sábado, 21 de diciembre de 2013

El Bosco: condena y salvación.

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El Bosco nos lleva, a través de su pintura, al encuentro de la insuficiencia del hombre para hallar la salvación eterna. Insistentemente ironiza y se burla  con respecto  a las imperfecciones religiosas que correlacionan la fe y las servidumbres del pecado. El hombre siempre está entre las promesas del Jardín de las Delicias y el infierno interior y exterior de su condición religiosa. Las líneas de sus dibujos deforman los rostros hasta la crueldad de la caricatura del loco y el límite de las deformaciones corporales en la superficie rectangular del cuadro, que determina, con sus marcas cromáticas, la visibilidad ante el teocencentrismo finalista del hombre como medida de salvación. El Bosco se esfuerza denunciando la persistencia del pecador por renunciar a ser representante de dios. Por debajo de las masas de color de sus pinturas, surge la voz desesperada de quien quiere salir fuera de destino temporal para no encontrar el horror vacuo del Juicio final.
El Bosco muestra el mensaje  de un hombre que sale de la baja Edad media para encontrarse con el renacimiento de la cultura clásica en las instituciones políticas, jurídicas y económicas. El mensaje de la mediación de las formas legales de la moral sobre los contenidos cristianos de la presencia obstinada del pecado. Bosco, (1450-1516), rechaza un cristianismo que se huelga en la hipocresía de la liturgia, que conlleva los medios y los fines del poder de tener  bajo el disimulo moral. La sociedad está jerarquizada por la aristocracia del dinero, los gremios manufactureros,  el internacionalismo de la producción textil, la circulación del dinero, la aristocracia de los banqueros que controlan los préstamos internacionales a los estados, junto a las finanzas de la Curia del Vaticano. Frente a esta desorganización social desigual de las necesidades sociales, están las instituciones represivas, la pirámide del poder de la riqueza y el mar sin fin de la pobreza. El Bosco se asienta en la protesta religiosa, que exige organizar la Iglesia católica con la tradición del cristianismo primitivo. Los ejes ideológicos de vuelta al cristianismo, en los que El Bosco queda constreñido a su concepción del finalismo religioso de la existencia movida por el sentido de la trascendencia de los actos. La trascendencia mística del movimiento herético valdense que rechaza la veneración de imágenes, la transubstanciación, el Purgatorio, la veneración a María, las oraciones a los santos, la veneración de la cruz y las reliquias, el arrepentimiento de última hora, la necesidad de que la confesión se haga ante sacerdotes, las misas por los muertos y las indulgencias papales, la pena de muerte, el uso de armamentos y la participación en guerras. Aunque el trasfondo esencial de la herejía valdense y protestante es la pobreza y la conexión moral de la necesidad de que tierra sea de propiedad de las comunidades cristianas.
Ante la concepción valdense de las manifestaciones del  mundo religiosos primitivo, están las relaciones sociales de propiedad de la tierra, los gremios  y sus ordenanzas, la producción gremial, la coacción  de los reglamentos municipales dictados para aprovechamiento de minorías  que monopolización las compras de materias primas y las ventas de productos acabados. Los artesanos menores quedan fuera de la formación de los precios de venta y de fijaciones del mercado de trabajo. También  el pueblo de trabajadores desprotegidos por las leyes y las ordenanzas gremiales. La formación del salario y la jornada de trabajo se imputan al precio de venta. Se le excluye de los derechos civiles y políticos de la Comuna Política. Quedan prohibidas las asociaciones de obreros, sus asambleas y se le  divide como el pueblo del diablo  rebelde y el pueblo de dios sumiso.
 Para el Bosco, y por la manifestación social de su arte, la sociedad jerarquizada por la riqueza estaba condenada. Era necesario un retorno a un cristianismo de la pobreza como medio de salvación de la humanidad perdida. No había redención para ella desde una fe basada en el cristianismo sin los pobres. El infierno de El Bosco es denso como el aceite. La suma infinita del horror es la condenación del presente. La suma finita del horror es el infinito que repite los gritos de los castigados en el espanto  de la intemporalidad del mal.
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El cuadro del Cristo con la Cruz acuestas de El Bosco es una  de las mayores expresiones acusativas artísticas de la indiferencia moral ante el individuo condenado.  A la caída del hombre-dios en desgracia por su rebelión contra la injusticia de la pobreza y su rebelión ante el desorden del mundo, se le contrapone la ley del castigo de la muerte o la a reclusión de la pobreza y la ignorancia a sus seguidores. La mística de la esperanza es barrida y expuesta en manifestación de delito contra el poder  y el castigo que éste impone por el desorden. Esta esencial división, la expresión religiosa y el deber del sometimiento a los poderes temporales, el Bosco la traza simbólicamente a través la diagonal  de la cruz, que divide el cuadro de izquierda a derecha, hundiendo a los personajes hacia el fondo del ángulo derecho. La diagonal de la cruz es el elemento espacial que atraviesa la composición pictórica. Introduce a la víctima inocente entre la indiferencia laica de sus ejecutores.  Los personajes del cuadro comentan unos con otros. Nunca se sabrá el sentido de sus comentarios. Pero es evidente que justifican las explicaciones legales del castigo. Exculpan el poder que ha sancionado el sacrificio del inocente. Los gestos de los personajes al igual que la diagonal de la cruz son instrumentos de tortura.
