domingo, 14 de octubre de 2012

André Malraux: la condición humana (4).


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El modo de ser del hombre no es una invariante. Como un rodillo de arcilla húmeda, se desenrolla para asentarse en el tiempo diacrónico de la mutabilidad. No hay un espejo en el que mirarse para precisar la mutabilidad de los cambios. La ceguedad precede la acción sobre la realidad. El rostro es una máscara de cera que se derrite con la luminosidad de las luciérnagas. Se puede percibir la angustia del ser arrojado a un mundo que se perpetúa por el cambio. La mutabilidad del ser del hombre lo hace declinar con la fatiga de una bestia excesivamente cargada. No llegará ascender por el filo de la curva que lo habría de llevar al vértigo de la permanencia en un estado de quietud. Se debe resistir fatigado con los espasmos físicos y mentales extenuantes, que como piel los envuelven y mudan en la concreción de las relaciones sociales de cada época histórica. El vértigo del tiempo es un sopor de lo habitual. Se entra en el hábito en el modo relativo de la condición humana. Lo habitual no permanece. Se aleja al recibir el empuje de los seres que aventuran la vida. Al identificar el transcurrir de la variante de la vida, se deja atrás  la heroicidad para percibir los instantes  del abandono de la vida. La comprensión del modo del ser del hombre y su época se van modificando en el transcurrir de la individualidad  en las relaciones cronológicas de la historia.
En la época clásica griega y romana, el modo del ser del hombre era la esclavitud. En la Edad Media las relaciones de dependencia de los siervos y los señores. En el Renacimiento, la dependencia antagónica de los mercadores aristocráticos y los gremios menores privados de derechos civiles. En la época del Absolutismo la dependencia general a un déspota revestido de la divinidad y la autoridad punitiva del Estado. Los individuos y los grupos son piezas de la máquina bélica mercantilista y militar. En el capitalismo industrial la relación única de explotadores y explotados. De capitalistas y obreros. Todas estas condiciones históricas tienen un substrato único: la relación social del esclavo y el señor. La venta del trabajo por el precio del salario hace de la existencia del trabajador la de una cosa que se usa por su valor de producir ganancias. Se compra la energía física y mental del trabajador para usarla en la producción con ganancias. Si el trabajador no produce se le eliminar como una cosa sin capacidad de uso. El modo final del ser del hombre es el de finalismo productivo de la ganancia ajena. El capitalista procura el óptimo de producción y ganancia combinando los factores de producción: el hombre, las máquinas y la materia prima en el proceso de trabajo. Los medios y los fines de la ganancia máxima están a favor de las unidades de producción que en máximo de utilización de la productividad. Las ganancias se acumulan a diferentes niveles de productividad ahorrando capital fijo y trabajo variable.
 La ilusión mesiánica es creer en la liberación ilusoria bajo la sustitución de la realidad por la irrealidad. La irrealidad  es la paradoja simbólica del infortunio. La droga del miedo somete al individuo al acto de la sumisión de su condición humana. El modo del ser del hombre es una variable de los instrumentos políticos, ideológicos y económicos de las estructuras  sociales de dominio en cada coyuntura de la  historia.
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El poeta alemán Rianer Maria Rilke (1875 a 1926) escribe:” Cada sordo giro del mundo tiene a estos desheredados a quienes no les pertenece lo anterior ni todavía lo próximo.” Inquieta la comprensión social de la frase mística del poeta. No es una frase metafísica, sino la manifestación de las contradicciones sociales de aristocracia, burguesía y proletariado de las primeras décadas del siglo XX. Sus palabras  centran la dificultad de refugiarse en la indiferencia en la Gran Guerra (1914-1918). Los ángeles negros de la muerte bañaron de sangre los campos de Europa. Ya el modo de ser del hombre era la irracionalidad del subproducto humano, la soledad del individuo en las trincheras y la voz de mando sobre la sumisión. Condiciones históricas de la modalidad del ser humano en el siglo XX, depredado por las relaciones antagónicas de clase social.
