viernes, 18 de junio de 2010

Kafka: el procedimiento de la culpa indudable (2).

"¿Cómo la sentencia?-preguntó el explorador.
¿Tampoco eso sabe?-dijo el oficial asombrado, y se mordió los labios. (…) A una visita de semejante importancia ni siquiera se le ponga en conocimiento el carácter de nuestras sentencias, constituye también una insólita novedad, que…-Y con una maldición al borde de los labios se contuvo y prosiguió.- Yo no sabía nada, la culpa no es mía. De todos modos, yo soy la persona más capacitada para explicar nuestros procedimientos, ya que tengo en mi poder- y se palmeó el bolsillo superior-los respectivos diseños preparados por la propia mano de nuestro antiguo comandante.
“- ¿Los diseños del comandante mismo?- preguntó el explorador. ¿Reunía entonces todas las cualidades? ¿Era soldado, juez, constructor, químico y dibujante?
-Efectivamente- dijo el oficial asintiendo con una mirada impenetrable y lejana. (…) Nuestra sentencia no es aparentemente severa. Consiste en escribir sobre el cuerpo de este condenado, mediante la Rastra, la disposición que él mismo ha violado. Por ejemplo, las palabras inscritas sobre el cuerpo de este condenado- y el oficial señaló al individuo- serán: HONRA A TUS SUPERIORES.”
Para el oficial, la Rastra inscribe en el cuerpo del condenado una máxima universal para una voluntad de mandato universal. La máquina ejecutora y la memoria del comandante, su constructor, se han elevado al acto moral universal. La estima y el respecto a los superiores indica la ley de dependencia definitiva de individuos superiores sobre individuos inferiores. Como si hubiera un desarrollo evolutivo de la jerarquía de poder, el oficial traslada al presente la autoridad del Padre-Progenitor, y arrastra la historia inconscientemente a una prehistoria de deudores y acreedores, donde unos tienen una deuda que deben pagarla inexorablemente: La deuda que se interioriza en culpa y expiación. Las sociedades de la barbarie regresan a situaciones atávicas, en una inversión psíquica manipulada, hacia el origen en el que los deudores son marcados para que recuerden la relación definitiva entre acreedores y deudores. La deuda metafísica del castigo eterno. La máxima, coercitiva y atávica, de honrar a las jerarquías de acreedores se relaciona con la simbología del castigo por incumplimiento del pago concertado. La jerarquía punitiva que depende de la seguridad del tótem y la prohibición de destruirlo. El padre-tótem establece el régimen del tabú para dar continuidad a sus prerrogativas. Los hijos quedan sometidos al tabú. Concretan la existencia por las prohibiciones sancionadoras del padre. La historia de los hijos establece la necesidad del desplazamiento del Padre-Tótem de la vida real a la imaginaria de las ceremonias expiativas de la culpa. Franz Kafka conoce este desplazamiento del Padre-Tótem y el Hijo en la ceremonia expiativa de la Colonia Penitenciaria. Para Sigmund Freud, 1856-1939, el tótem se destruye por la acción violenta de los hijos. La historia muestra la destrucción del tabú para instaurar una jerarquía de los hijos, que elevan la existencia del padre al mito. El tótem sacrificado se sustituirá en los retornos mágicos de la obediencia ritual. El asesinato del padre arcaico, por los hijos, según Sigmund Freud, en Tótem y Tabú, establece que si el animal totémico es el padre, resultará que los dos mandamientos capitales del totemismo, las dos prescripciones tabú, que constituyen su nódulo, la prohibición de matar al tótem y la de realizar el coito con una mujer perteneciente al mismo tótem, coincidirán en contenido con los crímenes de Edipo, que mató a su padre y a su madre, y los deseos primitivos reprimidos por la prohibición, cuyo retorno o insuficiente represión formarán los estratos profundos de las enfermedades mentales: el nódulo de todas las neurosis. Pero la represión y la neurosis se subliman para dar inicio a la memoria histórica neurótica, a las deformaciones plásticas de la realidad psíquica en el delirio inconsciente. La sublimación se codifica punitivamente en los ceremoniales de la crueldad jerarquizada. Las codificaciones punitivas y las acciones de la memoria- mecanizada de las máquinas ejecutoras. La prohibición totémica se cuela en la estructura social por la jerarquización de los mandatos de obediencia y el correctivo sancionador de la desobediencia. La memoria-infantil del tabú se sublima en la cultura de la crueldad. En ella, el Padre-Tótem recupera la intensidad de la prohibición y penetra en la mitología de las máquinas superiores de la crueldad, cuya identidad es la carencia de olvido. La codificación operativa de la máquina acumula la deuda eterna y el castigo infinito. Las jerarquías se desplazan a los déspotas y a la unidad centralizadora del Estado-despótico. El Déspota-Dios se esconde oscureciendo la conciencia de los individuos. La culpa y el castigo se interiorizan en la ideología de la sumisión.
