Como un ciego, palpando en las paredes de la noche mística del deseo unitivo, el individuo tiene que perseguir su yo desvalido en la unicidad de los Otros, que lo acompañan como coetáneos. Los coetáneos viven en su continuidad temporal. Son aquellos con los que andas, hablas, te apasionas o desprecias. Son la coedición del transcurso de la cotidianidad. La coincidencia que se entrecruza en las condiciones de la viabilidad de la historia común. Esta viabilidad nunca es creada, sino que llega en los entrecruces de las necesidades compartidas o las ignorancias calladas de los coetáneos. Ellos están ahí. Son los sujetos ávidos de seguir viviendo. Con la edad, la naturaleza va dando igualdad de rasgos físicos y mentales a la gente que va a nuestro lado. Envejecen en la misma durabilidad temporal. Expresiones comunes, por gestos o actitudes, nos marcan las semejanzas entre lo propio y lo extraño. A todos los que encuentras son lo mismo que tú. Es una experiencia vital que acerca las líneas paralelas de lo cotidiano tanto, que terminan por integrarse en una línea única. El juego del espejo empañado por el vapor de los sueños, y la mirada que se busca por su diferencia, y se halla recogida en el rostro único de las similitudes agregativas.
Allan Poe quiso saber quiénes eran los Otros. Aquellos que pasaban a su lado en la soledad radical de las ciudades. Edgar Allan Poe (1809-1849, escritor, poeta y crítico estadounidense, reconocido maestro del relato corto de terror y misterio), escribió un relato de su encuentro ante una multitud de transeúntes en Londres. Le sobrecogió los comportamientos de la gente que pasaba ante él. El relato se titula “El hombre y la multitud”. Se desarrolla en Londres, y es contado por un hombre, que tras una larga enfermedad, observa el transcurrir automatizado de la gente de una gran ciudad.
El crecimiento demográfico de las grandes ciudades se inicia con las emigraciones de los campesinos ante la conversión de las tierras de bienes de uso a tierras con valores de cambio monetario. Las rentas de vasallaje en rentas capitalistas. Las rentas medievales en especie en rentas monetarias. Las tierras de cereal en tierras de pasturas. El campesino se queda sin raíces. Este cambio de los valores históricos de uso de la tierra expulsa masas de campesinos a la emigración urbana. El exceso de población agraria del vasallaje, la disolución de las mesnadas medievales, la depreciación del valor del dinero metálico y el aumento correlativo de los precios, convierten a las rentas monetarias en mercancías con precios de mercado. La apreciación o depreciación del dinero actúa como factor de expulsión del campesinado de las tierras de vasallaje. Las rentas-mercancías establecen nuevas formas de explotación degradativas de las masas sociales, acordes al valor metálico del dinero. Los precios de la tierra determinan el valor del dinero. El ciclo de alto valor del dinero implica disminución del precio de la tierra. El ciclo de bajo valor del dinero implica alto valor del precio de la tierra. La tierra como cualquier otra mercancía, incluida la mercancía- hombre, varía en razón inversa al valor del dinero. A mediados del siglo XIX se van ejercitando las multitudes que buscan trabajo en la manufactura industrial, que habrán de constituir el proletariado urbano que se acople a la acumulación de capital y al desarrollo tecnológico. Masas de asalariados urbanos. Los vendedores de fuerza de trabajo a las manufacturas industriales que se agregan a las ciudades.
