viernes, 27 de noviembre de 2009

La conciencia y el Poder instrumental (3 a)

Hay un laberinto, en el instinto de la vida y en el determinismo fatalista de la muerte. Al fondo del laberinto, apenas hay una claridad en la que gravitan la pesantez de la incertidumbre y los fragmentos cotidianos de la memoria involuntaria. La claridad no indica salida de coexistencia causal en la materia, existencia y el pensamiento. Más bien las conexiones son arbitrarias y virtuales. No hay voces proféticas que adviertan de las adversidades que pueden hallarse en el tránsito por el laberinto. El pensamiento queda residual ante la finitud de la existencia y la infinitud del laberinto. Los residuos existenciales se amontonan en los basureros arqueológicos. Estas condiciones del laberinto son inevitables en el tránsito. El Ser del hombre es transitar desde el inicio al final del laberinto. Los riesgos biológicos, del pensamiento, de la crueldad, no son previsibles. Sus esencias es un Estar en el laberinto.
Se está obligado a vivir en la extrañeza de saberse parte del laberinto, del que se hereda la conciencia de existir. El hombre está obligado, por su condición de ser en el mundo, de reconocerse como un ser impelido a sumergirse en el devenir del laberinto. Tener que llegar al final, para darse la parte finita del tiempo, en la sumisión del hombre fatigado de llevar la existencia.
La materia humana está modelada por la acción del tiempo. Pero esta certeza de la materia adherida al tiempo se da en la experiencia de desvivirse en las circunstancias humanas / inhumanas, que han porteado los ladrillos de los que están construidos los muros del laberinto.
Cada individuo arrojado a la existencia se encuentra en el laberinto que las generaciones anteriores han dejado. Un laberinto generacional es una línea curva, que gira alrededor de un punto y se aleja cada vez más de él.
Los modos de reproducir la vida se acercan a sus límites destructivos a través de las restricciones de la naturaleza y de las restricciones históricas de productividad: las relaciones cuantitativas y cualitativas de medios de producción, organización y cantidades de trabajo. La Naturaleza y la Producción se adaptan a las estructurales sociales de la cultura y el poder bajo estrictos límites de renovación y destrucción. El laberinto de la producción y de la cultura se amplia y reduce en relación a las masas de antiproducción que se generan en el laberinto. La antiproducción está en la muerte de la Naturaleza y la obsolescencia tecnológica, a través de las estructuras jurídicas abstractas de la propiedad. Las sociedades totalitarias incrementan la antiproducción de masas sociales obsesionadas por someterse a la supervivencia.
Los modos de reproducir la vida se dan en círculos de existenciales que se expanden en espiral. Todo ser está en el laberinto de reproducir su vida en los límites de las condiciones generales de inhumanidad.
Ante esta contradicción de los límites, y la realidad impositiva de la supervivencia, el hombre se da al laberinto del mundo.
Su cuerpo está tatuado de marcas, que le advierten de su pertenencia a los riesgos de existir en una situación temporal, y le precarizan su permanencia en la durabilidad. Los tatuajes son inscripciones de pertenencia al riesgo de la libertad manipulada y de la muerte calculada en las épocas históricas de terror. Los riesgos exterminativos llegan hasta el término del laberinto. La conclusión, del significado “de peligro en el laberinto”, es la textura de la limitación de la condición humana. Lo que se expone al riesgo es la esencia de la vida en el flujo del tiempo, en la inconsciencia de la finitud.
Dentro de la temporalidad finita del laberinto hay pausas virtuales de variabilidad intensiva de conciencia y de inconsciencia. El hombres es un ser que juega. En este juego, lanzamientos de dados que posibiliten un número que exija una nueva tirada, y con el resultado, el azar que lo sitúa fuera de la necesidad y en el olvido del tránsito del laberinto.
Los juegos del instinto de vida y del instinto de la muerte, en el pasaje del laberinto, constituyen la memoria intrascendente.
La memoria intrascendente es un valor de uso desgastado, una llave que abre la caja de Pandora en un desvelamiento del riesgo del mal en la necesidad y en el azar. Ambivalencia racional y emocional, autodestructiva del individuo y la sociedad, en la irracionalidad de un no querer sobrevivir a los límites de mundo. A unas relaciones sociales depreciadas por la conversión del hombre en una cosa. La coseidad del hombre fija y valoriza las categorías que están en la permanencia histórica del laberinto. Los valores sociales que justifican el porvenir del hombre están ocultos en la razón cosificada.
