domingo, 23 de agosto de 2009

La astucia de la Razón ( 1)

Richard Lindner pintó un cuadro en 1954, al que determinó como Boy with Machine. Un joven adolescente con una máquina. La denominación del tema pictórico suprime el verbo estar. No atribuye al sujeto la circunstancia de existir. El joven adolescente es la máquina misma. La función lógica de relacionar al sujeto a un objeto exterior mediante el verbo ser o estar está eliminada. El hallazgo de la significación está en unir fuera de las circunstancias exteriores la presencia del sujeto y el objeto. El subjetivismo extremo de Richard Lindner radica en que lo único que existe es el yo radical del individuo y el objeto de la máquina antiproducción. El muchacho con la máquina. El muchacho delante de la máquina. ¿Quién es el joven adolescente? La pregunta inquiere sobre la constitución del yo. La pregunta salta ante la duda. Quién es el sujeto, qué es el objeto. ¿Por qué se relacionan con una preposición y no con un verbo que le atribuya circunstancias externas constitucionales a su enigmática presencia?
La cabeza del joven adolescente es casi esferoide, si no fuese por la barbilla que se acerca a su cuello grueso y corto. El pelo rapado y oscuro, las orejas pequeñas y asomadas. Las cejas breves y ascendentes, desde los lagrimales hasta un vértice agudo del que caen precipitadamente. Los ojos almendrados, grandes, oscuros, que acompañan al rictus de la boca con expresiva vanidad en la travesura. El labio superior carnoso, prominente, con acentuadas hendiduras, que llegan a los orificios de la nariz. La barbilla insinuada a la línea circular de la cara. Su rostro es lunar. Algo así como las piedras lunares que buscaba Antonin Artaud en el desierto de Asiria, en su pasión seminal por Heliogábalo, el anarquista coronado, en Emesa a orillas del Orontes. Allí, en la abrumadora injusticia del destino.
Luego el volumen grueso del cuello del joven adolescente, que mantiene la tensa energía de la esfericidad de la cabeza. Desde la carnosidad del cuello hasta por debajo de las rodillas, el cuerpo del joven adolescente está cubierto con una vestidura amplia y larga, que se ajusta, con una botonadura delantera, a su cuerpo, que se amplía desmesuradamente desde los hombros a unas piernas tubulares, casi cubiertas por la vestidura y los calcetines, sólo quedan a la vista dos franjas de las tibias, blanquecinas y carnosas. Las manos, pequeñas y gordillas, se cruzan ante el pecho en una línea diagonal. Los huecos de ambas manos, que, forman los dedos, pulgares e índices, sujetan dos alargados destornilladores o instrumentos mecánicos, ajustadores de las piezas de la máquina. El cuerpo del joven adolescente es una síntesis de extremada corpulencia y obesidad. Detrás de él hay una máquina. La preposición indica sujeto y objeto. Boy with Machine. Esta máquina no es un conjunto de mecanismos trabados para producir medios económicos o ideológicos. Es un flujo de energía incausal y atemporal, que se materializa en los flujos esquizos de los montajes de elementos ordenados en secuencias del delirio De Boy Machine, ambos, están construidos en la huida autista de la realidad. En el flujo mental de la huida no hay sectores económicos de bienes de producción. De Boy Machine es un artefacto multiplicador de la improductividad. Una inyectadora de energías psíquicas, que da plasticidad a la materia impenetrable y muerta. Machine productora de delirios y productos sin valor, como un chicle mascado y pegado a la pared, unas canicas debajo de los cuerpos fríos de las palomas callejeras, periódicos untados de grasa (…) No hay diferencia cualitativa en producir para el consumo de las máquinas de máquinas o producir para el consumo delirante de las masas sociales, hibernadas en las rutinas del aletargamiento ideológico. De Boy Machine se eleva a una potencia enésima de delirio improductivo.
