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El individuo es un ser anónimo, sometido a la herencia
familiar y colectiva, arrojado a la terrible contingencia de un mercado
económico, al que no pertenece como persona, sino como una mercancía con precio
de salario. Un ser que se tiene que satisfacer la necesidad como valor de
mercancía, mediante la venta al azar de su trabajo mercancía. Nunca está en sí mismo, fuera en la apabullante iniquidad de la
inseguridad, por su pertenencia al mundo de otros que tienen la capacidad de
pago del salario. Lo entregan al proceso de producción del equivalente de su precio
salario y del excedente de trabajo gratito.
Está fuera de sí
mismo por la necesidad y dentro de sí por la represión de pertenecer al dominio
de Otros. El mundo de su necesidad se abre al concretar la presencia en hueco
de su existencia. En esta necesidad, que lo involucra en la drogadicción de la
dependencia existencial, se impone la pasividad de aceptar el contrato de
trabajo y sobrevivir en la sumisión. Su ser natural se difumina en el boceto de
la tristeza del animal abandonado. Existe en la sociedad y se entierra en las
obligaciones de pertenencia al laberinto de
los demás. Su dicotomía se abre como ganchos del matadero. El hombre
existe en la crueldad y en su reparación real o imaginaria, pero perece en su
soledad moral y económica como individuo que tiene que hacerse o perecer. El
individuo está en las emigraciones de la inseguridad y el miedo. Se mueve
buscando un espacio y un tiempo propios, huyendo de la calamidad de su destino
social. Emigra de lo que le oprime hasta el grito mundo. Entonces se huye hacia
el plano profundo de no tener memoria. Ese lugar, que el poeta Luis Cernuda
llamó el lugar donde habite el olvido. Habitar un olvido cierto.
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A pesar del dolor
de existir fuera de sí mismo, la necesidad tiene que ser necesidad colectiva.
Se debe volver al ser social o precipitarse en la nada de la enfermedad mental.
Hay que producir los medios materiales que sostienen la existencia en el
proceso de producción y no el delirio psíquico. La vida se produce para que se
sostenga en el atolladero de vivir. Hay producir los medios económicos y
culturales que sostienen la seguridad.
El individuo es una delgada hebra de la telaraña de la
sociedad, pero una hebra cuya función se da en los movimientos universales del Uno
y el Todo. A la vez que tú existes, estar dentro de un Todo de acciones y
reacciones que te convierten en conciencia y existencia. La pregunta final de
cómo se ha llegado a una situación de saturación de las perspectivas de existir
está dada al inicio en el arrojamiento del individuo a sus enfrentamientos de
intereses de clase y posición. Se determina por las relaciones sociales y las
relaciones de la naturaleza en el Universo social. La paradoja de la pequeña
luz de la ventana a la luz de las estrellas. El individuo se expande, pero
también se contrae frente a la necesidad que le da la naturaleza y sociedad. El
individuo se organiza para reproducir su existencia en el convenio social del
hombre con la sociedad y con su entorno ecológico. El hombre también es
historia de su memoria y de la memoria colectiva. En esta memoria del Todo,
está la irracionalidad de los intereses del conflicto de apropiación de los
recursos sociales. Lo intereses de dominio de los poseedores de existencias
ajenas y los desposeídos de la suya. Los excluidos están en el desierto de lo
anónimo. Los excluido del hacer de la historia. El Otro se incluye en la historia
para hacerse amo. El terrible dolor de saberse esclavo del amo omnipresente. La
presencia del amo hace del esclavo un ser carente de universalidad. La actualidad de la marginalidad es la
historia de la presencia de la distribución injusta de la riqueza para vivir.
La injusticia es un invierno que busca al mar gritando su nombre. La existencia
arrojada a la marginalidad devuelve al rostro la máscara del estado de sumisión. La
existencia del hombre perdido en la esclavitud se marca en el gesto significante
del desconsuelo. Lo humano se entrega al miedo de lo social represivo.
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Los antagonismos de las luchas sociales se
vuelven estrictamente necesarios para recuperar los ritmos de los equilibrios
del universo social. Los desequilibrios del individuo, arrojado al mundo de la
necesidad, conllevan el descubrimiento de la dependencia del Todo a sus Partes.
