sábado, 21 de abril de 2012

Klaus Mann: el hombre autoritario y su representación (2).

Al poeta Aurelio Alvea.

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El hombre en general necesita ocultar la problemática de su vida con la representación. Quiere que un Otro le de la concreción que le falta mediante el extrañamiento de sí mismo. Así sería un individuo que habría de necesitar ser objetivado por la mediación de un poder exterior. Como si hubiera en la mediación un ser, que habría desdoblado su conciencia por la tragedia de la falsedad. Representaría doblez de al hábito de la sumisión. Uniría la hipocresía a la conformidad. La falsedad por la seguridad.

La búsqueda filosofía socrática de uno mismo era deducir la falsedad del juicio aceptado por la tradición de aceptar la transmisión del mito en verdad acrítica. Y esto nos llevaría a la afirmación de que si el contenido aparente del mundo es su verdad no se necesitaría de la ciencia. El mito sustituirá el conocimiento. Un individuo del “se impersonal heiderggiano” afirmaría, se dice, se cuenta, se opina etc. Y con esto su conciencia pertenecería al se impersonal que no se compromete a la responsabilidad de resistir al pensamiento manipulado. El se dice actúa como un totalizador. Sería dejarse la conciencia en la arcilla seca de la cotidianidad falseada. La conciencia del riesgo de la autenticidad se secase y se volviera molde arqueológico. La arcilla de la vasija del tiempo sin referente. Para el actor de la novela Mefisto, Hendrid Höfgen, sus actuaciones de escena y ceremonia están teñidas de la ritualidad de la falsedad del gesto, del espacio figurado, de la caja escénica de la existencia en el desorden del espacio- tiempo. Pasado, presente y futuro usados de los personajes de la historia que él representa sin veracidad. Se repite el ser falseado en gesto, espacio y tiempo, hasta llegar a la vacuidad: así la religiosidad trágica de la pasión de vivir de Hendrid Höfgen es la nada. En la novela los rituales de la pasión y la nada de Hendrid Höfgen se erosionan por la repetición del deseo irracional del alcanzar el favor del poder. Hendrid Höfgen estaría en un estado esquizofrénico es sospechar ambiguas para habitar la vida. Hendrid Höfgen es el deseo travestido de represión y representación en sus equilibrios y desequilibrios psíquicos de los traumas de clase social baja a las élites nacionalsocialistas. Tanto el gesto de su máscara, sus movimientos en el espacio escénico se vacían en la pasión de de convencer. Hendrid Höfgene es un archivo de sospechas y de silencios de doble interpretación. Hendrid Höfgen. En sus impulsos de dominio, es un rito instintivo de un ser que lleva en sí la mitificación negadora de la evidencia del dolor inducido de totalitarismos familiar en afectos y desafectos y de totalitarismos sociales en la relación del Estado y el individuo falseado.

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El personaje de Hendrid Höfgen, que soporta la narración novelística de Klaus Man, es un personaje de ficción y se corresponde al personaje real Gustav Grungerds. En la escenografía del pánico totalitario los actores interpretan con nombres supuestos. Se habla allí de alguien señalando su posición de aquí y allí o dándole un alias. Con el alias el individuo real aparece en la ficción. El personaje real es interpretado. La historia siempre es interpretada por un relator. Narra Klaus Mann a Gustav Grungerds por medio del alias Hendrid Höfgen. Klaus Mann habría acoplado el ritmo del relato a los acontecimientos históricos totalitarios, a las contradicciones y límites autorizados por los aparatos, de censura política y propaganda, totalitarios. La falsedad de Hendrid Höfgen se irá adaptando a los imperativos homogenizadores de los líderes de las masas sociales sometidas por el nacionalsocialismo, en las décadas de ascenso del castigo económico, físico e ideológico, de la década de los años 30. Hendrid Höfgen habrá de formar parte del aparato de propaganda totalitaria, a través de ella las acciones punitivas, su docilidad a los ámbitos culturales de los años veinte del siglo XX hasta el final de la II Guerra Mundial. Tiempo de ascenso de Mefisto al poder real y a su representación en Hendrid Höfgen. Ambos bajan al Infierno de los mandatos militarizados y a la elección de la barbarie final.

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La ritualidad de la ceremonia de crueldad y engaño del Mefisto de Klaus Mann está presente en el movimiento ascensional de la ritualidad del poder totalitario de Hendrid Höfgen. Él pertenece a las ceremonias que festejan la ascensión de la clase media baja y la alta burguesía alemanas totalitarias al absolutismo económico, político y cultural. En una inversión alienante los intereses de los grupos dominantes son los intereses de los dominados. En esta inversión alienante está el finalismo excluyente de la vida ajena y su apropiación por la adhesión incondicional de la ideología propagandista de la jerarquía.

Mefistófeles no quiere la luz. La luz descubre la evidencia de la locura de dominio. Para Klaus Mann, Mefisto ha atrapado a las masas sociales del miedo con la finalidad de que lleguen a la emoción mítica del líder absoluto y a su partido al destino de la fidelidad del juramento colectivo. La paradoja nietzscheana de la muerte de Dios y su sustitución por el Superhombre está dada en el totalitarismo del mito del Estado, que absorbe a la sociedad civil en multitud reordenada en función de unidad política, que representa la voluntad de poder del Superhombre.

En la teoría metafísica, se le ha dado a Mefistófeles la representación ritualizada del mal, la conciencia fría y racional del raciocinio que se utiliza con forma de araña sobre la negación de las necesidades humanas.

Mefistófeles se inmortaliza dentro de la historia. Actúa cuando las generaciones llegan al escenario histórico y actúan por el deseo de superar los desniveles de clase que producen la escasez económica y cultural. Las generaciones devienen y desaparecen en las ceremonias sociales del deseo de amor y muerte. Se integran en el tiempo histórico succionando lo inhumano y el aprendizaje de lo posible. La energía mitológica de lo inhumano hasta el mito prometeico al infierno del Hades. Klaus Mann narra cómo se forma la hendidura dantesca de Hendrid Höfgen que se constituye en fuerzas organizativa del mal absoluto. Él conjura la amoralidad del Superhombre y al terror de la inseguridad de vivir fuera del sistema social totalitario. Acepta la disciplina del terror e interioriza el raciocinio inhumanizado, cede a la violencia del grupo por el castigo y la expulsión de los heterodoxos.

Mefisto da al personaje de Hendrid Höfgen la facultad de integrase en el poder de su representación y su astucia sádica. Le da el gesto inmodificable de la máscara y las argucias que integran la materialidad del poder.

Cada época histórica trae sus máscaras y sus argucias de supervivencia. El tiempo histórico mantiene el gesto de la máscara en su osadía de sustituir el ser por el no ser. El ser se vacía de memoria, del rito del tiempo, como si éste fuera una vida metafórica de agua que fluyera por el cauce del tiempo. Mefisto mitifica el ascenso al poder del Estado totalitario en un flujo, cotidiano y repetitivo, del Estado en la cotidianidad.

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