viernes, 19 de abril de 2013

El hombre arrojado al mundo.



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El individuo es un ser anónimo, sometido a la herencia familiar y colectiva, arrojado a la terrible contingencia de un mercado económico, al que no pertenece como persona, sino como una mercancía con precio de salario. Un ser que se tiene que satisfacer la necesidad como valor de mercancía, mediante la venta al azar de su trabajo mercancía.  Nunca está en sí mismo,  fuera en la apabullante iniquidad de la inseguridad, por su pertenencia al mundo de otros que tienen la capacidad de pago del salario. Lo entregan al proceso de producción del equivalente de su precio salario y del excedente de trabajo gratito.
 Está fuera de sí mismo por la necesidad y dentro de sí por la represión de pertenecer al dominio de Otros. El mundo de su necesidad se abre al concretar la presencia en hueco de su existencia. En esta necesidad, que lo involucra en la drogadicción de la dependencia existencial, se impone la pasividad de aceptar el contrato de trabajo y sobrevivir en la sumisión. Su ser natural se difumina en el boceto de la tristeza del animal abandonado. Existe en la sociedad y se entierra en las obligaciones de pertenencia al laberinto de  los demás. Su dicotomía se abre como ganchos del matadero. El hombre existe en la crueldad y en su reparación real o imaginaria, pero perece en su soledad moral y económica como individuo que tiene que hacerse o perecer. El individuo está en las emigraciones de la inseguridad y el miedo. Se mueve buscando un espacio y un tiempo propios, huyendo de la calamidad de su destino social. Emigra de lo que le oprime hasta el grito mundo. Entonces se huye hacia el plano profundo de no tener memoria. Ese lugar, que el poeta Luis Cernuda llamó el lugar donde habite el olvido. Habitar un olvido cierto.
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 A pesar del dolor de existir fuera de sí mismo, la necesidad tiene que ser necesidad colectiva. Se debe volver al ser social o precipitarse en la nada de la enfermedad mental. Hay que producir los medios materiales que sostienen la existencia en el proceso de producción y no el delirio psíquico. La vida se produce para que se sostenga en el atolladero de vivir. Hay producir los medios económicos y culturales que sostienen la seguridad.
El individuo es una delgada hebra de la telaraña de la sociedad, pero una hebra cuya función se da en los movimientos universales del Uno y el Todo. A la vez que tú existes, estar dentro de un Todo de acciones y reacciones que te convierten en conciencia y existencia. La pregunta final de cómo se ha llegado a una situación de saturación de las perspectivas de existir está dada al inicio en el arrojamiento del individuo a sus enfrentamientos de intereses de clase y posición. Se determina por las relaciones sociales y las relaciones de la naturaleza en el Universo social. La paradoja de la pequeña luz de la ventana a la luz de las estrellas. El individuo se expande, pero también se contrae frente a la necesidad que le da la naturaleza y sociedad. El individuo se organiza para reproducir su existencia en el convenio social del hombre con la sociedad y con su entorno ecológico. El hombre también es historia de su memoria y de la memoria colectiva. En esta memoria del Todo, está la irracionalidad de los intereses del conflicto de apropiación de los recursos sociales. Lo intereses de dominio de los poseedores de existencias ajenas y los desposeídos de la suya. Los excluidos están en el desierto de lo anónimo. Los excluido del hacer de la historia. El Otro se incluye en la historia para hacerse amo. El terrible dolor de saberse esclavo del amo omnipresente. La presencia del amo hace del esclavo un ser carente de universalidad.  La actualidad de la marginalidad es la historia de la presencia de la distribución injusta de la riqueza para vivir. La injusticia es un invierno que busca al mar gritando su nombre. La existencia arrojada a la marginalidad devuelve al rostro  la máscara del estado de sumisión. La existencia del hombre perdido en la esclavitud se marca en el gesto significante del desconsuelo. Lo humano se  entrega  al miedo de lo social represivo.
