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El modo de ser del hombre no es una invariante. Como un
rodillo de arcilla húmeda, se desenrolla para asentarse en el tiempo diacrónico
de la mutabilidad. No hay un espejo en el que mirarse para precisar la mutabilidad
de los cambios. La ceguedad precede la acción sobre la realidad. El rostro es
una máscara de cera que se derrite con la luminosidad de las luciérnagas. Se
puede percibir la angustia del ser arrojado a un mundo que se perpetúa por el
cambio. La mutabilidad del ser del hombre lo hace declinar con la fatiga de una
bestia excesivamente cargada. No llegará ascender por el filo de la curva que
lo habría de llevar al vértigo de la permanencia en un estado de quietud. Se debe
resistir fatigado con los espasmos físicos y mentales extenuantes, que como
piel los envuelven y mudan en la concreción de las relaciones sociales de cada
época histórica. El vértigo del tiempo es un sopor de lo habitual. Se entra en el
hábito en el modo relativo de la condición humana. Lo habitual no permanece. Se
aleja al recibir el empuje de los seres que aventuran la vida. Al identificar
el transcurrir de la variante de la vida, se deja atrás la heroicidad para percibir los
instantes del abandono de la vida. La
comprensión del modo del ser del hombre y su época se van modificando en el transcurrir
de la individualidad en las relaciones cronológicas
de la historia.
En la época clásica griega y romana, el modo del ser del
hombre era la esclavitud. En la Edad Media las relaciones de dependencia de los
siervos y los señores. En el Renacimiento, la dependencia antagónica de los
mercadores aristocráticos y los gremios menores privados de derechos civiles. En
la época del Absolutismo la dependencia general a un déspota revestido de la
divinidad y la autoridad punitiva del Estado. Los individuos y los grupos son
piezas de la máquina bélica mercantilista y militar. En el capitalismo
industrial la relación única de explotadores y explotados. De capitalistas y
obreros. Todas estas condiciones históricas tienen un substrato único: la
relación social del esclavo y el señor. La venta del trabajo por el precio del
salario hace de la existencia del trabajador la de una cosa que se usa por su
valor de producir ganancias. Se compra la energía física y mental del trabajador
para usarla en la producción con ganancias. Si el trabajador no produce se le
eliminar como una cosa sin capacidad de uso. El modo final del ser del hombre
es el de finalismo productivo de la ganancia ajena. El capitalista procura el
óptimo de producción y ganancia combinando los factores de producción: el
hombre, las máquinas y la materia prima en el proceso de trabajo. Los medios y
los fines de la ganancia máxima están a favor de las unidades de producción que
en máximo de utilización de la productividad. Las ganancias se acumulan a
diferentes niveles de productividad ahorrando capital fijo y trabajo variable.
La ilusión
mesiánica es creer en la liberación ilusoria bajo la sustitución de la realidad
por la irrealidad. La irrealidad es la paradoja
simbólica del infortunio. La droga del miedo somete al individuo al acto de la
sumisión de su condición humana. El modo del ser del hombre es una variable de
los instrumentos políticos, ideológicos y económicos de las estructuras sociales de dominio en cada coyuntura de
la historia.
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El poeta alemán Rianer Maria Rilke (1875 a 1926) escribe:” Cada sordo giro del mundo tiene a estos
desheredados a quienes no les pertenece lo anterior ni todavía lo próximo.” Inquieta
la comprensión social de la frase mística del poeta. No es una frase
metafísica, sino la manifestación de las contradicciones sociales de
aristocracia, burguesía y proletariado de las primeras décadas del siglo XX.
Sus palabras centran la dificultad de
refugiarse en la indiferencia en la Gran Guerra (1914-1918). Los ángeles negros
de la muerte bañaron de sangre los campos de Europa. Ya el modo de ser del
hombre era la irracionalidad del subproducto humano, la soledad del individuo
en las trincheras y la voz de mando sobre la sumisión. Condiciones históricas
de la modalidad del ser humano en el siglo XX, depredado por las relaciones
antagónicas de clase social.
