sábado, 21 de junio de 2014

La sociedad y la sospecha.


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¿De qué sospechan a las élites dirigentes? ¿Del hombre común que soporta con su trabajo los gastos de la antiproducción de las minorías que acumulan rentas y riqueza? ¿Del cansancio político de una sociedad sin soporte de integración igualitaria que muestran las encuestas y las manifestaciones de protesta? ¿Del juego ideológico de la democracia legal y la legitimidad popular de la gestión directa de la producción y la distribución? ¿Es plausible, que la adaptación del individuo a las circunstancias adversas, corresponda al símil pascaliano de la condición de la fe religiosa a una caña de bambú que no se adapta al viento? ¿No será esta caña flexible la resistencia al dominio de la violencia? ¿Las élites dirigentes tienen miedo a que una nueva sociedad dirija su destino en la función de estructurar al individuo común, como objetivo de la función del trabajo redimido de la explotación  y a favor de dar al individuo la felicidad de un orden justo? La masa social para sí, que  organiza con fines políticos y redistributivos el excedente de producción ganancial, causa pavor a la élite dirigente legal. La desigualdad de la pobreza y riqueza va a ser la cuestión política de nuestro tiempo de simulación teatral. De nuevo los ricos y pobres enfrentados. La acumulación de la riqueza y la renta en una minoría y la pobreza en la mayoría vuelven a traer a la historia la revuelta social como un agente económico. Tal vez por esto, los ciudadanos son escrutados a través del espionaje masivo del hombre común. La gente desnuda en los aeropuertos, la gente desnuda en sus móviles. Todos los individuos son espiados en su comunicación, en la enorme rotación de palabras y gestos cotidianos. En una sociedad cuarteada por la desigualdad, los individuos resultan sospechosos por sus desafectos a las élites de dominio. El enfrentamiento entre necesidad y riqueza se vuelve visible en la práctica económica y política de los dominados. Una caída del salario real es una redistribución económica creciente a favor de las élites. La inflación monetaria provoca un aumento de los precios a favor de los vendedores y  en contra de los compradores. No hay deflaciones de precios en los productos de consumo para asalariados. Los acreedores por deudas desean y obtienen legalmente que los préstamos se actualicen al nivel inflacionario en contra del nominal contractual de los préstamos.  La inflación es un agente económico de la división de clases sociales. Aparece como un deslizamiento  del bajo poder adquisitivo del dinero que gastan los asalariados. El 99% de la población activa. Los salarios de los agentes económicos empleados en la actividad de producción directa o en inactividades indirectas de la gestión se contraen en el estancamiento del crecimiento del bienestar. El salario real se deprecia con la caída del mínimo de subsistencia vital y el salario depreciado se alarga con las fracciones de trabajo gratuito  y alargamiento de la jornada de trabajo no pagada por sobrexplotación del trabajador. La intensidad del desgaste físico del exceso de trabajo  se incorpora en valor económico no retribuido, los crecimientos de la productividad, que se traducen en caídas de costes de producción, se trasladan a las ganancias extraordinarias a nivel de la elasticidad de la demanda del mercado monopolista o oligopolista. Se reducen los costes de producción  y se mantiene la oferta de producción a precios altos de venta, sin competencia de mercado. La élite piramidal, gestora y accionarial especulativa se vuelve de espaldas a la competencia del precio y a la amplitud de demanda con precios bajos. Se vende menos y se gana más con la oferta inelástica.
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La élite tiene miedo de que la masa social tome conciencia de su situación existencial de dominado y pobre. La burbuja de la ignorancia general debe rebotar en el frontón  de los conceptos ideológicos de la producción, la distribución desigual y la infelicidad. No debe caer en el fondo de pasividad política y no  volver a rebotar en las vidrieras deformantes del conformismo fatalista de la desorganización.
