viernes, 16 de julio de 2010

Kafka: Josef K.

Dostoievski, en “Memorias del subsuelo”, descubre para la novelística la psicología del hombre del resentimiento. Un individuo sin capacidad de olvido, que activa las huellas del inconsciente, los traumas de la humillación en una reiterada e interiorizada venganza. Las motivaciones de lástima y orgullo le llevan a fabulaciones sadomasoquistas. Con él, aparece el animal con memoria, que rumia sin olvido, que habrá de dar a la aparición de personajes del resentimiento totalitario, su aparición partidaria en las manifestaciones conservadoras de masas del siglo XX. Se uniforma bajo la connivencia y la financiación económica de grupos extremos, en su rencor anticapitalista y en su extremado rigor violento con las actividades de obreros, que reivindican mayores incrementos salariales o peticiones pacifistas en las crisis internacionales. El hombre del resentimiento atacará de manera exterminativa a los oponentes de clase económica e ideológica. Sus sentimientos de rencor se homogenizarán en las simetrías de los uniformes y en movimientos corporales rítmicos. Las sumisiones de mando y rango en la sombría posición del lumpenproletario. El desclase en la mediocridad vengativa. El rencor y el viciado monólogo de esperar escondido en la memoria del subsuelo. La flagelación humillante para penetrar en los delirios esotéricos del futuro, que aguarda en el tiempo del subsuelo.
Sin embargo, Josef K, de Kafka, es la creación literaria de un personaje al que se le limita la duración de la vida por ser un condenado que ignora la culpa por la que es castigado. Josef K cae bajo los límites represivos de instituciones sociales ocultas e independientes que aplastan las relaciones de una voluntad individual libre. Si el lenguaje dostoievskiano reitera la venganza obsesiva del hombre del rencor que se ha separado de la comunidad como sustancia de su realidad y pretende existir manteniendo las quemaduras de una conciencia humillada y sin olvido, Josef K es un individuo de una colectividad falseada que le predestina a ser una persona falsificada, incluirlo en la irracionalidad del ser atrapado en una cotidianidad sin valores absolutos de justicia y libertad. Un mundo social urdido en la ideología de la culpa irredimible, que da al individuo los atributos de estar apresado por delitos desconocidos. Josef K se enfrentará a la fatalidad del destino personal bajo el proceso por un delito del cual desconoce la causa. Es un ser predestinado por regulaciones jurídicas capaces de ejecutar y definir la fatalidad de la culpa irredimible, elevada a los distintivos de las bestias agresivas y solitarias de los seres modificados por la inoculación del odio.
En las anotaciones del diario, coexistentes a la escritura de la novela El Proceso, Kafka cuenta:“ No puedo seguir escribiendo. Me encuentro en el límite definitivo, ante el cual debo permanecer de nuevo décadas enteras, para empezar una vez más una nueva historia que quedará inconclusa. Este destino me está persiguiendo.”
Las novelas de Kafka suelen quedar inacabas, en correlación a las dilaciones de la intuición creadora, que dan sentido a la complejidad de una situación existencial angustiosa, de escaso perfeccionamiento formal y sentido real de los actos justos, en un mundo sin temor ni espera. Los estados de ánimo depresivos, le impiden a Kafka proseguir sus trabajos en un acto lúcido, que le posibilite intuir las formas del conocimiento, en la trabazón social del dominio de la familia autoritarias y la sociedad intransigente, que imponen la fuerza imperativa, monótona, persistente y absurda.
La sociedad kafkiana, de las dos décadas primeras del siglo XX, se hunde en un modelo de reproducción social autoritario, que se mantiene sobre la manipulación de las conciencia invertida por el empleo del poder absoluto. Kafka pertenece a una sociedad agotada, de relaciones de poder autoritarias, que se ocultan en un cinismo simplificador de la verdad para ocultar las discontinuidades de un orden social de inestabilidad interminable. Los relatos kafkianos están en la provisionalidad emocional e intelectiva de una concepción del mundo inmanente a los flujos temporales de la memoria histórica, en su extinción social. Si para Dostoievski hay el sufrimiento de la redención trascendente, para Kafka la fatalidad de su existencia pertenece a la oscuridad de una sociedad vigilada por la delación y la injusticia arbitraria. El individuo está sujeto al sinsentido de una sociedad, que deja la radicalidad de la existencia vacía, y el límite natural de la durabilidad en el silencio infinito de la muerte.