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Cada ciclo de crisis social
es sordo a los problemas de subsistencia de los desheredados. El silencio y la
obediencia del desheredado convirtieron la I guerra mundial en la obediencia de
la condición de la esclavitud al barro de del heroísmo de las trincheras,
alambre espinoso y ametralladoras. Casi como ahora. A los desheredados no les pertenecía la existencia como algo
suyo. La existencia era una cosa exterior prestada al individuo. Esa cosa se
habría de utilizar en la producción de
bienes materiales de revalorización del capital y de las fuerzas de equilibrio militar
del poder político del Estado. Los desheredados reproducirán las propiedades
materiales y legales de las estructuras económicas e ideológicas anteriores y presentes
en la reproducción material de los factores de producción y consumo. También la
reproducción de las relaciones de dominios actuales de poseedores y desposeídos.
Siempre la condición de lo humano en lo próximo del riesgo exterminante. Ellos
son los desheredados Están en la
historia y en regresión/ evolución de la condición humana. Sorprende las
variaciones sordas y monótonas de las
condiciones humanas de permanencia histórica de los desheredados. Están en las
decisiones variables del poder de Otros. Sus vidas están alquiladas a extraños
que las usan para producir. Su valor de uso está implícito en su valor de
cambio precio y salario. El intercambio de dinero- trabajo-dinero-
trabajo-dinero-trabajo…, la serie continúa hasta el infinito de lo histórico
como una constante en los diferentes modos de producción social. Lo histórico
es el no ser de la condición humana por su pertenencia a las relaciones de clase.
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Tal vez, por esto, el
individuo consciente está obligado a abrirse a la pregunta esencial del sentido
de su existencia en el mundo. ¿Cuál es la condición histórica que ha de ser el
modo del hombre libre y moral? ¿Se mueve acaso en la fatalidad del universo del
déspota como estatuilla de terracota? Siempre
pendiente de su caída en la no existencia. La pregunta sería lo fundamental de
cómo se llega a la relación social del individuo sometido en la situación de deshumanidad.
Lo grave es que se puede ser y permanecer como cosa y por tanto no habría preguntas
de qué es lo hace al individuo no estar en el rango de la condición inhumana.
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Para Malraux, la condición humana del individuo está en el
sufrimiento extremo de la revelación del ser del hombre en la historia de su
liberación social. El dolor de la acción de una voluntad que acepta la muerte
como la pasión mística de resistir al poder de dominio. El dolor físico que se
agudiza con la acción revolucionaria, pero que se controla para que
ejemplifique el proceso de la liberación. Los personajes de Malraux, en su
novela “La condición humana”, están dentro de la revolución china hasta hacer
de su muerte una mística de pertenecer a la posthistoria. La posthistoria es un
estupefaciente que calma el dolor moral de la acción y la tortura extrema del revolucionario
que no alcanza la victoria. La posthistoria de la revolución hace que un condenado a muerte reparta, en un
espacio de tortura máxima, de la píldora de cianuro que le liberaría a él del
horror. La divide y la entrega a dos seres
debilitados por la crueldad física y el miedo. En tanto, él se entrega a los ejecutores de su muerte en
ejemplo de solidaridad posthistórica. El dolor físico se vuelve tiempo futuro para
la condición humana del revolucionario. El dolor físico extenuante y la
angustia por la pasión de salir del caos inhumano. Resistir ante la acción del
poder organizado del terror. Dar al individuo la esencia humana de la post-revolución.
Los personajes de Malraux están en un clímax de desasimiento del
presente para llegar al acto libre de la espera del futuro social de los
desposeídos. “Pero siempre el
individuo es un destino sin finalizar. Un comienzo repetible de audacia y
desesperación.
“Y la exasperación pasiva comienza, la tensión de todos
los nervios que no encuentra otro objeto que la espera, comienza. Esperar.
Esperar.” Es el finalismo posthistórico de la condición humana de Malraux.
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