El hombre está necesariamente fuera de sí. Su exigencia de supervivencia está en la relación de Naturaleza y Trabajo. Si está fuera de sí, a través de la necesidad y el trabajo, es para determinar su realidad social. Existe en su uso productivo y en él se da objetividad. Está “Ahí” para existir en sus carencias. Las condiciones de su realidad están fuera de él y ha de hallarlas en las contradicciones de escasez de recursos naturales y en los flujos desquiciados de la producción y del delirio de los deseos. La racionalidad de los límites de la producción natural se enfrenta a la irracionalidad de las tecnologías industriales, que destruyen los recursos naturales sobre la dicotomía de excedentes económicos de naciones ricas y excedentes de naciones pobres. Los excedentes se atribuyen desigualmente a las masas sociales marginales y las minorías de jerarquía. Se produce por el excedente mismo y su apropiación de clase social hegemónica.
Las rupturas de las estructuras de la biodiversidad, y los excedentes económicos especulativos, conllevan desequilibrios de supervivencia del hombre genérico en tanto Naturaleza y Sociedad.
El hombre es un ser que se objetiva fuera de sí para adquirir conciencia intencional de él con respecto a la totalidad social y natural. La esencia humana se objetiva en la reproducción de la realidad que le posibilita la continuidad existencial en conjuntos de población, recursos naturales y conocimientos. El proceso de producción de la existencia genérica recae en la actividad totalizadora de hacer y del saber. Hacer y saber que hacen del ser natural un ser natural humano. Nadie escapa de las condiciones objetivas de la carencia, en la que ha llegado al mundo social y natural, también en la voluntad necesaria de cooperación social y tecnológica, para transformarlas, sin un finalismo deshumanizador en los intercambios nacionales e internacionales de la producción, la distribución y el consumo.
Se nace en una sociedad que concreta las estructuras naturales, de producción, políticas e ideológicas, que habrán de definir la complejidad de la conciencia racional del Ser natural. La esencia es social tanto en sus ascensos espirituales y en sus descensos inhumanos. La reproducción humana/ inhumana de las condiciones de supervivencia de la Humanidad equilibra/ desequilibra lo natural y lo humano.
Pero el saber y la producción de la objetividad del hombre humano/inhumano son instrumentalizadas intencionalmente por las oligarquías de la ignorancia con metodologías de lo inhumano en factores de producción de jerarquías selectivas.
El hombre no es un dios, sino un ser social fatigado y cansado por el dominio de las minorías de poder absoluto. La explotación del hombre lo vuelve un ser fatigado y cansado.
A este hombre cansado y fatigado se dirigen los pensamientos de Blaise Pascal (1623-1662), filósofo, matemático y físico francés, considerado una de las mentes privilegiadas de la historia intelectual de Occidente, que reflexionó en la condición del compromiso de la fe ante un mundo ciego, un hombre en la paradoja del ángel y la bestia, la ausencia del porvenir humano y la presencia absoluta del compromiso, en el límite de ruptura del pragmatismo utilitario y la apuesta por la trascendencia.
La conciencia intencional de los actos humanos está en un estado permanente de sitio, en donde se dan las causas racionales del saber y el hacer y la Nada de un Mundo para la muerte.
Pero Blaise Pascal levanta, ante la destrucción del hombre consciente un pensamiento radicalmente esperanzador.
Bajo el Estado absolutista de Luis XIV, Blaise Pascal lanzó un reto filosófico posthistórico al pensamiento autoritario absolutista. Nunca, las osificaciones culturales de los métodos políticos totalitarios, han logrado silenciarlo, no llegaron a adherirlo a la ideología de la sumisión.
El pensamiento de Blaise Pascal es éste: El hombre es una caña, la más débil de la naturaleza, pero es una caña pensante. No es menester que el universo se arme para aplastarla: un vapor, una gota de agua, es suficiente para matarlo. Pero aun cuando el universo autoritario lo aplaste, el hombre sería todavía más noble que el que mata, porque sabe de su trascendencia y la ventaja que el universo del poder tiene sobre él no lo convierte en una nada.
