Las ideologías de las máquinas sociales totalitarias tienen un movimiento de regreso a situaciones pretéritas donde se confunden la falsedad y la realidad. Como si el pasado tuviera los rasgos irreconocibles del silencio del tiempo. Sobre este silencio las interpretaciones interesadas en desdibujar los rasgos sociales de la aniquilación de las desesperanzas. El pasado se sustituye por las predicciones historicistas, que correlacionan los intereses de los grupos sociales superiores a la selectividad de los hechos que se conforman a sus intereses dominantes. Los movimientos de regreso histórico reescriben el pasado intencionalmente. Se establecen para escribir sobre la memoria de la realidad. La escritura la sustituye. Se estratifican los signos sobre una irrealidad hasta constituir una realidad sucia. El regreso al pasado es verdaderamente una combinación fragmentada de realidad mediatizada por el deseo y sus imaginarios sustitutivos. El individuo regresa a las mutilaciones de los hechos y al conocimiento de fragmentos para adentrarse en las contingencias de la manipulación. El presente introduce en el pasado el lenguaje onírico de la sumisión escapista. Pero si el pasado está separado irremediablemente del presente y si el futuro se vislumbra en la incertidumbre de unas vidas breves, ¿qué finalidad se puede establecer en nuestros actos actuales? ¿Es el hombre un ser trascendente o es contingencia? ¿Poseemos finalidad trascendente o solamente nos hallamos dentro de un presente radical y limitado por el olvido? La sociedad acumula, en su presente, los procesos imaginarios sustitutivos del pretérito y sobre la actualidad conjetura las condiciones finalistas de los efectos del presente. El tiempo de la existencia actual se nos vuelve confuso por el haber sido definitivo y el futuro limitado por la duración de la temporalidad. No logramos distinguir lo que hemos sido, de lo que somos, y de lo que queremos ser. Un pegamento adhiere los momentos existenciales en un Todo inconsciente y sin finalidad. De manera que a Jean Paul Sartre, esta situación del Ser y la Nada, le permitió aducir que si el mundo es absurdo, si el hombre es una pasión inútil y si los dos no constituyen otra cosa que un Dios fracasado, es imposible para el hombre asignarse fin alguno. El sentido del movimiento del hombre en el mundo bien termina en un finalismo trascendente o bien la afirmación nihilista de la Nada. La finalidad inmanente de la trascendencia humana o la contingencia de un ser hecho de tiempo.
Las contradicciones de su existencia contraen a la inercia del presente absoluto. Los finalistas esperan salir de la inercia temporal a través del empuje de un movimiento exterior metafísico o dialéctico. La salida de la inercia habría de llegar de una causa exterior o de una causa negativa y acumulativa que cambie la cantidad en cualidad. Un motor exterior que empuje hasta lograr el movimiento finalista de la trascendencia. La fuerza potencial necesaria, que, debe realizar la existencia a través de un motor universal, debe dar continuidad en una trayectoria permanente y ascendente para el individuo y la Sociedad. El motor universal que posibilita la movilidad de la voluntad y la libertad contra las fuerzas reactivas de masas inertes, adheridas a la fatalidad del mal en la historia.
Para Tomás de Aquino (1225-1274), filósofo y teólogo italiano, hay una primera vía para el entendimiento de la existencia de Dios. La primera vía ser funda en el movimiento. Es imposible, que, una cosa, sea motor y móvil al mismo tiempo. Por consiguiente, es a su vez movida, y es necesario que la mueva una tercera y ésta a otra. Más no se puede seguir con causas infinitas. Es necesario llegar a un primer motor que no sea movido por nadie, y éste es el que todos entienden por Dios. El movimiento que causa el motor universal es un factor exterior a la sociedad y al hombre. El sometimiento a la ley universal del Cosmos estoico reaparece en el empuje del Motor Universal. El hombre se convierte en las huellas de sus movimientos, que dejan sus actos erráticos en la superficie encerada de la historia. La argumentación teológica tomista sobre la existencia de Dios como primer motor, se ha ido abriendo en espiral sobre todas las concepciones del progreso trascendente del hombre en la historia. La necesidad de que el hombre lleve en sí un sentido divino o histórico que justifique la temporalidad finita de su existencia.