La máquina de Boy es una combinación de piezas que se mezclan en un orden estricto de desutilidad: cilindros, correas de transmisión, ruedas dentadas, tuercas, tornillos, volante, planchas metálicas (....) Una máquina Boy antiproducción, bulimia maquinal Un proceso simbólico de la irracionalidad. El joven adolescente es un cuerpo desmesurado con relación al espacio mecánico que ocupa. Delante de su máquina mira al espectador del cuadro. Se complace con su trabajo de montador de máquinas. Sus brazos, que se cruzan y trazan una diagonal ante el pecho, son parte de la máquina- Boy. Los artilugios mecánicos, destornilladores- engrasadores muestran la pericia de su montaje maquinal. La máquina está cifrada en restos de memoria de la producción, en etapas del capitalismo industrial de finales del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX. Las máquinas de procesos de trabajos industriales, en donde la productividad de la máquina integra al trabajador en una degradación acumulativa de la intensidad y de la cantidad del trabajo. La intensidad del trabajo es un mayor consumo de energía humana por unidad de tiempo. Comprimir dos horas de energía humana en una. Reducir la jornada de trabajo imprimiendo mayor velocidad al proceso de trabajo y al consumo de energía. Reducir la duración de la existencia de la mercancía humana y de la mercancía máquina. En la Boy- Machine las intensidades son cero. La transformación de la máquina industrial en objeto del delirio. La Máquina- Boy funciona como la máquina milagrosa, la máquina estatal, la máquina surrealista, la máquina esquizofrénica, la máquina de disección del cuerpo humano, el paraguas rojo y el sombrero hongo. (…) Boy With está sobredimensionado de miembros, cabeza y cuerpo desmesurados, como su entendimiento paciente, que monta las piezas de la máquina de antiproducción. La antiproducción injerta al joven adolescente a las piezas de la máquina. La crisis capitalista es una máquina de antiproducción injertada a masas de dinero depreciadas. La antiproducción industrial ha injertando la subjetividad irracional en la objetividad de la máquina esclerótica de la crisis. El no saber ya está en la máquina. El saber intelectual socrático de la Virtud se agota en el “no operativo” de la improductividad de la maquina. La obsolescencia introduce los términos de la improductividad creciente por unidad de tiempo constante. El porvenir de las clases sociales poseedoras será acumulaciones de dinero, con poder adquisitivo decreciente, que sólo será garantizado mediante las estructuras ideológicas paranoicas. La transición patrimonial de las generaciones de poseedores no estará garantizada por la ignorancia y el miedo, adosados a la máquina productora de dinero. Las organizaciones económicas empresariales y estatales derivan a bajos rendimientos, incesantemente decrecientes, en obsoletas máquinas de reproducción material y mental. Afasia en las espirales de los signos simbólicos del poder y contrapoder de gobernantes y gobernados. Tiranía, timocracia, y demagogia. Lugares ideológicos deshabitados, donde sólo existen espirales de significantes hambrientos. Solipsismo de las masas marginales a las transgresiones sociales, asociadas al cálculo de ventajas y desventajas, del diferencial hedonista de placer y dolor. Las Máquina-Boy se montan con las piezas de desecho de la máquina social productiva. Arrojadas a las hendiduras de los estancamientos económicos globales. Las Máquinas- Boy, esquizofrénicas, una entidad reductora de la voluntad de dominio, de las fuerzas reactivas de la barbarie, del tiempo mecánico, del sinsentido de la historia colectiva e individual. Las combinaciones de capital fijo y trabajo de las máquinas- Boy están en relación indirecta a la tecnología positivista de la biología cerebral. A mayores cantidades de trabajo humano mayor huida psíquica a un submundo de cosas carentes de valor de mercado. El límite absoluto de la Máquina-Boy será convertir en cero las cantidades de trabajo útil que incorpora a la producción de mercancías. Cantidades decrecientes de utilidad y cambio de la Máquina-Boy, junto a mercancías sin precio. Las Máquinas-Boy, montajes heteróclitos de residuos nucleares, alas de mariposas, archivadores policiales, espasmos rutinarios de la muerte, los desafectos del trabajo-inhumano. Las Máquinas-Boy son disyuntivas. Son máquinas de partículas gramaticales disyuntivas, (Ahora…Ahora, Bien…Bien, O…O). Máquina- Boy de una fase, de dos fases, de tres fases. Disyunciones inertes de acciones sin finalidad. El momento actual de la historia se marca en las disyunciones de la negatividad y la aleatoriedad de la fuerza reactiva dominante de las minorías jerarquizadas. Las Máquinas- Boy incesantemente funcionando en la improductividad de los delirios disyuntivos. (Ahora…Ahora, Bien…Bien, O…O.) Ahora la máquina-caos de Buster Keaton, ahora la máquina- Charles Chaplin de Tiempos Modernos. O bien esto o bien aquello. Las disyunciones de la Naturaleza, las disyunciones de las máquinas sociales del siglo XXI. Ellas son máquinas de frecuencias alternativas: (Ya…Ya).

