"¿Cómo la sentencia?-preguntó el explorador.
¿Tampoco eso sabe?-dijo el oficial asombrado, y se mordió los labios. (…) A una visita de semejante importancia ni siquiera se le ponga en conocimiento el carácter de nuestras sentencias, constituye también una insólita novedad, que…-Y con una maldición al borde de los labios se contuvo y prosiguió.- Yo no sabía nada, la culpa no es mía. De todos modos, yo soy la persona más capacitada para explicar nuestros procedimientos, ya que tengo en mi poder- y se palmeó el bolsillo superior-los respectivos diseños preparados por la propia mano de nuestro antiguo comandante.
“- ¿Los diseños del comandante mismo?- preguntó el explorador. ¿Reunía entonces todas las cualidades? ¿Era soldado, juez, constructor, químico y dibujante?
-Efectivamente- dijo el oficial asintiendo con una mirada impenetrable y lejana. (…) Nuestra sentencia no es aparentemente severa. Consiste en escribir sobre el cuerpo de este condenado, mediante la Rastra, la disposición que él mismo ha violado. Por ejemplo, las palabras inscritas sobre el cuerpo de este condenado- y el oficial señaló al individuo- serán: HONRA A TUS SUPERIORES.”
Para el oficial, la Rastra inscribe en el cuerpo del condenado una máxima universal para una voluntad de mandato universal. La máquina ejecutora y la memoria del comandante, su constructor, se han elevado al acto moral universal. La estima y el respecto a los superiores indica la ley de dependencia definitiva de individuos superiores sobre individuos inferiores. Como si hubiera un desarrollo evolutivo de la jerarquía de poder, el oficial traslada al presente la autoridad del Padre-Progenitor, y arrastra la historia inconscientemente a una prehistoria de deudores y acreedores, donde unos tienen una deuda que deben pagarla inexorablemente: La deuda que se interioriza en culpa y expiación. Las sociedades de la barbarie regresan a situaciones atávicas, en una inversión psíquica manipulada, hacia el origen en el que los deudores son marcados para que recuerden la relación definitiva entre acreedores y deudores. La deuda metafísica del castigo eterno. La máxima, coercitiva y atávica, de honrar a las jerarquías de acreedores se relaciona con la simbología del castigo por incumplimiento del pago concertado. La jerarquía punitiva que depende de la seguridad del tótem y la prohibición de destruirlo. El padre-tótem establece el régimen del tabú para dar continuidad a sus prerrogativas. Los hijos quedan sometidos al tabú. Concretan la existencia por las prohibiciones sancionadoras del padre. La historia de los hijos establece la necesidad del desplazamiento del Padre-Tótem de la vida real a la imaginaria de las ceremonias expiativas de la culpa. Franz Kafka conoce este desplazamiento del Padre-Tótem y el Hijo en la ceremonia expiativa de la Colonia Penitenciaria. Para Sigmund Freud, 1856-1939, el tótem se destruye por la acción violenta de los hijos. La historia muestra la destrucción del tabú para instaurar una jerarquía de los hijos, que elevan la existencia del padre al mito. El tótem sacrificado se sustituirá en los retornos mágicos de la obediencia ritual. El asesinato del padre arcaico, por los hijos, según Sigmund Freud, en Tótem y Tabú, establece que si el animal totémico es el padre, resultará que los dos mandamientos capitales del totemismo, las dos prescripciones tabú, que constituyen su nódulo, la prohibición de matar al tótem y la de realizar el coito con una mujer perteneciente al mismo tótem, coincidirán en contenido con los crímenes de Edipo, que mató a su padre y a su madre, y los deseos primitivos reprimidos por la prohibición, cuyo retorno o insuficiente represión formarán los estratos profundos de las enfermedades mentales: el nódulo de todas las neurosis. Pero la represión y la neurosis se subliman para dar inicio a la memoria histórica neurótica, a las deformaciones plásticas de la realidad psíquica en el delirio inconsciente. La sublimación se codifica punitivamente en los ceremoniales de la crueldad jerarquizada. Las codificaciones punitivas y las acciones de la memoria- mecanizada de las máquinas ejecutoras. La prohibición totémica se cuela en la estructura social por la jerarquización de los mandatos de obediencia y el correctivo sancionador de la desobediencia. La memoria-infantil del tabú se sublima en la cultura de la crueldad. En ella, el Padre-Tótem recupera la intensidad de la prohibición y penetra en la mitología de las máquinas superiores de la crueldad, cuya identidad es la carencia de olvido. La codificación operativa de la máquina acumula la deuda eterna y el castigo infinito. Las jerarquías se desplazan a los déspotas y a la unidad centralizadora del Estado-despótico. El Déspota-Dios se esconde oscureciendo la conciencia de los individuos. La culpa y el castigo se interiorizan en la ideología de la sumisión.