La aparición del maquinismo y el robotismo, en los procesos industriales del siglo XX y XXI, ha llevado a concepciones de la historia basadas en los sistemas progresivos de perfectibilidad de la producción material e ideológica de un Gran Autómata, regulador de un sistema de máquinas sociales, que se enganchan a su cuerpo como las simientes y el hombre al cuerpo motor de la Naturaleza. El hombre encuentra el sentido de su finalidad en el progreso de las ciencias aplicadas a la vida y no al ser de la muerte trascendente. En la actualidad del presente radical, la conciencia de los individuos se somete a la ideología de las soluciones voluntarista hedonistas, que obligan a salir de las contradicciones a través de las actuaciones organizativas del Gran Autómata o del Moloch estatal. Se da el vasallaje de la Sociedad Civil a las actuaciones generales organizativas del Gran Autómata. La esperanza trascendente del sentido del hombre y del mundo en los movimientos de un Motor General, que conlleva el conformismo de la esperanza a la finitud de la temporalidad. Los conjuntos evolutivos tecnológicos e ideológicos del Gran Autómata, que recibe los movimientos de contracción y expansión de un Motor, y se mueve a sí mismo, dejan al ser humano en un ser dependiente de circunstancias exteriores que le son ajenas. El Gran Autómata Social y el Motor Universal se correlacionan en la afluencia de los valores de uso material y mental justificativos del finalismo técnico. Soluciones más allá de la inseguridad del nihilismo de la nada. La analogía simplificadora de la vida del hombre en la historia como la circulación de la sangre movida por el corazón. Ahora la racionalidad de la ciencia natural y de la ciencia política sería un motor universal que empuja a la esperanza por el sistema circulatorio de las necesidades y la satisfacción de la esencia humana realizada. La ciencia lleva el movimiento universal y perfecto del Gran Autómata a la corrección del desorden de la gradación descendente del mal en el hombre y el mundo. El Gran Motor introduce la perfección de las soluciones ultrahumanas en el acontecer de la contingencia en la historia. El Gran Motor de la ciencia y la sociología mecanicista dan al hombre la ausencia de miedo al tiempo y espacio infinitos. El finalismo inmanente de la muerte intrascendente.
Pero también para los desajustes del hombre y su destino en el mundo, habrá de llegar el orden teleológico de las drogas, al igual que las máquinas burocráticas- militares e inquisitoriales, que darán homogeneidad al sometimiento del individuo a la voluntad general del orden reglamentado. Las máquinas rígidas de la intolerancia realizan movimientos reguladores para hacer de los individuos acumuladores de situaciones pasivas conectadas a las transmisiones del Motor Universal. El Gran Autómata mueve los impulsos desajustados de la temporalidad finita. Se unen el Motor Universal y el Gran Autómata para la producción de mercancías y hombres homogéneos, en un proceso discontinuo y finito, pero incesantemente reiniciado. Los órganos transmisores de la disciplina están inscritos en los polígonos hexagonales de los órganos militarizados del Moloch y de la Gran Autómata de la Sociedad del siglo XXI.
De la utopía racionalizadora de la finalidad trascendente del hombre total, hoy se ha pasado al hombre común de funciones automatizadas y precarias. En la situación actual, del finalismo justificativo del hombre en el mundo de la producción se ha pasado a masas sociales subvencionadas, que esperan estar enganchadas al Moloch para sobrevivir a la crisis del subconsumo y la marginalidad. Las máquinas cibernéticas y las máquinas sociales de voluntad de dominio determinan el reinicio incesante del ocasionalismo finalista de las contradicciones, la distribución desigual de la riqueza, del hombre real finito y del hombre imaginario infinito. De este reinicio incesante de las contradicciones de la supervivencia desigual surge de la inercia los movimientos totalitarios de la Nada en la Historia. El Gran Autómata establece, en el caos contingente, la Nada del mundo y la pasión inútil del hombre por la trascendencia más allá de la vida. La mecánica organizativa de los conjuntos estructurados del Gran Autómata disciplina y somete el sufrimiento a la esperanza tecnológica de dominio inmediato.
Las máquinas ideológicas se separan de la realidad y afirman la gradación ascendente de la perfectibilidad de las partes con respecto a un Todo completo, que las incluye y determina. La sociedad se consolida convirtiendo la inercia de la realidad en actuaciones sociales imaginarias. Extraños movimientos de la sociedad que preanuncian el Caos en el Orden.