miércoles, 12 de agosto de 2009

En los ojos del buey ( y 5)

El ser natural humano nace en la naturaleza y en la historia. La historia es un modo de producir la realidad material e ideológica a través de la actividad humana genérica. El hombre es un ser activo, sensible, objetivo, pero también un ser que se apropia la irrealidad. Su doble naturaleza, natural y humana, lo desdobla en la pasión del autoengaño, de volverse un ser imaginario en la obediencia a lo usual establecido. Su ser y hacer desdoblan su existencia como un ser real objetivado y un ser irreal alienado. El terror a desaparecer es el motor ideológico del modo de manifestarse los individuos convertidos en cosas. La inseguridad convierte la esencia humana del trabajo en la esencia deshumanizada del terror. El individuo aterrorizado es un devenir imperativo de la precariedad, de sus límites físicos, económicos e ideológicos, de los que no puede escapar sin cambiar su individualidad en generalidad social. El individuo tiene que producir y apropiarse genéricamente de los objetos que sostienen su vida material y mental. No puede escapar de la muerte porque ella es un límite absoluto de lo natural. Los límites artificiales inhumanos están en la reproducción de un ser que requiere apropiarse de su objetividad, pero depende de la carencia como instrumento de dominio. Los rendimientos decrecientes del cuerpo y de la naturaleza introducen lo humano en la historia. Una de las consecuencias de los límites de la precariedad humana es la manipulación de la realidad con el pseudo-lenguaje. El lenguaje de la alienación, de la grieta lo inhumano en lo humano. El pseudo-lenguaje va recubriendo la realidad de travestismo cínico. Vehículo transmisor de las apariencias. El acatamiento del lenguaje burocratizado para tapar las continuidades de lo inhumano. Sobre la las exigencias de la pasión del individuo por su vida real se vierten los signos que por sí mismos sustituyen la pasión de la verdad como realidad. Cada época de la historia impone una jerga de acatamiento a las normas de dominio. Los signos marcan los cuerpos, los tatuajes con respecto a la seguridad/ inseguridad de quedar incluido/ excluido de la jerarquía de dominio/ marginalidad. La inhumanidad del no- ser hace a los hombres comediantes/ héroes, que se muestran sumisos a las normas de comportamiento reglados por la inhumanidad. Uno de los efectos de la mímesis de la inseguridad es la de ser aquello que se refleja en los actos imitativos de los que usan los gestos del poder. Sujetos en las simbolizaciones jerarquizadas: estar en las probables cantidades del tener/ no tener. Las marcas identificativas genealógicas. La cotidianidad de estar/ tener en adjunta seguridad de la inseguridad estatuida de la existencia. La jerga-metalenguaje -jerga de acatamiento a las expresiones verbales y corporales, que instrumentalmente valoran a los sujetos en las categorías de dominio.
El argot-tapadera de los pícaros del siglo XVI y XVII servía para encubrir su desclasamiento de la riqueza, su exasperada pobreza, en demostrativo blasón de la herética de la casticidad. El origen social turbio de la genealogía tenía que ser camuflado en los enredos del ser en lo que aparece. La delación era el ser de los que aparentaban. Juego social de los grupos de destrucción por el reconocimiento del origen impuro, de la enajenación religiosa o económica. Esta praxis del ser en el parecer se reproduce incesantemente como herencia de los que poseen sobre los desposeídos. No hay historia sin praxis clasificatoria. La expresión social del ser en el parecer adquiere su esencia en la inhumanidad del tener sobre el ser. Existir, porque se posee. El poder maquinal de la inhumanidad. Voluntad de dominio ideológico y económico como apropiación de la voluntad sometida. No se resuelve la contradicción en la pareja humanidad/inhumanidad. No hay un proceso histórico que concluya con la dicotomía. La inhumanidad sobre lo efímero del hombre. Lo efímero sujeto al ser natural, que padece la carencia a través de la inhumanidad. Esta radicalidad de lo efímero introduce el abismo alienante de la supervivencia sin humanidad.