La vida de Josef K, en el Proceso, se determina sobre un delito desconocido, que le imponen fuerzas sociales irracionales. Su condena se manifiesta en la estructura de la tragedia del absurdo. La vida de Josef K habrá de ser la confirmación de una sentencia condenatoria por un delito que ignora. Nunca podrá defenderse hasta llegar al extremo de su asesinato como una víctima degollada. Josef K está en la gratuidad de la negación del hombre sin culpa, castigado por el procedimiento de conservación de una sociedad en decadencia.
Si la tragedia de la negación consiste en adoptar una actitud de no gustar ni participar de un mundo carente de valores trascendentes e intemporales, la tragedia de Josef K es la negación de un proceso judicial interminable del que ignora su procedencia y finalidad. Josef K buscará una entrada en la historia circular de los poseedores de la crueldad. Lo finito humano se adentra en lo infinito de la voluntad organizada en institución de poder. Josef K soporta el resentimiento, aplicado a debilitar y acabar con el hombre real y consciente.
La novela, “El Proceso”, se inicia con el arresto de Josef K. La Policía entra en su domicilio cuando él está dormido. Se encuentra desnudo ante la interrupción de los sujetos obedientes al mandato de detenerlo. La acción está dirigida a debilitar su identidad. Un individuo sorprendido está desnudo ante la coacción. El comienzo del terror exige que el individuo retorne a la desnudez natural.
“¿Quién es usted?- preguntó K, incorporándose en la cama. El hombre, sin embargo, pasó por lo alto la pregunta, como si fuera completamente natural su presencia en aquella casa y se contestó con una pregunta a su vez:
-Ha llamado usted.
-Anna tiene que traerme el desayuno-dijo K-, tratando de establecer por conjeturas, quién podía ser aquel hombre. Pero el otro no se entretuvo en dejarse examinar, sino que volviéndose hacia la puerta, la entreabrió para decir a alguien que parecía encontrarse detrás de ella:
- ¡Desea que Anna le traiga el desayuno!.
En la pieza vecina se oyó una risita que, a juzgar por el ruido, no era posible determinar si pertenecía a una o varias personas. Aunque el extraño no hubiera podido averiguar por esa risa lo que no sabía de antemano, dijo a K, en tono de aviso:
-Es imposible.”
Se inicia el acceso a la dependencia de la voluntad ajena. Es un factor de sorpresa y de debilitamiento de la conducta del detenido.
“-No quiero ni quedarme aquí, ni que usted me dirija palabra en tanto no me diga quién es.”
En la habitación vecina había otro hombre, sentado junto a la ventana abierta, y provisto de un libro, del que apartó la mirada al ver entrar a Josef K.
“-Hubiera debido de permanece en su habitación. ¿No se lo dijo Franz?
-Sí, pero, ¿qué desea usted?- dijo K, apartando los ojos del nuevo personaje para mirar a aquel a quien acababa de llamar Franz, que permanecía en el umbral de la puerta.”
Franz Kafka denuncia la pasividad del extraño, introduciendo en la narración a los espectadores que observan su detención, como si con ello intentase introducir la indiferencia con respecto a lo ajeno, dándole la singularidad del espectáculo de la desgracia extraña.
“Por la ventana abierta se volvió a ver a la anciana vecina, que continuaba apoyada en la suya, contemplando la escena con curiosidad verdaderamente senil, como para no perder nada de lo que allí ocurría.
K hizo un movimiento para liberarse de los hombres.
-No dijo el que estaba junto a la ventana, dejando su libro sobre una mesita y poniéndose de pie- No tiene derecho a salir está detenido.
K añadió: ¿por qué?
-No estamos aquí para decírselo. Vuelva a su cuarto y espere.
Ambos examinaron su camisa y le aconsejaron que se vistiera con ropa de inferior calidad, manifestándole que ellos se harían cargo de lo que llevaba puesto así como de toda su ropa blanca, y que se la devolverían en el caso de que el asunto terminase bien.
-El mejor, le dijeron, que nos confíe sus cosas para que las guardemos, pues en el depósito se producen con frecuencia pérdidas, y por otra parte allí se acostumbra a revender todo pasado cierto tiempo, sin que nadie se moleste en averiguar si el proceso ha terminado o no. De todas las maneras el depósito le devolverá a usted el dinero obtenido de la venta, pero no sería gran cosa ya que en la operación el precio no está determinado por la importancia de la oferta si no por los sobornos, y además la experiencia demuestra que esa sumas disminuyen al pasar de mano en mano.”
Los verdugos de los campos de exterminio arrancaban las muelas de oro a las víctimas y en las crisis económicas el patrimonio escaso de los trabajadores se vende a los compradores de oro. Las familias asalariadas no dejan patrimonio a sus sucesores. De una manera o de otra lo pierden en la vejez.
