lunes, 10 de mayo de 2010

Kafka: El Hotel Occidental.

Cualquier individuo queda inmerso en las condiciones existenciales de su época. Se encuentra invadido por un estilo de eludir y atraer la realidad de su supervivencia material e intelectual. Antes de ser propio es un no ser que repite los imaginarios de otros y los toma como suyos. Se tarda en tomar certeza de que estás siendo manipulado por los actores del dominio social. La ingenuidad consiste en identificarte con las máscaras que simulan gestos ajenos. Las experiencias de Karl Rossmann se presentan inusuales como cortaduras en la urgencia del presente. No distingue la monotonía de la represión que se ejerce sobre él. La continuidad de los hábitos implica sujetarse a una realidad manipulada, en un escenario existencial que determinan los antagonismos de las fuerzas sociales reales. Pero Karl está en el embudo de lo inesperado, que toma como suyo propio. Su vida se actualiza conformando eficacias emocionales, que lo mantenga a la espera de que se resuelvan las contradicciones reales por sí mismas.
Lo vivido del individuo se ajusta a las experiencias que no ha controlado. Establece compromisos con los Otros para no acentuar la angustia de su inseguridad. El pacto de su miedo es una correspondencia biunívoca de su inseguridad y la realidad manipulada.
Karl lee el texto de su existencia en una inmediatez que le impide comprenderlo. La opacidad del presente lo deja en la intuición de lo incierto. Cuando Karl Rossmann se obliga a cumplir los mandatos de sus pícaros amigos, quisiera establecer afinidad entre ellos y él mismo. Le llega la extrañeza de no ser como ellos, pero los acepta intimidado por la soledad de su situación personal. Las extrañezas por las situaciones, de la voluntad ajena de dominio, le llevarán al hallazgo de las relaciones de autoridad del Hotel Occidental y sus efectos negativos, en las posibilidades de establecer su vida dentro de los que mantienen las jerarquías reales y las imaginarias.
Karl Rossmann descubre el Hotel Occidental: “El hotel tenía ahora iluminados sus cinco pisos y alumbraba la carretera que pasaba delante. Afuera los automóviles seguían marchando, entregarse a la iluminación que interrumpía su continuidad. Venían desde lejos creciendo mucho más rápidamente que durante el día; tanteaban el suelo de la carretera con los blancos rayos de los faros. Con luces empalidecidas atravesaban el área luminosa del hotel y se internaban con rapidez en la oscuridad más distante con nuevos destellos”.
La iluminación estática del Hotel y la dinámica de la luz de los faros de los vehículos relacionan lo permanente con lo perecedero. En la existencia individual y colectiva se va abriendo lo perecedero en la opacidad del vitalismo. Karl Rossmann percibe la luz del hotel, y a la vez los faros de los automóviles, en una temporalidad que se entrevera de luz y de oscuridad. El claroscuro de la pintura barroca muestra la tensión de una sociedad reprimida en la pobreza y el Poder del Estado, mientras extrae de las sombras la espera de una renovación de la fe religiosa. La luz esconde detrás de ella la ceguedad. Karl, al que se le ha prometido un empleo, se ve en la luz del Hotel. Su aceptación de la sociedad se vuelve transparente. La luz del Hotel cubre exaltativa el entusiasmo de Karl. Su entusiasmo sobrelleva las dudas de su inseguridad. El Hotel Occidental era el final de la inestabilidad del emigrante.
Después de contemplar la luminosidad del Hotel, nos dice Franz Kafka: “Halló a sus compañeros profundamente dormidos, lo cierto era que había tardado demasiado. Justamente pensaba extender, entre unos papeles que había encontrado en la canasta, dándole así un aspecto apetitoso a lo que había traído, y despertar así a sus compañeros recién cuando todo estuviera listo.” La delicadeza del adolescente Karl a sus compañeros rufianes es extremadamente atenta. (…) “Cuando vio aterrado que su baúl, que había dejado cerrado y cuya llave llevaba en el bolsillo, estaba completamente abierto y la mitad de su contenido tirado en derredor sobre el pasto”.
En su desolación, Karl habría de padecer una de las sensaciones más intensas sobre la relación de los objetos perdidos y la memoria.
Añade Kafka:”De pronto se incorporó. Faltaba la fotografía. Estaba encima de las demás cosas del baúl, pero ya no aparecía por ninguna parte. Sólo faltaba la fotografía.
-No puedo hallar la fotografía- dijo con tono de súplica dirigiéndose a Delamarche.
-¿Qué fotografía- preguntó éste.
- La fotografía de mis padres- respondió Karl.
-No vimos ninguna fotografía- dijo Delamarche. (…)
Era más importante para mí que todo lo demás que hay en el baúl-dijo Karl que iba dirigiéndose al camarero, que iba de un lado a otro, revisando la hierba- porque es irremplazable ya no me enviarán otra.
