martes, 19 de noviembre de 2013

Ideología y crisis económica.

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La ideología sobredetermina las condiciones reales de existencia. Conforma una unidad operativa de las condiciones materiales y las condiciones ideológicas que las representan. El hombre vive dentro de la ideología de su tiempo. Es un hombre de su época. Su conciencia es la conciencia que producen las condiciones sociales actuales de su reproducción material e ideológica. Vive inconscientemente con la máscara de su ideología. La ideología es una representación invertida de las condiciones reales. Los sueños ideológicos son la inversión de las condiciones reales. Las formas invertidas ideológicas actúan sobre la realidad para mantener el conflicto del individuo real con el individuo imaginario. Se vive dentro de la ideología que representa y simboliza  las condiciones en las que la clase dominante reproducen su poder social. La ideología se vuelve un instrumento de dominación sobre las clases sociales dependientes. No es un equilibrio de poderes, sino una jerarquía de poder absoluto que  utiliza la propiedad, la ciencia y la política para mantener un estado social de desigualdades sociales. El dominio económico y político   se entrelaza para que una minoría imponga un orden de jerarquía de riqueza material e ideológica. La voluntad de poder efectivo sobre una mayoría dependiente por el del rigor de la violencia organizada, centralizada, y económica al nivel de equilibrios de subsistencia de las masas sociales integradas en los procesos de producción de plusvalía. No hay nada en el mundo que no obedezca a la ley de la desigualdad. La fascinación por el poder político, y por los dioses de la sumisión al destino, confirma la eficacia de la ley de la desigualdad. La ideología de la desigualdad  se vuelve un factor subjetivo, que atraviesa las generaciones perpetuándose. Las máscaras cambian sus gestos cínicos, pero los actores del dominio se mantienen en el escenario a través de la perpetuación de la propiedad y la desigualdad.  La ideología de los dominantes se vuelve la ideología de los dominados a través de la estructura compleja de la desigualdad. La sumisión se perpetúa en la desigualdad legalizada. El escenario social no cambia. Sólo cambian los actores del drama de la desigualdad. Y dentro del drama, el juego social extintivo del régimen político y económico de los dominantes. La jerarquía de domino se perpetúa en las representaciones ideológicas y en la propiedad de clase y son independientes de los desequilibrios estatales de los bloques de dominio político. Los bloques políticos van desde los regímenes de poder absoluto a las democracias de representación popular. La esencia del poder de clase está alienada en su ideología. Se mantiene en la sobredeterminación  de la razón y la libertad por la sin razón, que formaliza la constitucionalidad de la desigualdad.  Los conceptos de dominio se vuelven ambiguos por el lenguaje de la fascinación trascendente de la existencia. La esencia del contenido de dominio está siempre en la interioridad de las palabras. Los hombres se deslizan por el tiempo sin que hayan modificado la ley universal de la desigualdad. Las masas sociales urbanas actuales están dentro de la invariabilidad de la inseguridad que proviene de la desigualdad económica. Los actores individuales y colectivos desparecen del escenario social, pero no así las relaciones sociales de dominio. Tal vez la mayor decepción para un espectador atento al escenario generacional sea la confirmación de la perpetuidad de la ley de la desigualdad de los sometidos. Los intervalos temporales  de irregularidad relativa de esta ley son breves. Se dan en las grandes calamidades sociales y naturales, posteriores a los desequilibrios internacionales de ascenso y descenso de las minorías de poder. Las condiciones de historia  se determinan por la decadencia o ascenso al poder de las minorías. Y en estos intervalos de desequilibrio se dan las coyunturas revolucionarias, que atenúan la ley de la desigualdad. Después de estas coyunturas, la acción de la ideología se vuelve una fuerza real operativa que retrotrae las situaciones convulsas a equilibrios transitivos compensadores. Las transiciones políticas reintegran la caducidad de un sistema social a otro mediante los pactos de subordinación  a las condiciones ideológicas del régimen social en decadencia. Las rupturas sociales posteriores provienen de transiciones fallidas de las minorías de dominio. La falta de enlace del dominio por perpetuaciones conservadoras desde arriba del orden en decadencia.
