jueves, 22 de noviembre de 2012

Pensamiento y abismo.



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El hombre elude lo extraño. Todo lo que inquieta lo mantiene ajeno a  sí mismo. Cuando uno se extraña de sí mismo, entra en una fase excéntrica en la busca incesante de la agarradera que lo sujete a lo habitual. Salir al mundo con zapatos viejos. Andar la calle conocida, ver las caras de siempre y sus gestos que te devuelven el viejo saber de lo mismo. Lo extraño es lo insólito. La confesión que llega de algún lugar o de un encuentro imprevisto. ¿Sabes qué ha ocurrido esto? Te informan de lo extraño. Lo que ha ocurrido nos devuelve a una situación de inestabilidad. No hacer perder el difícil equilibrio de vivir con uno mismo. No estar en el lugar, pero te llega el soplo de la inestabilidad. La obsesión de la estabilidad queda rota como el cristal con varios rostros. No se concreta el rostro definitivo que ha causado lo insólito. La angustia o la desmemoria que sostienen el andamiaje del quehacer que se viene abajo y hay un instante de desnudez. La conciencia se cansa de ser ella misma. La identidad, insistentemente mantenida para alejarse de los extraño, se desequilibra penetrando en el miedo. El hombre requiere de la solidez de lo habitual. No puede entregarse a lo extraño, salvo que ésta entrega suponga alejarse de la vida propia. Quien se entrega a la vida ajena debe saber que entonces pertenece a la voluntad de Otro. Entra en la relación de gobernante a gobernado, de amo y esclavo, de seño y siervo, o vendedor de tiempo de trabajo o comprador del mismo. En una u otra situación es un ser dividido.  Una parte de de su existencia es de otro. Es una conciencia sin identidad autónoma. Todo hombre que pertenece a la extrañeza de Otro   tiene que descubrir su verdadera libertad mediante la rebelión. Al igual que los traumatismos por muy profundos que estén saldrán a la meditación de su origen en un instante arbitrario, pero como preanuncio  de la extrañeza de la madurez del individuo en su soledad. 
La soledad es una fase anímica de absoluto encuentro de uno mismo para encontrase con la cicatriz que quema. La cicatriz remonta la oscuridad de su origen para mostrarse su omnipotencia de vestigio que devuelve al hombre el poder de la verdad. El instante de la verdad está hecho de tiempo pretérito. Abrir una caja de lata y encontrase con los juguetes ebrios de sentimiento. Uno no se extraña de los juguetes encontrados. Los recuerdas, se dan por vitalicios, aunque la mira inquieta recuerda el pretérito como una etapa de la vida que se ha desasido como la rama del tronco del árbol, Ya ni es tuya, es una cosa exterior que provoca extrañeza. Al final de un ciclo de vida sólo queda la mirada, el papel arrugado y escrito o de una tela del vestido que vistió a alguien. Es tan fuerte la extrañeza de los objetos y de las palabras perdidas que se vuelve a esconder la caja metálica que simboliza el recuerdo, a la espera que un presente imprevisto llegue en otro momento aplazado. El hombre huye de la agarradera del pretérito y por esto se va hacia fuera, a la orilla donde se halle la agarradera que lo sujete a lo habitual. El contacto con lo extraño nos aturde y nos libera como la mirada en el espejo.
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 Una masa social que se divierte junta nos libera de identificarnos como diferentes. Sea la masa social de los campesinos del siglo XIV o la masa festivas de las urbes. La masa social junta a los individuos y les da el consuelo de ser lo mismo. Ser lo mismo es ser idénticamente igual a los otros que componen la masa social.  