En la traza histórica, en que Allan Poe observa, se inicia el movimiento de la multitud urbana en las fábricas industriales y el comercio en gran escala. Es el nacimiento de un mundo diferente a través de las luces de gas ciudad. La noche desaparece del paisaje urbano. Los transeúntes de la modernidad aparecen emergiendo de la oscuridad. Las luces del gas manchan los rostros y la ropa de la gente que se acerca a la historia de la industrialización. Allan Poe observa que camina en dos filas en sentido contrario. La gente circula en ambas direcciones del espectador. Para Edgar Allan Poe, la multitud aparece tétrica y confusa, como si quisiera ahormarse a una velocidad que no esté impedida por la marcha de los otros. El peor error es tropezarse con la marcha en sentido contrario. Rompe la velocidad de los movimientos. La similitud cinética de las máquinas pasa al trabajador. El tiempo parece necesario e inmediato para llegar a un lugar de relaciones cotidianas. Lo habitual da seguridad a la marcha de los transeúntes. Si tropiezan se disculpan y continúan la marcha. El descanso es la recuperación de las energías gastadas. Los accidentes laborales, en su mayoría, son causados por un descanso insuficiente. Hay una memoria repetitiva que impone la división del tiempo diario: en tiempo de trabajo y tiempo de descanso. El tiempo de trabajo, y el tiempo de desplazamiento, son tiempos activos. El primero entra en el salario y el segundo no. Éste descanso pertenece a la vida privada. Es gratuito. No incluye la producción. Es la recuperación de las energías gastadas. La vida se gasta. La velocidad del desplazamiento busca aumentar la temporalidad del descanso. Las ceremonias agonísticas, de los desplazamientos, desde los puntos de trabajo a los puntos de descanso, desarrollan las actividades empresariales de transporte que se descuentan de los salarios. Comenzarán las actividades especulativas de la distancia del lugar de trabajo al lugar de descanso. El precio del suelo aumentará en relación creciente a la distancia de los centros urbanos. La distancia de transporte, y la formación de un espacio escaso, adquieren la condición de una cosa que tiene un precio especulativo. Las vías de comunicación y los medios de transporte se vuelven propiedad privada, adquiriendo un precio susceptible de influir de manera sustancial en la disminución del salario real. Las distancias y los medios de transporte se suman a la temporalidad de la jornada laboral y acortan el tiempo de descanso. A mayor velocidad del transporte mayor descanso y viceversa. El gran desarrollo urbano se inserta en la creación de medios de transporte rápidos. El descanso es un bien de uso con precio de mercado. La continuidad reiterativa del proceso de producción depende de la velocidad de los medios de transporte, de la distancia a los centros de descanso a los centros de trabajo y del tiempo de actividad de producción. Los vasallos medievales construían sus casas cerca de la fortaleza del Señor medieval. Su acercamiento se relacionaba con la protección a la barbarie. Desde los inicios de la industrialización, las distancia al trabajo marca diferencias de agotamiento físico.La distancia trabajo- hogar se convierte en un cálculo de asignación de los recursos salariales. La mayor o menor distancia a los centros de actividad influyen en el precio de la vivienda y el transporte. La gente regulariza sus desplazamiento para no perder cantidades de tiempo que perjudican a su vida privada.
Allan Poe se asombraba de la perfectibilidad de los movimientos de los transeúntes. No descubría que economizaban tiempo. El transeúnte sabe donde ir y el tiempo y precio que le suponen sus traslados. Se prefigura la finalidad del coste económico de ir para realizar una actividad que le aporte un salario subsistente. Para calibrar la exactitud del adiestramiento cotidiano, basta con haber repetido los movimientos maquinales durante un cierto tiempo regularizado. El individuo que ha salido de una larga enfermedad se sitúa fuera del juego de llegar, y de descansar apresuradamente. Allan Poe, que ha estado enfermo, se desconcierta con los hábitos de los transeúntes de una metrópoli. Su estructura psíquica ritual es excéntrica a los ritmos de los procesos industriales del trabajo. Es un espectador excluido de los movimientos globales y simétricos de la productividad. Su tiempo existencial flota inerte en su mirada observadora. Las grietas de la temporalidad, de los gestos productivos e improductivos, aún no han penetrado en su conciencia del mundo. La enfermedad regula su organismo. Se halla fuera del juego del salario y el gasto. Una de las causas de la falta de estima de un trabajador parado es la de estar fuera del trabajo y de la recuperación de las energías gastadas. Lo inhabitual de la carencia del rito del trabajo provoca los cambios de conducta hacia la marginalidad. El individuo marginal no se posesiona de las actividades que lo unen a los movimientos de la jornada de trabajo y el descanso. La falta de adiestramiento lo retrotrae a situaciones imaginarias punitivas. Se desacopla de la dependencia del trabajo hasta ser un extraño. En el tráfago de los transeúntes Allan Poe es un espectador. No entiende el sentido de que los tiempos del proceso de trabajo se suman a los tiempos de transpote. El tiempo se vuelve oro. Un oro-tiempo que revela la falta de libertad ante la necesidad mercantilizada del trabajo. La productividad de la máquina lleva el desgaste existencial de los operadores de la misma y de la repetición automática de sus movimientos. Los cambios de lugar de los transeúntes, sus filas militarizadas, se configuran en actos repetitivos maquinales que han pasado al inconsciente. Tanto la máquina como el individuo precisan, en su operatividad, de una economía de movimientos útiles a la producción y al consumo. El individuo unifica su cuerpo a las celeridades maquinales, lo especializa en el ahorro de tiempo inútil.
