domingo, 21 de febrero de 2016

Francis Bacon y el dolor de vivir (1909- 1992)


A Francis Bacon, por haber vivido el ascenso del humo del crematorio de su dolor en Madrid.
1
De los niños hambrientos de Bartolomé Murillo, la sonrisa inocente del desconocimiento de los códigos político y económicos del Estado Absolutista a Francis Bacon, hay un círculo indiferente de masas sociales marginales, que padecen el hambre y la peste, el sadismo del momento final de la historia por guerras dinásticas de genocidio del Estado totalitario.
Las guerras europeas del siglo XX dejan a individuos desgarrados ante un mundo social, que sólo amontona muerte, soledad y hambre. La Nada garantiza el orden del movimiento dialéctico y regresivo de la reproducción social. Los individuos caen en la vida sorpresivamente como gorriones sin pan y expulsados de sentido moral del orden.
La existencia no está garantizada por valores morales preexistentes. La sociedad queda atrapada en el juego de sobrevivir sin sentido moral. La intensa intrascendencia denunciadora del vacío existencial se exalta para Francis Bacon, mediante un psiquismo perverso de obtener placer sexual con el padecimiento. Pero este sadismo se muestra en sus cuadros como el Ecce Homo de la historia de los conflictos militares. He aquí el hombre como efecto de la causa histórica del sufrimiento dirigido por el orden del poder.
 El  sadismo de uno contra otro y el auto-sadismo gemelos y similitud de víctimas y verdugos, en un yo fragmentado hasta el suicidio del amante- verdugo de Bacon, Georger Dyer. Se puede elevar la lucha social de supervivencia hasta la unicidad de la máquina sádica émbolo y la máquina cilindro. Máquinas del buceo de los instintos autodestructivos, o máquinas de alambradas y torretas, millones de prisioneros de la II Guerra Mundial  comiendo hojas y bebiendo nieve.
 Montajes de máquinas sádicas de muerte- tierra en las fosas de los campos de concentración.  Ecce Homo en la pintura expresionista, surrealista y cubista de Francis Bacon, que marca la intensa incertidumbre de un mundo desnudo del significado moral, con una vida de heridas y humillaciones.
Una vida con experiencia que desgarra y  determina la inflexión funcional, entre objetos que se imantan y rechazan y se amortizan en la autodestrucción del cuerpo y la palabra. El termitero ciego de la multitud en la madera podrida  del placer atormentando. Lo humano de la belleza se convierte en deformaciones de la carne y los huesos por golpes y patadas. Las bocas y los gestos de los modelos  de Francis Bacon  se exponen deformes en el lienzo buscando el horror del espectador sin complicidad. La piedad no denuncia la máquina de cepo de las relacione sexuales autodestructivas.
 La lección de la de Francis Bacon  es una esencia del no ser de la existencia. Bacon busca la mirada del espectador, no como su cómplice, sino como un espejo de su dolor extemporal. Si no hay valores trascendentes, sólo hay la mirada en un espejo- cuadro, que es instante en la mirada del espectador. Entre el artista, su modelo y el espectador no hay complicidad de significados, solo extrañezas del sinsentido de los actos de amar y odiar. En ellos, hay un gran silencio que espera el grito de máxima angustia del dolor físico y moral en la Nada del mundo.  
Ese gran grito de pintor de Edvar Munch (1863-1944), que denuncia la locura de la guerra y del suicidio, de asustados grupos sociales, que andan bajo farolas amarillentas, buscando una salida expiatoria a su soledad en el espacio estelar de Van Gogh.
2
Ese  yo soy un objeto de Bacon, sin hacer, sin ningún valor de uso. Tan solo soy un Alguien sujeto sin iniciativa ni responsabilidad. El sentido de las callejuelas oscuras y la gente pegada a las paredes. Cuando exijo que mi vida adquiera el sosiego, me hallo frente al terror que espero tendido en la cama. Espero continuamente los golpes y los insultos para reconocerte como un extraño que goza de mí con mi dolor. Soy basura del no cambio del mundo y los conceptos ambiguos de mi ser, como experiencia dentro de la historia del conflicto entre poseedores cosas-alma y desposeídos de ellas.
