sábado, 11 de julio de 2009

En los ojos del buey (2)

Hay un cuadro pintado por Pablo Picasso: “El niño enfermo” de 1903,una obra centrada en período azul en París a fines de 1901. El tema del cuadro es el de una madre, casi adolescente, que apoya la parte derecha de su cara en el lado izquierdo de la cabeza de su hijo. El niño, de ojos expresivos, quedamente fijos, abiertos a la necesidad, formalmente fijado a la diagonal derecha de la composición. La mano de la madre protectora, defendiendo del frió al niño, sus dedos grandes lo cubren y a la vez establecen la decisión de una voluntad sumida en la defensa de la vida ante la agresividad exterior. Ambos están envueltos en el ropaje tenso. La mano de la joven madre aprieta el lazo de la toquilla para proteger al niño del frío. La toquilla y la mano envuelven la cabeza del niño, pero descubren vehemente las facciones. En exterior de la pintura, la inhumanidad anónima, que debe pasar por delante, depositando la indiferencia de las miradas extrañas, que los determinan como objetos exteriores. Los ojos de los Otros ajenos, cedidos del infortunio de sus proyectos fracasados, cargados con la sumisión del vasallaje del salario, con la sumisión al azar de la comodidad. Tanto la mirada del niño como de la madre joven se dirigen hacia un espectador delante del lienzo, escondido, que los contempla. No importa quién sea el espectador del cuadro, el cuadro es un espejo que refleja los espectadores que nunca se ven. Somos nosotros.La expresión plástica de una situación ausente. Habrá múltiples asistentes, que se detengan delante del cuadro. Los concurrentes de la historia visual del cuadro, que habrán de estar delante de esta joven madre que protege la vida de su hijo. Al igual que las madres de los etíopes protegiendo la agonía de sus hijos. El público del cuadro es a la vez espejo que refleja la realidad exterior. El visitante ocasional será un testigo de la intemporalidad del cuadro. Los individuos son testigos de su tiempo, sin llegar a penetrar en el significado de su propia autenticidad, ante el peligro de la necesidad ajena que los implica. El presente se engancha mediato a la urgencia del olvido. Seres de instante presente, al igual que animales angustiados que se acercan a la incertidumbre del proyecto humano, enrejado en su pasión momentánea. La mirada de la madre y del niño está en los ojos ciegos de los Otros, que los contemplan como objetos que transitan por un presente habitual. Los espectadores pasan delante de la escena distanciados de la fe. Hay en ellos, una conciencia que esconde la verdad bajo el pretexto de que el infierno está en todos. La mirada del niño se adormecerá con el calor corporal de la madre. Este cuadro de Pablo Picasso expresa plásticamente la precariedad de la supervivencia de la madre y el hijo en una sociedad que avanza a su destrucción. La pandemia del hambre y la enfermedad de la sociedad, que se clava en los seres desprotegidos y aislados. La madre muestra la resistencia de la vida heroica frente a la vida deshumanizada. Los cuadros renacentistas de la Virgen María joven con el niño están preñados de símbolos premonitorios que los fieles conocen. A su saber recóndito, le emociona el acompañamiento de la compasión ante el destino religioso prefijado por la redención. El sufrimiento de la Virgen María es símbolo de salvación para la pasión del espectador. En la maternidad del cuadro de Pablo Picasso no hay ningún simbolismo místico, por cuanto el sufrimiento no es redención posthistórica. Los modelos del cuadro se detienen en las coordenadas del infortunio de la existencia en un presente absoluto. Es un dolor sin posthistoria. Exclusivo sufrimiento incierto, incrustado en el presente que produce relaciones de dominio. La maternidad de Pablo Picasso es la soledad de la certidumbre del ser sumido en la desigualdad del nivel de supervivencia. ¿Qué espera la madre? El milagro de la protección al hijo. Está sola. Su soledad se llena de las posibilidades conjuntivas del compromiso moral de la sociedad. Pablo Picasso comprendió que el compromiso puede quedar en la soledad que devuelve la interioridad de la mirada. La penetración de la verdad histórica no libera a la madre ni al niño de las contingencias de su precariedad y abandono. Aún mueren millones de niños de hambre al día en el mundo. La vida del indigente está en el naufragio de la indiferencia. El cuadro está pintado en 1901 en París. Un momento en el París prebélico, de la sumisión del ser abandonado a la fragilidad de la muerte manipulada. En el envolvimiento