El hombres es un ser natural y social. Como ser natural está dotado de instintos y como ser social de las fuerzas marteriales y mentales de la colectividad. Es un ser natural, pues su existencia depende de las circunstancias exteriores que lo objetivan como ser real. Estas fuerzas naturales son sus instintos y las fuerza sociales son el grado de desarrollo y de organización de la producción y de la distribución de los bienes, que requiere la naturaleza natural y social del hombre. En cuanto ser natural está limitado por sus condiciones naturales y en cuanto a su ser social está limitado por el desarrollo de las capacidades represivas de la distribución del excedente económico y del saber por parte de una sociedad fragmentada por utilidad categorial del dominio. Sus condiciones existenciales objetivas están fuera de él. Los objetos de sus necesidades están fuera y debe producirlos para subsistir. Es un ser que sufre por estar separado, a través de la propiedad ajena, de los medios naturales y tecnológicos que reproducen su existencia. Las condiciones objetivas de la producción material y mental están asignadas a seres dominantes que se apropian de la existencia humana y de los medios para darle continuidad existencial. Los objetos de sus necesidades están fuera de él como objetos de Otros. El hombre manifiesta su actividad en los objetos exteriores, objetos independientes e imprescindibles para sus necesidades. Un ser que no tiene su naturaleza fuera de sí, que no tiene un objeto fuera de sí, no es un ser objetivo. Si no es objetivo es un no-ser. Para ser real necesita la realidad objetiva. Un ser que no se exterioriza para Otros no es una realidad fuera de sí. Un ser sin objetividad es un ser irreal. Es decir, puramente imaginario. Este estar necesariamente fuera de sí, lo convierte en un ser dependiente, paciente y revolucionario, que sufre las condiciones de su objetividad extraña y de su irrealidad organizativa. Por sus padecimientos es un ser apasionado. La pasión es una fuerza ambivalente hacia un objeto real y hacia un objeto imaginario. Duplicidad de la fuerza del ser viviente, que a la vez que es activa en un humanismo real es reactiva en el totalitarismo oligárquico de la propiedad y la violencia. Hay una voluntad dominante que se exterioriza afirmando las fuerzas reactivas totalitarias como negadoras del humanismo real. Las fuerzas reactivas totalitarias realizan la inhumanidad alienante. Mientras las fuerzas, que exteriorizan su actividad en el humanismo real, objetivan un hombre real, las fuerzas reactivas totalitarias estatuyen un hombre abstracto, imaginario, cuya exterioridad se vuelve abstracta. Este hombre irreal establece la coseidad, que es la apariencia de los objetos irreales para una conciencia abstracta. La coseidad niega la relación de la necesidad objetividad de un hombre real y afirma la relación de un hombre imaginario en un mundo imaginario. Entonces el objeto de la exterioridad humana es una negatividad para el padecimiento del ser real. El hombre se separa de su naturaleza humana para objetivarse en los objetos negativos de su naturaleza real negada. Desde su conciencia abstracta estatuye una conexión de necesidades sin objetos reales. Padece la pasión de la irrealidad. Incesantemente secuencia los actos de una máquina productora de objetos imaginarios, fluye la irrealidad que niega la necesidad del mundo objetivo. El hombre irreal saca de “sí mismo” los objetos de su pasión, como si sacara de un pozo un viento que vierte en los cangilones de una imaginaria práctica del mundo irreal. Este mundo imaginario expresa un objeto psíquicamente enfermo en su idealidad. Toda sociedad de jerarquía de dominio produce objetos irreales y a la vez produce un ser imaginario. Las sociedades jerárquicas producen señores y vasallos en los objetos alienantes de la negatividad de la naturaleza humana. La cultura social se sublima en la abstracción de la realidad. Las fuerzas sociales reales, que con su acción producen el resultado progresivo de la historia de una conciencia compleja y una capacidad creciente de producción tecnológica, son fraccionadas en categorías de sumisión hasta la individualidad extrema del animal abandonado a su extinción. La máquina social alienante reproduce las relaciones reales como relaciones imaginarias. La máquina de rendimientos crecientes enajenantes se perfecciona y multiplica en la improductividad política, económica e ideológica. Todas las estructuras sociales están desdobladas entre el hombre real y el hombre alienado. La kafkiana representación literaria del Sr K y el Castillo de los Señores descubre el movimiento de producción enajenante. Las fuerzas dominantes reactivas totalitarias se enmascaran en el disimulo y en la hipocresía. El hombre halla sus necesidades mediadas por la desposesión de su naturaleza real y de la voluntad creadora, que debería afirmar la alegría de existir. El ser alienado se niega a sí misma en la negatividad de los objetos exteriores, fetichizados en las sociedades capitalistas por la posesión del dinero y el patrimonio económico acumulado como capital de explotación. Con el crecimiento de las fuerzas reactivas totalitarias el individuo-enajenado se enfrenta enceguecido a su conciencia falsedad. Su pasión descubridora y organizativa tiene que revertir de una voluntad negadora de la realidad a una voluntad afirmadora de valores del humanismo real. Nadie se encuentra como ser genérico en la soledad del Único. La sintomatología de la ideología alienante de dominio es la conversión del hombre en una energía con precio de mercado y de valor de uso en la producción.