La máquina ejecutora kafkiana debe inscribir en el cuerpo del condenado: HONRA A LOS SUPERIORES. Los superiores salen de los límites de la horda primitiva para penetrar en la jerarquía de los supremos, de los excelentes, de los que carecen de sombras, de la horda de dioses y la multitud de sombras. La horda ilumina los códices sacros, la propiedad medieval de la tierra, la violencia del crimen, y la autoridad legisladora de las culpas, los castigos y su ejecución. De los rostros totémicos, proviene la luminosidad de los acreedores de la vida. La aristocracia de jerarquía sujeta al esclavo al castigo de perder la vida. Antes del cuerpo está el infinito de la culpa inscrita en la conciencia. La culpa es simultánea al hacer de la existencia. Su continuidad dura hasta la muerte. Por esto, la Rastra escribe la deuda infinita en el cuerpo del deudor. La dinastía Tudor inglesa marcaba con hierro candente, la “S” de Slave, esclavo, en la frente de los pobres expulsados de la tierra comunal, que huían de las persecuciones de la justicia real y de los ahorcamientos en racimos en los caminos reales. Las máquinas inquisitoriales de la fe y las máquinas reales: el hierro candente y las máquinas de estiramiento de los miembros hasta desencajarlos en gritos de fe dogmática. El oficial de la máquina ejecutora kafkiana asume la historia del terror para dar continuidad a la obediencia de la jerarquía del orden.
“El explorador miró rápidamente al condenado; en el momento en el que oficial lo señalaba, estaba cabizbajo y parecía prestar toda la atención de que sus oídos eran capaces para tratar de entender algo. Pero los movimientos de sus labios gruesos y apretados demostraban evidentemente que no entendía nada.
-¿Conoce su sentencia?
-No-dijo el oficial, tratando de proseguir inmediatamente con sus explicaciones, pero el explorador los interrumpió.
-¿No conoce su sentencia?
-No- replicó el oficial, callando un instante como para permitir que el explorador ampliara sus preguntas-.Sería inútil anunciársela. Ya la sabrá en carne propia. (…)
-Pero por lo menos ¿sabe que ha sido condenado?
-Tampoco-dijo el oficial, sonriendo como si espera que le hicieran otra pregunta extraordinaria.
-¿No?- dijo el explorador, y se pasó la mano por la frente-, entonces ¿el individuo tampoco sabe cómo fue conducida su defensa?
-No se le dio ninguna oportunidad de defenderse –dijo el oficial, y volvió la mirada, como hablando consigo mismo, para evitar al explorador la vergüenza de oír una explicación de cosas tan evidentes.
El oficial necesitaba describir el funcionamiento de la máquina-tótem al explorador. La descripción del aparato ejecutor, su comprensión, era necesaria para la continuidad de la misma.
“-Le explicaré como se desarrolla el proceso- dijo el oficial-. Yo he sido designado juez de la colonia penitenciaria. A pesar de mi juventud. Porque yo era el consejero del antiguo comandante en todas las cuestiones penales, y además conozco el aparato mejor que nadie. Mi principio es éste: la culpa es siempre indudable.” La culpa no admite duda. Es una marca que recae y se muestra sin necesidad de demostración que la confirme. Pertenece a los destinados padecerla.
“Usted desea que le explique este caso particular; es muy simple, como todos los demás. Un capitán presentó esta mañana la acusación de que este individuo, que ha sido designado criado suyo, y que duerme frente a puerta, se había dormido durante la guardia. En efecto, tiene la obligación de levantarse al sonar cada hora, y hacer la venia ante la puerta. (…) A noche el capitán quiso comprobar si su criado cumplía con su deber. Abrió la puerta exactamente a las dos, y lo encontró dormido en el suelo. Cogió la fusta, y le cruzó la cara. En vez de levantarse y suplicar perdón, el individuo se aferró a su superior por las piernas, lo sacudió diciendo: Arroja ese látigo, o te como vivo. Estas son las pruebas. El capitán vino a verme hace unas horas, tomé nota de su declaración y dicté inmediatamente la sentencia. (…) ¿Está todo aclarado? Pero el tiempo pasa y debería comenzar la ejecución y todavía no terminé de explicarle el aparato.” El principio de la culpa es siempre indudable pertenece a la actualidad de la crueldad. Actualmente la falta de derechos humanos, en las zonas degradadas y ocupadas de países sometidos, la aplicación de este principio de culpabilidad es una norma arbitraria y universal del terror.