“¿Qué clase de hombres eran aquellos? ¿De qué hablaban?¿A qué departamento oficial pertenecían”.
Se disponía a comer su propio desayuno. Los esfuerzos de Josef K por identificarse resultan nulos. Los agentes no los admiten.
“No puede haber ningún error. Las autoridades a cuyo servicio estamos, y de las que únicamente conozco los grados inferiores, no son las que buscan los delitos del pueblo, sino que son atraídas por el delito y entonces nos envía a nosotros, los agentes de la ley y no puede haber ningún error.
-Yo no conozco esa ley- dijo K. (…)
-Tú lo ves William; reconoce que ignora la ley pero al mismo tiempo afirma que es inocente” (…)
Apoyados en la ventana de enfrente hallábase de nuevos los dos ancianos; pero ahora el número de espectadores había crecido, pues detrás de ellos se veía un hombre que les excedía mucho de altura. Éste tenía la camisa abierta en el pecho y no cesaba de retorcerse su barba rojiza entre los dedos.
Dijo el oficial: tampoco puedo decir que usted está detenido, o mejo dicho, no sé si lo está. La verdad es que está detenido y no sé más. (…) Mi misión era informarlo; ya lo he hecho, y he visto como lo ha tomado. Por hoy es suficiente, de modo que podríamos despedirnos, transitoriamente, por supuesto. Me imagino que querrá ir al banco.
“-¿Cómo puedo ir al banco si estoy arrestado?
-No me ha comprendido. Cierto que está detenido, pero eso no le impide en modo alguno cumplir con sus obligaciones. No debe alterar su vida cotidiana.
Por aquella noche- el tiempo había transcurrido muy rápidamente en medio de un activo trabajo y de una gran cantidad de cordiales felicitaciones en el día de su cumpleaños-K prefirió encaminarse a su casa inmediatamente.
Sí- dijo ella en voz baja-, pero no tiene que tomar la cosa demasiado a lo trágico. Son cosas que pasan en el mundo.”

jueves, 1 de julio de 2010

Kafka: La doctrina compasiva (y 3).

“En ese momento oyó el explorador un grito airado del oficial. Acababa de colocar, no sin gran esfuerzo, la mordaza de fieltro, dentro de la boca del condenado, cuando este último, con una náusea irresistible, cerró los ojos y vomitó. Rápidamente el oficial le alzó la cabeza, alejándola de la mordaza y tratando de dirigirla hacia el hoyo; pero era demasiado tarde, y el vómito se derramó sobre la máquina.
-¡Todo esto es culpa del comandante-gritó el oficial, sacudiendo insensatamente la barra de cobre que tenía enfrente. Me dejarán la máquina más sucia que una pocilga. (…) Durante horas he tratado de hacerle comprender al comandante que el condenado debe ayunar un día entero antes de la ejecución. Pero nuestra nueva doctrina compasiva no lo quiere así. (…) ¡Qué diferente era en otro tiempo la ejecución! Ya un día antes de la ceremonia, el valle estaba completamente lleno de gente; todos venían sólo para ver; por la mañana temprano aparecía el comandante con las señoras; las fanfarrias despertaban a todo el campamento; yo presentaba un informe de que todo estaba preparado; todo el estado mayor- ningún oficial se atrevía a faltar- se ubica en torno de la máquina; este montón de sillas de mimbre es un mísero resto de aquellos tiempos. La máquina resplandecía recién limpiada; antes de cada ejecución me entregaban piezas nuevas de repuesto. Antes cientos de ojos- todos los asistentes en punta de pie, hasta en las cimas de las colinas- el condenado era colocado por el mismo comandante debajo de la Rastra. Y entonces empezaba la ejecución.” El oficial rechaza la teoría compasiva.
La doctrina compasiva pretende sentimientos de conmiseración, pena o lástima, hacia quienes sufren calamidades o desgracias. Ella fue, a finales del siglo XIX, propagada ideológica, por los retornos de la crueldad extintiva de la jerarquía de dominio aristocrático y la exaltación de este sufrimiento a la esfera religiosa. Se proponía introducir el apoyo mutuo de los oprimidos en la participación de una comunidad idealizada. Unas comunidades carentes de la opresión del poder político y económico de las articulaciones contributivas de las rentas de vasallaje, bien en dinero o en prestaciones obligatorias del trabajo gratuito en las tierras feudales de la aristocracia. La formación medieval del excedente económico es transparente, no se presenta oculto como en el capitalismo. El trabajo gratuito en la tierra aristocrática aparecía en bienes de uso sin coste de salario. El trabajo gratuito de los campesinos, que causaba la riqueza de la aristocracia, se trababa con la miseria general. La riqueza llegaba del número máximo de días de trabajo, dedicados a las tierras del señor, y los exiguos días empleados en la producción de bienes para la subsistencia del trabajador. El dominio de propiedad, y de casta aristocrática, aumentaba el trabajo gratuito de producción y disminuía el trabajo de subsistencia en la parcela del campesino. La obtención de trabajo gratuito servil se daba en los imperios de Alemania y Austria-Hungría, Rusia, Turquía, Bulgaria, África y Asia.