Un desnivel mental, de este juego ideológico de supervivencia, está en decir aquello que se quiere oír en medida de los objetos ideales de la esperanza de dominio. El éxito está en lo habitual de las mentiras admitidas: mentir y simular es un modo de actitud interior y exterior del poder excluyente de cada época. Lo exterior está interiorizado.
Los pícaros eran calificados de gente astuta, disimulada, hipócrita, y maligna, en la medida que simulaban las mentiras sociales admitidas para asegurarse la sociabilidad. La picaresca fue la de los grupos de marginados que se querían adaptar a la inhumanidad del cambio del poder político y económico medieval a las formas del poder del Estado absolutista del siglo XVII. Las masas sociales de marginados campesinos fueron arrojadas del campo a las ciudades para asegurarse las cantidades de trabajo necesarias a la nueva productividad estatal de la producción mercantilista. Los metales precisos medían la productividad y el intercambio de la producción de la riqueza. Los valores de los metales precisos subían y bajaban en razón inversa a los valores de la producción de mercancías de intercambio. La inhumanidad se instalaba en el intercambio de la producción de mercancías y metales preciosos. La cantidad de metal-inhumano se expelía a la circulación internacional de mercancías-inhumanas. La cantidad de metal-inhumano medía la variabilidad de los precios de las mercancías-inhumanas en medios de producción y de subsistencias. La cantidad de alimentos que pertenecían al individuo equivalían al alimento que consumían los animales, o a la cantidad de agua de las máquinas hidráulicas. La inhumanidad es unidad de medida homogénea en los valores de uso de las mercancías y del argot-lenguaje. La depreciación del valor de los metales preciosos, por su abundancia en la circulación del dinero-mercancía, acrecentaba los precios en metal y la inhumanidad de la miseria de la población en valores de subsistencia y en el uso imperativo del lenguaje como coartada.
La miseria exasperaba la memoria de Lázaro de Tormes. En ella estaba la arqueología testimonial de la inhumanidad de su época histórica. La cantidad de alimentos consumidos estaba limitada por la hoguera inquisitorial, y los ahorcamientos en racimos de la población marginal. La picaresca fue el texto del ser en el parecer de los marginados al hambre y el ocultamiento ante la inhumanidad de los sectores sociales inhumanos, consumidores del excedente económico de objetos de lujo.
Las persecuciones contra las comunidades de hombres, que presentaban afinidades raciales, lingüísticas, religiosas o culturales, fueron exterminantes en un flujo temporal que llega al presente.
En la racionalidad de la esperanza, la historia de la ignominia causa un tremendo hastío y cansancio. La repetición de lo mismo cansa o embrutece. La historia como un retorno incesante de las fuerzas aniquiladoras de la humanidad, en su barbarie afirmativa de la propiedad privada del trabajo del ser humano y la apropiación de la propiedad privada real/ imaginaria de la naturaleza y de los instintos. La pareja Humano/Inhumano inmóvil en la temporalidad fluyente de la historia del lenguaje. El cansancio y el abandono de la organización de la radicalidad de los humano conlleva el crecimiento de la ignominia. La tipología totalitaria de las fuerzas reactivas prolonga el castigo expiativo de la culpa imaginaria. De aquí el hastío y el cansancio. Pero el desapego a la verdad, cansancio y hastío del ser humano, no deja la inhumanidad de la idolatría del poder, que exige la insistente anulación de lo humano, por la radical dependencia de éste de la Naturaleza y la Justicia humanizadas.