La Gran Industria llega a al máximo de su eficacia cuando la maquina incorpora lo humano al proceso de producción. La productividad tecnológica elimina cantidades de trabajo humano e incrementa cantidades maquinales. Saca fuera del proceso de producción al individuo. La humanidad trascendente del hombre decrece a la par que crece el finalismo de la sustitución de hombres por máquinas. La contradicción de necesidad y consumo reside en que si el individuo no trabaja para otros no se incluye en la realidad económica. Las máquinas no producen para ellas mismas.
En el tiempo histórico del relato de Edgar Allan Poe, éste no podía reflexionar sobre las transformaciones que se estaban produciendo con la inclusión de masas marginadas y máquinas en la industrialización intensiva. Su yo aún no había intuido las transformaciones sociales de las masas urbanas a partir de mediados de siglo XIX. Observa los movimientos de los transeúntes como los actos de gente maniática. Incluso Charles Baudelaire, (1821-1867, poeta y crítico francés, con el que entra la expresión poética moderna, no llegó a intuir las nuevas relaciones sociales de las masas urbanas que atravesaban la ciudad de París. En sus “Pequeños Poemas en prosa” al hablar de las multitudes, escribe: “No todo el mundo tiene el don de bañarse en la multitud; gozar de la muchedumbre es un arte, y sólo puede entregarse a esa orgía de vitalidad, a costa del género humano, aquél a quien un hada infundió en la cuna el gusto por el disfraz y la máscara, el odio al hogar y la pasión por los viajes”. La multitud no es todavía para Baudelaire el hallazgo de las masas sociales sometidas a la producción y al consumo necesario de sus energías físicas y psíquicas.
En su angustia ante la Nada Søren Kierkegaard expresó: “Tengo que encontrar una verdad que sea verdadera para mí. La idea por la que pueda vivir o morir." Quería ser trascendente a los mecanismos sociales de adiestramiento.
Allan Poe pretendía saber quiénes eran los Otros. Aquellos que pasaban a su lado, en la soledad radical de las ciudades. En su necesidad de trascendentalidad existencial Kierkegaard pretende poseer la religiosidad por la que se vive y muere. La metafísica de la esperanza exige un sentido trascendente al acto de vivir y de morir. Dentro de existencia, se refugia el contenido de la verdad. La esencia determina la existencia. El testimonio de una vida llevado a la paradoja absoluta de la angustia de la Nada. Las máquinas están fuera de la angustia de la Nada.
Allan Poe es un ciego, palpando en las paredes de la noche urbana, un yo extraño en la ciudad donde se encuentran los Otros. Si nos quedamos en los escenarios urbanos, nos encontraremos ocasionalmente con la mirada de un observador perplejo por el destino finalista de las multitudes en la Gran Máquina Social de Producción y Consumo.
Allan Poe quiso saber quiénes eran los Otros. Aquellos que pasaban a su lado en la soledad radical de las ciudades. Edgar Allan Poe (1809-1849, escritor, poeta y crítico estadounidense, reconocido maestro del relato corto de terror y misterio), escribió un relato de su encuentro ante una multitud de transeúntes en Londres. Le sobrecogió los comportamientos de la gente que pasaba ante él. El relato se titula “El hombre y la multitud”. Se desarrolla en Londres, y es contado por un hombre, que tras una larga enfermedad, observa el transcurrir automatizado de la gente de una gran ciudad.
El crecimiento demográfico de las grandes ciudades se inicia con las emigraciones de los campesinos ante la conversión de las tierras de bienes de uso a tierras con valores de cambio monetario. Las rentas de vasallaje en rentas capitalistas. Las rentas medievales en especie en rentas monetarias. Las tierras de cereal en tierras de pasturas. El campesino se queda sin raíces. Este cambio de los valores históricos de uso de la tierra expulsa masas de campesinos a la emigración urbana. El exceso de población agraria del vasallaje, la disolución de las mesnadas medievales, la depreciación del valor del dinero metálico y el aumento correlativo de los precios, convierten a las rentas monetarias en mercancías con precios de mercado. La apreciación o depreciación del dinero actúa como factor de expulsión del campesinado de las tierras de vasallaje. Las rentas-mercancías establecen nuevas formas de explotación degradativas de las masas sociales, acordes al valor metálico del dinero. Los precios de la tierra determinan el valor del dinero. El ciclo de alto valor del dinero implica disminución del precio de la tierra. El ciclo de bajo valor del dinero implica alto valor del precio de la tierra. La tierra como cualquier otra mercancía, incluida la mercancía- hombre, varía en razón inversa al valor del dinero. A mediados del siglo XIX se van ejercitando las multitudes que buscan trabajo en la manufactura industrial, que habrán de constituir el proletariado urbano que se acople a la acumulación de capital y al desarrollo tecnológico. Masas de asalariados urbanos. Los vendedores de fuerza de trabajo a las manufacturas industriales que se agregan a las ciudades.