Se vive en la continuidad rutinaria, exentos de verificar la autenticidad y la procedencia de los límites inhumanos.
Tal vez estos límites inhumanos han hundido a la modelo surcoreana Daum Kim en el suicidio. Se ha suicidado en París, a los veintidós años, en su habitación de hotel. César Vallejo dejó un poema iluminador de las circunstancias degradantes de la muerte y la ciudad. “Moriré en París, con aguaceros, un día que llevo en la memorias.” El suicida no acepta pagar el peaje del laberinto. En relación con el individuo y el suicidio, ya hubo otra noticia de prensa, de hace algún tiempo, año 2000, en la que la prensa japonesa revelaba que las autoridades habían decidido instalar espejos, en los ferrocarriles, de las grandes ciudades, para evitar los suicidios. Japón es un país con un índice alto de suicidios. ¿Por qué las autoridades habían venido a conclusión de que la imagen reflejada del presunto suicida sería disuasoria ante su intencionalidad oculta? ¿Tal vez porque el suicida esconde su propósito en íntima convicción de ruptura existencial? ¿Por qué las autoridades habrían de convenir que la imagen del presunto suicida fuera descubierta en los espejos y que su persona reflejada le causara un sentimiento de culpa, que le llevara al disentimiento comprensivo y afectivo de la inutilidad de la desesperación? La conciliación de lo real y lo reflejado. El espejo forma parte esencial de la conciencia en el laberinto. Probablemente, las autoridades niponas habrían considerado, en su mandato, que los espejos guardan una asociación equilibradora entre la Sinrazón y la Razón. Si los valores sociales, que justifican el porvenir del hombre, se ocultan en la sinrazón entonces habrá que visualizar a ésta en la imagen del espejo. Los quebradizos sesgos de la locura serían visibles.
En la estructura de la cultura hay la incesante necesidad de revelar la unidad de lo oculto y lo reflejado. El confucianismo advierte de la necesaria armonía de la cultura y el orden celestial. El gran peligro de la anarquía proviene de las desarmonías del poder mundano y las armonías de los movimientos de los astros. La teología de los astros y la teología de las ceremonias del poder requieren la contención del desorden por la conjunción de lo humano y los ritmos del cielo. El espejo ritual del firmamento desvela las intenciones autodestructivas del poder organizado y de los individuos anarquizados de la antiproducción. Confucio sabía que hay un laberinto de fuerzas opuestas que deben equilibrarse sin intervenir en su orden.
El equilibrio de las relaciones sociales está en la claridad escasa del laberinto. La falta de claridad no afirma ni niega que haya una salida. La mirada, en el espejo celeste, te ve y delata tu desarmonía. De aquí, que los cortesanos imperiales de las épocas clásicas ocultaran sus miradas ante las del emperador-celeste, tras un espejo de mano. Los ojos del emperador quedaban fijados en la superficie lisa del espejo del cortesano. Los espejos, en los centros de poder despótico clásico, han sido instigadores del instinto de amor y del instinto de muerte. La utilidad del espejo era el de reflejar el rostro y duplicarlo en una máscara de utilidad instrumental. La eficacia de una conciencia que se enmascara para lograr sus fines sin que lo adviertan los vigilantes de oro y los vigilantes de plata de las jerarquías de selección de poder. Se daría entonces la correspondencia en vigilantes y máscaras. Aunque el desorden ya estaría dado: a mayor vigilancia, mayor cantidad de máscaras. A menor vigilancia, menores cantidades de máscaras. Las épocas de autoridad totalitaria causan la conversión de la sociedad en una máscara uniforme, con los rasgos faciales del déspota. La universalidad del poder despótico es la universalidad de la máscara. El ocultamiento de la intencionalidad del hacer o no hacer exige los vigilantes y las máscaras. Esta situación de ocultamiento, de las intenciones de continuar o cesar en el laberinto de los riesgos del mundo, el suicida y el espejo, ha sido utilizada en la teoría política confuciona del encubrimiento de la razón del Estado y la violencia y en las teorías políticas del siglo XVI.