Para comprender la audacia, de trascender el poder absoluto, basta con mostrar al hombre jansenista de Blaise Pascal y el hombre del barroco del Estado absolutista de Luis XIV. Son dos conciencias opuestas hasta el límite de una contradicción histórica resoluble exclusivamente en el uso de la fuerza del Estado para destruirla. Los Estados absolutistas retardan las soluciones participativas de la sociedad en los conflictos de los excesos de poder autoritario, pero las coacciones de los antagonismos entre subjetividad libre y poder instrumental no se mantienen a favor de las acciones totalitarias. La destrucción del hombre jansenista del escenario social arrastrará las fuerzas intelectuales de la Ilustración, desintegradoras del absolutismo en la revolución de 1789 y en las revoluciones subsiguientes del siglo XX.
La conciencia instrumentalizada está integrada en la organización social de las jerarquías de violencia en cuanto medios exterminativos de las relaciones sociales de producción.
En tanto haya un Mundo de valores morales opacos, de intereses materiales y de información cultural, que atribuyen diferencias de rangos selectivos de poder, no habrá negación del Mundo alienado, ni Voluntad colectiva de salvación en la opacidad de los hechos autoritarios, que posibilitan el dominio de la ignorancia y la violencia.
La conciencia de la revelación participativa de la Verdad en la Necesidad Humana exige valores de absoluta Justicia y Verdad en el Hombre y en su Mundo.
La voluntad de Verdad y Justicia habrá de ser inmanente en cuanto se adquiere en la perfectibilidad consciente, fuera del alcance de la violencia que envuelve al hombre en un valor residual. Más allá de la contingencia del individuo sometido está la conciencia colectiva del apoyo mutuo.
La actitud consciente de exigencia de Justicia y de Verdad absolutas ha sido una constante de la superación de la inhumanidad. La apuesta social por valores absolutos de Justicia y Verdad ha arrastrado la práctica de las revoluciones utópicas desde los modos de reproducción social asiáticos a los modos de producción de flujos económicos de tecnología, distribución y excedente económico, bajo los atributos abstractos de la propiedad privada de jerarquía. El tiempo utópico de la fe del humanismo progresivo está siempre progresando ante el inhumanismo grávido de los flujos exterminativos de la conciencia cultural instrumental.
Las exigencias de vivir, con el compromiso de la Justicia y la Verdad, se renuevan en las generaciones o se extinguen en la náusea inconsciente de la angustia cosificada. La utopía del porvenir humano radica en una colectividad, fuera de los límites de la deshumanización del saber y de las correspondencias cosificadas, en las que se dominan y equilibran la población y los recurso tecnológicos y naturales. Las épocas de barbarie están adheridas a la sumisión del hombre exluido de la verdad y la colectividad racional.
Las conexiones residuales de supervivencia de verdugos y víctimas están dentro de la manipulación ideológica y la violencia instituida. Los hábitos convivenciales degradativos se vuelven agónicos en las gradaciones del mundo instrumental y natural, en la opacidad intencional, su absoluta carencia de la Justicia con valor radical de permanencia progresiva.
Estas exigencias, de las aberturas al sentido del hombre en la Naturaleza y en la Historia, descubren lo posible de la naturaleza humana abierta a sí misma. Las preguntas si la vida es la inmovilidad del fatalismo, si los mecanismos deformativos de la enajenación marcan espirales de retornos, intencionalmente, son deyecciones de las minorías de poder barbarizadas. El hombre, si está separado permanentemente de lo que debe ser en lo trascendente, ¿qué sentido tiene su vida finita y lo infinito de la muerte?
El hombre termina, por hallarse desnudo, ante la ignorancia de que su conciencia ha sido instrumentalizada para que no haya aberturas reflexivas a las condiciones reales y mentales del mundo. Las relaciones de poder instrumental son producidas desde la consciencia reactiva del dominador. Él las produce. La cultura de poder autoritario es una actividad genérica de lo inhumano reactivo y selectivo.