La máquina ejecutora kafkiana debe inscribir en el cuerpo del condenado: HONRA A LOS SUPERIORES. Los superiores salen de los límites de la horda primitiva para penetrar en la jerarquía de los supremos, de los excelentes, de los que carecen de sombras, de la horda de dioses y la multitud de sombras. La horda ilumina los códices sacros, la propiedad medieval de la tierra, la violencia del crimen, y la autoridad legisladora de las culpas, los castigos y su ejecución. De los rostros totémicos, proviene la luminosidad de los acreedores de la vida. La aristocracia de jerarquía sujeta al esclavo al castigo de perder la vida. Antes del cuerpo está el infinito de la culpa inscrita en la conciencia. La culpa es simultánea al hacer de la existencia. Su continuidad dura hasta la muerte. Por esto, la Rastra escribe la deuda infinita en el cuerpo del deudor. La dinastía Tudor inglesa marcaba con hierro candente, la “S” de Slave, esclavo, en la frente de los pobres expulsados de la tierra comunal, que huían de las persecuciones de la justicia real y de los ahorcamientos en racimos en los caminos reales. Las máquinas inquisitoriales de la fe y las máquinas reales: el hierro candente y las máquinas de estiramiento de los miembros hasta desencajarlos en gritos de fe dogmática. El oficial de la máquina ejecutora kafkiana asume la historia del terror para dar continuidad a la obediencia de la jerarquía del orden.
“El explorador miró rápidamente al condenado; en el momento en el que oficial lo señalaba, estaba cabizbajo y parecía prestar toda la atención de que sus oídos eran capaces para tratar de entender algo. Pero los movimientos de sus labios gruesos y apretados demostraban evidentemente que no entendía nada.
-¿Conoce su sentencia?
-No-dijo el oficial, tratando de proseguir inmediatamente con sus explicaciones, pero el explorador los interrumpió.
-¿No conoce su sentencia?
-No- replicó el oficial, callando un instante como para permitir que el explorador ampliara sus preguntas-.Sería inútil anunciársela. Ya la sabrá en carne propia. (…)
-Pero por lo menos ¿sabe que ha sido condenado?
-Tampoco-dijo el oficial, sonriendo como si espera que le hicieran otra pregunta extraordinaria.
-¿No?- dijo el explorador, y se pasó la mano por la frente-, entonces ¿el individuo tampoco sabe cómo fue conducida su defensa?
-No se le dio ninguna oportunidad de defenderse –dijo el oficial, y volvió la mirada, como hablando consigo mismo, para evitar al explorador la vergüenza de oír una explicación de cosas tan evidentes.
El oficial necesitaba describir el funcionamiento de la máquina-tótem al explorador. La descripción del aparato ejecutor, su comprensión, era necesaria para la continuidad de la misma.
“-Le explicaré como se desarrolla el proceso- dijo el oficial-. Yo he sido designado juez de la colonia penitenciaria. A pesar de mi juventud. Porque yo era el consejero del antiguo comandante en todas las cuestiones penales, y además conozco el aparato mejor que nadie. Mi principio es éste: la culpa es siempre indudable.” La culpa no admite duda. Es una marca que recae y se muestra sin necesidad de demostración que la confirme. Pertenece a los destinados padecerla.
“Usted desea que le explique este caso particular; es muy simple, como todos los demás. Un capitán presentó esta mañana la acusación de que este individuo, que ha sido designado criado suyo, y que duerme frente a puerta, se había dormido durante la guardia. En efecto, tiene la obligación de levantarse al sonar cada hora, y hacer la venia ante la puerta. (…) A noche el capitán quiso comprobar si su criado cumplía con su deber. Abrió la puerta exactamente a las dos, y lo encontró dormido en el suelo. Cogió la fusta, y le cruzó la cara. En vez de levantarse y suplicar perdón, el individuo se aferró a su superior por las piernas, lo sacudió diciendo: Arroja ese látigo, o te como vivo. Estas son las pruebas. El capitán vino a verme hace unas horas, tomé nota de su declaración y dicté inmediatamente la sentencia. (…) ¿Está todo aclarado? Pero el tiempo pasa y debería comenzar la ejecución y todavía no terminé de explicarle el aparato.” El principio de la culpa es siempre indudable pertenece a la actualidad de la crueldad. Actualmente la falta de derechos humanos, en las zonas degradadas y ocupadas de países sometidos, la aplicación de este principio de culpabilidad es una norma arbitraria y universal del terror.