protector de la madre al hijo está la totalidad de las condiciones objetivas del exterminio del año 1901 a 1918. El comienzo de un nuevo siglo que emboca la miseria urbana de los abandonados. La certidumbre del presente histórico determina la exterioridad fría de la existencia de la madre y del hijo. Su resistencia al mal se eleva, en las no miradas de los personajes, ante la temporalidad de un nuevo siglo, que trae los presagios del genocidio para los abandonados. La desesperación de los desheredados es el relato testimonial que la salvación no pende de la mirada de los Otros. El cuadro picassiano se abalanza sobre el espectador para exigirle las preguntas a las miradas de la indiferencia. Le pregunta si la sociedad de 1901 será capaz de racionalizar la necesidad de las masas sociales marginadas. Si se debilitará la represión de la fuerza del hambre y de la organización estatal autoritaria. En este comienzo de siglo XX se sabe que la voluntad de poder, de las fuerzas nacionalistas y militarista europeas, llevarán a las poblaciones hambrientas y abandonadas a la Primera Guerra Mundial. Integrarán a las masas de población en la desesperación de la manipulación nacionalista, a la escasez y a la inseguridad de las paranoias de las minorías partidarias de la jerarquía de dominio, que controlan el monopolio del poder del Estado como la fatalidad de la guerra.
“El niño enfermo” de Pablo Picasso es la obra pictórica de un artista que se compromete en la desesperación de la pobreza. El testimonio del cuadro es actual. Aún no se ha encontrado respuesta a la indigencia generalizada. El hambre y la enfermedad integran la continuidad de las masas sociales residuales. Ahora ya se conoce la ausencia del milagro y la ausencia definitiva del ser de la autenticidad por la mirada ajena. La universalidad de la indigencia no se acorta. El respeto por la vida ajena se establece en los esfuerzos de una minoría de absoluta entrega: la muerte y la vida de Ferrer atestiguan la voluntad de un grupo que salta del modelo asiático al modelo de producción científico para las masas de los parias atrapados en la casta. El proyecto de la vida por la producción de las condiciones objetivas no es una fábula obsoleta. No es una mirada, sino una praxis del conocimiento y la solidaridad. La maternidad picassiana es sobrecogedora en su ciega soledad. El cuadro persigue la mirada responsable del espectador. Está buscando el apoyo mutuo de la solidaridad. Lo que define al hombre como hombre es su capacidad de generalizar su humanidad como apoyo mutuo. El ser del hombre está en la solidaridad. Si la solidaridad no es general, no hay solución a la organización exterminativa de los indigentes asalariados o de los abandonados. No la caridad, sino la organización de la producción. El individuo debe estar dentro de la moral kantiana, que toma como fin incondicional la existencia libre y real del Otro. La madre adolescente del cuadro de Picasso sabe que su vida no depende de de ella. No es libre. La pobreza de su hijo la atenaza al imperativo de la mendicidad. Su necesidad es humana, y la situación de la sociedad inhumana. Ella expresa la precisión de las desigualdades provenientes de una sociedad, interpreta al individuo como a una máscara. Esta obra formalmente clásica nos lleva a la revelación del contenido desesperado de la pobreza. El pintor se siente tan conmovido, por esta situación de desamparo, que extrema la formalización de la belleza plástica. La utopía, la pasión de la juventud del pintor, quiere que la sociedad del inicio del siglo XX transite sobre la comprensión de la necesidad y la humanidad. La madre del niño enfermo está sola. La Primera Gran Guerra mundial debió llevárselos del mundo. El cuadro de Picasso los ha dejado en la plasticidad del arte, en la memoria de los cuadros que nos acompañan por las elecciones visuales. Un cuadro de presente inmediato que sitúa los modelos en una continuidad del dolor en la historia. La memoria de la historia trae la grafía de las situaciones pretéritas. El pasado trae la evocación de haber vivido. La memoria cuelga a nuestra espalda. El período azul del Picasso es un extremado compromiso del artista con la elección de los temas de la crueldad. En el cuadro del “Viejo hebreo” de 1903, está la premonición exterminativa de los guetos del siglo XX. Estos cuadros icónicos, que la conciencia guarda de las discontinuidades del amor y el tiempo, hacen del no ser del hombre en un ser que mora en el compromiso de la solidaridad.

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