El Gran Autómata alcanza su mayor grado de dominio cuando convierte al ser real en un ser imaginario. Cuando produce las sombras de hombres y las aísla en conjuntos de extrema insolidaridad. Las relaciones sociales se jerarquizan para establecer un orden creciente del sometimiento irracional. Las atribuciones materiales y espirituales, que corresponden a un ser integrado en la evolución de la perfectibilidad humana, se invierten en las categorías de la marginalidad de la dependencia de Otro. El Gran Autómata produce y clasifica al ser integrado y al ser marginado. Los individuos fuera del orden del Gran Autómata se atrapan en la culpa angustiada del no seleccionado en la jerarquía de los predestinados por la inmanencia trascendente del Gran Autómata. Las máquinas sociales totalitarias tienen un movimiento de regreso a situaciones de reconstrucción general, donde se aúnan la imaginación sádica y la conciencia desgraciada del hombre sometido.
La ley de desarrollo del Gran Autómata crea para el hombre y su mundo el finalismo del hombre irreal en la trascendencia imaginaria.
Las contradicciones de su existencia contraen a la inercia del presente absoluto. Los finalistas esperan salir de la inercia temporal a través del empuje de un movimiento exterior metafísico o dialéctico. La salida de la inercia habría de llegar de una causa exterior o de una causa negativa y acumulativa que cambie la cantidad en cualidad. Un motor exterior que empuje hasta lograr el movimiento finalista de la trascendencia. La fuerza potencial necesaria, que, debe realizar la existencia a través de un motor universal, debe dar continuidad en una trayectoria permanente y ascendente para el individuo y la Sociedad. El motor universal que posibilita la movilidad de la voluntad y la libertad contra las fuerzas reactivas de masas inertes, adheridas a la fatalidad del mal en la historia.
Para Tomás de Aquino (1225-1274), filósofo y teólogo italiano, hay una primera vía para el entendimiento de la existencia de Dios. La primera vía ser funda en el movimiento. Es imposible, que, una cosa, sea motor y móvil al mismo tiempo. Por consiguiente, es a su vez movida, y es necesario que la mueva una tercera y ésta a otra. Más no se puede seguir con causas infinitas. Es necesario llegar a un primer motor que no sea movido por nadie, y éste es el que todos entienden por Dios. El movimiento que causa el motor universal es un factor exterior a la sociedad y al hombre. El sometimiento a la ley universal del Cosmos estoico reaparece en el empuje del Motor Universal. El hombre se convierte en las huellas de sus movimientos, que dejan sus actos erráticos en la superficie encerada de la historia. La argumentación teológica tomista sobre la existencia de Dios como primer motor, se ha ido abriendo en espiral sobre todas las concepciones del progreso trascendente del hombre en la historia. La necesidad de que el hombre lleve en sí un sentido divino o histórico que justifique la temporalidad finita de su existencia.
La aparición del maquinismo y el robotismo, en los procesos industriales del siglo XX y XXI, ha llevado a concepciones de la historia basadas en los sistemas progresivos de perfectibilidad de la producción material e ideológica de un Gran Autómata, regulador de un sistema de máquinas sociales, que se enganchan a su cuerpo como las simientes y el hombre al cuerpo motor de la Naturaleza. El hombre encuentra el sentido de su finalidad en el progreso de las ciencias aplicadas a la vida y no al ser de la muerte trascendente. En la actualidad del presente radical, la conciencia de los individuos se somete a la ideología de las soluciones voluntarista hedonistas, que obligan a salir de las contradicciones a través de las actuaciones organizativas del Gran Autómata o del Moloch estatal. Se da el vasallaje de la Sociedad Civil a las actuaciones generales organizativas del Gran Autómata. La esperanza trascendente del sentido del hombre y del mundo en los movimientos de un Motor General, que conlleva el conformismo de la esperanza a la finitud de la temporalidad. Los conjuntos evolutivos tecnológicos e ideológicos del Gran Autómata, que recibe los movimientos de contracción y expansión de un Motor, y se mueve a sí mismo, dejan al ser humano en un ser dependiente de circunstancias exteriores que le son ajenas. El Gran Autómata Social y el Motor Universal se correlacionan en la afluencia de los valores de uso material y mental justificativos del finalismo técnico. Soluciones más allá de la inseguridad del nihilismo de la nada. La analogía simplificadora de la vida del hombre en la historia como la circulación de la sangre movida por el corazón. Ahora la racionalidad de la ciencia natural y de la ciencia política sería un motor universal que empuja a la esperanza por el sistema circulatorio de las necesidades y la satisfacción de la esencia humana realizada. La ciencia lleva el movimiento universal y perfecto del Gran Autómata a la corrección del desorden de la gradación descendente del mal en el hombre y el mundo. El Gran Motor introduce la perfección de las soluciones ultrahumanas en el acontecer de la contingencia en la historia. El Gran Motor de la ciencia y la sociología mecanicista dan al hombre la ausencia de miedo al tiempo y espacio infinitos. El finalismo inmanente de la muerte intrascendente.