¿En qué momento de la existencia nos percatamos de que el pasado ha ido creciendo, en su enajenación, hasta el límite de que sólo vivimos en un presente que arrastra las largas sombras pretéritas de la irrealidad? Este momento revelador de la alienación proviene de la experiencia de pertenecer a Otro dominante, de la interpretación de las finalidades de dominio de los grupos dominantes. El tiempo existencial de la decadencia se manipula ideológicamente exaltando la irrealidad de la superación de la degradación material mediante la una acción militante contra la reflexión. Todo hombre percibe su pasado como una suma de situaciones ancladas en el proceso de llegar a ser. Pero hay un devenir alienado. Los clásicos griegos festejaban la purificación del pasado como un olvido elegido por los dioses. El hombre griego se proyectaba imaginariamente en la existencia de los dioses. El individuo actual se proyecta en un individuo que se aliena en la posibilidad de tener y de existir fuera del tiempo real. Quiere llegar a ser la representación de los valores de uso atribuibles por la sumisión esclavizante. La negatividad de la relación alienante, que debería transformarse en apercibimiento del ser real del hombre, queda recluida en los espacios psiquiátricos, en la interpretación apologética del mejor de los mundos posibles. La carencia de realidad es uno de los reactivos intensos de falsa moralidad, de la mala conciencia y del nihilismo totalitario: la voluntad de la Nada ante la actividad de la pasión humana por hacerse real. Los flujos imaginarios del se representativo del éxito de fuerzas de dominio sustituyen a los flujos descodificados de la rebelión. La necesidad humana real de no padecer la alienación de los objetos manipulados es negada por el tener imaginarios derechos jurídicos en los objetos de las necesidades del hombre. Para alejarse del pasado alienado hay que poseer la fuerza afirmativa de una voluntad de verdad en la esencia de la humanidad real. Esta fuerza psíquica de la voluntad de verdad tendría la finalidad sustituir el devenir alienante por devenir humano real. El hombre que quiere la verdad entra en el agua del río de la historia para cambiar su curso. En los reflejos del río queda la voluntad nihilista. Aquí la existencia reduce el presente a un instante en el que fluye la pasión de la temporalidad de la existencia. La irrealidad se queda sin espejos. El ojo humano es el ojo que observa la realidad genérica del hombre como un ser en el mundo de la verdad y la necesidad sensorial. Si el instante del presente queda alienado, entonces no habría ni pasado ni futuro. No habría movimiento de la historia. Todo es presente. El ser humano estaría dentro de la negación de la historia humana, manipulada, y de la expiación de la culpa imaginaria como un reactivo totalitario de las fuerzas dominantes de jerarquía de poder. Las aberturas, a un hombre, que debe negar su alienación para ser él mismo real en la naturaleza y en la sociedad, exigen que no quedasen taponadas las fuerzas sociales que hacen del individuo un ser genérico.
Píndaro escribía sus Odas para los instantes triunfales de los atletas convertidos en héroes. Era su bello empeño de que ellos no escapasen de la realidad en la desmemoria colectividad del pueblo griego. Eran las odas conmemorativas de la fuerza y la belleza del héroe, encabalgado sobre el entusiasmos heroico y la inmortalidad de los dioses sobre las sombras ciertas de los hombres. El héroe debía entrar en el instante del juego de los espejos y de sus imágenes mitológica La contemplación de la plenitud orgiástica estaba en los equilibrios de la racionalidad apolínea del culto al cuerpo y los efectos estimulantes de las drogas dionisiacas.