viernes, 13 de noviembre de 2009

La conciencia y el Poder instrumental (2)

El hombre está necesariamente fuera de sí. Su exigencia de supervivencia está en la relación de Naturaleza y Trabajo. Si está fuera de sí, a través de la necesidad y el trabajo, es para determinar su realidad social. Existe en su uso productivo y en él se da objetividad. Está “Ahí” para existir en sus carencias. Las condiciones de su realidad están fuera de él y ha de hallarlas en las contradicciones de escasez de recursos naturales y en los flujos desquiciados de la producción y del delirio de los deseos. La racionalidad de los límites de la producción natural se enfrenta a la irracionalidad de las tecnologías industriales, que destruyen los recursos naturales sobre la dicotomía de excedentes económicos de naciones ricas y excedentes de naciones pobres. Los excedentes se atribuyen desigualmente a las masas sociales marginales y las minorías de jerarquía. Se produce por el excedente mismo y su apropiación de clase social hegemónica.
Las rupturas de las estructuras de la biodiversidad, y los excedentes económicos especulativos, conllevan desequilibrios de supervivencia del hombre genérico en tanto Naturaleza y Sociedad.
El hombre es un ser que se objetiva fuera de sí para adquirir conciencia intencional de él con respecto a la totalidad social y natural. La esencia humana se objetiva en la reproducción de la realidad que le posibilita la continuidad existencial en conjuntos de población, recursos naturales y conocimientos. El proceso de producción de la existencia genérica recae en la actividad totalizadora de hacer y del saber. Hacer y saber que hacen del ser natural un ser natural humano. Nadie escapa de las condiciones objetivas de la carencia, en la que ha llegado al mundo social y natural, también en la voluntad necesaria de cooperación social y tecnológica, para transformarlas, sin un finalismo deshumanizador en los intercambios nacionales e internacionales de la producción, la distribución y el consumo.
Se nace en una sociedad que concreta las estructuras naturales, de producción, políticas e ideológicas, que habrán de definir la complejidad de la conciencia racional del Ser natural. La esencia es social tanto en sus ascensos espirituales y en sus descensos inhumanos. La reproducción humana/ inhumana de las condiciones de supervivencia de la Humanidad equilibra/ desequilibra lo natural y lo humano.
Pero el saber y la producción de la objetividad del hombre humano/inhumano son instrumentalizadas intencionalmente por las oligarquías de la ignorancia con metodologías de lo inhumano en factores de producción de jerarquías selectivas.
El hombre no es un dios, sino un ser social fatigado y cansado por el dominio de las minorías de poder absoluto. La explotación del hombre lo vuelve un ser fatigado y cansado.
A este hombre cansado y fatigado se dirigen los pensamientos de Blaise Pascal (1623-1662), filósofo, matemático y físico francés, considerado una de las mentes privilegiadas de la historia intelectual de Occidente, que reflexionó en la condición del compromiso de la fe ante un mundo ciego, un hombre en la paradoja del ángel y la bestia, la ausencia del porvenir humano y la presencia absoluta del compromiso, en el límite de ruptura del pragmatismo utilitario y la apuesta por la trascendencia.
La conciencia intencional de los actos humanos está en un estado permanente de sitio, en donde se dan las causas racionales del saber y el hacer y la Nada de un Mundo para la muerte.
Pero Blaise Pascal levanta, ante la destrucción del hombre consciente un pensamiento radicalmente esperanzador.
Bajo el Estado absolutista de Luis XIV, Blaise Pascal lanzó un reto filosófico posthistórico al pensamiento autoritario absolutista. Nunca, las osificaciones culturales de los métodos políticos totalitarios, han logrado silenciarlo, no llegaron a adherirlo a la ideología de la sumisión.
El pensamiento de Blaise Pascal es éste: El hombre es una caña, la más débil de la naturaleza, pero es una caña pensante. No es menester que el universo se arme para aplastarla: un vapor, una gota de agua, es suficiente para matarlo. Pero aun cuando el universo autoritario lo aplaste, el hombre sería todavía más noble que el que mata, porque sabe de su trascendencia y la ventaja que el universo del poder tiene sobre él no lo convierte en una nada.
