martes, 24 de noviembre de 2015

Orden y Caos.


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En el proscenio del teatro griego hay siempre el grito coral del hallazgo del sufrimiento que implica la verdad oculta del oráculo o la voz del destino. A este grito sucede la piedad trágica de la purificación, por el cumplimiento de la pena del personaje trágico. Las leyes divinas se precipitan en intencionalidad moral para el cumplimiento del finalismo agónico de la impiedad.
En la tragedia griega clásica, las decisiones electivas de la culpa por transgresión de la armonía entre hombres y dioses, es el derrumbamiento de la vida por el castigo. Los elegidos por los dioses lo son por alguna culpa escondida en el tiempo. Por haberse escapado de la contemplación del hombre por Dios. El espejo de los hombres corresponde a la mirada de los dioses. Salirse de esa mirada es la culpa trágica. La mirada del dios está siempre presente y siempre ausente. La naturaleza degrada las relaciones puras en impuras para llegar al crimen desarmónico de desobediencia a la voluntad del dios, que mira y predestina en su ocultamiento.
La relación de los dioses y el hombre queda rota cuando la mirada del hombre ya no busca la mirada del dios. La esquivez cainita de la pregunta, que quiere desvelar la impiedad, decide el golpe de la voluntad de los dioses ante la impiedad del transgresor.
El ser del transgresor proviene del incumplimiento de los principios del orden divinizado. El  mandato divino es incumplido por la soberbia  de querer llegar más allá de la voluntad del dios. El hombre en el cosmos social está obligados a su cumplimiento recíproco y no puede salir de él salvo su entrada en el Hades.
No hay boca de entrada al perdón de la culpa por desobediencia, ni con el suicidio ni con la soberbia del libre albedrio y la libre voluntad. El hombre se debe entregar a la emocionalidad religiosa transitiva de la libertad trágica. Sin esto sería un ermitaño ciego, en la caverna de las decisiones ocultas  de los poderes  divinos.
La voluntad del hombre no puede incluir la voluntad de desobedecer para hacer de sí mismo un dios. Si es así la Ley ya no está dentro de él y el Cosmos de dioses y hombres se precipitan fuera de la armonía  geométrica, de un modelo de Universo donde la Tierra está inmóvil  y ocupa el centro del universo, y que el sol, la Luna, los planetas y las estrellas giran a su alrededor. Dentro del movimiento astral están los hombres y los dioses. Sus relaciones armónicas e inarmónicas del Cosmos Universal, del demos social y el arte representan sus obras de concordia, En el demos se enfrentan los conflictos políticos de democracia y tiranía.En el Cosmos de Tolomeo cuelga las esferas de crista del Universo. Un Todo supeditado al ciclo catastrófico de precipitación en el Caos.
La armonía celeste se conforma a la armonía de la piedad y sumisión por la unión del Cosmos y el demos. La ciudad griega  se afirma en el orden de la armonía celeste y la praxis  del bien en un orden social sin desorden humano.  
2
Los personajes dramáticos del poeta trágico griego, Sófocles, (496aC- 496aC) están dentro de una estructura universal determinista. Se diría que las divinidades exigen un comportamiento religioso a los ciudadanos griegos  y a los dioses en el cosmos geométrico de Tolomeo.
El castigo y su sufrimiento no nacen de la contradicción del hombre real y la conflictividad rupturista de la historia social. El castigo y su cumplimiento vienen sobrevenidos por la semejanza del orden social y el divino. Transgredir consiste en oponerse al destino divino por causas oscuras del desorden social y material. El oráculo délfico no determina si la esclavitud es natural o por ley. La regularidad del orden social impide introducir la ética en la hendiduras natural o racional. Los oráculos no requieren su desciframiento, sino su cumplimiento. La planimetría del hombre, que requiere consultar el oráculo y hallar sucesos históricos razonados, incurre en impiedad. La impiedad de la sabiduría atrae un mundo  que incluye las luchas sociales de propiedad y la desigualdad. El gran desorden de racionalidad positiva y religiosidad pretende introducir una Justicia humana garante de los desequilibrios del Ser social en el Cosmos. El desorden del Orden aristocrático, jerarquizado. La propiedad y la riqueza de valores de uso y producción lleva a los desequilibrios coactivos de clase social por las fuerzas sociales que representan el Logos  oligárquico y democrático.
La historia social del griego clásico expresa las luchas entre aristocracia, hombres libres sin propiedad, artesanos excluidos legalmente del demos, y los esclavos como productos naturales de propiedad privada de uso.
