1
El ser humano cae de la idealidad a la realidad del destino y de la culpa. Como si las alas de cera de Ícaro fueran la idealidad, que debieran fundirse en su ascenso al sol. Éstas se derritieron e Ícaro cayó en el mar de la realidad: en su relación de culpa y castigo. La culpa y el castigo que se atribuye el déspota Minos: hacer del hombre un prisionero del laberinto del poder. Para salir del laberinto hay que fabricarse las alas de cera de la idealidad y saltar fuera hacia el sol. El destino, fatalidad del hombre apresado en la libertad de Otro, lleva cerca del sol para que las alas de la idealidad se derritan y la libertad heroica se precipite cayendo al mar. Kawabata narra los últimos acontecimientos de su personaje Gimpei llevándolo al laberinto de la memoria de la culpa y al tránsito de lo bello femenino, y su destrucción en el gesto desesperado de la erosión de lo bello por el tiempo.
Kawabata expone el descubrimiento de Machie y de su belleza por Gimpei.” Llevaba un vestido blanco de algodón y estaba mirando hacia abajo, apoyada en la barandilla. Aunque las filas de gente que había detrás de ella sólo permitían a ver un poco sus mejillas y sus hombros, sabía que no se equivocaba. Él retrocedió algunos pasos y lentamente se acercó por detrás. La atención de la chica estaba centrada en la torre, y había pocas probabilidades de que volviera la vista. (…) Dejando la barandilla, se puso detrás y le colgó cuidadosamente el asa de alambre de la jaula en el cinturón. El tejido de su vestido parecía pesado, y Machie no se dio cuenta. Cuando llegó al extremo del puente, se detuvo para mirar la jaula brillando opaca en su espalda. (…) Aunque empezó a alejarse del puente, consciente de que Machie le había hecho descubrir su propia timidez, o más bien redescubrirla.”
En su extraño juego de idealidad y realidad, Gimpei se despide de Machie colgando en su cinturón el simbolismo de la agonía del tiempo. Las luciérnagas brillan a espaldas de Machie como una premonición de la noche incierta, iluminada por las luciérnagas.
La separación de la búsqueda de Machie lleva al recuerdo de su culpa. “Gimpei alcanzó el pie del talud, trató de subir, pero le dio un calambre en la pierna y se agarró a la hierba. La hierba estaba ligeramente mojada. Su pierna le dolía tanto como para no poder moverla, pero se arrastró sobre sus manos y rodilla. Mientras avanzaba, un bebé raptaba en el suelo debajo de él, con sus palmas contra las suyas, como un espejo. Eran las frías manos de la muerte. Asustado, recordó un burdel de algún lugar de vacaciones, un espejo en el fondo de una bañera. (…) No sabía quién era niño, ni si estaba vivo o muerto. “La alucinación de la culpabilidad lo enfrenta al pasado.
Una tarde, a la entrada de una pensión donde Gimpei estaba cuando era estudiante, habían dejado un bebé con una nota diciendo algo parecido a: ”Esto es de Gimpei”. No sintió vergüenza alguna. Él era un estudiante, que recogía a un niño abandonado de una prostituta, y que podía ser enviado a la guerra en cualquier momento.
“-Sólo un truco mal intencionado. La dejé y ha hecho esto para desquitarse.
-Se fue cuando ella estaba embarazada, ¿verdad señor Momoi? (…)
- De todas formas devolveré al niño.- Miró al chiquillo tendido en el regazo de la patrona.-Téngalo mientras tanto, ¿quiere? Voy a buscar a mi compañero.
-Compañero. ¿Compañero de qué?. Señor Momoi, no irá a huir y dejarme con este niño, ¿verdad?
-No, es que no quiero devolverlo personalmente.”
Gimpei, ya que la mujer que lo había abandonado había sido la suya, sostenía al bebé dentro de su abrigo. En el tranvía, el bebé empezó a llorar. Asomó la cabeza del bebé por la parte alta del abrigo, sólo para darse cuenta de que era mejor mantener su propia cabeza baja y se descubrió a sí mismo mirando a la cara del niño.