La producción y la distribución se utilizan para constituir masas sociales reactivas ante la necesidad de trascender las situaciones opresivas de dominio por la realización consciente del Hombre en la Naturaleza. Se someten, a las masas sociales marginales, a los bloqueos emocionales y a la docilidad imperativa de las instituciones coercitivas. La sumisión económica e ideológica se da ahora en las megápolis del siglo XXI, donde los incluidos/excluidos en el trabajo automatizado y fragmentado, de la pobreza absoluta y relativa, soportan la instrumentalización de la conciencia. Se impone la reflexión de que durar en lo finito tiene que ser más que subsistir.
Las rupturas de las estructuras de la biodiversidad, y los excedentes económicos especulativos, conllevan desequilibrios de supervivencia del hombre genérico en tanto Naturaleza y Sociedad.
El hombre es un ser que se objetiva fuera de sí para adquirir conciencia intencional de él con respecto a la totalidad social y natural. La esencia humana se objetiva en la reproducción de la realidad que le posibilita la continuidad existencial en conjuntos de población, recursos naturales y conocimientos. El proceso de producción de la existencia genérica recae en la actividad totalizadora de hacer y del saber. Hacer y saber que hacen del ser natural un ser natural humano. Nadie escapa de las condiciones objetivas de la carencia, en la que ha llegado al mundo social y natural, también en la voluntad necesaria de cooperación social y tecnológica, para transformarlas, sin un finalismo deshumanizador en los intercambios nacionales e internacionales de la producción, la distribución y el consumo.
Se nace en una sociedad que concreta las estructuras naturales, de producción, políticas e ideológicas, que habrán de definir la complejidad de la conciencia racional del Ser natural. La esencia es social tanto en sus ascensos espirituales y en sus descensos inhumanos. La reproducción humana/ inhumana de las condiciones de supervivencia de la Humanidad equilibra/ desequilibra lo natural y lo humano.
Pero el saber y la producción de la objetividad del hombre humano/inhumano son instrumentalizadas intencionalmente por las oligarquías de la ignorancia con metodologías de lo inhumano en factores de producción de jerarquías selectivas.
El hombre no es un dios, sino un ser social fatigado y cansado por el dominio de las minorías de poder absoluto. La explotación del hombre lo vuelve un ser fatigado y cansado.
A este hombre cansado y fatigado se dirigen los pensamientos de Blaise Pascal (1623-1662), filósofo, matemático y físico francés, considerado una de las mentes privilegiadas de la historia intelectual de Occidente, que reflexionó en la condición del compromiso de la fe ante un mundo ciego, un hombre en la paradoja del ángel y la bestia, la ausencia del porvenir humano y la presencia absoluta del compromiso, en el límite de ruptura del pragmatismo utilitario y la apuesta por la trascendencia.
La conciencia intencional de los actos humanos está en un estado permanente de sitio, en donde se dan las causas racionales del saber y el hacer y la Nada de un Mundo para la muerte.
Pero Blaise Pascal levanta, ante la destrucción del hombre consciente un pensamiento radicalmente esperanzador.
Bajo el Estado absolutista de Luis XIV, Blaise Pascal lanzó un reto filosófico posthistórico al pensamiento autoritario absolutista. Nunca, las osificaciones culturales de los métodos políticos totalitarios, han logrado silenciarlo, no llegaron a adherirlo a la ideología de la sumisión.
El pensamiento de Blaise Pascal es éste: El hombre es una caña, la más débil de la naturaleza, pero es una caña pensante. No es menester que el universo se arme para aplastarla: un vapor, una gota de agua, es suficiente para matarlo. Pero aun cuando el universo autoritario lo aplaste, el hombre sería todavía más noble que el que mata, porque sabe de su trascendencia y la ventaja que el universo del poder tiene sobre él no lo convierte en una nada.
Para comprender la audacia, de trascender el poder absoluto, basta con mostrar al hombre jansenista de Blaise Pascal y el hombre del barroco del Estado absolutista de Luis XIV. Son dos conciencias opuestas hasta el límite de una contradicción histórica resoluble exclusivamente en el uso de la fuerza del Estado para destruirla. Los Estados absolutistas retardan las soluciones participativas de la sociedad en los conflictos de los excesos de poder autoritario, pero las coacciones de los antagonismos entre subjetividad libre y poder instrumental no se mantienen a favor de las acciones totalitarias. La destrucción del hombre jansenista del escenario social arrastrará las fuerzas intelectuales de la Ilustración, desintegradoras del absolutismo en la revolución de 1789 y en las revoluciones subsiguientes del siglo XX.
