lunes, 14 de septiembre de 2009

La astucia de la Razón ( 3)

Desde la mistad de siglo XIX hasta el siglo XXI, la Gran Industria capitalista se establece como un modo de producción devorador de recursos naturales y de cantidades de trabajo centradas, en multitudes de trabajadores que formalmente venden su trabajo por un salario. Las masas sociales, que venden cantidades de trabajo a cambio de un salario de subsistencia, a nivel histórico, se integran como fuerzas de trabajo en el modelo de relaciones sociales capitalistas. Propiedad del capital y relaciones contractuales con los asalariados. La productividad del Gran Maquinismo irá provocando la destrucción de los recursos naturales y la indefensión del individuo ante las concentraciones de poder económico y político. La Naturaleza y el Hombre serán convertidos en mercancías con valores de cambios relacionados con los precios de mercado. Las leyes económicas-históricas de la producción y del consumo se asemejarán a leyes naturales que hundirán a la sociedad en los ciclos artificiales de las crisis económicas y en las guerras motivadas por el control de los recursos productivos y de las masas sociales. Las necesidades humanas serán necesidades verificadas por las ofertas de la producción y por la demanda solvente de las mercancías a precios monopolizadores. El Hombre y la Naturaleza no se integran conjuntamente en el hombre naturalizado y en la naturaleza humanizada. Aparecerá una Naturaleza como medio suministrador de recursos industriales y un Hombre suministrador de cantidades de trabajo, que le posibilitan subsistir, en los procesos de trabajo. La mercancía, con precio de mercado, desde la oferta monopolista, se convierte en el referente ganancial de una minoría de beneficiarios, que responden a los excedentes económicos gananciales en solución de régimen pragmático al porvenir humano en la historia.
La población urbana de las grandes ciudades, europeas y norteamericanas, habrá de crecer desde los supuestos de un mercado nacional e internacional, que interrelaciona las categorías económicas de concentración de masas de trabajadores y de capital, en instrumentos y medios de producción y cantidades de trabajo. Alrededor de las instalaciones de la Gran Industria, de Los Centros Comerciales, los centros Financieros y las Vías radiales de Comunicación, echarán raíces en el capital monopolista y en la formación de una conciencia social supeditada a las masas monetarias fiduciarias del sistema financiero, que convertirán los excedentes económicos de valor en excedentes de capital monetario. El Gran Capital será el Gran Fetiche de las relaciones sociales ideológicas y de las relaciones de pobreza y abundancia de recursos humanos y económicos de los países del Centro y de los países de la Periferia. Las relaciones de desigualdad social colectiva correlacionan a un mercado totalizador de intercambios desiguales.
La correlación entre empresas industriales, comerciales y financieras, habrá de formar estructuras monopolistas de alcance nacional e internacional. La Gran Industria arrastra e integra masas sociales, de otros modos de producción, que, deben actualizar sus relaciones psicogénicas de sometimiento, y habrían de experimentar interrelaciones de adiestramiento instrumental de lenguaje-jerga y de procesos de trabajo automatizados. La conciencia colectiva e individual quedan adheridas al miedo de la Nada, al instinto de supervivencia insolidaria y a las jerarquías de dominio. El individuo de la sociedad industrial monopolista entra en la carencia económica y mental como el hombre del Neolítico. La conciencia del sujeto y el mundo están alienados en los fetiches del deseo y el ritual, sometidos a la eficacia de los rendimientos gananciales empresariales crecientes y acumulativos. Las imitaciones de la alienación se realizan en el plano motor de la representación tecnológica, en los símbolos desafectivos de los nacionalismos, de las posibilidades de organización acumulativa de recursos para producir, intercambiar y consumir mercancías, fetichizadas por el trabajo y la propiedad alienadas. Aparecen mitos y ritos que extraen su lógica discursiva de la percepción imaginaria, la opacidad de la realidad se transforma en símbolos opresivos que se interiorizan inhibiendo la voluntad colectiva y el poder de la verdad. Las masas sociales monopolistas, integradas y desarraigadas, se adhieren a la utopía carismática y a la Naturaleza deshumanizada. La situación histórica del Gran Capital monopolista impele, tras de sí, las prácticas de producción y las representaciones simbólicas que anulan la perfectibilidad del progreso social. La conciencia de las masas sociales urbanas está impregnada de relaciones ideológicas, desarticuladas de la humanización del hombre y de la desrealización de la verdad del mundo de la Gran Industria y de la Gran Ciudad.
Las masas sociales emigrantes provienen de las relaciones sociales de desigualdad de los modos de producción agrario y gremial, tanto del interior de la Sociedad Capitalista como de las Sociedades de la Periferia. Estas masas sociales tendrán que padecer el desarraigo real y simbólico de su sociedad original, en la extrañación tecnológica y comunicativa de las relaciones de productividad y de apropiación de los excedentes económicos. La integración de las masas sociales pasa por una baja participación en los salarios y una aportación intensa y desigual en el excedente económico. Su baja capacidad para integrarse en los complejos procesos del trabajo tecnificado supone una baja participación en los ingresos salariales. El trabajo complejo exponencia al trabajo simple. Las cantidades de trabajo de las exportaciones de los intercambios internacionales de los países del Centro exponencian a las cantidades de trabajo simple de los países de la Periferia. Esto supone trasladar excedentes económicos de los países de la Periferia al Centro. Los déficits de endeudamiento son acumulativos y desintegradores sociales de los países Periféricos. Las modificaciones organizativas de los procesos de trabajo, basados en las máquinas automáticas, en la velocidad de producción, en la economía de tiempos productivos y tiempos parasitarios, implican diferentes niveles remunerativos entre trabajadores internos y externos.
