1
La historia social carece radicalmente de memoria. Se transita sobre ella sin memoria. El hombre es un animal social sin memoria. No hay transiciones históricas acumulativas de épocas históricas ni de generaciones. Hay discontinuidades de modelos de reproducción en encadenamientos de rutinas simbólicas. Cada generación llena su vasija de vida como si detrás de ella no hubiera habido una generación anterior. A esto se le denomina ley de vida, pero verdaderamente es la ley de la pasión de sobrevivir por la desmemoria. No hay un modelo transitivo de evolución de las formas de reproducción de la sociedad. Las rupturas y sus discontinuidades dan consistencia a la arcilla húmeda de la voluntad y la pasión. Aquí y allá, en la arcilla seca, permanece la arqueología de los vestigios. Aunque no hay memoria de la historia si hay presencia actual de la máscara simbólica de la continuidad de las relaciones sociales de poder, que expresan la sucesión de la propiedad de la riqueza a las relaciones de dominio. En la estructura social no hay memoria orgánica, sino señales errantes de los significantes y los significados desajustados del lenguaje. Los vestigios errantes adquieren su eficacia en la manipulación de la enajenación. El modelo de reproducción económica cambia la cotidianidad de los objetos de uso: el vestido, la comunicación, los alimentos, la vivienda, y las maneras presentes de articular la sumisión. Lo cotidiano de hoy en la desmemoria residual del futuro. El hombre se extraña de su presencia en el mundo al llegar la edad de la senectud. Se extraña de su inactualidad. La discontinuidad de las épocas históricas pertenece a la modificación de la producción y el consumo de los objetos que sostienen los deseos. Los objetos y los deseos carecen de memoria. La utilidad de los objetos se modifica por la ciencia y la tecnología que en sus paradigmas acumulan saltos cualitativos del objeto del saber.
El animal hombre es ser en la Naturaleza, aunque es estar en la producción de su existencia. Se incluye en la tendencia dinámica y mecánica de su reproducción económica e ideológica en el presente absoluto. La carencia de memoria posibilita la continuidad de los arquetipos del inconsciente colectivo. La pasión de dominio sobrevive conectada a la existencia- efecto de una memoria residual y fragmentaria. Ella es desmemoria de la resistencia del inconsciente a la represión omnipresente del olvido. Los traumas psíquicos sobreviven en las fijaciones reprimidas del deseo individual y colectivo. Las fijaciones traumáticas carecen de memoria temporal. La memoria puede hallarse en el lenguaje de los símbolos oníricos.
2
En la máscara se halla lo inquietante: el mundo de deseo, sus objetos y los mecanismos de represión. La máscara es presente fluyente e irracional. Ella detiene la reflexión para evitar la discontinuidad de la muerte. Inquieta y distante se mantiene exterior a la incertidumbre de la memoria. En ella, el conflicto de lo esencial y lo inesencial impera irracionalmente. Lo esencial está envuelto por la epidermis rugosa de la máscara. La máscara del Gran Saurio del modo universal de producción asiático que incuba todos los modos de reproducción: el Estado y la propiedad del poder. La expropiación de tierra de las comunidades de campesinos y su apropiación por el Estado Saurio y la burocracia de los cortesanos saurios. También en Estado Saurio está el rey Midas que da al oro la universalidad de su equivalencia monetaria de la riqueza. Todo lo que toca es oro. Lujuria del oro-dinero en su equivalente de cambio de esclavos y dioses. También aquí la máscara de la génesis del dinero capitalista, que disocia la sociedad en poseedores y desposeídos, en cosas mercancías y fuerza de trabajo mercancía. El individuo y las cosas: procesos de producción que combinan cantidades de trabajo, técnica y medios de producción. Combinaciones estructuradas de producción de cosas y servicios que se valorizan en la circulación del dinero.
Las máscaras como estructuras complejas de cargas de ideología dominante que poseen el equivalente universal del hombre y las cosas: el dinero.
3
Lo esencial de la máscara es sustentar la naturaleza opresiva de las relaciones de dominio en la docilidad del animal atrapado en la necesidad de sobrevivir. El poder contempla los actos de la voluntad de dominio en la docilidad y fatalidad de los hechos discontinuos, sin memoria de la vida y la muerte. La ignorancia dócil del oprimido dura ante la agresión de los rituales de dominio económico e ideológico. Lo rítmico de los ciclos de la reproducción económica y los ciclos de la reproducción de sobrepoblación marginal.