El siglo XX presentaba la extrema desigualdad de la pobreza en continentes. La perpetuación metafísica de las relaciones de dominantes y dominados se perpetuaba en millones de campesinos, siervos del mundo. Los desheredados de la cultura y la alimentación. Los sobreexplotados por la violencia organizada. Millones hombres degradados en las experiencias simbólicas del hambre y la sumisión a un orden del poder jerarquizado. Las instituciones de dominio se posicionan en la desorganización de la resistencia de los oprimidos y el desplazamiento de esta opresión al misticismo y al fatalismo de la resignación ante el mal. El hambre de trabajo gratuito por parte de la jerarquía de dominantes es insaciable. Una reducción de los salarios reales es un aumento del trabajo gratuito. Las luchas económicas se establecen sobre el fundamento de la relación antagónica entre salarios y ganancias. El trabajo gratuito forma un excedente económico de clase en benes consumo inmediato, materias primas, y masas monetarias que se concretan en la circulación de los intercambios, a través de los precios nacionales e internacionales, en riqueza privada. La formación de excedentes económicos, por el trabajo no pagado, es la dinámica histórica de clase en la producción y la acumulación privada de la riqueza.
Nikoláievich Tolstoi (1828-1910), novelista ruso, emprende, a finales de 1882, la búsqueda de valores morales y sociales, que fuesen capaces de determinar un nuevo rumbo al egoísmo desenfrenado de la aristocracia por el excedente económico de los campesinos. La voracidad del trabajo gratuito, que concretaba la riqueza de la aristocracia y la miseria de los campesinos. Ante la situación destructiva del pueblo ruso, Tolstoi extendió, a través de su literatura la doctrina compasiva contra el mal. Era un mal metafísico, que no revolucionaría la situación de pobreza de los campesinos, pero les habría de servir para unirlos en la religión evangélica valdense. Los principios del evangelismo cristiano: amor hacia los seres humanos y resistencia ante las fuerzas del mal.
La teoría de la doctrina tolstoyana cimentó en los humanistas liberales y demócratas europeos, ante el inhumanismo de las monarquías absolutistas europeas y asiáticas. La salvación sumisa del pobre fue utilizada para cambiarla por una nueva situación de representatividad de las instituciones políticas por la aristocracia y burguesía industrial, que llevará a cabo una reforma política desde arriba para evitar la revolución desde abajo. La emigración de las masas de campesinos liberaba consumo que podría ser comercializado en las ciudades industriales. La emigración de campesinos hambrientos libera bienes de consumo y materias primas que se liberan del consumo para ser exportados y servir de canje para las importaciones de capital industrial. Los planes de estabilización económica, determinados en la reducción de los salarios reales, contienen el mismo efecto: disminuir el consumo interno para sustituirlo por el consumo externo. El consumo externo paga las deudas internacionales y aumenta la miseria interior. El trabajador paga con su necesidad las deudas de una sociedad de clases.
La teoría tolstoyana de retorno a un campesinado espiritualizado retrasó la visión de la evidencia de una sociedad atrapada por la propiedad privada del excedente agrario y del excedente industrial.
Volviendo a la novelística de Kafka, éste pone, en el diálogo del oficial ejecutor, el rechazo a la teoría compasiva, como el acto de una voluntad débil que se desprende de la necesidad del procedimiento ejecutor por la culpa indudable. El oficial le cuenta al explorador las ejecuciones públicas festivas en la Colonia Penitenciaria, durante el mandato del antiguo comandante- tótem. El oficial no comprende que se rechace la máquina-tótem y la mirada- lente que permite gozar del dolor en el acto afirmativo de la ceremonia de poder en la eliminación de los disidentes.
Se confiesa el oficial: “Y tanto yo como la obra del antiguo comandante estamos irremediablemente perdidos. (…) Fue para mí una verdadera felicidad de que asistiera solo a la ejecución. (…) Y ahora elevo ante usted una súplica: ayúdeme contra el comandante”. Con la agudeza del torturador, el oficial intenta explicarle al explorador un plan que no fallará. Le pide que colabore con él para darle normalidad a la ejecución ante las reticencias del nuevo comandante.
“-No.
