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El Bosco nos lleva, a través de su pintura, al encuentro de la
insuficiencia del hombre para hallar la salvación eterna. Insistentemente
ironiza y se burla con respecto a las imperfecciones religiosas que
correlacionan la fe y las servidumbres del pecado. El hombre siempre está entre
las promesas del Jardín de las Delicias y el infierno interior y exterior de su
condición religiosa. Las líneas de sus dibujos deforman los rostros hasta la
crueldad de la caricatura del loco y el límite de las deformaciones corporales en
la superficie rectangular del cuadro, que determina, con sus marcas cromáticas,
la visibilidad ante el teocencentrismo finalista del hombre como medida de
salvación. El Bosco se esfuerza denunciando la persistencia del pecador por
renunciar a ser representante de dios. Por debajo de las masas de color de sus
pinturas, surge la voz desesperada de quien quiere salir fuera de destino
temporal para no encontrar el horror vacuo del Juicio final.
El Bosco muestra el mensaje de un hombre que sale de la baja Edad media
para encontrarse con el renacimiento de la cultura clásica en las instituciones
políticas, jurídicas y económicas. El mensaje de la mediación de las formas
legales de la moral sobre los contenidos cristianos de la presencia obstinada
del pecado. Bosco, (1450-1516), rechaza un cristianismo que se huelga en la
hipocresía de la liturgia, que conlleva los medios y los fines del poder de
tener bajo el disimulo moral. La
sociedad está jerarquizada por la aristocracia del dinero, los gremios manufactureros,
el internacionalismo de la producción
textil, la circulación del dinero, la aristocracia de los banqueros que
controlan los préstamos internacionales a los estados, junto a las finanzas de
la Curia del Vaticano. Frente a esta desorganización social desigual de las necesidades
sociales, están las instituciones represivas, la pirámide del poder de la
riqueza y el mar sin fin de la pobreza. El Bosco se asienta en la protesta religiosa,
que exige organizar la Iglesia católica con la tradición del cristianismo
primitivo. Los ejes ideológicos de vuelta al cristianismo, en los que El Bosco
queda constreñido a su concepción del finalismo religioso de la existencia movida
por el sentido de la trascendencia de los actos. La trascendencia mística del
movimiento herético valdense que rechaza la
veneración de imágenes, la transubstanciación,
el Purgatorio, la veneración a María, las oraciones a los santos, la
veneración de la cruz y las reliquias, el arrepentimiento de última hora, la
necesidad de que la confesión se haga
ante sacerdotes, las misas por los muertos y las indulgencias papales, la pena de muerte,
el uso de armamentos y la participación en guerras. Aunque el trasfondo
esencial de la herejía valdense y protestante es la pobreza y la conexión moral
de la necesidad de que tierra sea de propiedad de las comunidades cristianas.
Ante la concepción valdense de las
manifestaciones del mundo religiosos primitivo,
están las relaciones sociales de propiedad de la tierra, los gremios y sus ordenanzas, la producción gremial, la
coacción de los reglamentos municipales dictados
para aprovechamiento de minorías que monopolización
las compras de materias primas y las ventas de productos acabados. Los artesanos
menores quedan fuera de la formación de los precios de venta y de fijaciones
del mercado de trabajo. También el
pueblo de trabajadores desprotegidos por las leyes y las ordenanzas gremiales. La
formación del salario y la jornada de trabajo se imputan al precio de venta. Se
le excluye de los derechos civiles y políticos de la Comuna Política. Quedan
prohibidas las asociaciones de obreros, sus asambleas y se le divide como el pueblo del diablo rebelde y el pueblo de dios sumiso.
Para el Bosco, y por la
manifestación social de su arte, la sociedad jerarquizada por la riqueza estaba
condenada. Era necesario un retorno a un cristianismo de la pobreza como medio
de salvación de la humanidad perdida. No había redención para ella desde una fe
basada en el cristianismo sin los pobres. El infierno de El Bosco es denso como
el aceite. La suma infinita del horror es la condenación del presente. La suma finita
del horror es el infinito que repite los gritos de los castigados en el espanto
de la intemporalidad del mal.
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El cuadro del Cristo con la Cruz acuestas de El Bosco es una de las mayores expresiones acusativas artísticas
de la indiferencia moral ante el individuo condenado. A la caída del hombre-dios en desgracia por su
rebelión contra la injusticia de la pobreza y su rebelión ante el desorden del
mundo, se le contrapone la ley del castigo de la muerte o la a reclusión de la
pobreza y la ignorancia a sus seguidores. La mística de la esperanza es barrida
y expuesta en manifestación de delito contra el poder y el castigo que éste impone por el desorden. Esta
esencial división, la expresión religiosa y el deber del sometimiento a los
poderes temporales, el Bosco la traza simbólicamente a través la diagonal de la cruz, que divide el cuadro de izquierda
a derecha, hundiendo a los personajes hacia el fondo del ángulo derecho. La
diagonal de la cruz es el elemento espacial que atraviesa la composición pictórica.