La máscara es una envoltura que encubre la esencialidad de lo inhumano, de la coacción, del grito que empavorece el alba fría de la marginalidad. La máscara es unilateral en su repetición de la angustia. Se diría, que ante la máscara, el individuo es arrojado a la conclusión cerrada de la oscuridad. La fatalidad de estar arrojado ante ella esencializa todo cuanto hay de poder opresivo en las relaciones sociales. ¿Cómo sería el quehacer del hombre si no hubiera una máscara que determine la manipulación de la existencia? La pregunta se formula esperando la abierta fe de la certidumbre. Lo incierto se manipula y mecaniza. La máscara se presenta en la transformación de la objetividad humanizada por un objeto de dominio. La máscara se refleja metafóricamente en la corriente del río Estigia. El límite de la tierra y el mundo de los muertos. El río Estigia es el río del odio. La máscara arrojada al inframundo del odio juzga relatando culpas y castigos de los excluidos de la casta y la genealogía del privilegio. Para Heráclito el agua del río es el retorno de lo mismo. Lo unilateral, fluyente mítico y religioso, del eterno retorno de lo mismo. La correspondencia del flujo físico del tiempo en la organización del universo.
4
El terror social produce una máscara uniforme y general. Ella se convierte en equivalente de todos los valores. La máscara uniforme tiene la función ideológica de aceptar el valor universal de las relaciones sociales de dominio. Hay que convenir que detrás de la máscara hay un actor indiferente. En caso contrario, la máscara significaría la integración absoluta de la conciencia reflexiva en la voluntad dominante. Si alguien llegase al rostro del actor se hallaría en el conflicto de determinar las condiciones de su autenticidad propia. Reversión del actor y del espectador en el gesto irreflexivo del rostro del actor al rostro del espectador. El amo y esclavo en la dialéctica de la negación. Para llegar a la autenticidad del ser se atraviesa el riesgo de la muerte y el entorno uniforme y manipulado de la máscara.
En un mundo represivo, un individuo sin máscara está en peligro de la incertidumbre de la inseguridad. La máscara protege del castigo. El castigo de la incertidumbre se debe a un estado social que exige que los espectadores se ajusten la máscara uniforme de lo mismo en el escenario social punitivo. Se llega al límite en el que no sería posible sobrevivir sin la máscara. Entonces se aceptaría vivir en la fuga incesante del espanto de ser descubierto en la culpa ajena interiorizada. La quemadura en la conciencia. El miedo convertido en supervivencia. La máscara se adhiere al rostro del espectador para darle su no existencia. No hay distancia para el alejamiento. La máscara es la identidad manipulada. Cuanto más se hunde la sociedad en su vínculo de dominantes y dominados, tanto más es máscara y menos los individuos. El individuo se enajena de sí mismo en una máscara. La máscara está en la penumbra del discermiento por la sombra de la claridad de la razón.
5
Allí donde ella, está el conflicto de lo real y lo irreal que se impregna de la fatalidad. El espectador tiene que llegar a este conflicto para darse una identidad de su desmemoria. No se llega al mundo con un espejo que revele el significado de la vida social, sino que hay un arrojarse al mundo para identificar la existencia propia en la cotidianidad. El sentido del ser en el riesgo de los demás. Si los demás están enmascarados, se busca una máscara de sosiego identificativo o la idealidad de un rostro desnudo en un espejo. Ser como todos garantiza la seguridad del que se precipita al ser de la nada del mundo. Estar y llevar la máscara conexionan la relación de dominantes y dominados. La máscara de los dominantes es la máscara de los dominados. La máscara del conjunto social revela la función disyuntiva de los actores y espectadores en el escenario del dominio. El escenario donde está la angustia de los agobiados por una existencia incesantemente integrada en relaciones de domino. El dominado, constituido en máscara, mantiene un tenso rehacer para no revelar el cuarteo de su máscara. La deslealtad al grupo dominante es la expresión de la culpa individual en la máscara de la esclavitud general.
