No es posible trascender la naturaleza y la historia para situarse en una subjetividad infinita. Ante un individuo que es sólo historia, la subjetividad existencial kierkegaardiana salta, en la paradoja del pensamiento, a la superación de la Nada por la angustia. La angustia kierkegaardiana de la caída en el pecado y en la incertidumbre de la gracia. El individuo está siempre en la mirada ausente de su trascendencia. Su precariedad de ser en el tiempo de compromiso descubre de su destino. Su angustia es la tijera que corta el tejido de la relación con los Otros y le abisma en la inteligibilidad de las fases en que se concreta la marcha del Espíritu Universal hegeliano. Se entra en la angustia de la responsabilidad y en el compromiso de la historia. Pero el compromiso son los otros y con ellos entra la historia. El hombre actual está siempre en la situación del riesgo de los Otros. La naturaleza finita de su biología, economía y lenguaje le arrojan a la finitud y subjetividad de la responsabilidad. La indiferencia a los demás sería desapego propio de las circunstancias que lo determinan. Quien se desapega es como si se hubiese desprendido de su sociabilidad. Al igual que un resorte que empujase hacia delante, el individuo habrá de decidir o hacer algo para hallarse frente a su compromiso como sujeto inteligible y finito, que define su situación en la mundanidad del conflicto y salvación. Como sujeto, que piensa su existencia, que debe superar su intrascendencia para postularse en la autenticidad de una participación en la comunidad de los fines universales kantianos de la moralidad. Esta situación de sujeto que piensa, pero a la vez, siente la angustia de su soledad y la trascendencia de sus actos, le convierte en alguien que se compromete bien en la historia bien en la mística. Se obliga a comprometer con una situación existencial que lo desborda en sus exigencias de verdad o falseamiento. Si llega a la actividad de la mundanidad, en un deslizamiento de la indiferencia, hará de sus vinculaciones humanas unas ilaciones entre cosas. Se habrá vaciado de su trascendencia en los escondrijos de la astucia mimética de la voluntad de jerarquía. Cumplirá el destino de Otro. Será un sujeto pasivo en la conflictividad de la reacción y afirmación de la arquitectura metafísica del poder. El poder extraño le dará plasticidad al sinsentido de su existencia inauténtica. James Ensor (1860-1949), pintor belga, cuyos retratos ofrecen una visión grotesca de la humanidad, le convirtieron en el principal precursor del sinsentido de la mundanidad del siglo XX. En sus máscaras grotescas, el hombre y la muerte están expresan la angustia existencial del simbolismo medieval de Bosch y de Brueghel el viejo. La ceguedad de la esperanza. La pasión humana en lun doble grotesco de la muerte. Radicalmente el individuo está siempre con Otros, y participa con un ser no libre, que se introduce en las rendijas de la conformidad de lo finito. Cada vez es más insistente y vulgar el mensaje de desunir los dos cabos de la individualidad y la comunidad. El individuo se amodorra en su disimilitud para desagregarse de las circunstancias que lo apremian. El sujeto que atenaza la certidumbre de su no saber y su no hacer. No está trascendido por la comunidad. Se ha dado a una voluntad extraña. Obtiene a cambio la no beligerancia de las jerarquías de poder. Se esconde en el préstamo concedido de la indiferencia. No se haya trabado en el significado de su caída al mundo. El individuo existe para Otro dominante. Para huir de la dualidad del amo y del esclavo, el individuo no puede atarse a su sombra. La relación existencial, del sujeto del siglo XXI, está mediada por la democracia, la técnica y las fuerzas económicas. La historia de una sociedad que se reproduce como dominio lo envuelve en una malla de mediaciones que lo comprometen a definirse en un proyecto irracionalista, político y económico. Al igual que las figuras alegóricas medievales, obsesionadas con la muerte, se acerca a la temporalidad para dejarse particularizar en la propiedad de Otro para un presente inequívocamente ajeno. A los muertos de los pobres de la ciudad de Detroit, los envuelven en un saco de plástico y los dejan expuestos indefinidamene a los servicios del municipio. No tienen dinero para pagar los gastos del entierro. No tienen capacidad para apropiarse del finalismo oscurecedor de la existencia de los familiares. Su herencia del mundo se concreta en la indiferencia. Se señalan a sí mismos en las máscaras equívocas de sus subsidios de desempleo. La peste de la crisis económica arroja a los pobres a las fosas comunes y a la hipocresía de la comunidad. El caballero medieval observaba de reojo a la muerte caminando a su lado. Rezaba con fervor por su salvación. Era un individuo solitario, debatiendo la duración de su existencia ante el azar. La coeternidad del caballero con la estrategia de los jugadores de una partida de ajedrez. Todo individuo se adhiere a las fabulaciones de la vida como acertijo. En la extrañeza de la coexistencia estampillada está la aventura existencial. Su ser está en el mundo con la nítida experiencia de su dependencia ajena, sea de la Naturaleza o de la historia de las fuerzas dominantes. No cesa de caminar buscando un lugar de descanso a su cansancio. No suele encontrarlo. El individuo actual cada vez más es un viajero ocasional en las terminales de los aeropuertos. Esperan "despegar" ante una situación insostenible. A su alrededor están los sujetos que se amontonan en la ceguedad de un destino coexistente a la incertidumbre económica y emocional. Como Orfeo caminan, por los paisajes de amor y sombras infernales, en los paisajes de las urbes. en los espacios donde sólo habita el olvido. Las dudas pascalianas de la apuesta por la existencia de la felicidad eterna lo encogen en un sueño desvelado sobre la contingencia de su futuro. Es un ser sin historia. Camina fatigado sin camino. El dolor se simula a la esperanza de la oportunidad ciega, que debe llegar como la lluvia de otoño. El aliento cansino entibia la esperanza. Los maniquíes fascinan por su indiferencia a la mirada del Otro. Les falta la historia de la vida. Dentro de los escenarios-escaparates se detiene la somnolencia de imágenes publicitarias, revestidas de desmemoria. Están ahí, pero no transitarán sobre las huellas de la memoria. Sin pasado la existencia se prende a las luces publicitarias de la ausencia. A pesar de la fatiga, el viajero anda en la soledad de su precariedad en las desventuras migratorias de los desafortunados. La necesidad de la supervivencia empuja y detrás de ella están las cabriolas de Chaplin en Tiempos Modernos. El hombre y la máquina en la angustia de vivir para la caducidad y la obsolescencia. La trayectoria de vivirse alejándose del tiempo presente. Viaje al fin de la historia y de la angustia.En los ojos del buey ha llegado el mediodia.
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