Klaus Mann: el campo imantado de la ceremonia (3).
1
La ceremonia del poder es un proceso de inducción
con respecto a la imantación predominante de la escala jerárquica que tiene
capacidad de decidir y actuar en la realidad social. Al igual que las limaduras
de hierro, los elementos inducidos llegan inevitablemente al campo imantado de
las relaciones de jerarquía. Ellas son las relaciones de dominio y
subordinación del individuo sobre otros y las cosas. Ningún individuo o cosa,
integrados en el campo imantado del poder, escapan a los deseos y padecimientos
de sus reglas normativas. En la ceremonia del poder, la jerarquía se manifiesta
y vive en una realidad social, deseada e indeseada, en la que se mantiene la
voluntad de influirla para no padecer la incertidumbre de la elección o del
rechazo. Se está siempre dentro de la mirada de unos ojos misteriosos, que se
pueden abrir cerrar, y por tanto dejar en una claridad y oscuridad de inexistencia. No estar existiendo sería no ser
mirado. Esto sería la obsesión de volver al pretérito de la claridad para
hallar unos ojos que te den la existencia. Se pertenece a la drogadicción de
saber de la ausencia de unos ojos místicos, que ya no te miran afirmando la
eternidad. La mística del amor y de la ausencia se vincula a la dualidad de la
presencia y la ausencia de una existencia ajena a uno mismo, pero que constriñe
la certidumbre de la perdurabilidad del existir místico. La mística es una
relación de poder de la mirada de un dios en la perdurabilidad del tiempo del
hombre. La presencia temporal del sujeto que permanece bajo los ojos cerrados que
obliga a permanecer en la claridad o en la obscuridad de lo ficticio. Si uno
está en los ojos del Otro absoluto, ¿qué ocurrirá si cierra los ojos y ya no
estamos en su sueño?.
2
Klaus Mann narra el inicio de la ceremonia
totalitaria a través de un joven asistente extranjero, que permanece extraño a
la representación totalitaria, a su
incertidumbre del lugar que se ocupa en la jerarquía de la mirada que asigna el
lugar del deseo de poder.
“El centelleo del aire cargado de luces y de
aromas era tan fuerte que casi cegaba. (…) Estos seres tan bien ataviados
tienen una viveza que no inspiran confianza. Se mueven como marionetas, de
forma curiosamente convulsiva y torpe. En sus ojos se oculta algo, no tienen la
mirada limpia, hay en ellos miedo y crueldad. (…) La risa es también diferente
en el Norte. Aquí tiene algo sarcástico, desesperado, insolente, provocativo y
al tiempo desesperanzado, ostensiblemente triste. No ríe así la persona
satisfecha consigo mismo. No ríen así los hombres y mujeres que llevan una vida
ordenada y metódica.” Reflexiona el
joven extranjero.
El espectador narrativo de Klaus Mann se
encuentra con los movimientos mecanizados de la multitud, que interioriza los
mandatos en los automatismos de la marioneta. Multitud fuera de sí que se mueve en el
espacio imantado de la atracción de mirar
y ser visto. Klaus Mann avisa que
los participantes a la ceremonia totalitaria se ocultan del miedo a ser
descubiertos por alguna falsedad opuesta a la conducta esperada. Nos dice Klaus
Mann que hay en los asistentes la mirada
del miedo y la crueldad. El miedo y la crueldad son la pareja psíquica
interiorizada de los personajes sometidos por el totalitarismo. La intensidad acusativa
del miedo se vuelve crueldad. La ausencia de comprensión colectiva del sufrimiento
ajeno arrastra la historia de los movimientos sociales por los guetos de los
años treinta del siglo XX, pero la crueldad y el miedo son operadores psíquicos
invariantes de cualquier situación
histórica. Operadores psíquicos que se usan como instrumentos para la
conciencia desdichada.
3
“El gran baile con motivo del cuarenta y tres
cumpleaños del Presidente del Gobierno se extendía por todo el Palacio de la
Ópera. Por los amplios salones, por los corredores y vestíbulos se movía
engalanada masa, que también disparaba corchos de champán en los palcos,
ornados con ricos tapices y bailaba en el
patio de butacas, del que habían sido retiradas las sillas. La orquesta,
que tocaba en el escenario vacío, era
numerosa, como si fuera a interpretar una sinfonía o una pieza de Richard
Strauss. Pero no tocaba nada más que marchas militares en viva mezcla con
música de jazz que, si estaba condenada por el Reich por su obscenidad
negroide, el alto cargo no podía pasar sin ella en su fiesta conmemorativa. (… )
Todas las personalidades que tenían algo que decir en el país estaban
presentes, no faltaba nadie, excepto el propio Dictador que se hizo disculpar,
aquejado de dolor de garganta y tensión
nerviosa, y algunos cargos del partido, que por su condición plebeya, no habían
sido invitados. Habían acudido también
varios príncipes imperiales y reales y la casi totalidad de la nobleza;
allí estaba el generalato de la Wehrmacht al completo, muchos hombres
influyentes del campo de las finanzas y de la industria pesada. (…) A la élite
de la nueva sociedad alemana.”