La historia social carece radicalmente de memoria. Se transita sobre ella sin memoria. El hombre es un animal social sin memoria. No hay transiciones históricas acumulativas de épocas históricas ni de generaciones. Hay discontinuidades de modelos de reproducción en encadenamientos de rutinas simbólicas. Cada generación llena su vasija de vida como si detrás de ella no hubiera habido una generación anterior. A esto se le denomina ley de vida, pero verdaderamente es la ley de la pasión de sobrevivir por la desmemoria. No hay un modelo transitivo de evolución de las formas de reproducción de la sociedad. Las rupturas y sus discontinuidades dan consistencia a la arcilla húmeda de la voluntad y la pasión. Aquí y allá, en la arcilla seca, permanece la arqueología de los vestigios. Aunque no hay memoria de la historia si hay presencia actual de la máscara simbólica de la continuidad de las relaciones sociales de poder, que expresan la sucesión de la propiedad de la riqueza a las relaciones de dominio. En la estructura social no hay memoria orgánica, sino señales errantes de los significantes y los significados desajustados del lenguaje. Los vestigios errantes adquieren su eficacia en la manipulación de la enajenación. El modelo de reproducción económica cambia la cotidianidad de los objetos de uso: el vestido, la comunicación, los alimentos, la vivienda, y las maneras presentes de articular la sumisión. Lo cotidiano de hoy en la desmemoria residual del futuro. El hombre se extraña de su presencia en el mundo al llegar la edad de la senectud. Se extraña de su inactualidad. La discontinuidad de las épocas históricas pertenece a la modificación de la producción y el consumo de los objetos que sostienen los deseos. Los objetos y los deseos carecen de memoria. La utilidad de los objetos se modifica por la ciencia y la tecnología que en sus paradigmas acumulan saltos cualitativos del objeto del saber.
El animal hombre es ser en la Naturaleza, aunque es estar en la producción de su existencia. Se incluye en la tendencia dinámica y mecánica de su reproducción económica e ideológica en el presente absoluto. La carencia de memoria posibilita la continuidad de los arquetipos del inconsciente colectivo. La pasión de dominio sobrevive conectada a la existencia- efecto de una memoria residual y fragmentaria. Ella es desmemoria de la resistencia del inconsciente a la represión omnipresente del olvido. Los traumas psíquicos sobreviven en las fijaciones reprimidas del deseo individual y colectivo. Las fijaciones traumáticas carecen de memoria temporal. La memoria puede hallarse en el lenguaje de los símbolos oníricos.
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En la máscara se halla lo inquietante: el mundo de deseo, sus objetos y los mecanismos de represión. La máscara es presente fluyente e irracional. Ella detiene la reflexión para evitar la discontinuidad de la muerte. Inquieta y distante se mantiene exterior a la incertidumbre de la memoria. En ella, el conflicto de lo esencial y lo inesencial impera irracionalmente. Lo esencial está envuelto por la epidermis rugosa de la máscara. La máscara del Gran Saurio del modo universal de producción asiático que incuba todos los modos de reproducción: el Estado y la propiedad del poder. La expropiación de tierra de las comunidades de campesinos y su apropiación por el Estado Saurio y la burocracia de los cortesanos saurios. También en Estado Saurio está el rey Midas que da al oro la universalidad de su equivalencia monetaria de la riqueza. Todo lo que toca es oro. Lujuria del oro-dinero en su equivalente de cambio de esclavos y dioses. También aquí la máscara de la génesis del dinero capitalista, que disocia la sociedad en poseedores y desposeídos, en cosas mercancías y fuerza de trabajo mercancía. El individuo y las cosas: procesos de producción que combinan cantidades de trabajo, técnica y medios de producción. Combinaciones estructuradas de producción de cosas y servicios que se valorizan en la circulación del dinero.
Las máscaras como estructuras complejas de cargas de ideología dominante que poseen el equivalente universal del hombre y las cosas: el dinero.
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Lo esencial de la máscara es sustentar la naturaleza opresiva de las relaciones de dominio en la docilidad del animal atrapado en la necesidad de sobrevivir. El poder contempla los actos de la voluntad de dominio en la docilidad y fatalidad de los hechos discontinuos, sin memoria de la vida y la muerte. La ignorancia dócil del oprimido dura ante la agresión de los rituales de dominio económico e ideológico. Lo rítmico de los ciclos de la reproducción económica y los ciclos de la reproducción de sobrepoblación marginal.