El oficial parpadeó varias veces, pero no desvió la mirada.
-¿Desea usted una explicación?- preguntó el explorador.
-Así que el procedimiento no le convence- dijo el oficial para sí- y sonrió como un anciano que se sonríe de la insensatez de un niño, y a pesar de la sonrisa prosigue sus propias meditaciones-Entonces llegó el momento-dijo por fin, y miró de pronto al explorador con clara mirada, en la que se veía cierto desafío, cierto vago pedido de cooperación.
-¿Cuál momento?- preguntó inquieto el explorador, sin obtener respuesta.
- Eres libre-dijo el oficial al condenado, en su idioma; el hombre no podía creerlo- Vamos eres libre-repitió el oficial.
Entonces oficial empezó a deletrear la inscripción, y luego la leyó entera.
-“Sé justo”, dice-repitió el oficial. (…)
A pesar de la evidente prisa con que se quitaba la chaqueta del uniforme, para luego desvestirse, totalmente, para luego tratar cada prenda de vestir con sumo cuidado. (…) Ya estaba desnudo. El oficial se dirigió hacia la máquina. Era alucinante ver cómo la manejaba, y cómo ella le respondía. Apenas acercaba una mano a la Rastra, ésta se levantaba y bajaba varias veces, hasta adoptar la posición correcta para recibirlo; tocó a penas el borde de la Cama, y ésta comenzó inmediatamente a vibrar; la mordaza de fieltro se aproximó a la boca; se veía que el oficial hubiera preferido no ponérsela, pero su vacilación sólo duró un instante, luego se sometió y aceptó la mordaza en la boca. Todo estaba preparado, sólo las correas pendían a los costados, pero eran evidentemente innecesarias, no hacía falta sujetar al oficial. Apenas se cerraron las correas, la máquina comenzó a funcionar; la Cama vibraba, las agujas bailaban sobre la piel, la Rastra subía y bajaba. El explorador miró fijamente durante un rato. Trabajando casi silenciosamente la máquina pasaba casi inadvertida. (…) Lentamente la tapa del diseñador se levantó, y de pronto se abrió del todo. Los dientes de una rueda emergieron y subieron; pronto apareció toda la rueda, como si alguna enorme fuerza interior del Diseñador comprimiera las ruedas, de modo que ya no hubiera lugar para éstas; la rueda se desplazó hasta el borde del diseñador, cayó, rodó un momento con el canto por la arena, y luego quedó inmóvil. Pero pronto subió otra, y otras la siguieron, grandes, pequeñas, imperceptiblemente diminutas; con todas ocurría lo mismo, siempre que aparecía el Diseñador, pero aparecía un nuevo grupo, extraordinariamente numeroso, subía, caía, rodaba por la arena y se detenía. El oficial extendió las manos. En ese momento la Rastra con el cuerpo atravesado en ella, como solía hacerlo después de la duodécima hora. La sangre corría por un centenar de heridas, no ya mezclada con agua, porque también los canalículos del agua se habían descompuesto. Y ahora falló también la última función; el cuerpo no se desprendió de las largas agujas; manando sangre, pendía sobre el hoyo de la sepultura, sin caer. La Rastra quiso volver a la anterior posición, pero como si ella misma advirtiera que no se había librado de su carga, permaneció suspendida en el hoyo.
-Ayúdame- gritó el explorador al soldado y al condenado, y cogió los pies del oficial.
Los sistemas sociales desaparecen cuando se agotan las posibilidades de su permanencia. La Máquina-tótem desaparece con la desaparición de la vida del oficial ejecutor. La relación biunívoca del oficial y la máquina-tótem no admitía ninguna posibilidad de pervivencia fuera de las instituciones represivas que habían formado a ambos.
“En ese momento, casi contra su voluntad, vio el rostro del cadáver. Era como había sido en vida; no se descubría en él, ninguna señal de la prometida redención; lo que todos hallaban, el oficial no lo había hallado; tenía los labios apretados, los ojos abiertos, con la misma expresión de siempre, la mirada tranquila y convencida; y atravesada en medio de la frente la punta de la gran aguja de hierro.”
La historia kafkiana expresa la crueldad habitual de su tiempo de historia. Kafka sabe que el dolor tiene un sentido: proporcionar placer a alguien que lo inflige o lo contempla y mantener un orden social para la culpa y la expiación. Esto es lo que nos enseña la más larga y antigua historia del hombre: el castigo tiene aire de fiesta. Se hace del dolor consecuencia de la culpa. No se debilita la historia del dolor. Se fabrica más tecnología del horror. Se le interioriza para mantener la obediencia y el simbolismo de la prometida inmersión en el bien.