“- Como usted ve la forma de la Rastra corresponde a la forma del cuerpo humano; aquí está la parte del torso, aquí estás las rastras para las piernas. Para la cabeza sólo hay esta agujita. ¿Le resulta claro? (…) Una vez que el hombre está acostado en la Cama, y ésta comienza a vibrar, La Rastra desciende sobre el cuerpo. Se regula automáticamente, de modo que apenas roza el cuerpo con la punta de las agujas; en cuanto se estable el contacto, la cinta de acero se convierte inmediatamente en una barra rígida. (…) La rastra parece trabajar uniformemente. Al vibrar, rasga con la punta de las agujas la superficie del cuerpo, estremecido a su vez por la Cama. Para permitir el desarrollo de la sentencia, la Rastra ha sido construida de vidrio. Y ahora cualquiera puede observar, a través del vidrio, cómo va tomando forma la inscripción sobre el cuerpo”.
El funcionamiento de la Rastra escribiendo el texto de la culpa sobre el dorso del condenado. El texto, inscrito en el cuerpo, se va ahondando durante doce horas. El desciframiento del texto, por individuo agonizante, lo percibe por sus heridas. Al final, la Rastra lo arroja al arroyo, donde cae en medio de la sangre, el agua y el algodón. El oficial anticipa el final victoriosamente. Luego hallará la agonía y la muerte al ser la víctima de la máquina.
“La sentencia se ha cumplido, y nosotros, yo y el soldado, lo enterramos”.
Franz Kafka escribe, sobre el genocidio industrializado, uno de los relatos apocalípticos supremos del siglo XX. Dice Kafka: “La injusticia del procedimiento y la inhumanidad de la ejecución eran indudables".

sábado, 5 de junio de 2010

Kafka: En la Colonia Penitenciaria ( 1).

Hay correlación necesaria entre realidad y ficción en la obra literaria de Franz Kafka. La novela corta de Franz Kafka,” la colonia Penitenciaria,” está escrita por los efectos de las relaciones sociales autodestructivas del poder jerárquico de dominio. La Primera Guerra Mundial basaba sus presupuestos de actuación en la reestructuración de un orden conservador durable en el dominio de una minoría oligárquica sobre las masas de población sometidas. Pretendía la resolución conservadora, en las contradicciones de poder, que introducían desigualdades y desequilibrios en las fuerzas que actuaban en los escenarios internacionales. Se prefería un orden belicista antes de someterse a una degradación en la organización de los Estados por categorías económicas y militares. La negatividad a un orden internacional desigual conllevaba a intolerancias y crueldades de medios y fines, con intenciones totalizadoras y devastadoras por un orden que exigía una nueva correspondencia de fuerzas actuantes en el escenario de la historia.
En la colonia penitenciaria, Franz Kafka revela las relaciones de dominio y sometimiento desde una situación particular a una general. Se dan en un lugar del plano de la historia excepcional y expresivo de la culpa y el castigo en actos de dominio. Las situaciones de violencia represiva provocan dos tipos de colonias penitenciarias. Las colonias penitenciarias interiores a la conciencia del individuo y las colonias penitenciaria exteriores. Las colonias penitenciarias interiores o psíquicas se conforman a través de traumas mentales, familiares y sociales autoritarios, interiorizados en culpas degradantes y expiaciones con síntomas sustitutivos. Las colonias penitenciarias exteriores concretan las decisiones políticas de los centros de poder y las represiones de una clase social dominante jerarquizada, y las expresiones de su poder absoluto.
Las colonias penitenciarias exteriores se instauran para mantener fuera de las luchas de clases a los revolucionarios, que buscan un orden social diferente. Se les deporta para cumplir el castigo y su anulación definitiva ante cualquier negación de las instituciones de dominio de la clase dirigente. Un rasgo básico expiativo, de las colonias exteriores, es la deportación de los condenados a regiones de los países colonizados por el Imperialismo del siglo XX.