La máscara es una envoltura que encubre la esencialidad de lo inhumano, de la coacción, del grito que empavorece el alba fría de la marginalidad. La máscara es unilateral en su repetición de la angustia. Se diría, que ante la máscara, el individuo es arrojado a la conclusión cerrada de la oscuridad. La fatalidad de estar arrojado ante ella esencializa todo cuanto hay de poder opresivo en las relaciones sociales. ¿Cómo sería el quehacer del hombre si no hubiera una máscara que determine la manipulación de la existencia? La pregunta se formula esperando la abierta fe de la certidumbre. Lo incierto se manipula y mecaniza. La máscara se presenta en la transformación de la objetividad humanizada por un objeto de dominio. La máscara se refleja metafóricamente en la corriente del río Estigia. El límite de la tierra y el mundo de los muertos. El río Estigia es el río del odio. La máscara arrojada al inframundo del odio juzga relatando culpas y castigos de los excluidos de la casta y la genealogía del privilegio. Para Heráclito el agua del río es el retorno de lo mismo. Lo unilateral, fluyente mítico y religioso, del eterno retorno de lo mismo. La correspondencia del flujo físico del tiempo en la organización del universo.
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El terror social produce una máscara uniforme y general. Ella se convierte en equivalente de todos los valores. La máscara uniforme tiene la función ideológica de aceptar el valor universal de las relaciones sociales de dominio. Hay que convenir que detrás de la máscara hay un actor indiferente. En caso contrario, la máscara significaría la integración absoluta de la conciencia reflexiva en la voluntad dominante. Si alguien llegase al rostro del actor se hallaría en el conflicto de determinar las condiciones de su autenticidad propia. Reversión del actor y del espectador en el gesto irreflexivo del rostro del actor al rostro del espectador. El amo y esclavo en la dialéctica de la negación. Para llegar a la autenticidad del ser se atraviesa el riesgo de la muerte y el entorno uniforme y manipulado de la máscara.
En un mundo represivo, un individuo sin máscara está en peligro de la incertidumbre de la inseguridad. La máscara protege del castigo. El castigo de la incertidumbre se debe a un estado social que exige que los espectadores se ajusten la máscara uniforme de lo mismo en el escenario social punitivo. Se llega al límite en el que no sería posible sobrevivir sin la máscara. Entonces se aceptaría vivir en la fuga incesante del espanto de ser descubierto en la culpa ajena interiorizada. La quemadura en la conciencia. El miedo convertido en supervivencia. La máscara se adhiere al rostro del espectador para darle su no existencia. No hay distancia para el alejamiento. La máscara es la identidad manipulada. Cuanto más se hunde la sociedad en su vínculo de dominantes y dominados, tanto más es máscara y menos los individuos. El individuo se enajena de sí mismo en una máscara. La máscara está en la penumbra del discermiento por la sombra de la claridad de la razón.
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Allí donde ella, está el conflicto de lo real y lo irreal que se impregna de la fatalidad. El espectador tiene que llegar a este conflicto para darse una identidad de su desmemoria. No se llega al mundo con un espejo que revele el significado de la vida social, sino que hay un arrojarse al mundo para identificar la existencia propia en la cotidianidad. El sentido del ser en el riesgo de los demás. Si los demás están enmascarados, se busca una máscara de sosiego identificativo o la idealidad de un rostro desnudo en un espejo. Ser como todos garantiza la seguridad del que se precipita al ser de la nada del mundo. Estar y llevar la máscara conexionan la relación de dominantes y dominados. La máscara de los dominantes es la máscara de los dominados. La máscara del conjunto social revela la función disyuntiva de los actores y espectadores en el escenario del dominio. El escenario donde está la angustia de los agobiados por una existencia incesantemente integrada en relaciones de domino. El dominado, constituido en máscara, mantiene un tenso rehacer para no revelar el cuarteo de su máscara. La deslealtad al grupo dominante es la expresión de la culpa individual en la máscara de la esclavitud general.
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