“- Como usted ve la forma de la Rastra corresponde a la forma del cuerpo humano; aquí está la parte del torso, aquí estás las rastras para las piernas. Para la cabeza sólo hay esta agujita. ¿Le resulta claro? (…) Una vez que el hombre está acostado en la Cama, y ésta comienza a vibrar, La Rastra desciende sobre el cuerpo. Se regula automáticamente, de modo que apenas roza el cuerpo con la punta de las agujas; en cuanto se estable el contacto, la cinta de acero se convierte inmediatamente en una barra rígida. (…) La rastra parece trabajar uniformemente. Al vibrar, rasga con la punta de las agujas la superficie del cuerpo, estremecido a su vez por la Cama. Para permitir el desarrollo de la sentencia, la Rastra ha sido construida de vidrio. Y ahora cualquiera puede observar, a través del vidrio, cómo va tomando forma la inscripción sobre el cuerpo”.
El funcionamiento de la Rastra escribiendo el texto de la culpa sobre el dorso del condenado. El texto, inscrito en el cuerpo, se va ahondando durante doce horas. El desciframiento del texto, por individuo agonizante, lo percibe por sus heridas. Al final, la Rastra lo arroja al arroyo, donde cae en medio de la sangre, el agua y el algodón. El oficial anticipa el final victoriosamente. Luego hallará la agonía y la muerte al ser la víctima de la máquina.
“La sentencia se ha cumplido, y nosotros, yo y el soldado, lo enterramos”.
Franz Kafka escribe, sobre el genocidio industrializado, uno de los relatos apocalípticos supremos del siglo XX. Dice Kafka: “La injusticia del procedimiento y la inhumanidad de la ejecución eran indudables".
¿Tampoco eso sabe?-dijo el oficial asombrado, y se mordió los labios. (…) A una visita de semejante importancia ni siquiera se le ponga en conocimiento el carácter de nuestras sentencias, constituye también una insólita novedad, que…-Y con una maldición al borde de los labios se contuvo y prosiguió.- Yo no sabía nada, la culpa no es mía. De todos modos, yo soy la persona más capacitada para explicar nuestros procedimientos, ya que tengo en mi poder- y se palmeó el bolsillo superior-los respectivos diseños preparados por la propia mano de nuestro antiguo comandante.
“- ¿Los diseños del comandante mismo?- preguntó el explorador. ¿Reunía entonces todas las cualidades? ¿Era soldado, juez, constructor, químico y dibujante?
-Efectivamente- dijo el oficial asintiendo con una mirada impenetrable y lejana. (…) Nuestra sentencia no es aparentemente severa. Consiste en escribir sobre el cuerpo de este condenado, mediante la Rastra, la disposición que él mismo ha violado. Por ejemplo, las palabras inscritas sobre el cuerpo de este condenado- y el oficial señaló al individuo- serán: HONRA A TUS SUPERIORES.”