El espejo de la mirada enseña el sutil deslizamiento de la vida personal en la totalidad de la crueldad social. Kawabata revela que fue después del gran incendio en el centro de Tokyo, causado por el primer bombardeo, cuando Gimpei puso al bebé en la puerta de atrás de una casa y llamó. Nadie se dio cuenta de su marcha, ya que lo burdeles no estaban muy juntos en el callejón. Gimpei tenía prácticas de escapar de esta casa. En aquellos días, a los estudiantes les daban zapatos gastados, de suela de goma o de lona, para su trabajo de guerra, y frecuentemente los dejaban atrás cuando huían de los burdeles. (…) Las cartas que recibían de las prostitutas cuando se iban sin pagar no eran siempre pidiendo dinero, sino con frecuencia les invitaban para que volvieran. Las chicas sabían sus nombres y direcciones, ya que Gimpei y los otros estudiantes como él estaban señalados por la guerra y no necesitaba ocultarlo; para ninguno había futuras razones que hicieran necesario ocultarlo. Los estudiantes enviados al frente eran héroes. Pero las prostitutas conocidas tenían licencia y, sin ella, eran obligas a trabajos físicos, y la mujer de Gimpei no debía de tener permiso, actuando en secreto. Aunque los muchachos se preguntaban si el sistema de burdel y sus regulaciones se había vuelto tan relajado, que un elemento humano había entrado en sus relaciones con esas mujeres. No se había ocurrido nunca a ninguno de ellos que las prostitutas podían haber tenido miedo a severos castigos en tiempos de guerra y se vieran forzadas a esta resignación fuera de lo normal. ¿Podían haber caído tan bajo como para suponer que las mujeres perdonaban sus desapariciones como juveniles travesuras? Se habían ido tres o cuatro veces sin pagar. Y cuando dejó al recién nacido en la casa del callejón, pensó que habían llevado a cabo una huida más definitiva. Era a mediados de marzo, pero empezó a nevar al medio día siguiente y continuó nevando hasta la noche. No podían dejar morirse de frío al niño en el callejón. Nadie del burdel lo había visto y el niño había desparecido. La culpabilidad confunde a la memoria inmediata: “ Pero había sido la casa del callejón el mismo burdel en el que habían estado siete u ocho meses antes? Gimpei tuvo esta duda después de que hubiera sido enviado al frente.” Kawabata reflexiona sobre la situación de la mujer sexualmente explotada en la situación de guerra. Las esclavas sexuales de la guerra del pacífico.
2
Gimpei penetra en el laberinto de la realidad de la miseria, en la dimensión del fatalismo grotesco. “Después de vagar por la ruinas de la zona donde había estado el burdel, Gimpei se sintió fatigado. De repente se había sorprendido al oír que gritaban.
Pero el fantasmal niño que se movía bajo la tierra, mientras Gimpei caminaba por la carretera la noche de las luciérnagas, era todavía un bebé, y su sexo era indefinido; en realidad no había sido conocido nunca. Y cuando pensaba esto, el niño tomaba la monstruosa forma de un muñeco sin nariz y sin boca.
-Es una niña, es una niña- murmuró Gimpei para sí mismo. “
3
“Cuando vio a una mujer que llevaba botas de goma y vestía más bien como un hombre, con pantalones negros descoloridos y una blusa blanca que parecía haberse encogido de tanto lavarla. Sus pechos eran planos, su cara amarillenta estaba quemada por el sol, y no llevaba maquillaje. Gimpei miró a su alrededor. La mujer se acercó y empezó a seguirlo. Él que tenía experiencia en seguir mujeres, se vio incapaz de descubrir por qué lo estaban siguiendo. (…)
-¿Qué quiere de mí?- preguntó ella.
-Eso es lo que yo iba a preguntarle, ¿me está siguiendo? (…)
Gimpei la miró otra vez. Sus labios eran enfermizos y oscuros, sin rastro de pintura, y enseñaba un diente de oro. (…) Sus ojos eran atentos, secos como los de un hombre y tenían un brillo de inteligencia; un ojo sin embargo era más pequeño que el otro. La piel de su rostro, quemada por el sol, era dura. Gimpei sintió cierta sensación de peligro. (…) Encontraba difícil de creer que, en una sola noche, hubiera visto a Machie en la caza de luciérnagas, le hubiera perseguido la aparición de un bebé y estuviese ahora hablando con una mujer que había encontrado por casualidad. Tal vez era la fealdad de ella lo que lo hacía posible, Haber visto a Machie en el canal fue un hermoso sueño, pero esta fea mujer en un restaurante barato era una realidad. (…) Cuando más fea era la cara de la mujer, mejor la visión. La fealdad de la mujer trajo la cara de Machie a su imaginación. (…) Le explicó que vivía con una hija de trece años en una habitación alquilada, en una calleja y que la niña iba al colegio. (…) El saque se derramaba por las comisuras de sus labios y caía sobre la mesa. Su cara tostada había pasado de ser negruzca a un color rojizo. Mientras salían se colgó del brazo de Gimpei. Él la cogió por la muñeca; fue todo sorprendentemente dulce. Al cruzarse con una chica que vendía flores en la calle, ella dijo:
-Cómprame flores, por favor. Quiero llevárselas a mi hija.