En la traza histórica, en que Allan Poe observa, se inicia el movimiento de la multitud urbana en las fábricas industriales y el comercio en gran escala. Es el nacimiento de un mundo diferente a través de las luces de gas ciudad. La noche desaparece del paisaje urbano. Los transeúntes de la modernidad aparecen emergiendo de la oscuridad. Las luces del gas manchan los rostros y la ropa de la gente que se acerca a la historia de la industrialización. Allan Poe observa que camina en dos filas en sentido contrario. La gente circula en ambas direcciones del espectador. Para Edgar Allan Poe, la multitud aparece tétrica y confusa, como si quisiera ahormarse a una velocidad que no esté impedida por la marcha de los otros. El peor error es tropezarse con la marcha en sentido contrario. Rompe la velocidad de los movimientos. La similitud cinética de las máquinas pasa al trabajador. El tiempo parece necesario e inmediato para llegar a un lugar de relaciones cotidianas. Lo habitual da seguridad a la marcha de los transeúntes. Si tropiezan se disculpan y continúan la marcha. El descanso es la recuperación de las energías gastadas. Los accidentes laborales, en su mayoría, son causados por un descanso insuficiente. Hay una memoria repetitiva que impone la división del tiempo diario: en tiempo de trabajo y tiempo de descanso. El tiempo de trabajo, y el tiempo de desplazamiento, son tiempos activos. El primero entra en el salario y el segundo no. Éste descanso pertenece a la vida privada. Es gratuito. No incluye la producción. Es la recuperación de las energías gastadas. La vida se gasta. La velocidad del desplazamiento busca aumentar la temporalidad del descanso. Las ceremonias agonísticas, de los desplazamientos, desde los puntos de trabajo a los puntos de descanso, desarrollan las actividades empresariales de transporte que se descuentan de los salarios. Comenzarán las actividades especulativas de la distancia del lugar de trabajo al lugar de descanso. El precio del suelo aumentará en relación creciente a la distancia de los centros urbanos. La distancia de transporte, y la formación de un espacio escaso, adquieren la condición de una cosa que tiene un precio especulativo. Las vías de comunicación y los medios de transporte se vuelven propiedad privada, adquiriendo un precio susceptible de influir de manera sustancial en la disminución del salario real. Las distancias y los medios de transporte se suman a la temporalidad de la jornada laboral y acortan el tiempo de descanso. A mayor velocidad del transporte mayor descanso y viceversa. El gran desarrollo urbano se inserta en la creación de medios de transporte rápidos. El descanso es un bien de uso con precio de mercado. La continuidad reiterativa del proceso de producción depende de la velocidad de los medios de transporte, de la distancia a los centros de descanso a los centros de trabajo y del tiempo de actividad de producción. Los vasallos medievales construían sus casas cerca de la fortaleza del Señor medieval. Su acercamiento se relacionaba con la protección a la barbarie. Desde los inicios de la industrialización, las distancia al trabajo marca diferencias de agotamiento físico.La distancia trabajo- hogar se convierte en un cálculo de asignación de los recursos salariales. La mayor o menor distancia a los centros de actividad influyen en el precio de la vivienda y el transporte. La gente regulariza sus desplazamiento para no perder cantidades de tiempo que perjudican a su vida privada.