Para el oficial, la Rastra inscribe en el cuerpo del condenado una máxima universal para una voluntad de mandato universal. La máquina ejecutora y la memoria del comandante, su constructor, se han elevado al acto moral universal. La estima y el respecto a los superiores indica la ley de dependencia definitiva de individuos superiores sobre individuos inferiores. Como si hubiera un desarrollo evolutivo de la jerarquía de poder, el oficial traslada al presente la autoridad del Padre-Progenitor, y arrastra la historia inconscientemente a una prehistoria de deudores y acreedores, donde unos tienen una deuda que deben pagarla inexorablemente: La deuda que se interioriza en culpa y expiación. Las sociedades de la barbarie regresan a situaciones atávicas, en una inversión psíquica manipulada, hacia el origen en el que los deudores son marcados para que recuerden la relación definitiva entre acreedores y deudores. La deuda metafísica del castigo eterno. La máxima, coercitiva y atávica, de honrar a las jerarquías de acreedores se relaciona con la simbología del castigo por incumplimiento del pago concertado. La jerarquía punitiva que depende de la seguridad del tótem y la prohibición de destruirlo. El padre-tótem establece el régimen del tabú para dar continuidad a sus prerrogativas. Los hijos quedan sometidos al tabú. Concretan la existencia por las prohibiciones sancionadoras del padre. La historia de los hijos establece la necesidad del desplazamiento del Padre-Tótem de la vida real a la imaginaria de las ceremonias expiativas de la culpa. Franz Kafka conoce este desplazamiento del Padre-Tótem y el Hijo en la ceremonia expiativa de la Colonia Penitenciaria. Para Sigmund Freud, 1856-1939, el tótem se destruye por la acción violenta de los hijos. La historia muestra la destrucción del tabú para instaurar una jerarquía de los hijos, que elevan la existencia del padre al mito. El tótem sacrificado se sustituirá en los retornos mágicos de la obediencia ritual. El asesinato del padre arcaico, por los hijos, según Sigmund Freud, en Tótem y Tabú, establece que si el animal totémico es el padre, resultará que los dos mandamientos capitales del totemismo, las dos prescripciones tabú, que constituyen su nódulo, la prohibición de matar al tótem y la de realizar el coito con una mujer perteneciente al mismo tótem, coincidirán en contenido con los crímenes de Edipo, que mató a su padre y a su madre, y los deseos primitivos reprimidos por la prohibición, cuyo retorno o insuficiente represión formarán los estratos profundos de las enfermedades mentales: el nódulo de todas las neurosis. Pero la represión y la neurosis se subliman para dar inicio a la memoria histórica neurótica, a las deformaciones plásticas de la realidad psíquica en el delirio inconsciente. La sublimación se codifica punitivamente en los ceremoniales de la crueldad jerarquizada. Las codificaciones punitivas y las acciones de la memoria- mecanizada de las máquinas ejecutoras. La prohibición totémica se cuela en la estructura social por la jerarquización de los mandatos de obediencia y el correctivo sancionador de la desobediencia. La memoria-infantil del tabú se sublima en la cultura de la crueldad. En ella, el Padre-Tótem recupera la intensidad de la prohibición y penetra en la mitología de las máquinas superiores de la crueldad, cuya identidad es la carencia de olvido. La codificación operativa de la máquina acumula la deuda eterna y el castigo infinito. Las jerarquías se desplazan a los déspotas y a la unidad centralizadora del Estado-despótico. El Déspota-Dios se esconde oscureciendo la conciencia de los individuos. La culpa y el castigo se interiorizan en la ideología de la sumisión.
La máquina ejecutora kafkiana debe inscribir en el cuerpo del condenado: HONRA A LOS SUPERIORES. Los superiores salen de los límites de la horda primitiva para penetrar en la jerarquía de los supremos, de los excelentes, de los que carecen de sombras, de la horda de dioses y la multitud de sombras. La horda ilumina los códices sacros, la propiedad medieval de la tierra, la violencia del crimen, y la autoridad legisladora de las culpas, los castigos y su ejecución. De los rostros totémicos, proviene la luminosidad de los acreedores de la vida. La aristocracia de jerarquía sujeta al esclavo al castigo de perder la vida. Antes del cuerpo está el infinito de la culpa inscrita en la conciencia. La culpa es simultánea al hacer de la existencia. Su continuidad dura hasta la muerte. Por esto, la Rastra escribe la deuda infinita en el cuerpo del deudor. La dinastía Tudor inglesa marcaba con hierro candente, la “S” de Slave, esclavo, en la frente de los pobres expulsados de la tierra comunal, que huían de las persecuciones de la justicia real y de los ahorcamientos en racimos en los caminos reales. Las máquinas inquisitoriales de la fe y las máquinas reales: el hierro candente y las máquinas de estiramiento de los miembros hasta desencajarlos en gritos de fe dogmática. El oficial de la máquina ejecutora kafkiana asume la historia del terror para dar continuidad a la obediencia de la jerarquía del orden.
“El explorador miró rápidamente al condenado; en el momento en el que oficial lo señalaba, estaba cabizbajo y parecía prestar toda la atención de que sus oídos eran capaces para tratar de entender algo. Pero los movimientos de sus labios gruesos y apretados demostraban evidentemente que no entendía nada.
-¿Conoce su sentencia?