 Los acumuladores tecnológicos de organizaciones del espionaje guardan información de las desviaciones sociales a la obediencia. Los acumuladores archivan la reactivación de las multitudes como de potenciales enemigos. El enemigo es una variable terminada en un plural de ismos históricos. Terrorismo, anarquismo, comunismo, desviacionismo, y al izquierdismo. Siempre hay amenazas potenciales al derecho y al Estado a secas. El programa de escuchas está oculto y diseña juegos de enemigos y vigilantes en enfrentamientos continuos. El fin último es mantener el equilibrio de la desigualdad. El orden exacto de una multitud desigual y desquiciada en la producción de cosas y de seres vivos. La noche oscura de la desinformación de los medios de comunicación de masas. Reproducción del lenguaje manipulado de la sumisión.  La especie humana y las ganancias excedentarias apropiadas  y dirigidas desde el lenguaje y la coacción. La morfología del dominio se modifica y se vuelve flexible a la práctica de la confusión. Es la desinformación una máquina compleja  de tecnológica y psiquismo. Su esencia siempre es ser voluntad de poder y sujeto  de presa. La reducción de los objetivos de eficiencia máxima de bienestar social como un efecto adverso, necesario, escéptico y fracturado. La eficiencia máxima del espionaje es la mayor cantidad de gente espiada y fotografiada en la nada del escepticismo o en la orgía de la apatía de lo viejo social. Hay que captar el virus de la manipulación mímica del contagio en la servidumbre. Hay un flujo-virus que se adhiere a la piel de cuantos  atraviesan los controles de la información espiada a la información arquetípica de revolucionarios y siervos.  La información puede ser basura y de desecha, pero su importancia radica en controlar siempre el flujo incesante de conexión de máquinas activas,  gestos comunes  y palabras fuera de los códigos de habitabilidad. En las máquinas complejas de sospechas e información,  se encuentran los vínculos de los individuos codificados de cero al infinito.
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En el totalitarismo informativo lo importante es la cantidad de información reciclada por unidades eficientes de códigos binarios: esta palabra o este silencio, esta cara vulgar o inteligente, este gesto o estas gafas, la ropa y  el cigarrillo, el gesto plano y las intenciones inexpresivas. Si las masas sociales se esconden en sus intenciones de revestir la situación de opresión  se las incluye en máscara ira y ellas tienen que  ser vigiladas. La masa social común es útil, pero su sumisión es una variable que determina los límites del terreno de juego de la acción y la inacción del conocimiento y la ignorancia. Nadie es inocente para los catadores de las funciones estratificadoras del poder de la élite. Para ellos, las mariposas de la conspiración vuelan en resquicios de impunidad legal. Es una consigna eficaz de espionaje: los enemigos cambian con los objetivos marcados y las máquinas de control de información se tienen que adaptar a ellos. Los objetivos no se marcan en ortodoxos y nihilistas, sino en eficientes e ineficientes. La ortodoxia trasciende su ineficiencia y salta a la herejía. Es un vínculo de ritos que en circunstancias de coyuntura de desequilibrio se vuelve rupturista. El nihilismo es la negación de los valores aceptados en los archivos históricos del orden. El ortodoxo desea la trascendencia de la existencia, el nihilista atraviesa su existencia con un gesto heroico de mal lector. El vigilante es fóbico a los excrementos ocultos. Los instrumentos de vigilancia son de alta tecnología interceptadora o también de vigilantes jubilados, delatores a un cuarto de euro, que se sientan en banquitos, en medio de la calle, para detestar movimientos significativos ocultos de la gente que pasa. Su misión es la delación inmediata. Esta es una figura histórica de control utilizada en las épocas anteriores y posteriores en las  revoluciones del insurgente campesino o de la pequeña burguesía liberal del siglo XIX. Su amplitud iba de la aldea a las zonas urbanas.
 El exceso de vigilancia atrae lo experimentado del espionaje directo. En la sociedad de consumo masivo de información todo vale y es utilizado en las sociedades de multitudes indiferentes y pasivas a las consignas de los aparatos de propaganda, a las cámaras y a las pantallas de televisión gigante, en las que se dictan consignas subliminales en los objetos de deseo, los perfumes, el turismo caro  y los automóviles de gama alta. Se paga la vigilancia para que detrás del individuo haya un escarabajo, insecto coleóptero kafkiano de élitros lisos que se alimente de signos y que sus bolas de basura informativa estén dentro de los ordenadores y en las cloacas del espionaje, en las cuales depositan sus huevos excrementales informativos. En el estiércol informativo está la delación que muestra los desequilibrios del orden. El paroxismo de la paranoia lleva al estiércol delator. Hallar lo visible en lo invisible.  La vigilancia adquiere sentido ambivalente paranoico en la baba del caracol y en las palabras ceremoniales de los códigos. La baba caracol  del orden y la baba caracol de la adicción a la amapola del opio. El tiempo cronológico llega al sinsentido de las máquinas obsoletas de vigilancia, que acumulan  palabras y gestos.

Los grupos inquisitoriales imponen la delación por el miedo y la coerción, la tortura  y la ansiedad del pecado contra la fe. Se espían las palabras claves de la herejía en los hábitos, los rituales y los pensamientos murmurados. Las organizaciones de dominio reactivo hallan en el dolor físico y en la inseguridad económica los vectores fuerza de la sujeción del individuo a su rueda informativa.