miércoles, 20 de enero de 2010

Francisco de Asís y el ángel (2)

Francis Bacon (1909-1992), fue un pintor británico de origen irlandés, cuyo personalísimo estilo expresionista, se basó en el simbolismo del terror y la rabia de la no autenticidad. En sus años de vida se habrán de dar acontecimientos históricos universales, reveladores de las relaciones sociales e individuales de una sociedad en perpetuo enfrentamiento.
Su infancia está inmersa en las experiencias de la familia autoritaria del siglo XX, en las inhibiciones traumáticas colectivas de la “paz armada”, en las relaciones internacionales expansionistas de los imperios coloniales europeos. Fue arrojado a un mundo, un escenario social del terror, en el que los individuos eran partes de la estrategia del miedo manipulado. En el año 1914 comienza la I Guerra Mundial, a su conclusión, 1918, la sociedad del siglo XIX se ha extinguido. La visión del mundo, aristocrática y elitista, concluye con millones del muerto, revoluciones sociales, reacciones conservadoras genocidas, movimientos de masas fanatizadas, el revanchismo y la venganza. Luego comenzarán los prolegómenos del irracionalismo totalitario, la II Guerra Mundial, la guerra fría y la caída del imperio soviético. Los procesos históricos se acortan tanto, que la vida de un individuo abarca profundas quebraduras de la sociedad. Su cotidianidad es una fatalidad existencial, que se califica como el devenir de un Ser para la muerte. Se vive percibiendo que eres vivido desde la voluntad de Otro. Cuando el individuo es un ser para Otro, es dominado por una voluntad extraña, que lo determina, entonces está obligado a decidir la elección de su verdad. No estar en la voluntad ajena como una máscara.
Las épocas históricas de desasosiego exigen la libertad de elegir la autenticidad para estar en el mundo. La elección implica que la máscara humana no es inmutable. Ser humano es tener una naturaleza capaz de la autenticidad. Las elecciones y las renuncias ante el espejo de la justificación moral de la vida.
En las épocas de totalitarismo social el ser humano no tiene que elegir. Su vida es tomada como prenda del engaño. Si el hombre elige, su elección fundamenta la validez de la existencia humana. La no elección implica la máscara elegida. No hay situación de encubrimiento, que no sea también un compromiso. Estamos siempre en un mundo donde la existencia enmascara el absoluto trascendente de los demás o de la Nada.
El siglo XX fue el ciclo histórico del miedo, el sentimiento colectivo del existir atrapados en la miseria y el terror nuclear. La angustia de saber que el compromiso sustituye la vida real por la vida imaginaria. La angustia está dentro de nosotros, de nuestra condición de existencial, pero proviene de las intenciones de dominio de los grupos dirigentes. Se produce en los mercados de objetos de consumo de masas. La industria del miedo es una organización de producción y cohesión para los gestores de las relaciones sociales de dominio. No es una angustia metafísica, sino que proviene de situaciones concretas materiales de distribución del poder social en clases sociales opresivas. El dolor es provocado intencionalmente para coordinar la necesidad a la carencia.Los productores de la realidad social forman una realidad de escasez artificial. Las relaciones de dependencia implican carecer de voluntad para elegir el sentido de la vida y su permanencia.
El hombre del siglo XX estuvo en los castillos kafkianos, aislado y vigilado por burocracias, en los laberintos genocidas del Minotauro Totalitario. La culpa, el resentimiento, la mala conciencia, la soledad, reflejaban una situación histórica agotada. En los ciclos históricos hay discontinuidades, sin respuesta teórico-práctica para ordenar la racionalidad de las constricciones económicas y políticas, que imposibilitan los cambios sociales generales.
Francis Bacon pinta a su modelo, George Dyer, ante un espejo. Éste refleja a un personaje que se distancia de su máscara. George Dyer establece un distanciamiento reflexivo entre la máscara y su verdad. Es un acto de máxima elección de uno mismo en su autenticidad. Si hemos vivido dentro de una máscara, al final nos hemos de situar delante de un espejo y desprendernos de ella. Al ver la máscara fuera, también vemos el rostro impreciso que hemos ocultado.
La utilidad de la máscara ha sido la de integrarnos en los procesos homogéneos de la Nada Totalitaria, de los acontecimiento en los basureros del olvido de la historia. La máscara es la existencia humana intrascendente, la conciencia que se endurece en gestos definitivos, el hombre que tiene su reducción en la Nada de la imitación de lo permitido, la comprensión de la durabilidad existencial sin verdad. Francis Bacon quiere decirnos que todo individuo se encuentra a sí mismo, cuando se aleja de su máscara y sabe que muere 24 horas al día.
La revelación de uno mismo son las concesiones que se han hecho para sobrevivir. El hombre sabe de la utilidad de sus actos, de la necesidad de que el Gran Autómata no lo aniquile en la Marginalidad. La necesidad de la verdad de uno mismo está en el reflejo de la máscara en el espejo de la sinceridad. George Dyer no superó la prueba electiva de la autenticidad. El ángel de la historia reflexiona sobre la naturaleza humana y su necesidad de verdad. Del saber y del dominio. La existencia está rajada, no es inmutable, se acerca a los plegamientos de la angustia, que exige el sentido del mundo y la superación del Mal en la historia.Las estructuras sociales están enganchadas a las máquinas de constricciones obsoletas de reproducción material e ideológica. En la Totalidad del Gran Autómata, el individuo es una máscara y una caña pensante, unidad de los contrarios. Inevitablemente se habrá de desprender de su máscara y hallar el espejo, que le devuelve la autenticidad en un instante de reflexión absoluta. El autorretrato de un hombre es transitorio, es su agotamiento existencial, las transparencias de sus desgastes simuladores

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