El presente alienante no se puede contemplar, porque se vive dentro de él. Para huir de él se requiere de la voluntad de verdad y la negación de la voluntad nihilista. El individuo alucinado es inconsciente a sus proyecciones imaginarias, a los objetos negativos, que le separan de la voluntad de la verdad. Su ser imaginario está cosido a su piel. La trascendía de la naturaleza y de la sociedad no habría de ser el ajuste de la irrealidad exterior con la necesidad del hombre deshumanizado. El espíritu universal de los mitos manifiesta una cultura falseada. La inmortalidad del mito y de dios es igual a la representación inversa de la mortalidad del hombre. En las superficies metafísicas, de los intercambios de los objetos alienados y las necesidades del hombre irreal, se dan los flujos codificados del individuo irreal. La pasión humana por la realidad objetiva está mediada por la organización general para participar en la riqueza de la humanidad. La atribución de recursos sociales a través de la propiedad de Unos es una máquina obsoleta e improductiva a la sociedad. El dios de los muertos, Hades, estaba recluido en los espacios de la enajenación de la verdad humana. Hades era el dios de los hombres convertidos en sombras. Un anciano barquero, Caronte, acompañaba el alma de los muertos a través del agua. El flujo del agua de la vida se detenía como el final del devenir humano real. Heráclito ancló el ser al devenir físico, sustantividad cosmológica de la naturaleza y de la historia. En este flujo del devenir del tiempo, los hombres no podían sumergirse dos veces en el agua de la historia. El devenir no admitía retorno. Pues al final del devenir sólo había las sombras en ocaso continuo. La muerte no estaba separada de la realidad. Nadie podía bañarse dos veces en el mismo río del devenir finalista y conservar la identidad. No había duplicidad en el devenir que fluye hacia su final. El presente era un instante unido al pasado y al futuro. Si el instante del presente quedase fijado, a un momento del flujo, entonces no habría pasado ni futuro. Tal vez por esta causa, el individuo era manipulado para alargar su presencia enajenante. Pero de la duración imaginaria del presente fluye la antagónica la claridad de la experiencia de haber vivido. Quien ha vivido no puede bañarse dos veces en la pasión de una voluntad que quiere los objetos imaginarios. La pasión no es un flujo en el devenir finalista. El palacio del dios Hades era un espacio sin tiempo. Un espacio sitiado por la ausencia del dios de la continuidad del tiempo. El sujeto, de la pasión y de la historia, estaba dentro del devenir finalista. Lo finito humano y el devenir finalista se ayuntaban a un tiempo físico fluyente. En ese espacio sitiado por la ausencia del tiempo, no había fuerzas diferenciales que dieran plasticidad a la voluntad. Fuera del tiempo sólo había sombras. La genealogía de las sombras en la desmemoria de un haber sido. La ausencia de la mente y el cuerpo en una ciudadela conclusiva de la historia. Allí no había creatividad de la pasión que se objetivase en la realidad. La racionalidad carecía del sujeto pensante, nada exterior le obligaba a salir de sí mismo. El haber sido evitaba el asalto de la pasión. Sólo Orfeo quiso superar el dolor de la ausencia, que infiere la muerte. Su mujer Eurídice sufrió la picadura de una víbora y murió. La voluntad de vivir empujó a Orfeo a ir al mundo subterráneo para buscarla y llevarla otra vez al mundo de los vivos. Hades, el soberano del reino subterráneo, quedó tan conmovido por su música que le devolvió a Eurídice, con la condición de que él no volviera la cabeza hacia atrás mientras regresaban al mundo de los vivos. Orfeo no pudo dominar su ansiedad, y cuando alcanzó la luz del día giró la cabeza, por lo que Eurídice se desvaneció. Salir del espacio de los muertos impide volver la cabeza atrás para averiguar quién llega detrás. Los fantasmas de la alienación desaparecen en la mirada del hombre real. Eurídice era una sombra que no podía superar la mirada de la verdad de su no-ser.
