XIV es la forma axial del arco arquitectónico de un nuevo orden político del Estado absolutista. La ideología religiosa está sobredeterminada por la ideología política monárquica dominante. La región ideológica  política subsume a un conjunto de poder más amplio que la fe en la providencia. La  verdad de un dios presente, en el relato de las escrituras, queda relegada al jansenismo perseguido por el monarca francés y el papado. No hay lugar ni tan siquiera para la mística cristiana de la búsqueda interior de dios. El papado se apoya en el absolutismo monárquico para lograr la disolución de los jansenistas y su rechazo del mundo por la apuesta de la presencia de dios en un mudo sin valores morales. Este ataque al jansenismo de Inocencio X y a la heterodoxia  de esperar el milagro de la presencia de dios en la historia, tendrá un amplio surco en la filosofía europea de la muerte de dios.
Inocencio X se enfrentará como un actor de doble máscara secular y religiosa al poder absolutista, en su negación del tratado de la paz , como fin de la guerra de los treinta años, de Westfalia, y a la condena del jansenismo por Luis XIV.   
Se trataba de mantener una doble autoridad de jerarquía en los conflictos internacionales y en los temas de herejía  y ortodoxia. Enfrentamiento papal a la autoridad del Estado absolutista, en cuanto menoscababa la autoridad pontificia en sus actos sancionadores de las decisiones a los tratados internacionales como expresión geopolítica medieval declinante ante el absolutismo. Actitud obstruccionista al comportamiento laico, un antídoto a la autoridad real, que se habrá de derrumbar ante el poder soberano absolutista, del Leviatán monárquico  sobre la sociedad civil, no sometido ya a la esperanza ideológica de la salvación post-mortem del cuerpo y el alma, pues al contrario habrá de quedar sometido a las reglas de la unidad nacional y al Estado irracional carismático de la filosofía cartesiana de la existencia de la verdad por la duda sistemática. La ideología religiosa quedará prendida en el sometimiento psicológico al terror de la muerte. La salvación personal quedará fuera del mecanismo estatal del sometimiento, con la indiferencia del Estado y de sus hacedores a los estados de conciencia de culpa y salvación, pertenecientes a las instituciones seráficas de la curial Iglesia y dentro del poder del Estado que las garantiza.
No hay correlación de la sumisión política absolutista de las masas populares y la sumisión a la religión trascendente de la fe. La monarquía absoluta  y la jerarquía papal parcelan funcionalmente  la sociedad civil. El poder del Estado absolutista se emancipa de la religión entregando la solución de los problemas de conciencia a la autoridad del derecho eclesiástico.
El Leviatán  de la Monarquía absoluta garantiza  las relaciones de las prácticas sociales religiosas, dentro de los ajustes estructurales, económicos, políticos y religiosos, de subordinación absoluta a una sociedad  totalitaria.
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Inocencio X sufre la transformación del Estado Medieval al Estado absolutista durante su reinado papal. El testimonio de Velázquez a esta situación seduce por la verificación plástica de la coyuntura histórica del poder mixtificado, que delata el retrato que le pintó Don Diego de Velázquez a Inocencio X.
La técnica pictórica de introspección velazqueña fue capaz de penetrar psicológicamente en el personaje para mostrarnos aquellos aspectos ocultos de su personalidad. Inocencio X muestra la expresión tensa, el ceño fruncido, los labios forman un juntura de sospechas sobre el resultado de su posteridad. En su semblante, las contradicciones se manifiestan agresivas, sin que él intente dulcificarlas.
Velázquez observa a Inocencio X con barba desmañada, la pinta como una metáfora de la realidad. La veracidad de Velázquez, sobre el personaje, abruma por su realismo agresivo y manifiesta el conocimiento informativo del pintor sobre su modelo, la situación trágica familiar y de dominio del retratado. Velázquez nos da el carácter del papa como la descripción pictórica de una biografía turbulenta.  