Cualquier
sistema social produce su minoría selecta. Todas las personalidades que tenían
algo que decir en el país estaban presentes. Un “decir” que se refiere a la
capacidad de dirigir a la sociedad en función de los intereses materiales e
ideológicos de la élite. Ella está adherida al utilitarismo del goce simultáneo
de la obediencia y el mandato imperativo. La élite usa las necesidades de las
masas sociales que están formadas para las vicisitudes del mercado de trabajo y
la revalorización creciente del capital productivo y los objetos de lujo de la
minoría selecta. El capitalismo totalitario está determinado por las riquezas
agrarias de príncipes imperiales y reales, el militarismo, la alta burguesía de
las finanzas y las industrias de producción de bienes de consumo
individuales y militares. Se encuentra
la élite ligada a la fuerza organizada del Estado, con el objetivo de la explotación
legalizada de la fuerza de trabajo y de la riqueza privada.
4
Para Klaus Mann, Hendrik Höfgen está siempre en la
representación coral de los hechos que transcurren como fatalidad del destino. Él
está delante de los espectadores que lo ven y se dejan ver. Para el actor, verse
actuar, exige que alguien debe mirar sus gestos y oír el texto declamado. Hay
en él un verse por la mirada que lo ve. El actor es lo que el espectador capta
de la representación. El escenario es un espejo en las miradas de los
espectadores. Hendrik Höfgen se sitúa en el escenario para recibir la veracidad de su actuación. La validez de ella
está en los ojos que la miran. Allí, en el escenario, es donde se narra la
tragedia del coro-masa y el héroe-Mefisto. La multitud del coro atribuye el
destino al héroe. Éste traba su destino a
la experiencia real que le oculta el coro. La esencia de la tragedia clásica se
basa en el conocimiento de los hechos trágicos por el coro-espectadores antes
que por el héroe de la tragedia. En la ceremonia coral clásica, el coro y los
espectadores conocen el nudo y el desenlace de la trama dramática
anticipadamente. A Hendrik Höfgen, le define la relación oculta de ser personaje
y destino mefistofélico. Se diría que Mefisto aplasta el destino de Hendrik
Höfgen por estar siempre en un antepresente con respecto a él. Mefisto sabe del
destino de Hendrik Höfgen mientras representa.
Dice Mefisto:” Siempre serás lo que yo haya pensado de ti”. El pensamiento
determina la existencia. La vida queda en las continuidades temporales de existir
según lo pensado. El totalitarismo de Hendrik Höfgen está en función de su
escalada al poder desde el pensamiento de las élites del odio.
5
Continúa la narración de Klaus Mann:
“Se extendían nubes de aromas artificiales, como
queriendo ocultar otro aroma: el olor dulce de la sangre que tanto gustaba y llenaba el país. Pero del
que se avergonzaban en una fiesta tan fina y en presencia de diplomáticos
extranjeros. (…) Un movimiento atravesó la sala y se oyó un murmullo, había
entrado el ministro de propaganda. No se esperaba su presencia aquella noche.
Todos conocían su tirante relación con el gordo festejado, quien, a su vez, no
había aparecido para hacer de su llegada el gran colofón. El ministro de
propaganda- señor de la vida espiritual de millones de hombres- cojeaba
ágilmente a través de la brillante masa que se inclinaba ante él. Un viento
gélido parecía acompañar su paso. Era como si una divinidad maligna, peligrosa, solitaria y cruel hubiera
descendido al ordinario barullo de unos mortales viciosos de placer, cobardes y
dignos de compasión. (…) Fue ante el Principal Hendrik Höfgen, consejero de
estado y senador, donde se detuvo.”
Los elementos de la ceremonia totalitaria se imantan para
hallarse juntos. Ya se ha dicho: vivir la ceremonia es estar bajo la
apreciación subjetiva de los ojos de los espectadores. La masa de aduladores
envuelve al ministro de propaganda y a Hendrik Höfgen. Los acontecimientos de
vivir en el poder definen la certidumbre
por el verse en un espacio escénico de representación del mundo totalitario.
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