La negatividad del objeto amado era la incertidumbre del destino de Orfeo. Las asimetrías reguladores de la razón retienen las fuerzas de los valores negativos de las máscaras y la impiedad. Nadie se baña dos veces en el río del devenir ni nadie sale de las sombras del Hades. El Ser del devenir se obstruye en el finalismo de lo múltiple en el Todo. El devenir finalista del Ser llegaba en lo Uno. En un no-ser de la Totalidad. El individuo se reiniciaba en el Todo cosmológico. Su vida no se realizaba como una voluntad que va impregnándose de sentido ético en el devenir de la historia. La inmortalidad no era inmanente al hombre, y por eso pertenecía al devenir de la extinción de los dioses. La vida entonces sería la voluntad de querer y la alegría del Ser en su devenir de ser real. Todo ser vivo es la pasión de existir. Un presente de fuerzas del humanismo real y fuerzas reactivas totalitarias, cuyo diferencial de fuerza humana real sería la creatividad y la alegría. La existencia se alumbra con la voluntad que quiere para sí el presente real. Pero no existir es la voluntad diferencial de las fuerzas sociales, en la continuidad real del humanismo, es alienar de los resultados de la historia. El azar de la historia está en las jerarquías de poder dominante y en la alienación de las fuerzas sociales dominadas. El azar de las jerarquías de dominio y su crueldad sobre hombre avasallado.
Al igual que el jugador alienado no recuerda la partida que jugó, y esto le permite volver a jugar sin memoria, entonces su apuesta real es la de permanecer dentro del tiempo a pesar del azar y el devenir que lo acompaña. Durar en un azar individual en el azar del Todo. Repetir la jugada para continuar en el tiempo. La repetición del la vida ante el olvido. Sólo se quiere la voluntad iniciática del jugador: jugar y olvidar. Sobrepasar al destino en la voluntad aleatoria que afirma la voluntad de mentir. La repetición del juego, en presencia del azar, que esconde lo imprevisible. La voluntad del que juega implica la racionalidad organizada contra los falseamientos de la irrealidad. La probabilidad de certeza del jugador es la repetición del ser en un retorno incesante del azar. El jugador repite el acto de jugar buscando el retorno de la alegría del afortunado. Otra vez el retorno de Eurídice al mundo con la condición de que Orfeo no volviera la cabeza hacia atrás mientras regresaban al mundo de los vivos. En la jugada de Orfeo entraba el retorno de la vida y su incertidumbre, por eso no se atuvo a la advertencia mítica del mandato de Hades. Cuando alcanzó el azar del día, giró la cabeza por lo que Eurídice se desvaneció. Salir del espacio del azar y de la suerte impide poseer la memoria de las partidas perdidas. La alienación tiene sus movimientos mecánicos en la esencia del hombre irreal. Eurídice era una sombra que no podía superar la mirada de la verdad de su no-ser. Pero si la esencia humana está formada por las circunstancias alienadas, será necesario determinar las circunstancias humanamente. Si las circunstancias que determinan el ser del hombre están alienadas, la esencia humana está separada de sus raíces sociales humanizadas y por tanto el hombre resulta irreal. Si el hombre es social, desarrollará su verdadera naturaleza en la sociedad como un movimiento histórico de humanización. Si el hombres es un ser irreal, desarrollará una naturaleza antisocial en una sociedad manipulada por la ideología. Todo hombre irreal quiere apoderarse de las formas de dominio, poder y riqueza, para irrealizar la sociedad. Se atribuye los valores materiales del poder y de la fuerza para significar el sentido alienante de la sociedad. La necesidad humanizada está en el poder humanizador de la sociedad. La necesidad deshumanizada está en el poder inhumano de la sociedad. Pero existir en la sociedad no se concreta en una voluntad, que aliena su esencia humana en las circunstancias sociales colectivas, mediadas por la fatalidad necesaria de una voluntad jerárquica de poder, que se apropia del progreso y de la Razón. El movimiento de la historia no es una máquina metafísica que produce, por ella misma, la esencia humana. El movimiento de la historia de la sociedad no es de una voluntad metafísica desposeída de la realidad exterior, sino la necesidad social que se objetiva en la práctica de producir una realidad donde el hombre real toma sus sensaciones y sus conocimientos Su existencia viviente son las relaciones humanas de la sociedad. La esencia humana está formada por las circunstancias y ellas habrán de determinase colectivamente. La voluntad diferencial de las fuerzas sociales dominantes y dominadas, en los conflictos sociales de poder del ser real, son los resultados de la historia. Interpretar como un destino la reactividad totalitaria de las jerarquías es desconocer la capacidad de organización del poder dominante y de su necesidad de negación de la existencia colectiva humanizada. El mito de Orfeo y Eurídice es el de redimirse de la muerte ante las fuerzas jerárquicas de dominio inhumano. El mito órfico escudriña la rebelión ante la injusticia en la oscuridad del Hades.