Allan Poe se asombraba de la perfectibilidad de los movimientos de los transeúntes. No descubría que economizaban tiempo. El transeúnte sabe donde ir y el tiempo y precio que le suponen sus traslados. Se prefigura la finalidad del coste económico de ir para realizar una actividad que le aporte un salario subsistente. Para calibrar la exactitud del adiestramiento cotidiano, basta con haber repetido los movimientos maquinales durante un cierto tiempo regularizado. El individuo que ha salido de una larga enfermedad se sitúa fuera del juego de llegar, y de descansar apresuradamente. Allan Poe, que ha estado enfermo, se desconcierta con los hábitos de los transeúntes de una metrópoli. Su estructura psíquica ritual es excéntrica a los ritmos de los procesos industriales del trabajo. Es un espectador excluido de los movimientos globales y simétricos de la productividad. Su tiempo existencial flota inerte en su mirada observadora. Las grietas de la temporalidad, de los gestos productivos e improductivos, aún no han penetrado en su conciencia del mundo. La enfermedad regula su organismo. Se halla fuera del juego del salario y el gasto. Una de las causas de la falta de estima de un trabajador parado es la de estar fuera del trabajo y de la recuperación de las energías gastadas. Lo inhabitual de la carencia del rito del trabajo provoca los cambios de conducta hacia la marginalidad. El individuo marginal no se posesiona de las actividades que lo unen a los movimientos de la jornada de trabajo y el descanso. La falta de adiestramiento lo retrotrae a situaciones imaginarias punitivas. Se desacopla de la dependencia del trabajo hasta ser un extraño. En el tráfago de los transeúntes Allan Poe es un espectador. No entiende el sentido de que los tiempos del proceso de trabajo se suman a los tiempos de transpote. El tiempo se vuelve oro. Un oro-tiempo que revela la falta de libertad ante la necesidad mercantilizada del trabajo. La productividad de la máquina lleva el desgaste existencial de los operadores de la misma y de la repetición automática de sus movimientos. Los cambios de lugar de los transeúntes, sus filas militarizadas, se configuran en actos repetitivos maquinales que han pasado al inconsciente. Tanto la máquina como el individuo precisan, en su operatividad, de una economía de movimientos útiles a la producción y al consumo. El individuo unifica su cuerpo a las celeridades maquinales, lo especializa en el ahorro de tiempo inútil.
La Gran Industria llega a al máximo de su eficacia cuando la maquina incorpora lo humano al proceso de producción. La productividad tecnológica elimina cantidades de trabajo humano e incrementa cantidades maquinales. Saca fuera del proceso de producción al individuo. La humanidad trascendente del hombre decrece a la par que crece el finalismo de la sustitución de hombres por máquinas. La contradicción de necesidad y consumo reside en que si el individuo no trabaja para otros no se incluye en la realidad económica. Las máquinas no producen para ellas mismas.
En el tiempo histórico del relato de Edgar Allan Poe, éste no podía reflexionar sobre las transformaciones que se estaban produciendo con la inclusión de masas marginadas y máquinas en la industrialización intensiva. Su yo aún no había intuido las transformaciones sociales de las masas urbanas a partir de mediados de siglo XIX. Observa los movimientos de los transeúntes como los actos de gente maniática. Incluso Charles Baudelaire, (1821-1867, poeta y crítico francés, con el que entra la expresión poética moderna, no llegó a intuir las nuevas relaciones sociales de las masas urbanas que atravesaban la ciudad de París. En sus “Pequeños Poemas en prosa” al hablar de las multitudes, escribe: “No todo el mundo tiene el don de bañarse en la multitud; gozar de la muchedumbre es un arte, y sólo puede entregarse a esa orgía de vitalidad, a costa del género humano, aquél a quien un hada infundió en la cuna el gusto por el disfraz y la máscara, el odio al hogar y la pasión por los viajes”. La multitud no es todavía para Baudelaire el hallazgo de las masas sociales sometidas a la producción y al consumo necesario de sus energías físicas y psíquicas.
En su angustia ante la Nada Søren Kierkegaard expresó: “Tengo que encontrar una verdad que sea verdadera para mí. La idea por la que pueda vivir o morir." Quería ser trascendente a los mecanismos sociales de adiestramiento.
Allan Poe pretendía saber quiénes eran los Otros. Aquellos que pasaban a su lado, en la soledad radical de las ciudades. En su necesidad de trascendentalidad existencial Kierkegaard pretende poseer la religiosidad por la que se vive y muere. La metafísica de la esperanza exige un sentido trascendente al acto de vivir y de morir. Dentro de existencia, se refugia el contenido de la verdad. La esencia determina la existencia. El testimonio de una vida llevado a la paradoja absoluta de la angustia de la Nada. Las máquinas están fuera de la angustia de la Nada.
Allan Poe es un ciego, palpando en las paredes de la noche urbana, un yo extraño en la ciudad donde se encuentran los Otros. Si nos quedamos en los escenarios urbanos, nos encontraremos ocasionalmente con la mirada de un observador perplejo por el destino finalista de las multitudes en la Gran Máquina Social de Producción y Consumo.
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