 Para Bacon, el frío de su Nada se da en los cuartuchos de los hoteles baratos, entre pugilistas camorristas y alcohólicos, que pegan duro, que no les importa sangrar por cuestiones baladíes de orden jerárquico.
 El expolio del individuo por la violencia del robo. Transeúntes que entra en la discusión de la violencia contendiente. La droga del alcohol y el  sadismo sólo alcanzan su máximo de satisfacción en el expirante, que abre su boca desdentada por el alcohol o los golpes y no emite gritos a distancia. Se muere en silencio. Esos gritos están abandonados a oídos ausentes, que pretenden no mezclarse en asuntos ajenos. Camas inquisitoriales para momentos baratos de carne sufriente. Los personaje de Bacon se ponen en marcha apestando un alguien que ofrezca dinero.
En el pago del vicio se introduce el grito masoquista-sádico de la ceguedad violenta del sexo, sin experiencia ni responsabilidad como destino. La historia del fulano es el relato que se deja en el lienzo, en el polígono inscrito del dibujo y las pinceladas al óleo y brocha. Máscaras ahítas de tumefacciones, sin perspectivas para calmar el dolor y la carencia de vigor. El relato del cuadro Bacon es un balbuceante grito, y el rostro deformado hasta curvarse en clavos de cabeza grande, y en vómitos  injurias del sádico por su falta supremacía Única para el asesinato de la víctima.
 Los padecimientos del inocente que se esconden debajo de colchonetas o detrás de las puertas de un armario de hojas rotas. A veces por ellas, salen los gritos audibles de miedo. Tal vez casi aullidos de reptiles en un suelo de losetas grises y blancas.
3
Los conflictos de humanidad e inhumanidad no se introducen en la responsabilidad codificada  del culpable sádico ni en su conducta la experiencia mediata. Es una no culpabilidad que se encuentra en los fragmentos acorchados de la carne, en un cuerpo abierto en canal  como la res de Rembrandt. Deformaciones asimétricas del cuerpo abierto en canal.
La perspectiva pictórica del dolor se mancha de colores y se introduce en el lienzo o tabla   chorreando los tubos de óleo. La elasticidad de la capa de pintura es no resquebrajarse. Los golpes  se vuelven elásticos y los huesos se curvan como si fueran sarmientos. No hay garantía de tu ser como tuyo. El cuerpo es una viña seca que se enfría con tragos de ginebra.
Se entra a ciegas en el color expresionistas de Bacon como denuncia irresponsable de los actos ajenos sin yo. La conciencia acumula experiencias, que se vuelven hábitos de padecer gritando, hacerse grito mudo que busca las paredes salpicadas de sangre y papeles adheridos de periódicos. Deshacerse es un término del escatológico de excrementos. esparcidos. Deformarse echado en la cama.
4
No sé lo que la conciencia implica. No es una responsabilidad moral cercada por la represión. Es el grito de un hombre prehistórico al que se le ha escapado la presa. La cobardía o la valentía de mi experiencias están inscritas en mi piel.
Esa piel gastada se hace en mi  experiencia, ciega de pasión y lentamente vidente ante mi irresponsabilidad. No es un juego del intelecto y sus objetos imaginarios, sino un encuentro de la experiencia del instinto  por la  inmersión del  destino marginal  en el lecho de sábanas sucias y rotas. El Haber de mi responsabilidad moral no existe. El dolor es inmediato y deja huella. Tiene la memoria de la quemadura de un cigarrillo.
Mi yo no es una esencia predeterminada, sino la práctica de inmersión en la no responsabilidad. El individuo no es hábito prefijado, sino costra inevitable adherida a embriaguez de la morfina y el alcohol en cosas sin heroísmo. No hay salto racional  a la condición humana del hacerse responsable. Pero si hay un heroísmo elegido por otro, hediondo conflicto de borrarme  lo que otros han hecho de mi.

Los actos de los otros influyen profundamente en mi no heroicidad. Resulta bochornoso decir que nosotros transformamos nuestro porvenir. No puedo definirme ni modificarme, porque no existe porvenir ni responsabilidad. Estamos frente al objeto de mi ser, como un objeto, sin acto de transformación responsable. Esta no transformación irresponsable no proviene de una moral trascendente que juzga.