El trabajador se debe adaptar como una pieza pasiva al automatismo de la máquina. Los modos de producción son los modos de utilización de los instrumentos y las máquinas a un nivel dado de la tecnología y de las ciencias aplicadas.
Las combinaciones de producción, de las manufacturas simples y complejas, implicaban un adiestramiento de bajo coste de aprendizaje, donde el trabajador aportaba una parte propia de adiestramiento de los gremios de origen y de las industrias artesanales. No quedaba reducido a un sujeto carente de los atributos de dominio sobre los procesos de producción. Las masas sociales no dejaban de participar en el control de los proceso industriales. El Gran Capitalismo monopolista despoja de autonomía al trabajador. Se les asignan tareas automatizadas y parciales, que deben realizar en un tiempo de ejecución subordinado a la velocidad productiva de la máquina. La productividad maquinal consiste en producir mayores cantidades de mercancías por unidad de tiempo. Esto implica el crecimiento de los medios de producción y disminuciones de cantidades de trabajo. La velocidad de trabajo de la máquina marca el sistema temporal de consumos productivos de materiales y de cantidades de trabajo. Un modo de producción se determina por el instrumento de trabajo. Las revoluciones tecnológicas en las máquinas-herramientas, los adiestramientos de los operadores a sus ritmos, caracterizan los índices de productividad. Los procesos de trabajo en la Gran Industria conforman relaciones psicogénicas, ante con una conciencia manipulada por el adiestramiento. Ella experimenta interrelaciones comunicativas- productivas de la máquina automatizada activa y la conciencia pasiva-soporte-individual. El soporte-individual está dentro del ritmo de la mecanización del proceso de trabajo.
La Gran Industria introduce nuevas relaciones simbólicas de interpretación de la realidad y de ritos simbólicos de extremada uniformidad en los comportamientos sociales. Solamente las clases medias, desplazadas de los procesos de trabajo de la Gran Industria, establecerán una subjetividad culturizada, desajustada y patológica del autoritarismo exterior de los proceso de trabajo. La producción de máquinas y materiales de producción se interrelacionan con la producción de mercancías básicas de subsistencia. Las crisis industriales son crisis de superproducción de máquinas y de subconsumo de subsistencias a los niveles de distribución baja de los ingresos y de la solvencia de las instituciones financieras. Las crisis económicas sellan disfunciones de decrecimiento y de renovación generacional de máquinas y masas sociales- monetarias. La regularidad funcional de las máquinas provoca automatismos de comportamiento ideológicos en las masas sociales, en cuanto aparecen épocas con sistemas políticos autoritarios, derivados de la crisis económicas e ideológicas. Las manifestaciones sociales totalitarias copian las simetrías de funcionamiento de las máquinas. Las demostraciones de adhesión de la voluntad sumisa, a los poderes de las voluntades dominantes, responden a la regularidad del maquinismo de la conciencia colectiva. El individuo mimetiza la perfección sincronizada de los autómatas. Irá sustituyendo las simbolizaciones del inconsciente de procedencia agraria o gremial por los ritmos ceremoniales de las máquinas en su eficacia productiva. Los adiestramientos simples de los operadores, ante el automatismo de las máquinas, introducirán encadenamientos de obediencia a la jerarquía organizativa de la Gran Industria y de los Órganos coercitivos estatales. Se intenta evitar, en la retórica, que el espacio de trabajo de la máquina y del individuo no se abran a los despieces de la conducta de jerarquía y de masas sociales. La incesante acción recíproca de la máquina y la conducta de las masas sociales, integradas en la gran industria o en sus rituales imitativos, dará efectos alienados en las simbologías de sumisión a la voluntad autoritaria, y a las diferencias de prestigio social basadas en las remuneraciones monetarias. El hombre ya no es el centro del mundo, pues ha sido ocupado por la máquina y la información.
Protágoras (c. 480-c. 411 a.C.), filósofo griego, estableció el fundamento de su reflexión en la doctrina de que nada es bueno o malo, verdadero o falso, de una forma categórica y que cada persona es, por tanto, su propia autoridad última. “El hombre es la medida de todas las cosas”. Acusado de impiedad, Protágoras se exilió, pereciendo ahogado en el transcurso de su viaje a Sicilia. Protágoras quería relativizar la influencia maquinal de los dioses en el destino de los hombres. La negación del destino humano, provocado por las oligarquías aristocráticas, exigía que la persona fuera la autoridad última de sus actos para evitar la utilización política de la religión en el sometimiento del ciudadano a las oligarquías. La religión de los dioses es hoy la religión del capital monopolista. Si antes la religión había ocupado el espacio de la enajenación religiosa ahora este espacio mental está ocupado por la productividad de la máquina. La máquina en sí pertenece al progreso del hombre, ante la necesidad y la carencia, en cuanto produce recursos humanizados que le ayuden a vivir un mundo posible. Es la utilización social de la máquina, medio de explotación del hombre, la causa de la supeditación de éste a la máquina. Ésta es neutral a su utilización. Son los utilizadores económicos de las máquinas las que las convierten en objetos destructivos de lo humano. Los trabajadores de la Gran Industria automática cierran su voluntad ante relaciones mitificadas de los procesos complejos de producción y comunicación de las máquinas. Las desemejanzas del comportamiento motor y mental del los individuo, en diferentes épocas históricas, están determinadas por la relaciones sociales de clase en los procesos de trabajo de revalorización del capital y de la actividad agresiva de los símbolos enajenantes del sufrimiento y la desesperación.
El gran dilema existencial de nuestra época es el distanciamiento del Hombre y la Naturaleza y la explotación privada de ambos. La no integración del hombre naturalizado y de la Naturaleza humanizada. El laberinto de la irracionalidad está inscrito en el laberinto de la astucia de la razón automatizada.

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