La intencionalidad declarada, “En la colonia penitenciara”, es la de manifestar la correspondencia de culpa y expiación fuera de cualquier procedimiento legal y lógico. La anulación de los contenidos morales y la finalidad natural de conducir los actos humanos con el objetivo de la supervivencia más allá del orden político-metafísico, y las carencias naturales a las necesidades. La intención de que la conciencia del individuo se acople al mandato autoritario, la obediencia ciega, la crueldad fanatizada, la anulación de la cultura y la imposición de las simetrías punitivas de la culpa y el castigo. Llegar por el dolor hasta que la conciencia interiorice la culpa y la necesidad reparadora de su expiación. La sustitución de la culpa por el castigo: exclusivamente el castigo que domine la voluntad extraña al orden.
En el siglo XXI, las colonias penitenciarias se extienden a las regiones de la pobreza, países sometidos por la militarización de lo cotidiano y el control de los medios que permiten la subsistencia y reproducción de la población. La culpa y el castigo se vuelven masivos, y sobre ellos recae la exterminación.
Franz Kafka sitúa la acción de la novela en una colonia penitenciaria de un dominio tropical, en un territorio dominado y administrado por una potencia extranjera. El fatalismo, objetivo y apasionado de la novela, manifiesta el saber kafkiano de ver el estado de la crueldad absoluta en una colonia penitenciaria. La colonia penitenciaria kafkiana es una región recortada de la totalidad social del orden del siglo XX, donde las contradicciones se vuelven irreductibles a la síntesis de una concepción humanizadora. Franz Kafka inicia la narración escribiendo: “- Es un aparato singular-dijo el oficial al explorador, y contempló con cierta admiración el aparato, que le era tan conocido. El explorador parecía que había aceptado sólo por cortesía la invitación del comandante para presenciar la ejecución de un soldado condenado por desobediencia e insultos a sus superiores”.
La expiación de la culpa, en la colonia penitenciaria de Kafka, la lleva a un medio natural extremadamente agresivo y deshumanizador. En una descripción de medio natural, donde la novelística kafkiana confirma la desolación del individuo ante la precariedad finalista del hombre inscrito en los sentimientos desolados de su existencia ante la naturaleza y el destino social. Escribe Kafka: “En ese pequeño valle, profundo y arenoso, rodeado totalmente por riscos desnudos, sólo se encontraban, además del oficial y el explorador, el condenado, un hombre de boca grande y aspecto estúpido, de cabello y rostro descuidados, y un soldado, que sostenía la pesada cadena donde convergían las cadenitas que retenían al condenado por los tobillos y las muñecas, así como por el cuello, y que estaban unidas entre sí mediante cadenas secundarias.(…) De todos modos, el condenado tenía un aspecto tan caninamente sumiso, que al parecer hubieran podido permitirle correr en libertad por los riscos circundantes, para llamarlo con un simple silbido cuando llegara el tiempo de la ejecución.”
En este escenario de la colonia penitenciaria están implicados, en la irracionalidad del fatalismo, el oficial, el explorado, el condenado y el soldado, el aparato de ejecución y la memoria póstuma del comandante paranoico, que ha legislado y producido las condiciones de permanencia del castigo expiativo por medio de la máquina ejecutora. Los personajes habrán de dar la efectividad a la máquina-expiativa. El contexto de la novela da una concreción dramática, cerrada e impenetrable, a la razón natural y la voluntad moral. No hay porosidad en los conflictos inconciliables del poder y sumisión expiativa. De aquí, que Franz Kafka describa la obediencia del condenado de caninamente sumiso. En el espacio residual de la colonia penitenciaria, está instalado el aparato ejecutor y los actos de los personajes. La máquina ejecutora, que habrá de ocupar el centro unificador de las expresiones legales justificativas, verbales y corporales, en el imperativo máximo de mantener la anexión de culpa y castigo. Franz Kafka describe la causa del castigo, ejecución del condenado, por desobediencia e insultos a un superior jerárquico. Se relaciona la culpa con la disciplina a la jerarquía de mando. La indisciplina, que conlleva la pena de muerte, se corresponde a las normas de un estado de arbitrariedad y barbarie en la colonia penitenciaria. En la colonia penitenciaria hay un estado de normalidad extrema, ante la pena de muerte, para sostener el orden en la colonia penitenciaria. Hay una disciplina inhumana, en la conservación y el control efectivo del territorio extranjero militarmente ocupado. Para el oficial, que manipula la máquina ejecutora, la finalidad de supervivencia de la colonia está relacionada con la racionalidad unitiva de la penitencia y la máquina ejecutora. El deber de los residentes de la colonia está en no infringir los textos normativos y facilitar la legalidad de la condena con su indiferencia al proceso judicial. Los actos de ruptura con las normas determinan el castigo y la ejecución. Los actores, su culpa y expiación, están sometidos a la jerarquía de la eficiencia del aparato ejecutor, construido por el comandante extinto. La unidad del Todo de la colonia penitenciara se une al aparato ejecutor y a las normas. La máquina es la unificación del poder punitivo y la racionalidad eficiente de la tecnología. La máquina ejecutora da realización a las normas de culpa y expiación. La máquina es eficiente, en un proceso uniforme de relaciones de dominio y sometimiento, en la crueldad de la organización reactiva contra la negatividad que se opone al orden establecido. La máquina hiere, con sus agujas, el cuerpo del condenado y escribe, en sangre, el escrito de los motivos por los que se castiga. Escribe, en el cuerpo del condenado, la racionalidad legal de la norma. El texto de la culpa. La máquina ejecuta la condena en un cuerpo-texto, intensamente sujeto a los efectos de la conversión del hombre en una Cosa.