sábado, 1 de agosto de 2009

En los ojos del buey (4)

El hombres es un ser natural y social. Como ser natural está dotado de instintos y como ser social de las fuerzas marteriales y mentales de la colectividad. Es un ser natural, pues su existencia depende de las circunstancias exteriores que lo objetivan como ser real. Estas fuerzas naturales son sus instintos y las fuerza sociales son el grado de desarrollo y de organización de la producción y de la distribución de los bienes, que requiere la naturaleza natural y social del hombre. En cuanto ser natural está limitado por sus condiciones naturales y en cuanto a su ser social está limitado por el desarrollo de las capacidades represivas de la distribución del excedente económico y del saber por parte de una sociedad fragmentada por utilidad categorial del dominio. Sus condiciones existenciales objetivas están fuera de él. Los objetos de sus necesidades están fuera y debe producirlos para subsistir. Es un ser que sufre por estar separado, a través de la propiedad ajena, de los medios naturales y tecnológicos que reproducen su existencia. Las condiciones objetivas de la producción material y mental están asignadas a seres dominantes que se apropian de la existencia humana y de los medios para darle continuidad existencial. Los objetos de sus necesidades están fuera de él como objetos de Otros. El hombre manifiesta su actividad en los objetos exteriores, objetos independientes e imprescindibles para sus necesidades. Un ser que no tiene su naturaleza fuera de sí, que no tiene un objeto fuera de sí, no es un ser objetivo. Si no es objetivo es un no-ser. Para ser real necesita la realidad objetiva. Un ser que no se exterioriza para Otros no es una realidad fuera de sí. Un ser sin objetividad es un ser irreal. Es decir, puramente imaginario. Este estar necesariamente fuera de sí, lo convierte en un ser dependiente, paciente y revolucionario, que sufre las condiciones de su objetividad extraña y de su irrealidad organizativa. Por sus padecimientos es un ser apasionado. La pasión es una fuerza ambivalente hacia un objeto real y hacia un objeto imaginario. Duplicidad de la fuerza del ser viviente, que a la vez que es activa en un humanismo real es reactiva en el totalitarismo oligárquico de la propiedad y la violencia. Hay una voluntad dominante que se exterioriza afirmando las fuerzas reactivas totalitarias como negadoras del humanismo real. Las fuerzas reactivas totalitarias realizan la inhumanidad alienante. Mientras las fuerzas, que exteriorizan su actividad en el humanismo real, objetivan un hombre real, las fuerzas reactivas totalitarias estatuyen un hombre abstracto, imaginario, cuya exterioridad se vuelve abstracta. Este hombre irreal establece la coseidad, que es la apariencia de los objetos irreales para una conciencia abstracta. La coseidad niega la relación de la necesidad objetividad de un hombre real y afirma la relación de un hombre imaginario en un mundo imaginario. Entonces el objeto de la exterioridad humana es una negatividad para el padecimiento del ser real. El hombre se separa de su naturaleza humana para objetivarse en los objetos negativos de su naturaleza real negada. Desde su conciencia abstracta estatuye una conexión de necesidades sin objetos reales. Padece la pasión de la irrealidad. Incesantemente secuencia los actos de una máquina productora de objetos imaginarios, fluye la irrealidad que niega la necesidad del mundo objetivo. El hombre irreal saca de “sí mismo” los objetos de su pasión, como si sacara de un pozo un viento que vierte en los cangilones de una imaginaria práctica del mundo irreal. Este mundo imaginario expresa un objeto psíquicamente enfermo en su idealidad. Toda sociedad de jerarquía de dominio produce objetos irreales y a la vez produce un ser imaginario. Las sociedades jerárquicas producen señores y vasallos en los objetos alienantes de la negatividad de la naturaleza humana. La cultura social se sublima en la abstracción de la realidad. Las fuerzas sociales reales, que con su acción producen el resultado progresivo de la historia de una conciencia compleja y una capacidad creciente de producción tecnológica, son fraccionadas en categorías de sumisión hasta la individualidad extrema del animal abandonado a su extinción. La máquina social alienante reproduce las relaciones reales como relaciones imaginarias. La máquina de rendimientos crecientes enajenantes se perfecciona y multiplica en la improductividad política, económica e ideológica. Todas las estructuras sociales están desdobladas entre el hombre real y el hombre alienado. La kafkiana representación literaria del Sr K y el Castillo de los Señores descubre el movimiento de producción enajenante. Las fuerzas dominantes reactivas totalitarias se enmascaran en el disimulo y en la hipocresía. El hombre halla sus necesidades mediadas por la desposesión de su naturaleza real y de la voluntad creadora, que debería afirmar la alegría de existir. El ser alienado se niega a sí misma en la negatividad de los objetos exteriores, fetichizados en las sociedades capitalistas por la posesión del dinero y el patrimonio económico acumulado como capital de explotación. Con el crecimiento de las fuerzas reactivas totalitarias el individuo-enajenado se enfrenta enceguecido a su conciencia falsedad. Su pasión descubridora y organizativa tiene que revertir de una voluntad negadora de la realidad a una voluntad afirmadora de valores del humanismo real. Nadie se encuentra como ser genérico en la soledad del Único. La sintomatología de la ideología alienante de dominio es la conversión del hombre en una energía con precio de mercado y de valor de uso en la producción.
¿En qué momento de la existencia nos percatamos de que el pasado ha ido creciendo, en su enajenación, hasta el límite de que sólo vivimos en un presente que arrastra las largas sombras pretéritas de la irrealidad? Este momento revelador de la alienación proviene de la experiencia de pertenecer a Otro dominante, de la interpretación de las finalidades de dominio de los grupos dominantes. El tiempo existencial de la decadencia se manipula ideológicamente exaltando la irrealidad de la superación de la degradación material mediante la una acción militante contra la reflexión. Todo hombre percibe su pasado como una suma de situaciones ancladas en el proceso de llegar a ser. Pero hay un devenir alienado. Los clásicos griegos festejaban la purificación del pasado como un olvido elegido por los dioses. El hombre griego se proyectaba imaginariamente en la existencia de los dioses. El individuo actual se proyecta en un individuo que se aliena en la posibilidad de tener y de existir fuera del tiempo real. Quiere llegar a ser la representación de los valores de uso atribuibles por la sumisión esclavizante. La negatividad de la relación alienante, que debería transformarse en apercibimiento del ser real del hombre, queda recluida en los espacios psiquiátricos, en la interpretación apologética del mejor de los mundos posibles. La carencia de realidad es uno de los reactivos intensos de falsa moralidad, de la mala conciencia y del nihilismo totalitario: la voluntad de la Nada ante la actividad de la pasión humana por hacerse real. Los flujos imaginarios del se representativo del éxito de fuerzas de dominio sustituyen a los flujos descodificados de la rebelión. La necesidad humana real de no padecer la alienación de los objetos manipulados es negada por el tener imaginarios derechos jurídicos en los objetos de las necesidades del hombre. Para alejarse del pasado alienado hay que poseer la fuerza afirmativa de una voluntad de verdad en la esencia de la humanidad real. Esta fuerza psíquica de la voluntad de verdad tendría la finalidad sustituir el devenir alienante por devenir humano real. El hombre que quiere la verdad entra en el agua del río de la historia para cambiar su curso. En los reflejos del río queda la voluntad nihilista. Aquí la existencia reduce el presente a un instante en el que fluye la pasión de la temporalidad de la existencia. La irrealidad se queda sin espejos. El ojo humano es el ojo que observa la realidad genérica del hombre como un ser en el mundo de la verdad y la necesidad sensorial. Si el instante del presente queda alienado, entonces no habría ni pasado ni futuro. No habría movimiento de la historia. Todo es presente. El ser humano estaría dentro de la negación de la historia humana, manipulada, y de la expiación de la culpa imaginaria como un reactivo totalitario de las fuerzas dominantes de jerarquía de poder. Las aberturas, a un hombre, que debe negar su alienación para ser él mismo real en la naturaleza y en la sociedad, exigen que no quedasen taponadas las fuerzas sociales que hacen del individuo un ser genérico.
Píndaro escribía sus Odas para los instantes triunfales de los atletas convertidos en héroes. Era su bello empeño de que ellos no escapasen de la realidad en la desmemoria colectividad del pueblo griego. Eran las odas conmemorativas de la fuerza y la belleza del héroe, encabalgado sobre el entusiasmos heroico y la inmortalidad de los dioses sobre las sombras ciertas de los hombres. El héroe debía entrar en el instante del juego de los espejos y de sus imágenes mitológica La contemplación de la plenitud orgiástica estaba en los equilibrios de la racionalidad apolínea del culto al cuerpo y los efectos estimulantes de las drogas dionisiacas.
El presente alienante no se puede contemplar, porque se vive dentro de él. Para huir de él se requiere de la voluntad de verdad y la negación de la voluntad nihilista. El individuo alucinado es inconsciente a sus proyecciones imaginarias, a los objetos negativos, que le separan de la voluntad de la verdad. Su ser imaginario está cosido a su piel. La trascendía de la naturaleza y de la sociedad no habría de ser el ajuste de la irrealidad exterior con la necesidad del hombre deshumanizado. El espíritu universal de los mitos manifiesta una cultura falseada. La inmortalidad del mito y de dios es igual a la representación inversa de la mortalidad del hombre. En las superficies metafísicas, de los intercambios de los objetos alienados y las necesidades del hombre irreal, se dan los flujos codificados del individuo irreal. La pasión humana por la realidad objetiva está mediada por la organización general para participar en la riqueza de la humanidad. La atribución de recursos sociales a través de la propiedad de Unos es una máquina obsoleta e improductiva a la sociedad. El dios de los muertos, Hades, estaba recluido en los espacios de la enajenación de la verdad humana. Hades era el dios de los hombres convertidos en sombras. Un anciano barquero, Caronte, acompañaba el alma de los muertos a través del agua. El flujo del agua de la vida se detenía como el final del devenir humano real. Heráclito ancló el ser al devenir físico, sustantividad cosmológica de la naturaleza y de la historia. En este flujo del devenir del tiempo, los hombres no podían sumergirse dos veces en el agua de la historia. El devenir no admitía retorno. Pues al final del devenir sólo había las sombras en ocaso continuo. La muerte no estaba separada de la realidad. Nadie podía bañarse dos veces en el mismo río del devenir finalista y conservar la identidad. No había duplicidad en el devenir que fluye hacia su final. El presente era un instante unido al pasado y al futuro. Si el instante del presente quedase fijado, a un momento del flujo, entonces no habría pasado ni futuro. Tal vez por esta causa, el individuo era manipulado para alargar su presencia enajenante. Pero de la duración imaginaria del presente fluye la antagónica la claridad de la experiencia de haber vivido. Quien ha vivido no puede bañarse dos veces en la pasión de una voluntad que quiere los objetos imaginarios. La pasión no es un flujo en el devenir finalista. El palacio del dios Hades era un espacio sin tiempo. Un espacio sitiado por la ausencia del dios de la continuidad del tiempo. El sujeto, de la pasión y de la historia, estaba dentro del devenir finalista. Lo finito humano y el devenir finalista se ayuntaban a un tiempo físico fluyente. En ese espacio sitiado por la ausencia del tiempo, no había fuerzas diferenciales que dieran plasticidad a la voluntad. Fuera del tiempo sólo había sombras. La genealogía de las sombras en la desmemoria de un haber sido. La ausencia de la mente y el cuerpo en una ciudadela conclusiva de la historia. Allí no había creatividad de la pasión que se objetivase en la realidad. La racionalidad carecía del sujeto pensante, nada exterior le obligaba a salir de sí mismo. El haber sido evitaba el asalto de la pasión. Sólo Orfeo quiso superar el dolor de la ausencia, que infiere la muerte. Su mujer Eurídice sufrió la picadura de una víbora y murió. La voluntad de vivir empujó a Orfeo a ir al mundo subterráneo para buscarla y llevarla otra vez al mundo de los vivos. Hades, el soberano del reino subterráneo, quedó tan conmovido por su música que le devolvió a Eurídice, con la condición de que él no volviera la cabeza hacia atrás mientras regresaban al mundo de los vivos. Orfeo no pudo dominar su ansiedad, y cuando alcanzó la luz del día giró la cabeza, por lo que Eurídice se desvaneció. Salir del espacio de los muertos impide volver la cabeza atrás para averiguar quién llega detrás. Los fantasmas de la alienación desaparecen en la mirada del hombre real. Eurídice era una sombra que no podía superar la mirada de la verdad de su no-ser.