-No-dijo el oficial, tratando de proseguir inmediatamente con sus explicaciones, pero el explorador los interrumpió.
-¿No conoce su sentencia?
-No- replicó el oficial, callando un instante como para permitir que el explorador ampliara sus preguntas-.Sería inútil anunciársela. Ya la sabrá en carne propia. (…)
-Pero por lo menos ¿sabe que ha sido condenado?
-Tampoco-dijo el oficial, sonriendo como si espera que le hicieran otra pregunta extraordinaria.
-¿No?- dijo el explorador, y se pasó la mano por la frente-, entonces ¿el individuo tampoco sabe cómo fue conducida su defensa?
-No se le dio ninguna oportunidad de defenderse –dijo el oficial, y volvió la mirada, como hablando consigo mismo, para evitar al explorador la vergüenza de oír una explicación de cosas tan evidentes.
El oficial necesitaba describir el funcionamiento de la máquina-tótem al explorador. La descripción del aparato ejecutor, su comprensión, era necesaria para la continuidad de la misma.
“-Le explicaré como se desarrolla el proceso- dijo el oficial-. Yo he sido designado juez de la colonia penitenciaria. A pesar de mi juventud. Porque yo era el consejero del antiguo comandante en todas las cuestiones penales, y además conozco el aparato mejor que nadie. Mi principio es éste: la culpa es siempre indudable.” La culpa no admite duda. Es una marca que recae y se muestra sin necesidad de demostración que la confirme. Pertenece a los destinados padecerla.
“Usted desea que le explique este caso particular; es muy simple, como todos los demás. Un capitán presentó esta mañana la acusación de que este individuo, que ha sido designado criado suyo, y que duerme frente a puerta, se había dormido durante la guardia. En efecto, tiene la obligación de levantarse al sonar cada hora, y hacer la venia ante la puerta. (…) A noche el capitán quiso comprobar si su criado cumplía con su deber. Abrió la puerta exactamente a las dos, y lo encontró dormido en el suelo. Cogió la fusta, y le cruzó la cara. En vez de levantarse y suplicar perdón, el individuo se aferró a su superior por las piernas, lo sacudió diciendo: Arroja ese látigo, o te como vivo. Estas son las pruebas. El capitán vino a verme hace unas horas, tomé nota de su declaración y dicté inmediatamente la sentencia. (…) ¿Está todo aclarado? Pero el tiempo pasa y debería comenzar la ejecución y todavía no terminé de explicarle el aparato.” El principio de la culpa es siempre indudable pertenece a la actualidad de la crueldad. Actualmente la falta de derechos humanos, en las zonas degradadas y ocupadas de países sometidos, la aplicación de este principio de culpabilidad es una norma arbitraria y universal del terror.
“- Como usted ve la forma de la Rastra corresponde a la forma del cuerpo humano; aquí está la parte del torso, aquí estás las rastras para las piernas. Para la cabeza sólo hay esta agujita. ¿Le resulta claro? (…) Una vez que el hombre está acostado en la Cama, y ésta comienza a vibrar, La Rastra desciende sobre el cuerpo. Se regula automáticamente, de modo que apenas roza el cuerpo con la punta de las agujas; en cuanto se estable el contacto, la cinta de acero se convierte inmediatamente en una barra rígida. (…) La rastra parece trabajar uniformemente. Al vibrar, rasga con la punta de las agujas la superficie del cuerpo, estremecido a su vez por la Cama. Para permitir el desarrollo de la sentencia, la Rastra ha sido construida de vidrio. Y ahora cualquiera puede observar, a través del vidrio, cómo va tomando forma la inscripción sobre el cuerpo”.
El funcionamiento de la Rastra escribiendo el texto de la culpa sobre el dorso del condenado. El texto, inscrito en el cuerpo, se va ahondando durante doce horas. El desciframiento del texto, por individuo agonizante, lo percibe por sus heridas. Al final, la Rastra lo arroja al arroyo, donde cae en medio de la sangre, el agua y el algodón. El oficial anticipa el final victoriosamente. Luego hallará la agonía y la muerte al ser la víctima de la máquina.
“La sentencia se ha cumplido, y nosotros, yo y el soldado, lo enterramos”.
Franz Kafka escribe, sobre el genocidio industrializado, uno de los relatos apocalípticos supremos del siglo XX. Dice Kafka: “La injusticia del procedimiento y la inhumanidad de la ejecución eran indudables".
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