A la muerte de Urbano VIII el cónclave que habría de elegir a su sucesor, se reunió el 9 de agosto de 1644  tras más de un mes de deliberaciones, ningún candidato conseguía el número de votos necesarios para ser proclamado pontífice, debido al enfrentamiento entre las facciones española,  una encabezada por el cardenal Gil de Albornoz y otra, la francesa , liderada por el cardenal Mazarino.
Aprovechando una ausencia de Mazarino, se logró un acuerdo en la persona de Giovanni Battista Pamphili, quien a pesar de su afinidad con España logró alcanzar el número de votos necesario para ser proclamado sucesor de Urbano VIII. Inocencio X denunció el tratado de paz de Westfalia firmado en 1648 sin su participación, que ponía fin a la guerra  de los treinta años y del que surgiría una nueva Europa. Para ello emitió una bula condenatoria en la que declaraba nulas todas aquellas cláusulas que a su juicio se oponían a los preceptos de la iglesia y socavaban la fe.
Sin embargo, su oposición al tratado de paz no tuvo ninguna consecuencia, ya que la opinión papal, en materias de ordenamiento internacional y de circunscripción territorial de las naciones, había dejado de tener la influencia que gozaba en épocas anteriores.
Inmediatamente tras su coronación, Inocencio X emprendió acciones legales contra los Barberini, la familia de su predecesor en el pontificado, acusándolos de apropiación de los bienes de la Iglesia.
Esta actuación papal provocó que los cardenal Francesco Barberini huyera a Francia donde encontraron un poderoso protector en el cardenal Mazarino. La huida de los Barberini facilitó al papa la incautación de sus bienes y propiedades y la publicación, de una bula en la que establecía que los cardenales que abandonasen por más de seis meses los Estados Pontificios, sin autorización papal, perderían sus beneficios eclesiásticos y el propio cardenalato. Esta complejidad de relaciones con el patriciado cardenalicio  de los barberini, enfrentamiento de Inocencio X con la familia aristocrática  Barberine, supuso la lucha por el control de la elección papal y su apuesta por negar el tratado de Westfalia, le  llevaría a Inocencio X a un reinado de utilización de la intriga maquiavélica en la curia vaticana. Esta situación de Inocencio X fue vista y oída por Velázquez en las reacciones psicológicas del papa por su subordinación a los poderes internacionales y  a las intrigas vaticanas  de la curia.
La técnica del retrato manifiesta lo que hemos llamado la transición del Estado Medieval al Estado Absolutista, y la carencia de eficacia de la autoridad pontificia en las relaciones internacionales y las contradicciones en  las internas.
El conocimiento de Velázquez de la política eclesial y de cámara regia, lo llevó plásticamente a una técnica impresionista,  y con ella a un retrato denunciador del nuevo realismo político. El retrato se ubica en una gama de color, de rojo sobre rojos, sobre un cortinaje rojo, resalta el sillón rojo, y sobre éste el ropaje del papa. Esta superposición de rojos no consigue aplastar el vigor agresivo de las facciones de Inocencio X. Velázquez, no idealiza el cutis del papa para darle un tono nacarado, sino que lo representa rojizo y con una barba desmañada, más de acuerdo con la realidad psicológica y social del modelo. Demasiado veraz comentó el papa cuando vio el resultado final. La valentía moral velazqueña es extraordinaria en la manifestación del poder  extremo, en una situación compleja de religiosidad y secularización. ¿Cómo la intencionalidad denunciadora del modelo se escapó a la censura  eclesial?  El prestigio de la pintura de Velázquez y su españolidad taparon sus intenciones denunciadoras.
El pintor asumía el extremo realismo sin ninguna censura interior. Lega el testimonio de su hacer pictórico a la valentía denunciadora de la pintura barroca de Caravaggio. El pintor se debía al arte como un compromiso de  denuncia frente a  la idealización del modelo. El arte velazqueño no enmascara al poder arbitrario y atormentado de Inocencio X.