Y al abandonar el camarero su inútil búsqueda añadió:
-Era el único retrato que poseía de mis padres. (…)
Nada queda por hacer- dijo el camarero. (…)
¡Todavía estoy aquí!
Pero no le respondió sonido alguno: sólo una vez cayó rodando una piedra cuesta abajo, quizá por causalidad, quizá por consecuencia de un tiro fallido.”
Esta es una de la escena más intensas de la relación memoria e historia, que relata Franz Kafka sobre lo perdido de la vida en la memoria. Los objetos perdidos nos alejan del tiempo pretérito, nos acercan a la desnudez del dato incierto del recuerdo. La existencia del ser se detiene en la desmemoria. Franz Kafka advierte de que no hay historia sin memoria. A partir de este instante, Karl se enfrenta a la desnudez total de los prisioneros que desnudaban en los campos de exterminio para que dejaran de tener identidad y exterminarlos.
La pérdida de la fotografía de sus padres supone a Karl entrar en la edad de la sumisión irracional, de saberse fuera de la memoria de los Otros. El anonimato intencional y universal de lo inhumano que penetra en la noche oscura del castigo y la huida.
La cocinera mayor le dijo: “-Bueno, dígame, pues, ¿no querría aceptar un trabajo, aquí, en el hotel?. (…) No le gustaría ser ascensorista, por ejemplo. Solo tiene que decir sí y lo es.” (…)
“- ¿Cómo se llama la ciudad?- preguntó Karl.
-No lo sabe?- respondió- Ramses.”
¿Cuándo se monta históricamente una máquina paranoica, por una organización psicosocial, que establece las condiciones del perseguidor y del perseguido? La máquina paroica quiere cambiar la realidad conforme a sus delirios. Todas las piezas de la máquina paranoica están constituidas por sensores, que marcan intensidades de adhesiones y repulsiones.
Franz Kafka era un escritor perspicaz en el hallazgo y descripción del las máquinas paranoicas psicosociales en su literatura. La máquina literaria motriz realiza el montaje de las máquinas paranoicas de los personajes novelados. Las máquinas paranoicas son productivas cuando los procesos dan rendimientos crecientes de lo individual familiar a lo estructural social jerarquizado. La locura individual se articula con las formaciones paranoicas históricas. Las piezas políticas, ideológicas y económicas se articulan a los órganos institucionales, entonces las regresiones, de los deseos paranoicos, vienen transformadas en objetos productores de terror.
Las máquinas paranoicas de poder se enganchan a máquinas excretoras improductivas. Franz Kafka describe sus máquinas paranoicas clásicas: en la Condena, el Castillo, la Metamorfosis, el Proceso (…) Los personajes soportan las agresiones de las máquinas paranoicas dejándose macar con los signos de sumisión y crueldad del delirio.
Cuando Karl Rossmann comienza su trabajo en el Hotel Occidental ajusta a su cuerpo una máquina paranoica. Su uniforme de ascensorista lo convierte en elemento humano de la máquina ascensor.
Dice Kafka: “En la sastrería del hotel le proporcionaron el uniforme de ascensorista, ornado con gran derroche de botones y cordones dorados, y sin embargo se estremeció un poco cuando se lo puso, pues la chaqueta, especialmente las axilas, era fría, rígida y húmeda al mismo tiempo por el sudor de los ascensoristas que la habían usado. Además el uniforme debió ser agrandado especialmente para Karl.(…) Karl dejó el salón del sastre ya convertido en ascensorista, con pantalones estrechos y una chaquetilla que, no obstante la afirmación contraria del sastre, le quedaba muy ajustada y lo tentaba continuamente a hacer ejercicios respiratorios, pues tenía deseos de comprobar si eran posibles. Después se presentó el camarero mayor a cuyas órdenes quedaría: un hombre elegante, arrogante, narigón, que tendría ya cuarenta años.” Las maquinas paranoicas de primer grado se enganchan a máquinas paranoicas inferiores para producir flujos ordenativos. La máquina del ascensor se engancha a los ascensoristas y al camarero mayor. “En general era un trabajo monótono a causa de la jornada de trabajo”. Las máquinas de producción paranoicas se detienen y se reinician incesantemente. “Los turnos se relevaban una vez durante el día, y otro por la noche”. El ascensorista es retribuido con las propinas de los clientes. No hay salario. La cortesía del ascensorista hace que el cliente pague su salario con la propina. Karl Rossmann se esfuerza incesantemente para atender a los clientes de los ascensores. Pero las máquinas ascensores funcionan bajo los intereses competitivos de los otros ascensoristas. Los flujos de propinas funcionan en los deseos de los clientes y el servilismo de los ascensoristas. Estos se vigilan y delatan para que la máquina paranoica adquiera sus máximas funciones persecutorias.
En esta lucha de Karl con los compañeros aparece uno de los personajes que introducen su fatalidad. Karl recibió una palmadita en el hombro.
-Buenas noches Sr Rossmann- dijo entonces el hombre-: soy Robinsón.