Para comprender la audacia, de trascender el poder absoluto, basta con mostrar al hombre jansenista de Blaise Pascal y el hombre del barroco del Estado absolutista de Luis XIV. Son dos conciencias opuestas hasta el límite de una contradicción histórica resoluble exclusivamente en el uso de la fuerza del Estado para destruirla. Los Estados absolutistas retardan las soluciones participativas de la sociedad en los conflictos de los excesos de poder autoritario, pero las coacciones de los antagonismos entre subjetividad libre y poder instrumental no se mantienen a favor de las acciones totalitarias. La destrucción del hombre jansenista del escenario social arrastrará las fuerzas intelectuales de la Ilustración, desintegradoras del absolutismo en la revolución de 1789 y en las revoluciones subsiguientes del siglo XX.
La conciencia instrumentalizada está integrada en la organización social de las jerarquías de violencia en cuanto medios exterminativos de las relaciones sociales de producción.
En tanto haya un Mundo de valores morales opacos, de intereses materiales y de información cultural, que atribuyen diferencias de rangos selectivos de poder, no habrá negación del Mundo alienado, ni Voluntad colectiva de salvación en la opacidad de los hechos autoritarios, que posibilitan el dominio de la ignorancia y la violencia.
La conciencia de la revelación participativa de la Verdad en la Necesidad Humana exige valores de absoluta Justicia y Verdad en el Hombre y en su Mundo.
La voluntad de Verdad y Justicia habrá de ser inmanente en cuanto se adquiere en la perfectibilidad consciente, fuera del alcance de la violencia que envuelve al hombre en un valor residual. Más allá de la contingencia del individuo sometido está la conciencia colectiva del apoyo mutuo.
La actitud consciente de exigencia de Justicia y de Verdad absolutas ha sido una constante de la superación de la inhumanidad. La apuesta social por valores absolutos de Justicia y Verdad ha arrastrado la práctica de las revoluciones utópicas desde los modos de reproducción social asiáticos a los modos de producción de flujos económicos de tecnología, distribución y excedente económico, bajo los atributos abstractos de la propiedad privada de jerarquía. El tiempo utópico de la fe del humanismo progresivo está siempre progresando ante el inhumanismo grávido de los flujos exterminativos de la conciencia cultural instrumental.
Las exigencias de vivir, con el compromiso de la Justicia y la Verdad, se renuevan en las generaciones o se extinguen en la náusea inconsciente de la angustia cosificada. La utopía del porvenir humano radica en una colectividad, fuera de los límites de la deshumanización del saber y de las correspondencias cosificadas, en las que se dominan y equilibran la población y los recurso tecnológicos y naturales. Las épocas de barbarie están adheridas a la sumisión del hombre exluido de la verdad y la colectividad racional.
Las conexiones residuales de supervivencia de verdugos y víctimas están dentro de la manipulación ideológica y la violencia instituida. Los hábitos convivenciales degradativos se vuelven agónicos en las gradaciones del mundo instrumental y natural, en la opacidad intencional, su absoluta carencia de la Justicia con valor radical de permanencia progresiva.
Estas exigencias, de las aberturas al sentido del hombre en la Naturaleza y en la Historia, descubren lo posible de la naturaleza humana abierta a sí misma. Las preguntas si la vida es la inmovilidad del fatalismo, si los mecanismos deformativos de la enajenación marcan espirales de retornos, intencionalmente, son deyecciones de las minorías de poder barbarizadas. El hombre, si está separado permanentemente de lo que debe ser en lo trascendente, ¿qué sentido tiene su vida finita y lo infinito de la muerte?
El hombre termina, por hallarse desnudo, ante la ignorancia de que su conciencia ha sido instrumentalizada para que no haya aberturas reflexivas a las condiciones reales y mentales del mundo. Las relaciones de poder instrumental son producidas desde la consciencia reactiva del dominador. Él las produce. La cultura de poder autoritario es una actividad genérica de lo inhumano reactivo y selectivo.
La producción y la distribución se utilizan para constituir masas sociales reactivas ante la necesidad de trascender las situaciones opresivas de dominio por la realización consciente del Hombre en la Naturaleza. Se someten, a las masas sociales marginales, a los bloqueos emocionales y a la docilidad imperativa de las instituciones coercitivas. La sumisión económica e ideológica se da ahora en las megápolis del siglo XXI, donde los incluidos/excluidos en el trabajo automatizado y fragmentado, de la pobreza absoluta y relativa, soportan la instrumentalización de la conciencia. Se impone la reflexión de que durar en lo finito tiene que ser más que subsistir.