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La ideología sobredetermina las condiciones reales de existencia.
Conforma una unidad operativa de las condiciones materiales y las condiciones
ideológicas que las representan. El hombre vive dentro de la ideología de su
tiempo. Es un hombre de su época. Su conciencia es la conciencia que producen
las condiciones sociales actuales de su reproducción material e ideológica. Vive
inconscientemente con la máscara de su ideología. La ideología es una
representación invertida de las condiciones reales. Los sueños ideológicos son
la inversión de las condiciones reales. Las formas invertidas ideológicas actúan
sobre la realidad para mantener el conflicto del individuo real con el
individuo imaginario. Se vive dentro de la ideología que representa y simboliza
las condiciones en las que la clase
dominante reproducen su poder social. La ideología se vuelve un instrumento de
dominación sobre las clases sociales dependientes. No es un equilibrio de
poderes, sino una jerarquía de poder absoluto que utiliza la propiedad, la ciencia y la
política para mantener un estado social de desigualdades sociales. El dominio económico
y político se entrelaza para que una
minoría imponga un orden de jerarquía de riqueza material e ideológica. La
voluntad de poder efectivo sobre una mayoría dependiente por el del rigor de la
violencia organizada, centralizada, y económica al nivel de equilibrios de
subsistencia de las masas sociales integradas en los procesos de producción de
plusvalía. No hay nada en el mundo que no obedezca a la ley de la desigualdad.
La fascinación por el poder político, y por los dioses de la sumisión al
destino, confirma la eficacia de la ley de la desigualdad. La ideología de la
desigualdad se vuelve un factor
subjetivo, que atraviesa las generaciones perpetuándose. Las máscaras cambian sus
gestos cínicos, pero los actores del dominio se mantienen en el escenario a
través de la perpetuación de la propiedad y la desigualdad. La ideología de los dominantes se vuelve la
ideología de los dominados a través de la estructura compleja de la
desigualdad. La sumisión se perpetúa en la desigualdad legalizada. El escenario
social no cambia. Sólo cambian los actores del drama de la desigualdad. Y
dentro del drama, el juego social extintivo del régimen político y económico de
los dominantes. La jerarquía de domino se perpetúa en las representaciones ideológicas
y en la propiedad de clase y son independientes de los desequilibrios estatales
de los bloques de dominio político. Los bloques políticos van desde los
regímenes de poder absoluto a las democracias de representación popular. La
esencia del poder de clase está alienada en su ideología. Se mantiene en la
sobredeterminación de la razón y la
libertad por la sin razón, que formaliza la constitucionalidad de la
desigualdad. Los conceptos de dominio se
vuelven ambiguos por el lenguaje de la fascinación trascendente de la
existencia. La esencia del contenido de dominio está siempre en la interioridad
de las palabras. Los hombres se deslizan por el tiempo sin que hayan modificado
la ley universal de la desigualdad. Las masas sociales urbanas actuales están
dentro de la invariabilidad de la inseguridad que proviene de la desigualdad
económica. Los actores individuales y colectivos desparecen del escenario
social, pero no así las relaciones sociales de dominio. Tal vez la mayor
decepción para un espectador atento al escenario generacional sea la
confirmación de la perpetuidad de la ley de la desigualdad de los sometidos. Los
intervalos temporales de irregularidad
relativa de esta ley son breves. Se dan en las grandes calamidades sociales y
naturales, posteriores a los desequilibrios internacionales de ascenso y
descenso de las minorías de poder. Las condiciones de historia se determinan por la decadencia o ascenso al
poder de las minorías. Y en estos intervalos de desequilibrio se dan las
coyunturas revolucionarias, que atenúan la ley de la desigualdad. Después de
estas coyunturas, la acción de la ideología se vuelve una fuerza real operativa
que retrotrae las situaciones convulsas a equilibrios transitivos
compensadores. Las transiciones políticas reintegran la caducidad de un sistema
social a otro mediante los pactos de subordinación a las condiciones ideológicas del régimen
social en decadencia. Las rupturas sociales posteriores provienen de
transiciones fallidas de las minorías de dominio. La falta de enlace del
dominio por perpetuaciones conservadoras desde arriba del orden en decadencia.
