sábado, 26 de noviembre de 2011

Caravaggio:La crucifixión de San Pedro.

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La pintura de Caravaggio se expresa y abre en un desgarro luminoso de la oscuridad de la memoria de la historia. La función creativa barroca del arte es la reinterpretar plásticamente los motivos canonizados por la costumbre religiosa en las nuevas experiencias históricas que deben acomodar la cultura a la necesidad del poder. La subjetividad creativa del pintor se acomoda a las exigencias ideológicas de su clientela. El círculo reducido de sus clientes lo encorseta a las exigencias conservadoras del mecenazgo religioso. A pesar de ello, la expresión pictórica no deja de expresar las experiencias de los pintores que viven las prácticas de una sociedad desgarrada por las luchas de estabilización del poder absoluto del Estado y el predomino de las creencias ortodoxas frente a la heréticas. La sociedad barroca se encuentra atrapada a los medios de dominio y representación, paranoias persecutorias de fines imperfectos de equilibrio de la política y las creencias.
La intuición caravagiana del sentido plástico de la representación pictórica va desarrollando nuevas reglas de motivación experimental del credo oficial por lo creado pictóricamente. Su capacidad innovadora incrementa las combinaciones de los espacios pictóricos, las tonalidades de los colores que provienen de la incidencia de las luces y sombras. La formación de los colores primarios en las tonalidades grises de las sombras. Los personajes del cuadro se presentan en instantes de cruzamientos de luces que renuevan la temporalidad plástica del sufrimiento y el contenido de una fe mística que proviene del límite extenuante del cuerpo de la sumisión. Los personajes caravaggianos representan las actitudes miméticas de la tradición textual: los modelos pictóricos gesticulan la mímesis del relato bíblico en el naturalismo sofocante de la denuncia alienante de realidad y fe. Las víctimas del castigo, fanatizado de la condición imperativa de la creencia sin discernimiento, reordenan la cronología de la historia y la cromática de la memoria de la ley. Los personajes caravaggianos provienen del límite final y permanente del escenario dramatizado de la marginalidad de la supervivencia del espacio urbano y del espacio del cuadro. El espacio pictórico rememora el esfuerzo de negar la ideología en la pasión racional de presentar los conflictos sociales ideológicos sin ocultar la verdad. A pesar de que la sociedad real está encubierta por los cánones eficientes de la maquinaria ideología de la violencia, se encubre la verdad con el guiño cómplice de la sumisión y el oscurecimiento de la racionalidad.
El naturalismo de Caravaggio revela la ideología religiosa como una coartada al irracionalismo representativo de la piedad del hombre martirizado por el hambre, la enfermedad y la muerte. Caravaggio exhibe el sufrimiento humano en la oscuridad de la fe. La crueldad del desesperado y el finalismo extintivo del hombre, relacionando la existencia concreta con la apuesta irracionalista posthistórica: la perdurabilidad del ritualismo del texto y del gesto del actor que lo memoriza.
Caravaggio ilumina a sus personajes en un flash de realidad reveladora de la crueldad. Se diría que propone exteriorizar la naturaleza histórica del hombre, pero en el desgarro súbito de la representación del cuadro. El desgarro de la tela es de dentro afuera. Salir de la penumbra es asir allí un pájaro en la red de la tenebrosidad. Vuelo repentino en la aparición imprevista y sorpresiva del pájaro en un haz luminoso. El instante de la representación del delirio paranoico de la huida ante la máquina represiva que se acopla al individuo. La máquina paranoica despótica que mantiene adherencias de supremacía y subordinación. La minoría, que surge de improviso en flash, se exhibe en la superficie del cuadro para delatar la oscuridad de donde proviene su sufrimiento. El espacio del cuadro se vuelve espacio de presentación de encuentro de naturalismo e idealismo.
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Es la afirmación testimonial de Caravaggio de ser por el no ser de la ausencia del hombre real en la historia de su destino. Los padecimientos del cuerpo y la mente en del delirio caravaggiano “del soy quien vosotros habéis propuesto que sea”. Caravaggio lleva a la pintura barroca el delirio de la marginalidad urbana de las ciudades barrocas, la luminosidad de los personajes representados en la excitación causada por la pasión alucinatoria de la salvación por la pobreza. El delirio del reino de lo oscuro. Transparencia del rayo de luz que fija la claridad definitiva del sentido del destino en la pasión humana. Pero el destino es inexacto en el juego de la crueldad por la luz interior del delirio. Se irradia la luz real del perseguido en un acta acusatoria sinsentido de lo humano, impiedad de la marginación predeterminada por el fanatismo de la acumulación de riqueza y poder, justificada con la alienación del desesperado. La vida del marginado-masa en los bordes de su utilidad y desutilidad por los victimarios celebrativos. Los delirios de los dominantes convierten las relaciones reales en relaciones metafísicas. El lenguaje simulador de la utilización del hombre explotado en medio de acumulación fanatizada de riqueza y dinero. Riqueza con gloria y sin culpa. Exaltación de la perpetuidad del rango al sometimiento expiativo de la desorganización pasiva de las víctimas del trabajo y la duplicidad del hombre real en el imaginario.
La culpa expiativa del delirio de la autoridad despótica. La eternidad de los personajes caravaggianos trae de la oscuridad lo incierto del miedo. Caravaggio convierte el espacio del cuadro en una obsesión móvil del pánico. El delirio del color exalta las contracciones del cuerpo torturado en la barbarie de la indiferencia.
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Resuenan insistentes en la memoria estética los símbolos del porvenir del gritos, sin alambradas, ni ladridos de animales que se desgarran y extraen gritos indefinidos y unitivos. Los perseguidores descubren escondrijo de delirios. Recluyen perseguidos en espacios hexagonales y excrementales de tortura. Más allá de los hexágonos están los muros de ladrillo, alambres de púa, vías de ferrocarril, torretas de vigilancia, y los círculos excéntricos de los oídos tapados con cera y la complicidad del silencio y el hedor del olvido.
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La máquina paranoica despótica dimensiona la voluntad de poder en la inhumanidad del fanatismo. La violencia organizada da transitoriedad de medio a la vida humana. La vida de la víctima es un medio maquinal para la perpetuación de la tortura en un fin absoluto ahistórico de dominio. Caravaggio revela en su naturalismo exasperado la contradicción del hombre real y el hombre convertido en víctima por la tortura y el simbolismo religioso. La pintura de Caravaggio está conexionada a las contracciones de una época-máquina religiosa violenta. De conversión de las relaciones de poder en relaciones de crueldad. Una crueldad entramada al sentimentalismo del simbolismo de la piedad por el terror del dolor físico. El siglo XVII es un modo social de totalidad compleja, conflictiva, militar y religiosa, que utiliza la violencia para llegar a la unicidad del sistema económico mercantilista y al poder absoluto estatal y religioso. La representación religiosa de la ortodoxia de la contrarreforma son las motivaciones subjetivas de la exaltación militante de la piedad de las masas religiosas. Se llega a la exaltación militante por la escenificación de las masas sociales en la iconografía de la salvación por la fe. El pecado redimido por el arrepentimiento reductivo que regula el postmundo y la garantía fanatizada de la obediencia colectiva. Práctica fanática y persuasiva llevada a término, durante el siglo XX, por los movimientos totalitarios políticos, económicos y militaristas.
Como si el presente violento de la historia fuera esencia del futuro. El hombre carece de finalidad en su existencia. Se encuentra en la penumbra de la máscara uniforme y general. Presiente la inquietud de un mundo incierto en la penumbra de un ser que no se halla consigo mismo. Lo atraviesa en la penumbra de relaciones sociales de dominio que lo sujetan a un corsé. Está comprometido y arrojado a las contradicciones que producen los mandarines embrujados del poder social. El presente se niega al presentimiento del futuro. Como si fueran las varillas de un abanico abierto, los antagonismos de la existencia deforman el tiempo que enreja la provisionalidad del presente. Se nos advierte de la incertidumbre del momento actual en el que se vive. Se diría que delante de variabilidad de las condiciones del mundo está la uniformidad intimidatoria de una cotidianidad enmascarada y carente de futuro. Los gestos del que grita en presente denuncia una existencia expulsada a la marginalidad. El ser arrojado no tiene donde apoyarse. El ser que se acerca a su futuro quisiera la positividad de la verdad. Palpar las llagas de cera que deforman y cubren. Darse una identidad sin la mediación de la máscara. La mediación de las relaciones sociales punitivas que llevan a la incertidumbre. La identidad de uno mismo es querer ser libre de la condición estática de la humillación sin libertad. El sentimiento recibe el peligro del dominio social del presente por los dominantes.