Cerca había un hotel barato donde se podía pasar la noche con una chica. La mujer vaciló, Gimpei dejó que el brazo de ella se escurriera y la mujer cayó sobre el suelo.
-Si tu hija te está esperando, vete a casa- dijo, y la dejó caer.
-¡Estúpido! ¡Estúpido!- gritó la mujer y, cogiendo un puñado de piedras, empezó a tirárselas. Una de las piedras dio a Gimpei en el tobillo.
-¡Ay!-gritó.
Se sintió ruin mientras se alejaba cojeando. ¿Por qué no había ido directamente a casa después de haber colgado la jaula con las luciérnagas en la espalda de Machie? Cuando llegó a la habitación que tenía alquilada, Gimpei se quitó los calcetines. Tenía el tobillo ligeramente rojo.”
La novela el Lago acaba en el gesto rutinario de quitarse los calcetines y observase el tobillo ligeramente rojo. Se diría que es el final de la caída en el vacío nihilista. La desesperación nihilista de Gimpei es la máxima del relativismo de los actos sobre una existencia en la que encalla el dolor del retorno de lo mismo. La causalidad del castigo y de la culpa: dolor por la inautenticidad del individuo que confunde la verdad con las apariencias. Este individuo desconoce la culpa y su redención. Las alas de cera de Ícaro se funden en la idealidad opaca del sufrimiento por la culpa.
El ser humano cae de la idealidad a la realidad del destino y de la culpa. Como si las alas de cera de Ícaro fueran la idealidad, que debieran fundirse en su ascenso al sol. Éstas se derritieron e Ícaro cayó en el mar de la realidad: en su relación de culpa y castigo. La culpa y el castigo que se atribuye el déspota Minos: hacer del hombre un prisionero del laberinto del poder. Para salir del laberinto hay que fabricarse las alas de cera de la idealidad y saltar fuera hacia el sol. El destino, fatalidad del hombre apresado en la libertad de Otro, lleva cerca del sol para que las alas de la idealidad se derritan y la libertad heroica se precipite cayendo al mar. Kawabata narra los últimos acontecimientos de su personaje Gimpei llevándolo al laberinto de la memoria de la culpa y al tránsito de lo bello femenino, y su destrucción en el gesto desesperado de la erosión de lo bello por el tiempo.
Kawabata expone el descubrimiento de Machie y de su belleza por Gimpei.” Llevaba un vestido blanco de algodón y estaba mirando hacia abajo, apoyada en la barandilla. Aunque las filas de gente que había detrás de ella sólo permitían a ver un poco sus mejillas y sus hombros, sabía que no se equivocaba. Él retrocedió algunos pasos y lentamente se acercó por detrás. La atención de la chica estaba centrada en la torre, y había pocas probabilidades de que volviera la vista. (…) Dejando la barandilla, se puso detrás y le colgó cuidadosamente el asa de alambre de la jaula en el cinturón. El tejido de su vestido parecía pesado, y Machie no se dio cuenta. Cuando llegó al extremo del puente, se detuvo para mirar la jaula brillando opaca en su espalda. (…) Aunque empezó a alejarse del puente, consciente de que Machie le había hecho descubrir su propia timidez, o más bien redescubrirla.”
En su extraño juego de idealidad y realidad, Gimpei se despide de Machie colgando en su cinturón el simbolismo de la agonía del tiempo. Las luciérnagas brillan a espaldas de Machie como una premonición de la noche incierta, iluminada por las luciérnagas.