La máquina perversa de Robinsón se enganchaba a la máquina Karl-ascensorista.(…)
“Pero Karl retrocedió, pues la boca de de Robinsón despedía un inaguantable olor a aguardiente” ¿Qué cosa le queda al hombre en este mundo si no bebe? (…) “
–¿Rossmann no quieres venir a avernos alguna vez? Ahora lo pasamos muy bien- dijo Robinsón mirando a Karl (…)
-Rossmann me siento muy mal. (…)
Por fin de nuevo contó con unos momentos libres para echar una ojeada al lugar donde se hallaba Robinsón y lo vio muy encogido, acurrucado en un rincón y con el rostro contra las rodillas. Tenía muy echado hacia atrás su sombrero redondo y duro. (…)
-Robinson, si quiere que me ocupe de usted, haga un esfuerzo y camine ahora un corto trecho. Yo lo guiaré, ¿sabe?, hasta mi cama, donde podrá quedarse hasta sentirse bien.
La falta de Karl, de abandonar el servicio, le acarreará graves problemas con el ascensorista mayor. La culpabilidad de Karl se presentará como la necesidad de castigar el abandono del puesto de trabajo. La solidaridad de Karl con Robinsón desata la tragedia. La máquina paranoica se pondrá en funcionamiento.
“Cuando Karl entró en la oficina del camarero mayor, éste estaba tomando el desayuno: bebía un sorbo de su café con leche y controlaba luego una lista que, sin duda, le había llevado el portero mayor del hotel, que también estaba allí. Era un hombre grande a quien su amplio uniforme, profusamente adornado,- incluso sobre los hombros y bajando por los brazos le serpenteaban cadenas y cintas doradas-, hacía aparecer más ancho de hombros de lo que era ya por naturaleza. Un bigote negro y brillante estirado en puntas distantes como suelen usarlo los húngaros, no se movía con el más brusco movimiento de la cabeza. Además, el hombre, por el peso de su ropa, apenas podía moverse, con dificultad por lo general, y no estaba de pie sino con las piernas abiertas como estacas, para distribuir exactamente su peso”. Kafka describe una máquina de control jerárquico.
Karl pensó:”El hecho de que su problema pareciera tener tan poca importancia para el camarero mayor podía en verdad considerarse buen signo. Al fin y al cabo era eso lo más natural. Un ascensorista por cierto no tiene ninguna importancia, en absoluto, y por lo tanto, nada puede permitirse, mas por el mismo hecho que no significa nada, no puede generar tampoco un mal extraordinario. (…)” Franz Kafka ironiza sobre la culpabilidad del ascensorista en la organización del Hotel. Pero Kafka sabe que en una estructura autoritaria y jerárquica, la culpa es una manera establecer la sumisión del individuo en función del mecanismo Hotel. Por eso, cuando Karl se considera inocente, el camarero mayor inicia su ataque.” Haga el favor de aguardar aún un instante, Fedor, dejó la lista sobre la mesa, se incorporó de un salto elástico y encaró a Karl, gritándole de tal modo que éste, en el primer momento, asustado, no atinó sino a mirar fijamente dentro de aquel grande y negro orificio bucal.
-Abandonaste tu puesto sin permiso. ¿Sabes lo que significa eso? Pues significa perder el empleo. No quiero conocer tus disculpas; guarda tus mentiras; me basta de sobra el hecho de que no hayas estado. Si una sola vez tolero y disculpo, esto será suficiente para que en el futuro los cuarenta ascensoristas dejen sus puestos durante las horas de servicio y se me verá entonces a mí solo cargar con los cinco mil huéspedes escaleras arriba. (…)
“Karl se dio cuenta de que en realidad había perdido su puesto, ya que el camarero mayor ya lo había declarado y el portero mayor lo había repetido como si fuera un hecho consumado, y tratándose de un vulgar ascensorista seguramente no haría falta la confirmación de su cesantía por la dirección del hotel.” Karl se encontró frente a los que tienen capacidad de contratar y despedir empleados. El trabajador vive cada instante supeditado a la voluntad extraña que tiene poder para despedirlo. Carece de resistencia económica para esperar, por mucho tiempo, otro empleo. Es un ser perdido en la precariedad de la compra de su trabajo por Otro que lo ignora como persona.
“Y recordando todo esto se dijo Karl que él también había sufrido bastante como ascensorista, y que no obstante, todo había sido en vano, pues ahora, como veía, ese servicio de ascensorista no había sido, como esperaba, un eslabón previo para alcanzar un puesto mejor; por el contrario, había sido arrastrado ahora más abajo todavía; hasta había llegado a estar bastante cerca de la cárcel.(…)
Karl llegó pronto al aire libre, pero todavía tuvo que continuar andando a lo largo de la acera del hotel, pues no era posible llegar hasta la calle, ya que una fila de automóviles pasaba como a empellones frente a la puerta principal.”
Karl se quedaba en una calle de la ciudad Ramses, en su viaje a América.

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