“Lástima que usted no haya conocido a nuestro antiguo comandante” Le dice el oficial al explorador. (…) Pero estoy divagando, y aquí está el aparato. Como usted ve, consta de tres partes. Con el correr del tiempo se generalizó la costumbre de designar a cada una de estas partes mediante una especie de sobrenombre popular. La inferior se llama la Cama, la de arriba el Diseñador, y esta, de en medio, la Rastra”.
“- Si la Rastra- dijo el oficial-, un nombre bien educado. Las agujas están colocadas en ella como los dientes de una rastra, y el conjunto funciona además como una rastra, aunque sólo en un lugar determinado, y con mucho arte. De todos modos, ya lo comprenderá mejor cuando se lo explique. Aquí sobre la cama se coloca al condenado. Primero le describiré el aparato, y después lo pondré en movimiento. Así podrá entenderlo mejor. Además, uno de los engranajes del Diseñador está muy gastado; chirría mucho cuando funciona, y apenas se entiende lo que uno habla; por desgracia, aquí es muy difícil conseguir piezas de repuesto. Bueno, esta es la Cama, como decíamos. Está totalmente cubierta por una capa de algodón en rama, pronto sabrá usted por qué. Sobre este algodón se coloca al condenado, boca abajo, naturalmente desnudo; aquí hay correas para sujetarle las manos, aquí para los pies, y aquí para el cuello. Aquí, a la cabecera de la Cama (donde el individuo, como ya le dije, es colocado primeramente boca abajo), esta pequeña mordaza de fieltro, que puede ser fácilmente regulada, de modo que entre directamente en la boca del hombre. Tiene la finalidad de impedir que grite o se muerda la lengua. Naturalmente, el hombre no puede alejar la boca del fieltro, porque si no la correa del cuello le quebraría las vértebras. (…) El aparato era una construcción elevada. La Cama y el Diseñador tenían igual tamaño, y parecían dos cajones de madera. El Diseñador se elevaba unos dos metros sobre la Cama; los dos estaban unidos entre sí, en los ángulos por cuatro barras de bronce, que casi resplandecían al sol. Entre los cajones, oscilaba sobre una cinta de acero la Rastra. (…) Tanto la Cama como el Diseñador tienen baterías eléctricas propias: la Cama la requiere para sí, el diseñador para la Rastra. En cuanto el hombre está bien asegurado con las correas, la Cama es puesta en movimiento. Oscila con vibraciones diminutas y muy rápidas, tanto lateralmente como verticalmente. En nuestra Cama, todos los movimientos están exactamente calculados; en efecto, deben estar minuciosamente sincronizados con los movimientos de la Rastra. Sin embargo, la verdadera ejecución de la sentencia corresponde a la Rastra”
La extraordinaria descripción kafkiana de la máquina ejecutora pertenece a la literatura de denuncia de la crueldad. Franz Kafka nos abre la pregunta de la finalidad del sentido universal del dolor en la Colonia Penitenciaria. ¿Cuál es el sentido del dolor? ¿Depende de él, el sentido total de la existencia? Preguntas actuales que se abren a la permanencia de la racionalidad moral.