¿En qué momento de la existencia nos percatamos de que el pasado ha ido creciendo, en su enajenación, hasta el límite de que sólo vivimos en un presente que arrastra las largas sombras pretéritas de la irrealidad? Este momento revelador de la alienación proviene de la experiencia de pertenecer a Otro dominante, de la interpretación de las finalidades de dominio de los grupos dominantes. El tiempo existencial de la decadencia se manipula ideológicamente exaltando la irrealidad de la superación de la degradación material mediante la una acción militante contra la reflexión. Todo hombre percibe su pasado como una suma de situaciones ancladas en el proceso de llegar a ser. Pero hay un devenir alienado. Los clásicos griegos festejaban la purificación del pasado como un olvido elegido por los dioses. El hombre griego se proyectaba imaginariamente en la existencia de los dioses. El individuo actual se proyecta en un individuo que se aliena en la posibilidad de tener y de existir fuera del tiempo real. Quiere llegar a ser la representación de los valores de uso atribuibles por la sumisión esclavizante. La negatividad de la relación alienante, que debería transformarse en apercibimiento del ser real del hombre, queda recluida en los espacios psiquiátricos, en la interpretación apologética del mejor de los mundos posibles. La carencia de realidad es uno de los reactivos intensos de falsa moralidad, de la mala conciencia y del nihilismo totalitario: la voluntad de la Nada ante la actividad de la pasión humana por hacerse real. Los flujos imaginarios del se representativo del éxito de fuerzas de dominio sustituyen a los flujos descodificados de la rebelión. La necesidad humana real de no padecer la alienación de los objetos manipulados es negada por el tener imaginarios derechos jurídicos en los objetos de las necesidades del hombre. Para alejarse del pasado alienado hay que poseer la fuerza afirmativa de una voluntad de verdad en la esencia de la humanidad real. Esta fuerza psíquica de la voluntad de verdad tendría la finalidad sustituir el devenir alienante por devenir humano real. El hombre que quiere la verdad entra en el agua del río de la historia para cambiar su curso. En los reflejos del río queda la voluntad nihilista. Aquí la existencia reduce el presente a un instante en el que fluye la pasión de la temporalidad de la existencia. La irrealidad se queda sin espejos. El ojo humano es el ojo que observa la realidad genérica del hombre como un ser en el mundo de la verdad y la necesidad sensorial. Si el instante del presente queda alienado, entonces no habría ni pasado ni futuro. No habría movimiento de la historia. Todo es presente. El ser humano estaría dentro de la negación de la historia humana, manipulada, y de la expiación de la culpa imaginaria como un reactivo totalitario de las fuerzas dominantes de jerarquía de poder. Las aberturas, a un hombre, que debe negar su alienación para ser él mismo real en la naturaleza y en la sociedad, exigen que no quedasen taponadas las fuerzas sociales que hacen del individuo un ser genérico.
Píndaro escribía sus Odas para los instantes triunfales de los atletas convertidos en héroes. Era su bello empeño de que ellos no escapasen de la realidad en la desmemoria colectividad del pueblo griego. Eran las odas conmemorativas de la fuerza y la belleza del héroe, encabalgado sobre el entusiasmos heroico y la inmortalidad de los dioses sobre las sombras ciertas de los hombres. El héroe debía entrar en el instante del juego de los espejos y de sus imágenes mitológica La contemplación de la plenitud orgiástica estaba en los equilibrios de la racionalidad apolínea del culto al cuerpo y los efectos estimulantes de las drogas dionisiacas.