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La máquina paranoica en un cuadro: La crucifixión de San Pedro.
La crucifixión de San Pedro una obra de Caravaggio al óleo sobre lienzo y tiene unas dimensiones de 230 centímetros de alto por 175 de ancho. Fue pintada para la capilla Cerasi en la iglesia de Santa Maria del Popolo de Roma. En la lectura visible de la pintura, la mirada recorre el lienzo y no ve el sentido oculto del ver. La lectura evidente dice que la pintura representa el martirio de San Pedro por medio de la crucifixión. Pedro pidió que la cruz fuera puesta al revés para no imitar a Cristo. El lienzo muestra a tres esbirros romanos de rostro oculto, luchando por erigir la cruz del anciano san Pedro. Tiran, levantan y hacen palanca a la cruz, en posiciones de esfuerzo. La máquina paranoica está formada por la cruz, la cuerda que hace de punto de fuerza en la cruz y en la espalda del hombre que tira de ella. Otro esbirro tira hacia arriba de la cruz. Otro se coloca debajo del madero para empujar arriba. San Pedro es un hombre mayor, de exagerada musculatura y volumen físico, que observa la palma de su mano derecha atravesada por un clavo. Todos ellos, la máquina paranoica escapa de la oscuridad. Los colores se desplazan del gris, rojo, escarlata, ocre, verde, blanco, desde la periferia al centro. La cuerda y el madero forman un ángulo de luz intensa que baña el cuadro. La intensidad del drama del sacrificio es a la vez indiferente al dolor que provoca la máquina paranoica de cruz, cuerda y esfuerzo muscular de los esbirros y la pasividad de la víctima. La máquina caravagiana pinta a los hombres como son. Los trae de la realidad para dejarlos en el escenario de la historia.
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La figura carismática de Michelangelo Merisi da Caravaggio se configura esencialmente al convencimiento de un presente histórico insuficiente para llegar a ser el devenir de una sociedad, que implique una religiosidad reveladora de la trascendencia humana de la fe paras masas marginales que aparecen desnudas en el transcurso del Renacimiento tardío al Barraco. Se hacinan las clases sociales, que han sostenido la producción económica y estética del Renacimiento. Caravaggio presiente el momento histórico en las insuficiencias diferenciales de las propuestas ideológicas y las prácticas de crueldad de los detentadores de la riqueza de la sociedad. La gran hipocresía de la religiosidad barroca es esconder los conflictos desintegradores de la sociedad renacentista en las guerras de religión. El malestar de la rebeldía de Caravaggio significa su radical desclasamiento a través de su vida incierta, su producción estética, sus persecuciones y su presunto asesinato.

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