La masa social liberada se enajena y entonces niega y afirma al Señor y al Servidor. Es un salto de la duda del instante que se entrega a  lo mismo. El instante en que se establece la igualdad de la liberación y ninguno es más que otro y los hombres se convierten en masa social que olvida. Esta masa social está sujeta por la necesidad de olvidar las relaciones que convierten la vida en un estado de extrañamiento del dominio. El anhelo de la embriaguez  comporta el peligro de lo incierto. La masa humana puede llegar a ser masa máquina y sufrir el aplastamiento. La máquina no siente el dolor extraño ni el suyo: es un principio de la mecánica. El hombre, sin embargo, pone el juego la contracción de sus masas blandas corporales frente a la presión de un émbolo.  Un disco que se ajusta y mueve alternativamente en el interior de una bomba para comprimir un fluido o para recibir de él movimiento. La masas de comprime en el espacio corporal hasta destrozar el continente de la costillas.
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 Puesto que el hecho de la igualdad del movimiento no ha logra serlo, sino lo mismo, los hombres no son iguales por la embriaguez de instante de la acción concertada sea ésta la guerra o un movimiento de masas en una plaza. Si existe la embriaguez de lo mismo. el despertar a del ser desnudez que se da a sí misma la esperanza de recomenzar su pasado.  La claridad del no ser  llega cuando las relaciones de poder hacen dependencia de los muchos a los menos. La desigualdad y la igualdad no son hechizos. Vuelven siempre a ser realidad de dependencia. La masa social que baila o cubre la calles desea que el hechizo de sus gritos se vuelva la rebelión que anule la dependencia de los Otros.   
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La embriaguez del agrito tiene su amanecer. El “Mono” cruza los brazos en la madrugada. Desde ese instante ya eres la imagen desconocida de otro.
La rebelión exige que la necesidad de ser libre deba volver a una fuerza social organizada. La fuerza social mejor organizada es la fuera predominante. Las diferencias de organización marcan procesos perfeccionados de represión. De la azada neolítica al la física nuclear.  Todas las partes de un todo están simultáneamente ajustando interrelaciones de igualdad y desigualdad.  Lo principal se vuelve secundario. Las fusiones de las desigualdades dan nacimiento a otras desigualdades y procesos sociales de fuerzas sociales predominantes y discontinuas. La historia no es un proceso natural del cambio, sino un proceso de fuerzas organizadas enfrentadas, según los intereses de las clases dominantes y dominadas.
El principio lógico de mecanización  de la fuerza social provoca que las contradicciones de los grupos sociales se vuelvan de principales a secundarios y viceversa. Un grupo dominante mantiene la organización de sus intereses hasta que sus condiciones históricas de supervivencia queden absolutamente agotadas. Los hombres sometidos pueden esperar el agotamiento de la clase dominante, pues ésta transmite sus intereses de dominio a través de la estructura jurídica y política del Estado.
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El hombre elude lo extraño. Todo lo que inquieta lo mantiene ajeno a  sí mismo.
Pero el hombre ajeno a sí mismo está fuera de la Historia. De las fuerzas sociales que la configuran. ¿Qué es lo que inquieta al hombre hasta sacarlo fuera de la Historia”. El miedo instintivo a su desaparición como ser vivo. Todo ser vivo quiere permanecer vivo. La biología psíquica del hombre es la permanencia fuera de los parámetros animales  y sociales de su extinción. La libertad es un riesgo que pertenece a la voluntad y no a la biología. Estamos dentro de la promesa de la muerte. Es una promesa cierta. Aunque la promesa cierta de la muerte hace del hombre huir de ella hasta llegar a ser siervo de siervos, animal de animales, genocida de genocidas, incluso héroe de héroes; no por ello deja de estar en el dominio y en la muerte. La muerte no es un acto que contradiga la voluntad de dominio.
La muerte está en el lenguaje. El lenguaje  mismo. Sea la palabra de dios o sea a palabra del hombre lleva el contenido de la promesa de la muerte.
La vida es un largo olvido del lenguaje. Pero sin el lenguaje no somos ni pensamiento ni abismo.
El Lucifer caído de la escultura romántica viene a ser la expresión de la caída del lenguaje en la expresividad del dominio de la Naturaleza y de la Historia, que escasamente  libera con la lentitud de la marcha del caracol