El presente alienante no se puede contemplar, porque se vive dentro de él. Para huir de él se requiere de la voluntad de verdad y la negación de la voluntad nihilista. El individuo alucinado es inconsciente a sus proyecciones imaginarias, a los objetos negativos, que le separan de la voluntad de la verdad. Su ser imaginario está cosido a su piel. La trascendía de la naturaleza y de la sociedad no habría de ser el ajuste de la irrealidad exterior con la necesidad del hombre deshumanizado. El espíritu universal de los mitos manifiesta una cultura falseada. La inmortalidad del mito y de dios es igual a la representación inversa de la mortalidad del hombre. En las superficies metafísicas, de los intercambios de los objetos alienados y las necesidades del hombre irreal, se dan los flujos codificados del individuo irreal. La pasión humana por la realidad objetiva está mediada por la organización general para participar en la riqueza de la humanidad. La atribución de recursos sociales a través de la propiedad de Unos es una máquina obsoleta e improductiva a la sociedad. El dios de los muertos, Hades, estaba recluido en los espacios de la enajenación de la verdad humana. Hades era el dios de los hombres convertidos en sombras. Un anciano barquero, Caronte, acompañaba el alma de los muertos a través del agua. El flujo del agua de la vida se detenía como el final del devenir humano real. Heráclito ancló el ser al devenir físico, sustantividad cosmológica de la naturaleza y de la historia. En este flujo del devenir del tiempo, los hombres no podían sumergirse dos veces en el agua de la historia. El devenir no admitía retorno. Pues al final del devenir sólo había las sombras en ocaso continuo. La muerte no estaba separada de la realidad. Nadie podía bañarse dos veces en el mismo río del devenir finalista y conservar la identidad. No había duplicidad en el devenir que fluye hacia su final. El presente era un instante unido al pasado y al futuro. Si el instante del presente quedase fijado, a un momento del flujo, entonces no habría pasado ni futuro. Tal vez por esta causa, el individuo era manipulado para alargar su presencia enajenante. Pero de la duración imaginaria del presente fluye la antagónica la claridad de la experiencia de haber vivido. Quien ha vivido no puede bañarse dos veces en la pasión de una voluntad que quiere los objetos imaginarios. La pasión no es un flujo en el devenir finalista. El palacio del dios Hades era un espacio sin tiempo. Un espacio sitiado por la ausencia del dios de la continuidad del tiempo. El sujeto, de la pasión y de la historia, estaba dentro del devenir finalista. Lo finito humano y el devenir finalista se ayuntaban a un tiempo físico fluyente. En ese espacio sitiado por la ausencia del tiempo, no había fuerzas diferenciales que dieran plasticidad a la voluntad. Fuera del tiempo sólo había sombras. La genealogía de las sombras en la desmemoria de un haber sido. La ausencia de la mente y el cuerpo en una ciudadela conclusiva de la historia. Allí no había creatividad de la pasión que se objetivase en la realidad. La racionalidad carecía del sujeto pensante, nada exterior le obligaba a salir de sí mismo. El haber sido evitaba el asalto de la pasión. Sólo Orfeo quiso superar el dolor de la ausencia, que infiere la muerte. Su mujer Eurídice sufrió la picadura de una víbora y murió. La voluntad de vivir empujó a Orfeo a ir al mundo subterráneo para buscarla y llevarla otra vez al mundo de los vivos. Hades, el soberano del reino subterráneo, quedó tan conmovido por su música que le devolvió a Eurídice, con la condición de que él no volviera la cabeza hacia atrás mientras regresaban al mundo de los vivos. Orfeo no pudo dominar su ansiedad, y cuando alcanzó la luz del día giró la cabeza, por lo que Eurídice se desvaneció. Salir del espacio de los muertos impide volver la cabeza atrás para averiguar quién llega detrás. Los fantasmas de la alienación desaparecen en la mirada del hombre real. Eurídice era una sombra que no podía superar la mirada de la verdad de su no-ser.