Introduce a la víctima inocente entre la indiferencia laica de sus ejecutores. Los personajes del cuadro comentan unos con
otros. Nunca se sabrá el sentido de sus comentarios. Pero es evidente que
justifican las explicaciones legales del castigo. Exculpan el poder que ha
sancionado el sacrificio del inocente. Los gestos de los personajes al igual
que la diagonal de la cruz son instrumentos de tortura.
La eepresentación de Cristo
es el de un hombre inocente, dulce y joven. Está fuera de la audición de los
comentarios. Es un hombre dentro de él mismo, en el crucial instante de aceptar
su desaparición del mundo. El hombre, que sabe con certeza su muerte, se aparta
del contacto del lenguaje. No hay conexión ilativa. Sólo en la diagonal de la
cruz apoya la cabeza y muestra su semblante reflexivo. La agonía se convierte
en mandato de promesa de orden espiritual. El Bosco eleva al sacrificado a la cercanía
mística de la iluminación central del cuadro. Y esta luz de la reflexión física y espiritual está fuera de los gritos y los
gestos de los personajes del cortejo. La Verónica está también fuera de lo inhumano, de la sinrazón de la
barbarie. Ellos dos, Cristo y la Verónica, para el Bosco, son dos seres que quieren huir mentalmente de la sinrazón.
Una sinrazón, que el Bosco expresa, pintándola con individuos sayones,
aglomerados, manchados con la indiferencia de la práctica cotidiana del disimulo. Ellos, los
personajes del cortejo, gesticulan, gritan, sin sonidos, sólo gestos
histriónicos en el silencio de la pintura. Son seres traídos del oscuro
tenebroso de las masas de siervos urbanos de la baja Edad Media. Se diría que
la amargura del individuo está perdida en la brutalidad de la indiferencia, la jaculatoria
de un bestiario.
En el ángulo inferior
derecho del cuadro, tres personajes del bestiario de la insania, cavan jadeando
la expresión verbal de la injusticia. La mirada del espectador queda fija en
ellos con el estupor que origina la sinrazón. Para El Bosco, la locura del
mundo es la condenación del inocente. La multitud de los personajes,
arracimados al acompañamiento, arrastran sobre la estulticia la explicación
absoluta de la fatalidad del destino ciego del poder que decide la historia y a
sus víctimas. Aunque una historia que el pintor quiere acercar a lo máximo a la
mirada del espectador es un grito plástico del tiempo convertido en testimonio
de lo imperecedero del mal y la locura. ¡Cuánto sufrimiento de las víctimas que
cae como hojas en este caminar del hombre sobre el plano vertical de su
existencia! Es el dolor que verifica el valor de la existencia. El Bosco hace
un cuadro en la esencia de la verdad espiritual, testimoniando la inhumanidad
hasta la desesperanza.
3. Adenda
En los siglo XVI, XVII Y XVIII, los Hospitales Generales, las
parroquias y las Workhouses utilizaban los espacios carcelarios para los pobres
y los locos. Espacios punitivos de la pobreza material y mental de los
desajustes sociales de ricos y pobres. Estos espacios carcelarios desempeñaban un doble juego de represión: a)
la conversión de los vagabundos y mendigos en trabajadores en épocas de bonanza económica,
reabsorción del desempleo y control de
los alborotos y rebeliones sociales en las épocas de crisis. b) Controlar la
tasa general salarial media cuando ésta subía por encima del nivel mínimo
de pobreza. De forma que el salario mínimo actuara sobre los productos básicos manufacturados
y de alimentación de pobres. Los
salarios reales pagados en los establecimientos de confinamiento para pobres, con
costes salariares mínimos, era la medida para las alzas y bajas de los salarios
generales y las ganancias medias de la industria. El Salario del bronce marcaba
la situación del mercado de las ganancias.
El salario del bronce era el de subsistencia mínima del pobre que producía en
las casas de internamiento. Esta variable salarial provenía de los
establecimientos de confinamiento de pobres productores y marcaba los ascensos
de los precios de los bienes básicos, constituidos en su coste por referencia a
la mano de obra internada. El alza del precio de utilidad del trigo aumentaba las
rentan de los propietarios hacendados y el salario en trigo del mínimo vital.
Al aumentar los salarios reales y disminuir las ganancias de los sectores
preindustriales, era necesario que la producción de trigo de los
establecimientos de pobres bajara el precio del mercado de trigo. La utilización de mano de
obra barata internada en casas de pobres
afirmaba la dialéctica del trabajo como mínimo de subsistencia y de
máxima ganancia. La energía humana, objetivada en el producto, era
desvalorizada en términos reales de necesidad. La producción sobre la base
constitutiva del trabajo, en el mínimo de subsistencia, era la relación de
dominio económico para que el trabajo no llevase en sí sus propias ganancias.
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