Los hechos históricos de la marginalidad individual suponen un revés al equilibrio
de la naturaleza socializada. Al carecer de naturaleza y de historia propias,
el individuo arrojado se implica en el reajuste de las normas intencionales de
dominio en los hechos de la historia
social. Las leyes intencionales, que surgen de los conflictos sociales, reajustan
los desajustes de desigualdades de riqueza y pobreza. Las exclusiones de todos
por unos.
Las leyes del grupo, que se rebela, modifican
la realidad social que ha implicado un revés contra la sostenibilidad de las
normas de la felicidad y las reglas de irracionalidad de las minorías
convertidas en grupos dominantes. Los antagonismos sociales indican que hay
límites para los desequilibrios causados por las minorías del egoísmo. El
límite inferior es aquél en el que el individuo carece de existencia, porque es
esclavo de la manipulación que lo domina y nunca lo hará libre. No puede existir
sin conciencia de su esclavitud. Es la metafísica de vivir del aire en libertad.
El límite superior está donde los bienes materiales y culturales no tienen
precio de mercado. La riqueza de las minorías del egoísmo desaparece y no se
puede sostener con la explotación del individuo, que se rebela para ser existencia sin propiedad
ajena. Solo él reproduce la historia de su existencia natural y libre. No hay
ser libre, sino produce su propia libertad social. La carencia absoluta de
bienes de lujo para los explotadores lleva a la desaparición del las minorías
de egoísmo. Se diría que el egoísmo vive de la carroña de la deshumanidad. En la rebelión ya no se
produce la interacción del individuo esclavo y la minoría del egoísmo.
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Las crisis económicas expresan las leyes de producción, distribución y consumo
superadas por el trabajo colectivo de la sociedad. La sociedad vieja deja la
propiedad privada de los medios de producción y las minorías de egoísmo desparecen.
La productividad social y solidaria supera el marco de dominio de la propiedad
privada. La riqueza de la producción colectiva es solidaria con el trabajo de individuo
libre. Las crisis económicas revelan el trasfondo de decadencia de la formas de
injusticia social: la apropiación de la riqueza por las minorías del egoísmo. A
la vez, la crisis económica y social expresan la transparencia del engaño y el
cinismo de las minorías de egoísmo y el límite superior relativo de la historia,
en donde las minorías pierden fuerza represiva y de persuasión sobre los dominados. La mentira se
vuelve transparente y posibilita ver la sociedad desde la perspectiva de la
racionalidad.
La historia del egoísmo se presenta a la
transparencia del desgaste de los mitos religiosos, económicos y políticos. El
mito es la narración imaginaria para dar una explicación no racional del
individuo que se arroja al mundo para ser engañado en su naturaleza y conciencia. Para llegar a ser una
existencia falseada. Sólo la conciencia falseada admite la destrucción pasiva
de la existencia. El sistema social de egoísmo sólo tiene la finalidad de
perpetuarse en el miedo a morir de los dominados. El miedo es el gran actor del
teatro del mundo. El teatro de una conciencia falseada para que el hombre viva
su esclavitud. Existir falseado para otros hombres. El frío del miedo acecha
siempre en la posibilidad de la muerte. El gran actor de la historia del
dominio se apoya en el poder centralizado de la violencia, que obedece a los
intereses materiales e ideológicos de la minoría de egoísmo. A las víctimas se
las manipula, diciéndoles que el miedo presente es menor que el miedo futuro. El miedo futuro se
organiza como una desesperanza. Las minorías del egoísmo no declinan mientras
tengan capacidad para aventar el miedo de la muerte sobre el instinto de vida.
La muerte persuade de la falta de finalidad de la historia de víctimas y
verdugos. A la idea de la muerte, se le añade la persuasión infernal de la
eternidad religiosa. Si el miedo a la muerte cesa, el individuo se libera del
mito de la perdurabilidad trascendente. El desgaste del mito de dominio abre la
posibilidad de que la sociedad se rebele ante una ideología de privación y
miedo. Por la ventana transparente de la rebelión, el mito a la muerte ya se juzga irracional.
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En este trayecto temporal de la necesidad individual a la
necesidad social y libre, el individuo se encuentra con una existencia predetermina
por la falsedad. La producción de la existencia no se da en el miedo. La
existencia libre determina la conciencia libre.
Al igual que el ser en el laberinto de su necesidad, el individuo incesantemente busca una salida para sí mismo
en la colectividad.
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