La negatividad del objeto amado era la incertidumbre del destino de Orfeo. Las asimetrías reguladores de la razón retienen las fuerzas de los valores negativos de las máscaras y la impiedad. Nadie se baña dos veces en el río del devenir ni nadie sale de las sombras del Hades. El Ser del devenir se obstruye en el finalismo de lo múltiple en el Todo. El devenir finalista del Ser llegaba en lo Uno. En un no-ser de la Totalidad. El individuo se reiniciaba en el Todo cosmológico. Su vida no se realizaba como una voluntad que va impregnándose de sentido ético en el devenir de la historia. La inmortalidad no era inmanente al hombre, y por eso pertenecía al devenir de la extinción de los dioses. La vida entonces sería la voluntad de querer y la alegría del Ser en su devenir de ser real. Todo ser vivo es la pasión de existir. Un presente de fuerzas del humanismo real y fuerzas reactivas totalitarias, cuyo diferencial de fuerza humana real sería la creatividad y la alegría. La existencia se alumbra con la voluntad que quiere para sí el presente real. Pero no existir es la voluntad diferencial de las fuerzas sociales, en la continuidad real del humanismo, es alienar de los resultados de la historia. El azar de la historia está en las jerarquías de poder dominante y en la alienación de las fuerzas sociales dominadas. El azar de las jerarquías de dominio y su crueldad sobre hombre avasallado.
Al igual que el jugador alienado no recuerda la partida que jugó, y esto le permite volver a jugar sin memoria, entonces su apuesta real es la de permanecer dentro del tiempo a pesar del azar y el devenir que lo acompaña. Durar en un azar individual en el azar del Todo. Repetir la jugada para continuar en el tiempo. La repetición del la vida ante el olvido. Sólo se quiere la voluntad iniciática del jugador: jugar y olvidar. Sobrepasar al destino en la voluntad aleatoria que afirma la voluntad de mentir. La repetición del juego, en presencia del azar, que esconde lo imprevisible. La voluntad del que juega implica la racionalidad organizada contra los falseamientos de la irrealidad. La probabilidad de certeza del jugador es la repetición del ser en un retorno incesante del azar. El jugador repite el acto de jugar buscando el retorno de la alegría del afortunado. Otra vez el retorno de Eurídice al mundo con la condición de que Orfeo no volviera la cabeza hacia atrás mientras regresaban al mundo de los vivos. En la jugada de Orfeo entraba el retorno de la vida y su incertidumbre, por eso no se atuvo a la advertencia mítica del mandato de Hades. Cuando alcanzó el azar del día, giró la cabeza por lo que Eurídice se desvaneció. Salir del espacio del azar y de la suerte impide poseer la memoria de las partidas perdidas. La alienación tiene sus movimientos mecánicos en la esencia del hombre irreal. Eurídice era una sombra que no podía superar la mirada de la verdad de su no-ser. Pero si la esencia humana está formada por las circunstancias alienadas, será necesario determinar las circunstancias humanamente. Si las circunstancias que determinan el ser del hombre están alienadas, la esencia humana está separada de sus raíces sociales humanizadas y por tanto el hombre resulta irreal. Si el hombre es social, desarrollará su verdadera naturaleza en la sociedad como un movimiento histórico de humanización. Si el hombres es un ser irreal, desarrollará una naturaleza antisocial en una sociedad manipulada por la ideología. Todo hombre irreal quiere apoderarse de las formas de dominio, poder y riqueza, para irrealizar la sociedad. Se atribuye los valores materiales del poder y de la fuerza para significar el sentido alienante de la sociedad. La necesidad humanizada está en el poder humanizador de la sociedad. La necesidad deshumanizada está en el poder inhumano de la sociedad. Pero existir en la sociedad no se concreta en una voluntad, que aliena su esencia humana en las circunstancias sociales colectivas, mediadas por la fatalidad necesaria de una voluntad jerárquica de poder, que se apropia del progreso y de la Razón. El movimiento de la historia no es una máquina metafísica que produce, por ella misma, la esencia humana. El movimiento de la historia de la sociedad no es de una voluntad metafísica desposeída de la realidad exterior, sino la necesidad social que se objetiva en la práctica de producir una realidad donde el hombre real toma sus sensaciones y sus conocimientos Su existencia viviente son las relaciones humanas de la sociedad. La esencia humana está formada por las circunstancias y ellas habrán de determinase colectivamente. La voluntad diferencial de las fuerzas sociales dominantes y dominadas, en los conflictos sociales de poder del ser real, son los resultados de la historia. Interpretar como un destino la reactividad totalitaria de las jerarquías es desconocer la capacidad de organización del poder dominante y de su necesidad de negación de la existencia colectiva humanizada. El mito de Orfeo y Eurídice es el de redimirse de la muerte ante las fuerzas jerárquicas de dominio inhumano. El mito órfico escudriña la rebelión ante la injusticia en la oscuridad del Hades.
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