La separación de la búsqueda de Machie lleva al recuerdo de su culpa. “Gimpei alcanzó el pie del talud, trató de subir, pero le dio un calambre en la pierna y se agarró a la hierba. La hierba estaba ligeramente mojada. Su pierna le dolía tanto como para no poder moverla, pero se arrastró sobre sus manos y rodilla. Mientras avanzaba, un bebé raptaba en el suelo debajo de él, con sus palmas contra las suyas, como un espejo. Eran las frías manos de la muerte. Asustado, recordó un burdel de algún lugar de vacaciones, un espejo en el fondo de una bañera. (…) No sabía quién era niño, ni si estaba vivo o muerto. “La alucinación de la culpabilidad lo enfrenta al pasado.
Una tarde, a la entrada de una pensión donde Gimpei estaba cuando era estudiante, habían dejado un bebé con una nota diciendo algo parecido a: ”Esto es de Gimpei”. No sintió vergüenza alguna. Él era un estudiante, que recogía a un niño abandonado de una prostituta, y que podía ser enviado a la guerra en cualquier momento.
“-Sólo un truco mal intencionado. La dejé y ha hecho esto para desquitarse.
-Se fue cuando ella estaba embarazada, ¿verdad señor Momoi? (…)
- De todas formas devolveré al niño.- Miró al chiquillo tendido en el regazo de la patrona.-Téngalo mientras tanto, ¿quiere? Voy a buscar a mi compañero.
-Compañero. ¿Compañero de qué?. Señor Momoi, no irá a huir y dejarme con este niño, ¿verdad?
-No, es que no quiero devolverlo personalmente.”
Gimpei, ya que la mujer que lo había abandonado había sido la suya, sostenía al bebé dentro de su abrigo. En el tranvía, el bebé empezó a llorar. Asomó la cabeza del bebé por la parte alta del abrigo, sólo para darse cuenta de que era mejor mantener su propia cabeza baja y se descubrió a sí mismo mirando a la cara del niño.
El espejo de la mirada enseña el sutil deslizamiento de la vida personal en la totalidad de la crueldad social. Kawabata revela que fue después del gran incendio en el centro de Tokyo, causado por el primer bombardeo, cuando Gimpei puso al bebé en la puerta de atrás de una casa y llamó. Nadie se dio cuenta de su marcha, ya que lo burdeles no estaban muy juntos en el callejón. Gimpei tenía prácticas de escapar de esta casa. En aquellos días, a los estudiantes les daban zapatos gastados, de suela de goma o de lona, para su trabajo de guerra, y frecuentemente los dejaban atrás cuando huían de los burdeles. (…) Las cartas que recibían de las prostitutas cuando se iban sin pagar no eran siempre pidiendo dinero, sino con frecuencia les invitaban para que volvieran. Las chicas sabían sus nombres y direcciones, ya que Gimpei y los otros estudiantes como él estaban señalados por la guerra y no necesitaba ocultarlo; para ninguno había futuras razones que hicieran necesario ocultarlo. Los estudiantes enviados al frente eran héroes. Pero las prostitutas conocidas tenían licencia y, sin ella, eran obligas a trabajos físicos, y la mujer de Gimpei no debía de tener permiso, actuando en secreto. Aunque los muchachos se preguntaban si el sistema de burdel y sus regulaciones se había vuelto tan relajado, que un elemento humano había entrado en sus relaciones con esas mujeres. No se había ocurrido nunca a ninguno de ellos que las prostitutas podían haber tenido miedo a severos castigos en tiempos de guerra y se vieran forzadas a esta resignación fuera de lo normal. ¿Podían haber caído tan bajo como para suponer que las mujeres perdonaban sus desapariciones como juveniles travesuras? Se habían ido tres o cuatro veces sin pagar. Y cuando dejó al recién nacido en la casa del callejón, pensó que habían llevado a cabo una huida más definitiva. Era a mediados de marzo, pero empezó a nevar al medio día siguiente y continuó nevando hasta la noche. No podían dejar morirse de frío al niño en el callejón. Nadie del burdel lo había visto y el niño había desparecido. La culpabilidad confunde a la memoria inmediata: “ Pero había sido la casa del callejón el mismo burdel en el que habían estado siete u ocho meses antes? Gimpei tuvo esta duda después de que hubiera sido enviado al frente.” Kawabata reflexiona sobre la situación de la mujer sexualmente explotada en la situación de guerra. Las esclavas sexuales de la guerra del pacífico.