Una sociedad dividida en fuerzas sociales de acción y contra reacción descarta la nivelación de sabiduría y sentimiento. Los sentimientos de desigualdad rompen las estructuras de dominio. Las fuerzas mitológicas de equilibrio cósmico no intervienen en estas contradicciones sociales, sino que se adhieren a la subjetividad por el azar del desorden corruptor de las pasiones constitutivas del ser, que trae el desorden en la armonía del Universo. La hybris es intencional transgresión de los límites impuestos por los dioses. Pero la transgresión es la motivación fundamental que atrae a los hombres a la racionalidad de la desobediencia y a la búsqueda igualitaria de la Justicia.
La sociedad desigualitaria enfrenta su rebelión colectiva al mandato divino. Esta desobediencia encamina a enfrentarse a los límites de propiedad y riqueza y a la irracionalidad de las formas de poder autoritario. 
3
Edipo rey tiene que llegar obsesivamente al descifrar el contenido de su historia como una culpabilidad oculta, que ignora y que lo lleva a reunir los acontecimientos del pasado para que le sirvan de desciframiento de la inocencia de su destino. Pero esta inocencia del no hacer y no participar en su propia vida, no evitara que se cumpla el castigo por una culpabilidad en la que no ha intervenido. La culpa y el consiguiente castigo pertenece al ser de los dioses y  no ser del héroe. El héroe de la tragedia griega se deja poseer por el oráculo como la lluvia por la tierra. No es un hombre libre, sino un hombre profundamente religioso. La manifestación de la práctica religiosa, en la Grecia clásica, penetra en la praxis ciudadana del vivir colectivo, por el corte de una espada en la corteza dura de la tradición religiosa y la universalidad negativa de la unidad de la Razón y la Historia.
 La piedad y la religiosidad de Sófocles pretenden mantener un orden de Justicia Divino, que necesita explicarse por la aceptación del sufrimiento reparador de la obediencia. La obediencia a la ley divina, que atribuye a los hombres sufrimiento por la incidencia de una conciencia que se corrompe por efecto de los conflictos del mandar y obedecer. La necesidad de la piedad ante el mandato divino mantiene el orden de los hombres y de los dioses. La gran organización de la armonía de Justicia y el orden social proviene del acatamiento de los mandatos divinos dentro del demos integrado en el Cosmos.
Mística y mitologías dan calado a paralelismo entre cotidianidad y trascendentalidad.  Este hombre plano que luego le llamará, en el siglo XX, el filósofo Herbert  Marcuse "el Hombre unidimensional", carece de pliegues alienantes entre necesidad y orden de lo real. Se identifica el individuo con las condiciones, que le marcan los sistemas legales y económicos. El individuo expresa sus deseos insatisfechos en el plano duplicativo de lo no imaginario. Los hombres carecen del pliegue combativo de la desigualdad  y se entregan a la cotidianidad del destino unidimensional, de la realidad aceptada como mandato. Los dioses está ahí también, pero revestidos de poder económico.
El hombre griego y el hombre unidimensional del siglo XX y XXI pertenecen a un sistema de reproducción social tributario. La tributación al Estado- Leviatán se corresponde  al excedente económico gratuito, extraído de los valores de cambio del excedente económico de las comunas griegas o del salario no pagado, introducido como precio de cambio en las empresas comerciales industriales del capitalismo. El excedente económico es una apropiación de valores de uso gratuitos, cosas y energía humana, con validez de propiedad legal y dominio político y la organización de clase como forma de explotación económica e ideológica.
Si se reduce el excedente aumentan correlativamente las fuerzas sociales de la impiedad revolucionaria que quieren subvertir el orden social. Se destruye el orden cósmico y con él los dioses quedan desterrados  al imaginario simbólico represivo.
Se vuelve al vacío de palabras sin conceptos y a un Multipolar agrupamiento de significados verbales erráticos de comunicación, que no se acoge a la lectura racional e intencional del significado del Caos.  La metáfora pura de los dioses ya no exige un oráculo inaudible que falsea las relaciones de desigualdad. El lenguaje metafórico religioso revela el ocultamiento del dominio social de la propiedad. El texto de la Historia se abre al ahora saber.
Ya no importan las palabras, sino las relaciones de conceptos y cosas. Los dioses se van de las palabras para aislase en un vacío ilegible. Sin mística no hay dioses ni poder. El adivino del saber se convierte en el brujo de la metáfora impura, cuyo imaginario flota en las funciones acríticas de la resignación, ante el límite absoluto de la muerte.
Con una plaga de adherencias residuales verbales, se transfiere el orden divino a los signos vacíos erráticos que ya no  ocultan metafóricamente  lo divino.

 Las metáforas en desuso, religiosas y políticas, incluyen una ideología de desutilidad  del mito y a favor de la represión del Leviatán, sobre los instintos y la conciencia de rebelión de los rebaños  no domesticados por la voluntad de los dioses y la autocracia. Los dioses se vuelven de arcilla.