miércoles, 12 de agosto de 2009

En los ojos del buey ( y 5)

El ser natural humano nace en la naturaleza y en la historia. La historia es un modo de producir la realidad material e ideológica a través de la actividad humana genérica. El hombre es un ser activo, sensible, objetivo, pero también un ser que se apropia la irrealidad. Su doble naturaleza, natural y humana, lo desdobla en la pasión del autoengaño, de volverse un ser imaginario en la obediencia a lo usual establecido. Su ser y hacer desdoblan su existencia como un ser real objetivado y un ser irreal alienado. El terror a desaparecer es el motor ideológico del modo de manifestarse los individuos convertidos en cosas. La inseguridad convierte la esencia humana del trabajo en la esencia deshumanizada del terror. El individuo aterrorizado es un devenir imperativo de la precariedad, de sus límites físicos, económicos e ideológicos, de los que no puede escapar sin cambiar su individualidad en generalidad social. El individuo tiene que producir y apropiarse genéricamente de los objetos que sostienen su vida material y mental. No puede escapar de la muerte porque ella es un límite absoluto de lo natural. Los límites artificiales inhumanos están en la reproducción de un ser que requiere apropiarse de su objetividad, pero depende de la carencia como instrumento de dominio. Los rendimientos decrecientes del cuerpo y de la naturaleza introducen lo humano en la historia. Una de las consecuencias de los límites de la precariedad humana es la manipulación de la realidad con el pseudo-lenguaje. El lenguaje de la alienación, de la grieta lo inhumano en lo humano. El pseudo-lenguaje va recubriendo la realidad de travestismo cínico. Vehículo transmisor de las apariencias. El acatamiento del lenguaje burocratizado para tapar las continuidades de lo inhumano. Sobre la las exigencias de la pasión del individuo por su vida real se vierten los signos que por sí mismos sustituyen la pasión de la verdad como realidad. Cada época de la historia impone una jerga de acatamiento a las normas de dominio. Los signos marcan los cuerpos, los tatuajes con respecto a la seguridad/ inseguridad de quedar incluido/ excluido de la jerarquía de dominio/ marginalidad. La inhumanidad del no- ser hace a los hombres comediantes/ héroes, que se muestran sumisos a las normas de comportamiento reglados por la inhumanidad. Uno de los efectos de la mímesis de la inseguridad es la de ser aquello que se refleja en los actos imitativos de los que usan los gestos del poder. Sujetos en las simbolizaciones jerarquizadas: estar en las probables cantidades del tener/ no tener. Las marcas identificativas genealógicas. La cotidianidad de estar/ tener en adjunta seguridad de la inseguridad estatuida de la existencia. La jerga-metalenguaje -jerga de acatamiento a las expresiones verbales y corporales, que instrumentalmente valoran a los sujetos en las categorías de dominio.
El argot-tapadera de los pícaros del siglo XVI y XVII servía para encubrir su desclasamiento de la riqueza, su exasperada pobreza, en demostrativo blasón de la herética de la casticidad. El origen social turbio de la genealogía tenía que ser camuflado en los enredos del ser en lo que aparece. La delación era el ser de los que aparentaban. Juego social de los grupos de destrucción por el reconocimiento del origen impuro, de la enajenación religiosa o económica. Esta praxis del ser en el parecer se reproduce incesantemente como herencia de los que poseen sobre los desposeídos. No hay historia sin praxis clasificatoria. La expresión social del ser en el parecer adquiere su esencia en la inhumanidad del tener sobre el ser. Existir, porque se posee. El poder maquinal de la inhumanidad. Voluntad de dominio ideológico y económico como apropiación de la voluntad sometida. No se resuelve la contradicción en la pareja humanidad/inhumanidad. No hay un proceso histórico que concluya con la dicotomía. La inhumanidad sobre lo efímero del hombre. Lo efímero sujeto al ser natural, que padece la carencia a través de la inhumanidad. Esta radicalidad de lo efímero introduce el abismo alienante de la supervivencia sin humanidad.
Un desnivel mental, de este juego ideológico de supervivencia, está en decir aquello que se quiere oír en medida de los objetos ideales de la esperanza de dominio. El éxito está en lo habitual de las mentiras admitidas: mentir y simular es un modo de actitud interior y exterior del poder excluyente de cada época. Lo exterior está interiorizado.
Los pícaros eran calificados de gente astuta, disimulada, hipócrita, y maligna, en la medida que simulaban las mentiras sociales admitidas para asegurarse la sociabilidad. La picaresca fue la de los grupos de marginados que se querían adaptar a la inhumanidad del cambio del poder político y económico medieval a las formas del poder del Estado absolutista del siglo XVII. Las masas sociales de marginados campesinos fueron arrojadas del campo a las ciudades para asegurarse las cantidades de trabajo necesarias a la nueva productividad estatal de la producción mercantilista. Los metales precisos medían la productividad y el intercambio de la producción de la riqueza. Los valores de los metales precisos subían y bajaban en razón inversa a los valores de la producción de mercancías de intercambio. La inhumanidad se instalaba en el intercambio de la producción de mercancías y metales preciosos. La cantidad de metal-inhumano se expelía a la circulación internacional de mercancías-inhumanas. La cantidad de metal-inhumano medía la variabilidad de los precios de las mercancías-inhumanas en medios de producción y de subsistencias. La cantidad de alimentos que pertenecían al individuo equivalían al alimento que consumían los animales, o a la cantidad de agua de las máquinas hidráulicas. La inhumanidad es unidad de medida homogénea en los valores de uso de las mercancías y del argot-lenguaje. La depreciación del valor de los metales preciosos, por su abundancia en la circulación del dinero-mercancía, acrecentaba los precios en metal y la inhumanidad de la miseria de la población en valores de subsistencia y en el uso imperativo del lenguaje como coartada.
La miseria exasperaba la memoria de Lázaro de Tormes. En ella estaba la arqueología testimonial de la inhumanidad de su época histórica. La cantidad de alimentos consumidos estaba limitada por la hoguera inquisitorial, y los ahorcamientos en racimos de la población marginal. La picaresca fue el texto del ser en el parecer de los marginados al hambre y el ocultamiento ante la inhumanidad de los sectores sociales inhumanos, consumidores del excedente económico de objetos de lujo.
Las persecuciones contra las comunidades de hombres, que presentaban afinidades raciales, lingüísticas, religiosas o culturales, fueron exterminantes en un flujo temporal que llega al presente.
En la racionalidad de la esperanza, la historia de la ignominia causa un tremendo hastío y cansancio. La repetición de lo mismo cansa o embrutece. La historia como un retorno incesante de las fuerzas aniquiladoras de la humanidad, en su barbarie afirmativa de la propiedad privada del trabajo del ser humano y la apropiación de la propiedad privada real/ imaginaria de la naturaleza y de los instintos. La pareja Humano/Inhumano inmóvil en la temporalidad fluyente de la historia del lenguaje. El cansancio y el abandono de la organización de la radicalidad de los humano conlleva el crecimiento de la ignominia. La tipología totalitaria de las fuerzas reactivas prolonga el castigo expiativo de la culpa imaginaria. De aquí el hastío y el cansancio. Pero el desapego a la verdad, cansancio y hastío del ser humano, no deja la inhumanidad de la idolatría del poder, que exige la insistente anulación de lo humano, por la radical dependencia de éste de la Naturaleza y la Justicia humanizadas.

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