La conciencia instrumentalizada está integrada en la organización social de las jerarquías de violencia en cuanto medios exterminativos de las relaciones sociales de producción.
En tanto haya un Mundo de valores morales opacos, de intereses materiales y de información cultural, que atribuyen diferencias de rangos selectivos de poder, no habrá negación del Mundo alienado, ni Voluntad colectiva de salvación en la opacidad de los hechos autoritarios, que posibilitan el dominio de la ignorancia y la violencia.
La conciencia de la revelación participativa de la Verdad en la Necesidad Humana exige valores de absoluta Justicia y Verdad en el Hombre y en su Mundo.
La voluntad de Verdad y Justicia habrá de ser inmanente en cuanto se adquiere en la perfectibilidad consciente, fuera del alcance de la violencia que envuelve al hombre en un valor residual. Más allá de la contingencia del individuo sometido está la conciencia colectiva del apoyo mutuo.
La actitud consciente de exigencia de Justicia y de Verdad absolutas ha sido una constante de la superación de la inhumanidad. La apuesta social por valores absolutos de Justicia y Verdad ha arrastrado la práctica de las revoluciones utópicas desde los modos de reproducción social asiáticos a los modos de producción de flujos económicos de tecnología, distribución y excedente económico, bajo los atributos abstractos de la propiedad privada de jerarquía. El tiempo utópico de la fe del humanismo progresivo está siempre progresando ante el inhumanismo grávido de los flujos exterminativos de la conciencia cultural instrumental.
Las exigencias de vivir, con el compromiso de la Justicia y la Verdad, se renuevan en las generaciones o se extinguen en la náusea inconsciente de la angustia cosificada. La utopía del porvenir humano radica en una colectividad, fuera de los límites de la deshumanización del saber y de las correspondencias cosificadas, en las que se dominan y equilibran la población y los recurso tecnológicos y naturales. Las épocas de barbarie están adheridas a la sumisión del hombre exluido de la verdad y la colectividad racional.
Las conexiones residuales de supervivencia de verdugos y víctimas están dentro de la manipulación ideológica y la violencia instituida. Los hábitos convivenciales degradativos se vuelven agónicos en las gradaciones del mundo instrumental y natural, en la opacidad intencional, su absoluta carencia de la Justicia con valor radical de permanencia progresiva.
Estas exigencias, de las aberturas al sentido del hombre en la Naturaleza y en la Historia, descubren lo posible de la naturaleza humana abierta a sí misma. Las preguntas si la vida es la inmovilidad del fatalismo, si los mecanismos deformativos de la enajenación marcan espirales de retornos, intencionalmente, son deyecciones de las minorías de poder barbarizadas. El hombre, si está separado permanentemente de lo que debe ser en lo trascendente, ¿qué sentido tiene su vida finita y lo infinito de la muerte?
El hombre termina, por hallarse desnudo, ante la ignorancia de que su conciencia ha sido instrumentalizada para que no haya aberturas reflexivas a las condiciones reales y mentales del mundo. Las relaciones de poder instrumental son producidas desde la consciencia reactiva del dominador. Él las produce. La cultura de poder autoritario es una actividad genérica de lo inhumano reactivo y selectivo.
La producción y la distribución se utilizan para constituir masas sociales reactivas ante la necesidad de trascender las situaciones opresivas de dominio por la realización consciente del Hombre en la Naturaleza. Se someten, a las masas sociales marginales, a los bloqueos emocionales y a la docilidad imperativa de las instituciones coercitivas. La sumisión económica e ideológica se da ahora en las megápolis del siglo XXI, donde los incluidos/excluidos en el trabajo automatizado y fragmentado, de la pobreza absoluta y relativa, soportan la instrumentalización de la conciencia. Se impone la reflexión de que durar en lo finito tiene que ser más que subsistir.
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