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 Cada ciclo de crisis social es sordo a los problemas de subsistencia de los desheredados. El silencio y la obediencia del desheredado convirtieron la I guerra mundial en la obediencia de la condición de la esclavitud al barro de del heroísmo de las trincheras, alambre espinoso y ametralladoras. Casi como ahora. A los desheredados  no les pertenecía la existencia como algo suyo. La existencia era una cosa exterior prestada al individuo. Esa cosa se habría de utilizar  en la producción de bienes materiales de revalorización del capital y de las fuerzas de equilibrio militar del poder político del Estado. Los desheredados reproducirán las propiedades materiales y legales de las estructuras económicas e ideológicas anteriores y presentes en la reproducción material de los factores de producción y consumo. También la reproducción de las relaciones de dominios actuales de poseedores y desposeídos. Siempre la condición de lo humano en lo próximo del riesgo exterminante. Ellos son los desheredados Están  en la historia y en regresión/ evolución de la condición humana. Sorprende las variaciones  sordas y monótonas de las condiciones humanas de permanencia histórica de los desheredados. Están en las decisiones variables del poder de Otros. Sus vidas están alquiladas a extraños que las usan para producir. Su valor de uso está implícito en su valor de cambio precio y salario. El intercambio de dinero- trabajo-dinero- trabajo-dinero-trabajo…, la serie continúa hasta el infinito de lo histórico como una constante en los diferentes modos de producción social. Lo histórico es el no ser de la condición humana por su pertenencia  a las relaciones de clase.
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 Tal vez, por esto, el individuo consciente está obligado a abrirse a la pregunta esencial del sentido de su existencia en el mundo. ¿Cuál es la condición histórica que ha de ser el modo del hombre libre y moral? ¿Se mueve acaso en la fatalidad del universo del déspota como estatuilla de terracota?  Siempre pendiente de su caída en la no existencia. La pregunta sería lo fundamental de cómo se llega a la relación social del individuo sometido en la situación de deshumanidad. Lo grave es que se puede ser y permanecer como cosa y por tanto no habría preguntas de qué es lo hace al individuo no estar en el rango de la condición inhumana.
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Para Malraux, la condición humana del individuo está en el sufrimiento extremo de la revelación del ser del hombre en la historia de su liberación social. El dolor de la acción de una voluntad que acepta la muerte como la pasión mística de resistir al poder de dominio. El dolor físico que se agudiza con la acción revolucionaria, pero que se controla para que ejemplifique el proceso de la liberación. Los personajes de Malraux, en su novela “La condición humana”, están dentro de la revolución china hasta hacer de su muerte una mística de pertenecer a la posthistoria. La posthistoria es un estupefaciente que calma el dolor moral de la acción y la tortura extrema del revolucionario que no alcanza la victoria. La posthistoria de la revolución  hace que un condenado a muerte reparta, en un espacio de tortura máxima, de la píldora de cianuro que le liberaría a él del horror. La divide y la entrega  a dos seres debilitados por la crueldad física y el miedo. En tanto, él  se entrega a los ejecutores de su muerte en ejemplo de solidaridad posthistórica. El dolor físico se vuelve tiempo futuro para la condición humana del revolucionario. El dolor físico extenuante y la angustia por la pasión de salir del caos inhumano. Resistir ante la acción del poder organizado del terror. Dar al individuo la esencia  humana de la post-revolución.  
Los personajes de Malraux están en un clímax de desasimiento del presente para llegar al acto libre de la espera del futuro social de los desposeídos. “Pero siempre el individuo es un destino sin finalizar. Un comienzo repetible de audacia y desesperación.
“Y la exasperación pasiva comienza, la tensión de todos los nervios que no encuentra otro objeto que la espera, comienza. Esperar. Esperar.” Es el finalismo posthistórico de la condición humana de Malraux.