2
Gimpei penetra en el laberinto de la realidad de la miseria, en la dimensión del fatalismo grotesco. “Después de vagar por la ruinas de la zona donde había estado el burdel, Gimpei se sintió fatigado. De repente se había sorprendido al oír que gritaban.
Pero el fantasmal niño que se movía bajo la tierra, mientras Gimpei caminaba por la carretera la noche de las luciérnagas, era todavía un bebé, y su sexo era indefinido; en realidad no había sido conocido nunca. Y cuando pensaba esto, el niño tomaba la monstruosa forma de un muñeco sin nariz y sin boca.
-Es una niña, es una niña- murmuró Gimpei para sí mismo. “
3
“Cuando vio a una mujer que llevaba botas de goma y vestía más bien como un hombre, con pantalones negros descoloridos y una blusa blanca que parecía haberse encogido de tanto lavarla. Sus pechos eran planos, su cara amarillenta estaba quemada por el sol, y no llevaba maquillaje. Gimpei miró a su alrededor. La mujer se acercó y empezó a seguirlo. Él que tenía experiencia en seguir mujeres, se vio incapaz de descubrir por qué lo estaban siguiendo. (…)
-¿Qué quiere de mí?- preguntó ella.
-Eso es lo que yo iba a preguntarle, ¿me está siguiendo? (…)
Gimpei la miró otra vez. Sus labios eran enfermizos y oscuros, sin rastro de pintura, y enseñaba un diente de oro. (…) Sus ojos eran atentos, secos como los de un hombre y tenían un brillo de inteligencia; un ojo sin embargo era más pequeño que el otro. La piel de su rostro, quemada por el sol, era dura. Gimpei sintió cierta sensación de peligro. (…) Encontraba difícil de creer que, en una sola noche, hubiera visto a Machie en la caza de luciérnagas, le hubiera perseguido la aparición de un bebé y estuviese ahora hablando con una mujer que había encontrado por casualidad. Tal vez era la fealdad de ella lo que lo hacía posible, Haber visto a Machie en el canal fue un hermoso sueño, pero esta fea mujer en un restaurante barato era una realidad. (…) Cuando más fea era la cara de la mujer, mejor la visión. La fealdad de la mujer trajo la cara de Machie a su imaginación. (…) Le explicó que vivía con una hija de trece años en una habitación alquilada, en una calleja y que la niña iba al colegio. (…) El saque se derramaba por las comisuras de sus labios y caía sobre la mesa. Su cara tostada había pasado de ser negruzca a un color rojizo. Mientras salían se colgó del brazo de Gimpei. Él la cogió por la muñeca; fue todo sorprendentemente dulce. Al cruzarse con una chica que vendía flores en la calle, ella dijo:
-Cómprame flores, por favor. Quiero llevárselas a mi hija.
Cerca había un hotel barato donde se podía pasar la noche con una chica. La mujer vaciló, Gimpei dejó que el brazo de ella se escurriera y la mujer cayó sobre el suelo.
-Si tu hija te está esperando, vete a casa- dijo, y la dejó caer.
-¡Estúpido! ¡Estúpido!- gritó la mujer y, cogiendo un puñado de piedras, empezó a tirárselas. Una de las piedras dio a Gimpei en el tobillo.
-¡Ay!-gritó.
Se sintió ruin mientras se alejaba cojeando. ¿Por qué no había ido directamente a casa después de haber colgado la jaula con las luciérnagas en la espalda de Machie? Cuando llegó a la habitación que tenía alquilada, Gimpei se quitó los calcetines. Tenía el tobillo ligeramente rojo.”
La novela el Lago acaba en el gesto rutinario de quitarse los calcetines y observase el tobillo ligeramente rojo. Se diría que es el final de la caída en el vacío nihilista. La desesperación nihilista de Gimpei es la máxima del relativismo de los actos sobre una existencia en la que encalla el dolor del retorno de lo mismo. La causalidad del castigo y de la culpa: dolor por la inautenticidad del individuo que confunde la verdad con las apariencias. Este individuo desconoce la culpa y su redención. Las alas de cera de Ícaro se funden en la idealidad opaca del sufrimiento por la culpa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario