viernes, 14 de diciembre de 2012

Masa social y desesperación.



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La historia social maca discontinuidades. Se rompe el equilibrio inestable y surge el lenguaje cínico de la barbarie y los actos políticos de la crueldad. De pronto se siente la soledad sin fondo de una sociedad que enseña la sumisión y la rebeldía. El hecho que provoca el ciclo degradante está inscrito en un sistema económico que convierte a toda cosa en una mercancía a cambio de dinero. En un mercado centrado de precios de mercancías, y la formación del precio y ganancia se da a través de la realización de precios en dinero.  La mercancía trabajo se abandona o se deja de usarla mediante la degradación de la mercancía  humana. De una mercancía explotable con ganancia, el paro laboral  la convierte en una mercancía basura. La eliminación de su valor de uso es el paro laboral.
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La situación social se vuelve un conflicto primario de necesidad y dinero. No hay lugar donde no se encuentre instalada la necesidad y la carencia monetaria para llegar al intercambio. La sociedad queda abandonada al instinto de supervivencia. Las formas sociales de distribución de la riqueza social retroceden a formaciones primarias de mendicidad e inseguridad.
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Hoy las masas sociales están  cerradas al estupor del miedo y a la acción. Ya están abiertas al cambio y al crecimiento. No eluden el contacto con lo extraño que las reprime. No quieren un daño que las convierta en un ser perdido en la necesidad de sobrevivir.
 En esta situación las masas sociales crecen imantando la necesidad individual a la necesidad social. Nadie escapa a la necesidad de existir fuera de la totalidad que manifiesta su resistencia. Los individuos superan el miedo a ser castigados  y se acercan los unos a los otros para conocerse unidos a lo cierto de su explotación y a lo humano del fuerzo que une. Dentro de una multitud, el  individuo se siente parte de un todo que tiene por finalidad la de crecer y adquirir el ritmo de la historia que le ha tocado para hacer. La masa no es indiferente a este quehacer de producirse a sí misma en la unidad. El ritmo de la masa social llega a convertirse en el ritmo de la historia. Los pasos van detrás de los pasos. Las voces que cantan lo que escuchan delante. El canto es de Orfeo que busca el lugar donde la muerte se vuelve vida.
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La masa social busca su crecimiento. El individuo fuera de ella es un espectador cuya voluntad carece de inquietud. La masa social no busca el espectáculo, sino el ritmo del crecimiento. Un ritmo no militarizado, sino un ritmo abierto a la solución del hombre general y concreto. Las masas totalitarias son masas cerradas. Las simetrías de sus ritmos son procesos de entrenamiento y sus gritos y cantos las órdenes recibidas. Hoy las masas sociales están abiertas y manifiestan el gozo de las fiestas comunales. Se diría que recuperan la fiesta revolucionaria de los que quieren que se inicie un nuevo ciclo de la historia. Aunque la masa se disgregue siempre habrán de tener una cita con los conflictos que la atenazan a la resurrección. La materia de la que están hechas las masas abiertas es el de la voz indignidad y resistente. La  voz y el gesto ante la represión política y económica que los extinguen en individuos desesperados. La masa social siempre plantea el sentido de la vida contra el sentido del vacío. El hombre está deshabitado si no se entrega al ritmo de la masa social que puebla los momentos claves de la liberación de la opresión.
En este momento de la historia, las masas sociales desean ser habitadas por la fuerza colectiva que se extiende por el mundo. Desde el líder campesino, que muere exigiendo la tierra, hasta la multitud apaleada que resiste la brutalidad del golpe que quiere convertirla en rebaño. La masa es consciente del significado de su valor y con él resiste el empuje disgregador. El rebaño no es consciente de su valor. Se entrega a la orden del la fuerza. El valor proviene de la exaltación de lo justo. El rebaño se acomoda a despeñarse en el corto balar del miedo. El individuo que no reconoce su valor está confinado a la sumisión del rebaño y la voz del pastor. El momento de la libertad es un momento de valor. El cuerpo de las masas sociales se estira hasta los bordes del marco legal que lo constriñe. No es empuje de una máquina, sino la fuerza estricta de la voluntad desesperada contra la voluntad organizada. Al igual que el individuo que descubre con rabia que ha estado dominado por una voluntad que lo extraña, la masa social se encuentra con su racionalidad conforme avanza en su objetivo de darle sentido a su historia. La racionalidad de la historia pertenece a la voluntad de sobrevivir a las circunstancias naturales de la condición humana. La condición humana está objetividad históricamente en la producción social del hombre. Lo humano marca su límite en la no superación de la Naturaleza por la historia. El individuo produce su vida y la vida en general. Aunque el individuo está objetivado por la Naturaleza, a su vez la Historia de la  producción colectiva material y espiritual subjetiva a la Naturaleza. No hay Naturaleza sin humanización y no hay humanización sin Naturaleza. La condición humana se integra en la totalidad de su desarrollo natural y humanizador. Los movimientos liberadores de las masas sociales están acompasados por el diacronismo conjunto de la historia y la Naturaleza de la Producción humanizada. Una producción está humanizada si es una producción sin propiedad. Cuando el hombre y la Naturaleza son colectivos en la producción de sí mismos. El intento de excluir al hombre de su ser natural e histórico es el retorno de la apropiación  del hombre y la tierra como una mercancía con precio de mercado. El individuo está forzado a entregar su necesidad natural vendiendo su existencia en fracciones de tiempo productivo. Es una mercancía con salario. No hay ningún mecanismo económico de mercado que no convierta a los individuos a la vez en fuerzas activas y fuerzas obsoletas de producción. No hay empleo automático en un mercado centralizado. Igual que en una olla, el agua hirviendo borbotea, el mercado de individuos mercancías vierte a los individuos desocupados al ejército de la pobreza. Quedan excluidos de la historia de la producción privada. De aquí proviene la desesperación de las manos abiertas esperando. La esperanza del desesperado es la religión de los abandonados a las fuerzas económicas del mercado competitivo. El individuo por la naturaleza y sociedad no puede esperar. Sus exigencias de supervivencia le impelen hacia un adelante determinado. En su determinación interviene el movimiento rítmico de la masa social en acto. El canto popular que exige su integración en el tiempo de la historia social. El hombre está en su voz y no en su silencio. Es más, está en grito. El sonido angustioso comunica la precariedad de la existencia deshumanizada. Los sonidos de la palabra humana comunican la situación del individuo en su historia colectiva.