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La teoría económica de Sismondi va estrechamente unidad a la teoría del subconsumo/ superproducción y a la crisis de las rupturas sociales. La teoría del subconsumo de Sismondi enuncia que la producción creciente   no puede enfrentarse por razón a la desigual distribución de los ingresos. Con una demanda efectiva decreciente se originan constantes estancamientos de las ventas y perturbaciones financieras de cobros y pagos. La carencia de financiación por las unidades económicas se debe a la falta de capacidad del mercado para recuperar las inversiones de capital y las ganancias del trabajo en términos monetarios. La desproporcionalidad de la producción y el consumo se debe, según Sismondi, a un defecto en la estructura capitalista. Reinando una competencia libre, cada empresario trata de vender más barato que sus competidores, reduciendo los costes de producción mediante en menor gasto posible en materias primas  y sobre todo en salarios. Como consecuencia de ello, una parte de los obreros queda sin ocupación. Se forma un ejército de obreros en reserva que actúa como una variable interna que hace caer los salarios y la demanda de consumo. Todo  esto redunda en una disminución de la demanda efectiva. Pero simultáneamente crece la producción, debido a los progresos tecnológicos. Las ganancias obtenidas en la producción se distribuyen de manera desigual entre el capital y el trabajo, al darle al obrero  nada más que aquello que justamente precisa para mantener su vida.
Por otra parte, la superproducción y el subconsumo obligan a los capitalistas a ajustar la inversión a las ganancias. No se invierte en bienes de de equipo de  producción con lo que el decrecimiento de la inversión  va derrumbando sectores industriales de consumo inducido. La espiral de la crisis va recayendo en el decrecimiento de bienes de consumo y el crecimiento del paro. La falta de demanda efectiva es un multiplicador regresivo del decrecimiento  del empleo. Si los capitalistas aumentasen  su consumo no se dirige a los sectores industriales de bienes de equipo e intermedios, sino que se dirige a los sectores de bienes de lujo y financieros especulativos.
 Esta demanda de lujo, en parte, sólo puede ser satisfecha  sólo por importaciones de bienes de extranjeros. Esto provoca el crecimiento del endeudamiento exterior sin que repercuta sobre el empleo nacional. Industrias nacionales tienen  que ser paradas  o transformadas debido a la disminución de la demanda  por parte de los obreros y los capitalistas, lo que trae como consecuencia más despido de obreros. Así la concentración del patrimonio industrial en manos de unos cuantos origina una constante restricción de las ventas, por lo cual, la crisis no dejará  de existir hasta no haberse suprimido la desigualdad de los ingresos entre empresarios y trabajadores. El defecto en la estructura capitalista, entre producción creciente y demanda efectiva decreciente, es el defecto esencial en la estructura económica. Su solución requiere una intervención del Estado en la marcha de los procesos de producción y demanda. El capitalismo empresarial no resuelve la crisis de demanda efectiva sin la intervención reguladora del Estado.
Algún lector puede quedar desconcertado ante las características de la crisis de superproducción y subconsumo y la necesidad de la intervención del Estado para corregir este defecto fundamental en la estructura capitalista. Los planes estatales sobre la crisis actual llevan la dirección de acrecentar el subconsumo y el desempleo. La falta de apoyo a la demanda efectiva de la población aumenta el crecimiento del paro y con él decrecimiento de la demanda efectiva y la caída del multiplicador inducido de los  sectores económicos. Además, la carencia de la demanda de empleo público origina  mayores caídas del consumo directo y el aumento del déficit estatal por menores ingresos fiscales, compensados con las reducciones de gastos estatales  y el aumento del  endeudamiento externo como sustituto de la caída de la producción nacional y la demanda efectiva.
 Círculo vicioso de aumento de la pobreza degradante en amplias capas de la población activa e inactiva. El déficit de consumo extiende la depauperación relativa de la población.
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Nos encontramos frente al problema de uncir la ideología de dominio con la crisis económica.  Mientras la ideología de dominio sobredetermina las condiciones de existencia social, conformando una unidad operativa, política y económica, del mundo real y el mundo imaginario, las masas sociales viven la crisis de subconsumo dentro de la ideología de la clase dominante. Se diría que el hombre sometido vive dentro de la ideología, porque lo viven desde la inconsciencia. Su conciencia es la conciencia de quien mantiene las condiciones de reproducción material e ideológica. Vive con la máscara ideológica de un sistema económico del que no es sujeto, sino objeto. Así la concentración del patrimonio industrial en manos de unos cuantos origina una ideología de la propiedad jurídica, que atraviesa la necesidades sociales con ofertas y la demandas de trabajo a través del precio del salario decreciente y la falta de inversión capitalista y estatal. Un salario que mantiene la ley de la desigualdad del subconsumo, por la cual la crisis no dejará  de existir hasta no haberse suprimido  la desigualdad de los ingresos entre empresarios y trabajadores.

El defecto en la estructura capitalista entre producción y demanda efectiva decreciente es un defecto esencial en la estructura económica capitalista,  que requiere la intervención del Estado para la regulación de la supervivencia de propietarios y asalariados. Sin embargo, en la condición humana, la ideología es una representación invertida de las condiciones reales de la existencia. El individuo sometido no desenmascara la ideología de la clase dominante. La libertad y la razón se vuelven irracionales en la depauperación económica y mental del sujeto histórico que es la sociedad.