 La eepresentación de Cristo es el de un hombre inocente, dulce y joven. Está fuera de la audición de los comentarios. Es un hombre dentro de él mismo, en el crucial instante de aceptar su desaparición del mundo. El hombre, que sabe con certeza su muerte, se aparta del contacto del lenguaje. No hay conexión ilativa. Sólo en la diagonal de la cruz apoya la cabeza y muestra su semblante reflexivo. La agonía se convierte en mandato de promesa de orden espiritual. El Bosco eleva al sacrificado a la cercanía mística de la iluminación central del cuadro. Y esta luz de la reflexión física  y espiritual está fuera de los gritos y los gestos de los personajes del cortejo. La Verónica está también  fuera de lo inhumano, de la sinrazón de la barbarie. Ellos dos, Cristo y la Verónica, para el Bosco, son dos  seres que quieren huir mentalmente de la sinrazón. Una sinrazón, que el Bosco expresa, pintándola con individuos sayones, aglomerados, manchados con la indiferencia de la  práctica cotidiana del disimulo. Ellos, los personajes del cortejo, gesticulan, gritan, sin sonidos, sólo gestos histriónicos en el silencio de la pintura. Son seres traídos del oscuro tenebroso de las masas de siervos urbanos de la baja Edad Media. Se diría que la amargura del individuo está perdida en la brutalidad de la indiferencia, la jaculatoria de un bestiario.
 En el ángulo inferior derecho del cuadro, tres personajes del bestiario de la insania, cavan jadeando la expresión verbal de la injusticia. La mirada del espectador queda fija en ellos con el estupor que origina la sinrazón. Para El Bosco, la locura del mundo es la condenación del inocente. La multitud de los personajes, arracimados al acompañamiento, arrastran sobre la estulticia la explicación absoluta de la fatalidad del destino ciego del poder que decide la historia y a sus víctimas. Aunque una historia que el pintor quiere acercar a lo máximo a la mirada del espectador es un grito plástico del tiempo convertido en testimonio de lo imperecedero del mal y la locura. ¡Cuánto sufrimiento de las víctimas que cae como hojas en este caminar del hombre sobre el plano vertical de su existencia! Es el dolor que verifica el valor de la existencia. El Bosco hace un cuadro en la esencia de la verdad espiritual, testimoniando la inhumanidad hasta la desesperanza.
3. Adenda
En los siglo XVI, XVII Y XVIII, los Hospitales Generales, las parroquias y las Workhouses utilizaban los espacios carcelarios para los pobres y los locos. Espacios punitivos de la pobreza material y mental de los desajustes sociales de ricos y pobres. Estos espacios carcelarios  desempeñaban un doble juego de represión: a) la conversión de los vagabundos y mendigos  en trabajadores en épocas de bonanza económica, reabsorción del  desempleo y control de los alborotos y rebeliones sociales en las épocas de crisis. b) Controlar la tasa general  salarial media  cuando ésta subía por encima del nivel mínimo de pobreza. De forma que el salario mínimo actuara sobre los productos básicos manufacturados y de  alimentación de pobres. Los salarios reales pagados en los establecimientos de confinamiento para pobres, con costes salariares mínimos, era la medida para las alzas y bajas de los salarios generales y las ganancias medias de la industria. El Salario del bronce marcaba la situación del  mercado de las ganancias. El salario del bronce era el de subsistencia mínima del pobre que producía en las casas de internamiento. Esta variable salarial provenía de los establecimientos de confinamiento de pobres productores y marcaba los ascensos de los precios de los bienes básicos, constituidos en su coste por referencia a la mano de obra internada. El alza del precio de utilidad del trigo aumentaba las rentan de los propietarios hacendados y el salario en trigo del mínimo vital. Al aumentar los salarios reales y disminuir las ganancias de los sectores preindustriales, era necesario que la producción de trigo de los establecimientos de pobres bajara el precio del  mercado de trigo. La utilización de mano de obra barata internada en casas de pobres  afirmaba la dialéctica del trabajo como mínimo de subsistencia y de máxima ganancia. La energía humana, objetivada en el producto, era desvalorizada en términos reales de necesidad. La producción sobre la base constitutiva del trabajo, en el mínimo de subsistencia, era la relación de dominio económico para que el trabajo no llevase en sí sus propias ganancias.