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Los antagonismos de las luchas sociales se vuelven estrictamente necesarios para recuperar los ritmos de los equilibrios del universo social. Los desequilibrios del individuo, arrojado al mundo de la necesidad, conllevan el descubrimiento de la dependencia del Todo a sus Partes. Los hechos históricos de la marginalidad individual suponen un revés al equilibrio de la naturaleza socializada. Al carecer de naturaleza y de historia propias, el individuo arrojado se implica en el reajuste de las normas intencionales de dominio en  los hechos de la historia social. Las leyes intencionales, que surgen de los conflictos sociales, reajustan los desajustes de desigualdades de riqueza y pobreza. Las exclusiones de todos por unos.
Las leyes del grupo, que se rebela, modifican la realidad social que ha implicado un revés contra la sostenibilidad de las normas de la felicidad y las reglas de irracionalidad de las minorías convertidas en grupos dominantes. Los antagonismos sociales indican que hay límites para los desequilibrios causados por las minorías del egoísmo. El límite inferior es aquél en el que el individuo carece de existencia, porque es esclavo de la manipulación que lo domina y nunca lo hará libre. No puede existir sin conciencia de su esclavitud. Es la metafísica de vivir del aire en libertad. El límite superior está donde los bienes materiales y culturales no tienen precio de mercado. La riqueza de las minorías del egoísmo desaparece y no se puede sostener con la explotación del individuo, que  se rebela para ser existencia sin propiedad ajena. Solo él reproduce la historia de su existencia natural y libre. No hay ser libre, sino produce su propia libertad social. La carencia absoluta de bienes de lujo para los explotadores lleva a la desaparición del las minorías de egoísmo. Se diría que el egoísmo vive de la carroña  de la deshumanidad. En la rebelión ya no se produce la interacción del individuo esclavo y la minoría del egoísmo.
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Las crisis económicas expresan las leyes  de producción, distribución y consumo superadas por el trabajo colectivo de la sociedad. La sociedad vieja deja la propiedad privada de los medios de producción y las minorías de egoísmo desparecen. La productividad social y solidaria supera el marco de dominio de la propiedad privada. La riqueza de la producción colectiva es solidaria con el trabajo de individuo libre. Las crisis económicas revelan el trasfondo de decadencia de la formas de injusticia social: la apropiación de la riqueza por las minorías del egoísmo. A la vez, la crisis económica y social expresan la transparencia del engaño y el cinismo de las minorías de egoísmo y el límite superior relativo de la historia, en donde las minorías pierden fuerza represiva y de  persuasión sobre los dominados. La mentira se vuelve transparente y posibilita ver la sociedad desde la perspectiva de la racionalidad.
La historia del egoísmo se presenta a la transparencia del desgaste de los mitos religiosos, económicos y políticos. El mito es la narración imaginaria para dar una explicación no racional del individuo que se arroja al mundo para ser engañado en su naturaleza  y conciencia. Para llegar a ser una existencia falseada. Sólo la conciencia falseada admite la destrucción pasiva de la existencia. El sistema social de egoísmo sólo tiene la finalidad de perpetuarse en el miedo a morir de los dominados. El miedo es el gran actor del teatro del mundo. El teatro de una conciencia falseada para que el hombre viva su esclavitud. Existir falseado para otros hombres. El frío del miedo acecha siempre en la posibilidad de la muerte. El gran actor de la historia del dominio se apoya en el poder centralizado de la violencia, que obedece a los intereses materiales e ideológicos de la minoría de egoísmo. A las víctimas se las manipula, diciéndoles que el miedo presente es menor  que el miedo futuro. El miedo futuro se organiza como una desesperanza. Las minorías del egoísmo no declinan mientras tengan capacidad para aventar el miedo de la muerte sobre el instinto de vida. La muerte persuade de la falta de finalidad de la historia de víctimas y verdugos.  A la idea de la muerte,  se le añade la persuasión infernal de la eternidad religiosa. Si el miedo a la muerte cesa, el individuo se libera del mito de la perdurabilidad trascendente. El desgaste del mito de dominio abre la posibilidad de que la sociedad se rebele ante una ideología de privación y miedo. Por la ventana transparente de la rebelión, el mito a la muerte  ya se juzga irracional.
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En este trayecto temporal de la necesidad individual a la necesidad social y libre, el individuo se encuentra con una existencia predetermina por la falsedad. La producción de la existencia no se da en el miedo. La existencia libre determina la conciencia libre.  Al igual que el ser en el laberinto de su necesidad, el individuo  incesantemente busca una salida para sí mismo en la colectividad.