jueves, 1 de noviembre de 2012

La producción de la máquina imaginaria.



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Al hombre le aceleran su agonismo construyéndolo en sentido de construir una cosa por otro juntando diversos elementos. Igual que una máquina. Elementos imaginarios como correlatos de elementos reales. Los elementos imaginarios se  inyectan a los elementos reales por las prácticas de las máquinas que producen pulsiones de conductas instintivas de amor y muerte. La máquina de producción de correlatos imaginarios es inconsciente. El individuo es conciencia de sí mismo en una ideología predeterminada por las máquinas ideológicas. Sus pulsiones están predeterminadas por los intereses de dominio de la clase dirigente. Vive su realidad imaginaria como si fuera su vida real. En estas máquinas productoras de enajenaciones no hay culpabilidad moral por la infelicidad de los consumidores irracionales de su producción. La gran máquina ideológica produce objetos ideológicos que alimentan la oscuridad mental. La máquina se introduce y desliza por debajo de la adaptabilidad del individuo que se incorpora al mundo y lo toma como suyo. Se le denomina a esta actitud la de conciencia gusano. La máquina produce ruidos ideológicos. Se contrae en la introspección de sus enganches mórbidos de piezas elásticas y piezas móviles  en la elasticidad o rigidez de la memoria. Una parte de la memoria está sumergida en el inconsciente rígido  y se conecta a la realidad móvil por percepciones asociativas, que  se hacen desde la memoria inconsciente a la angustia del lenguaje balbuceado en espacio cronológico del deseo.
 El cuerpo-máquina no viaja por la realidad sólo absorbe pegamentos imaginarios. La máquina de correlatos imaginarios  nunca se queda en un instante de la producción, sino que produce ampliativamente. Es una máquina física y no una máquina metafísica de producción de momentos vividos, en el instante único de la Nada metafísica de la angustia.
 La máquina de correlatos imaginarios conexiona la producción real de hombre con la producción imaginaria hasta el extremo de desposeerlo de la realidad del indeseo. La máquina censura la producción física y psíquica si el individuo se vuelve conciencia transparente de su vida real. La censura de la máquina deforma sus efectos y los convierte en imaginarios. Sólo pretende que los elementos de la rebelión del individuo, contra su manipulación, sea la angustia de lo imaginario. Las desconexiones de la máquina a sus terminales ideológicos producen vacíos en los que penetra el delirio sin control y el individuo es  de un ser producido en los cortes y enganches de la memoria monosilábica de la máquina.
Un corte, una desconexión, un corte, una desconexión: la máquina de productos imaginarios ideológicos se engancha a las desconexiones al metalenguaje. El lenguaje sobre el lenguaje. El encabalgamiento de las palabras errantes de significado en un lenguaje de extensión monosilábica.
 El borde afilado de una descarga de la máquina  emocional da retornos a la piel fría de la máquina reptil. Es el Instrumento de borde afilado que corta la unidad de la racionalidad y de los hechos incesantes e inútiles de la paranoia. No hay soportes para la realidad de las relaciones sociales.  Por ejemplo la máquina- mito arriba incesantemente a la desconexión del canto de las sirenas y los gritos agónicos que se incuban en las grietas trampas: la utilidad de los actos aceptados en la audición verbal del engaño. El mal funcionamiento de los sentidos se relaciona con la posición del cuerpo imaginario en el cuerpo real. Hay distorsión del lenguaje del individuo y el lenguaje-ruido de la máquina.
El oído distorsionado es un muro. El ruido maquinal se  introduce en la grasa-sangre para no percibir el desquiciamiento relacional de las cosas y las palabras.
Odiseo es parte de la máquina-mítica de Homero, que ordena repetitivamente taparse los oídos con cera a los navegantes de las realidad, exceptuándose él que mandó le  ataran  al mástil del navío para luego ser el relator del delirio de la máquina mítica. La máquina mítica fue fabricada en el modo de relación social esclavista. El individuo esclavo es una pieza adquirida por la violencia que se suelda al cuerpo y memoria del esclavista. La relación esclavista se adhiere a la filosofía de la máquina estoica y cristiana como un animal  arácnido artrópodo con cuatro pares de patas y la cabeza unida al tórax. El arácnido-Penélope teje  el parche ciego en el cristalino del gigante mitológico. La máquina Polifemo ve como un arácnido se pasea por el cristalino de su único ojo. La máquina ojo funcional en el texto de Homero. Digrafía  en la máquina- texto griego. La máquina-arácnido  corre por  el cristalino del ojo del gigante mitológico. Se contrapone al símbolo del  mito del héroe atado al mástil, pretendiendo escuchar el canto de las sirenas para luego manipular en los oídos de cera de los navegantes la narración heroica. El lenguaje mítico necesita la cera en los oídos.
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Para el filósofo existencialista Hedeigger no hay un Ser- máquina  ni un tiempo- máquina. Sólo la metafísica del Ser en el tiempo. Su hallazgo de la esencia humana es el hallazgo de la existencia en la muerte. En el tiempo de la existencia es donde se escucha el canto enloquecedor de las sirenas de Odiseo. El individuo no está en la historia buscando la resolución imaginaria del viaje de sus contradicciones Necesariamente debe hallarse exponiendo su existencia en las relacione sociales. La urdimbre de su ser en la deriva existencial del correlato real e imaginario obliga a su incertidumbre a la angustia monótona del tiempo. El individuo se encadena por el flujo temporal de su constitución compulsiva de amor y muerte. Sólo Odiseo escuchó el canto de las sirenas, pero no todo hombre atado al mástil de su precariedad percibe el canto de las sirenas en el tiempo circular de la repetición mística del miedo. La voz musical de las sirenas-máquinas está unida a las llamadas hipnóticas del tiempo y la muerte. Si el Ser es exclusivamente permanencia ocasional, entonces no se halla sentido finalista a los actos de la voluntad que se arraiga en la realidad. Tal vez el Ser sea semejanza oriental de la lluvia que cae en los estanques donde las flores de loto flotan en el agua verdosa. La equivalencia de tiempo  absoluto  da al Ser relativo del hombre la magnitud grávida de la angustia frágil de la flor. La angustia que se estanca en la marchitez de la flor como si fuera un opiáceo que da  lucidez al ser perdido y limitado por la angustia.