Pero también para los desajustes del hombre y su destino en el mundo, habrá de llegar el orden teleológico de las drogas, al igual que las máquinas burocráticas- militares e inquisitoriales, que darán homogeneidad al sometimiento del individuo a la voluntad general del orden reglamentado. Las máquinas rígidas de la intolerancia realizan movimientos reguladores para hacer de los individuos acumuladores de situaciones pasivas conectadas a las transmisiones del Motor Universal. El Gran Autómata mueve los impulsos desajustados de la temporalidad finita. Se unen el Motor Universal y el Gran Autómata para la producción de mercancías y hombres homogéneos, en un proceso discontinuo y finito, pero incesantemente reiniciado. Los órganos transmisores de la disciplina están inscritos en los polígonos hexagonales de los órganos militarizados del Moloch y de la Gran Autómata de la Sociedad del siglo XXI.
De la utopía racionalizadora de la finalidad trascendente del hombre total, hoy se ha pasado al hombre común de funciones automatizadas y precarias. En la situación actual, del finalismo justificativo del hombre en el mundo de la producción se ha pasado a masas sociales subvencionadas, que esperan estar enganchadas al Moloch para sobrevivir a la crisis del subconsumo y la marginalidad. Las máquinas cibernéticas y las máquinas sociales de voluntad de dominio determinan el reinicio incesante del ocasionalismo finalista de las contradicciones, la distribución desigual de la riqueza, del hombre real finito y del hombre imaginario infinito. De este reinicio incesante de las contradicciones de la supervivencia desigual surge de la inercia los movimientos totalitarios de la Nada en la Historia. El Gran Autómata establece, en el caos contingente, la Nada del mundo y la pasión inútil del hombre por la trascendencia más allá de la vida. La mecánica organizativa de los conjuntos estructurados del Gran Autómata disciplina y somete el sufrimiento a la esperanza tecnológica de dominio inmediato.
Las máquinas ideológicas se separan de la realidad y afirman la gradación ascendente de la perfectibilidad de las partes con respecto a un Todo completo, que las incluye y determina. La sociedad se consolida convirtiendo la inercia de la realidad en actuaciones sociales imaginarias. Extraños movimientos de la sociedad que preanuncian el Caos en el Orden.
El Gran Autómata alcanza su mayor grado de dominio cuando convierte al ser real en un ser imaginario. Cuando produce las sombras de hombres y las aísla en conjuntos de extrema insolidaridad. Las relaciones sociales se jerarquizan para establecer un orden creciente del sometimiento irracional. Las atribuciones materiales y espirituales, que corresponden a un ser integrado en la evolución de la perfectibilidad humana, se invierten en las categorías de la marginalidad de la dependencia de Otro. El Gran Autómata produce y clasifica al ser integrado y al ser marginado. Los individuos fuera del orden del Gran Autómata se atrapan en la culpa angustiada del no seleccionado en la jerarquía de los predestinados por la inmanencia trascendente del Gran Autómata. Las máquinas sociales totalitarias tienen un movimiento de regreso a situaciones de reconstrucción general, donde se aúnan la imaginación sádica y la conciencia desgraciada del hombre sometido.
La ley de desarrollo del Gran Autómata crea para el hombre y su mundo el finalismo del hombre irreal en la trascendencia imaginaria.
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