La negatividad del objeto amado era la incertidumbre del destino de Orfeo. Las asimetrías reguladores de la razón retienen las fuerzas de los valores negativos de las máscaras y la impiedad. Nadie se baña dos veces en el río del devenir ni nadie sale de las sombras del Hades. El Ser del devenir se obstruye en el finalismo de lo múltiple en el Todo. El devenir finalista del Ser llegaba en lo Uno. En un no-ser de la Totalidad. El individuo se reiniciaba en el Todo cosmológico. Su vida no se realizaba como una voluntad que va impregnándose de sentido ético en el devenir de la historia. La inmortalidad no era inmanente al hombre, y por eso pertenecía al devenir de la extinción de los dioses. La vida entonces sería la voluntad de querer y la alegría del Ser en su devenir de ser real. Todo ser vivo es la pasión de existir. Un presente de fuerzas del humanismo real y fuerzas reactivas totalitarias, cuyo diferencial de fuerza humana real sería la creatividad y la alegría. La existencia se alumbra con la voluntad que quiere para sí el presente real. Pero no existir es la voluntad diferencial de las fuerzas sociales, en la continuidad real del humanismo, es alienar de los resultados de la historia. El azar de la historia está en las jerarquías de poder dominante y en la alienación de las fuerzas sociales dominadas. El azar de las jerarquías de dominio y su crueldad sobre hombre avasallado.
Al igual que el jugador alienado no recuerda la partida que jugó, y esto le permite volver a jugar sin memoria, entonces su apuesta real es la de permanecer dentro del tiempo a pesar del azar y el devenir que lo acompaña. Durar en un azar individual en el azar del Todo. Repetir la jugada para continuar en el tiempo. La repetición del la vida ante el olvido. Sólo se quiere la voluntad iniciática del jugador: jugar y olvidar. Sobrepasar al destino en la voluntad aleatoria que afirma la voluntad de mentir. La repetición del juego, en presencia del azar, que esconde lo imprevisible. La voluntad del que juega implica la racionalidad organizada contra los falseamientos de la irrealidad. La probabilidad de certeza del jugador es la repetición del ser en un retorno incesante del azar. El jugador repite el acto de jugar buscando el retorno de la alegría del afortunado. Otra vez el retorno de Eurídice al mundo con la condición de que Orfeo no volviera la cabeza hacia atrás mientras regresaban al mundo de los vivos. En la jugada de Orfeo entraba el retorno de la vida y su incertidumbre, por eso no se atuvo a la advertencia mítica del mandato de Hades. Cuando alcanzó el azar del día, giró la cabeza por lo que Eurídice se desvaneció. Salir del espacio del azar y de la suerte impide poseer la memoria de las partidas perdidas. La alienación tiene sus movimientos mecánicos en la esencia del hombre irreal. Eurídice era una sombra que no podía superar la mirada de la verdad de su no-ser. Pero si la esencia humana está formada por las circunstancias alienadas, será necesario determinar las circunstancias humanamente. Si las circunstancias que determinan el ser del hombre están alienadas, la esencia humana está separada de sus raíces sociales humanizadas y por tanto el hombre resulta irreal. Si el hombre es social, desarrollará su verdadera naturaleza en la sociedad como un movimiento histórico de humanización. Si el hombres es un ser irreal, desarrollará una naturaleza antisocial en una sociedad manipulada por la ideología. Todo hombre irreal quiere apoderarse de las formas de dominio, poder y riqueza, para irrealizar la sociedad. Se atribuye los valores materiales del poder y de la fuerza para significar el sentido alienante de la sociedad. La necesidad humanizada está en el poder humanizador de la sociedad. La necesidad deshumanizada está en el poder inhumano de la sociedad. Pero existir en la sociedad no se concreta en una voluntad, que aliena su esencia humana en las circunstancias sociales colectivas, mediadas por la fatalidad necesaria de una voluntad jerárquica de poder, que se apropia del progreso y de la Razón. El movimiento de la historia no es una máquina metafísica que produce, por ella misma, la esencia humana. El movimiento de la historia de la sociedad no es de una voluntad metafísica desposeída de la realidad exterior, sino la necesidad social que se objetiva en la práctica de producir una realidad donde el hombre real toma sus sensaciones y sus conocimientos Su existencia viviente son las relaciones humanas de la sociedad. La esencia humana está formada por las circunstancias y ellas habrán de determinase colectivamente. La voluntad diferencial de las fuerzas sociales dominantes y dominadas, en los conflictos sociales de poder del ser real, son los resultados de la historia. Interpretar como un destino la reactividad totalitaria de las jerarquías es desconocer la capacidad de organización del poder dominante y de su necesidad de negación de la existencia colectiva humanizada. El mito de Orfeo y Eurídice es el de redimirse de la muerte ante las fuerzas jerárquicas de dominio inhumano. El mito órfico escudriña la rebelión ante la injusticia en la oscuridad del Hades.