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La teoría económica de Sismondi va estrechamente unidad a la
teoría del subconsumo/ superproducción y a la crisis de las rupturas sociales. La
teoría del subconsumo de Sismondi enuncia que la producción creciente no puede
enfrentarse por razón a la desigual distribución de los ingresos. Con una
demanda efectiva decreciente se originan constantes estancamientos de las
ventas y perturbaciones financieras de cobros y pagos. La carencia de financiación
por las unidades económicas se debe a la falta de capacidad del mercado para
recuperar las inversiones de capital y las ganancias del trabajo en términos
monetarios. La desproporcionalidad de la producción y el consumo se debe, según
Sismondi, a un defecto en la estructura capitalista. Reinando una competencia
libre, cada empresario trata de vender más barato que sus competidores,
reduciendo los costes de producción mediante en menor gasto posible en materias
primas y sobre todo en salarios. Como
consecuencia de ello, una parte de los obreros queda sin ocupación. Se forma un
ejército de obreros en reserva que actúa como una variable interna que hace
caer los salarios y la demanda de consumo. Todo
esto redunda en una disminución de la demanda efectiva. Pero
simultáneamente crece la producción, debido a los progresos tecnológicos. Las
ganancias obtenidas en la producción se distribuyen de manera desigual entre el
capital y el trabajo, al darle al obrero nada más que aquello que justamente precisa
para mantener su vida.
Por otra parte, la superproducción y el subconsumo obligan a los
capitalistas a ajustar la inversión a las ganancias. No se invierte en bienes
de de equipo de producción con lo que el
decrecimiento de la inversión va
derrumbando sectores industriales de consumo inducido. La espiral de la crisis
va recayendo en el decrecimiento de bienes de consumo y el crecimiento del
paro. La falta de demanda efectiva es un multiplicador regresivo del
decrecimiento del empleo. Si los
capitalistas aumentasen su consumo no se
dirige a los sectores industriales de bienes de equipo e intermedios, sino que se
dirige a los sectores de bienes de lujo y financieros especulativos.
Esta demanda de lujo, en
parte, sólo puede ser satisfecha sólo
por importaciones de bienes de extranjeros. Esto provoca el crecimiento del
endeudamiento exterior sin que repercuta sobre el empleo nacional. Industrias
nacionales tienen que ser paradas o transformadas debido a la disminución de la
demanda por parte de los obreros y los
capitalistas, lo que trae como consecuencia más despido de obreros. Así la
concentración del patrimonio industrial en manos de unos cuantos origina una
constante restricción de las ventas, por lo cual, la crisis no dejará de existir hasta no haberse suprimido la
desigualdad de los ingresos entre empresarios y trabajadores. El defecto en la
estructura capitalista, entre producción creciente y demanda efectiva
decreciente, es el defecto esencial en la estructura económica. Su solución requiere
una intervención del Estado en la marcha de los procesos de producción y demanda.
El capitalismo empresarial no resuelve la crisis de demanda efectiva sin la
intervención reguladora del Estado.
Algún lector puede quedar desconcertado ante las características
de la crisis de superproducción y subconsumo y la necesidad de la intervención
del Estado para corregir este defecto fundamental en la estructura capitalista.
Los planes estatales sobre la crisis actual llevan la dirección de acrecentar
el subconsumo y el desempleo. La falta de apoyo a la demanda efectiva de la
población aumenta el crecimiento del paro y con él decrecimiento de la demanda efectiva
y la caída del multiplicador inducido de los
sectores económicos. Además, la carencia de la demanda de empleo público
origina mayores caídas del consumo
directo y el aumento del déficit estatal por menores ingresos fiscales, compensados
con las reducciones de gastos estatales y el aumento del endeudamiento externo como sustituto de la
caída de la producción nacional y la demanda efectiva.
Círculo vicioso de aumento
de la pobreza degradante en amplias capas de la población activa e inactiva. El
déficit de consumo extiende la depauperación relativa de la población.
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Nos encontramos frente al problema de uncir la ideología de
dominio con la crisis económica.
Mientras la ideología de dominio sobredetermina las condiciones de
existencia social, conformando una unidad operativa, política y económica, del
mundo real y el mundo imaginario, las masas sociales viven la crisis de
subconsumo dentro de la ideología de la clase dominante. Se diría que el hombre
sometido vive dentro de la ideología, porque lo viven desde la inconsciencia.
Su conciencia es la conciencia de quien mantiene las condiciones de reproducción
material e ideológica. Vive con la máscara ideológica de un sistema económico del
que no es sujeto, sino objeto. Así la concentración del patrimonio industrial
en manos de unos cuantos origina una ideología de la propiedad jurídica, que
atraviesa la necesidades sociales con ofertas y la demandas de trabajo a través
del precio del salario decreciente y la falta de inversión capitalista y
estatal. Un salario que mantiene la ley de la desigualdad del subconsumo, por
la cual la crisis no dejará de existir
hasta no haberse suprimido la
desigualdad de los ingresos entre empresarios y trabajadores.
El defecto en la estructura capitalista entre producción y demanda
efectiva decreciente es un defecto esencial en la estructura económica
capitalista, que requiere la
intervención del Estado para la regulación de la supervivencia de propietarios
y asalariados. Sin embargo, en la condición humana, la ideología es una
representación invertida de las condiciones reales de la existencia. El individuo
sometido no desenmascara la ideología de la clase dominante. La libertad y la
razón se vuelven irracionales en la depauperación económica y mental del sujeto
histórico que es la sociedad.
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