sábado, 12 de mayo de 2012

Klaus Mann: el campo imantado de la ceremonia (3).


Klaus Mann: el campo imantado de la ceremonia (3).
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La ceremonia del poder es un proceso de inducción con respecto a la imantación predominante de la escala jerárquica que tiene capacidad de decidir y actuar en la realidad social. Al igual que las limaduras de hierro, los elementos inducidos llegan inevitablemente al campo imantado de las relaciones de jerarquía. Ellas son las relaciones de dominio y subordinación del individuo sobre otros y las cosas. Ningún individuo o cosa, integrados en el campo imantado del poder, escapan a los deseos y padecimientos de sus reglas normativas. En la ceremonia del poder, la jerarquía se manifiesta y vive en una realidad social, deseada e indeseada, en la que se mantiene la voluntad de influirla para no padecer la incertidumbre de la elección o del rechazo. Se está siempre dentro de la mirada de unos ojos misteriosos, que se pueden abrir cerrar, y por tanto dejar en una claridad y oscuridad de  inexistencia. No estar existiendo sería no ser mirado. Esto sería la obsesión de volver al pretérito de la claridad para hallar unos ojos que te den la existencia. Se pertenece a la drogadicción de saber de la ausencia de unos ojos místicos, que ya no te miran afirmando la eternidad. La mística del amor y de la ausencia se vincula a la dualidad de la presencia y la ausencia de una existencia ajena a uno mismo, pero que constriñe la certidumbre de la perdurabilidad del existir místico. La mística es una relación de poder de la mirada de un dios en la perdurabilidad del tiempo del hombre. La presencia temporal del sujeto que permanece bajo los ojos cerrados que obliga a permanecer en la claridad o en la obscuridad de lo ficticio. Si uno está en los ojos del Otro absoluto, ¿qué ocurrirá si cierra los ojos y ya no estamos en su sueño?.
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Klaus Mann narra el inicio de la ceremonia totalitaria a través de un joven asistente extranjero, que permanece extraño a la representación totalitaria,  a su incertidumbre del lugar que se ocupa en la jerarquía de la mirada que asigna el lugar del deseo de poder.
“El centelleo del aire cargado de luces y de aromas era tan fuerte que casi cegaba. (…) Estos seres tan bien ataviados tienen una viveza que no inspiran confianza. Se mueven como marionetas, de forma curiosamente convulsiva y torpe. En sus ojos se oculta algo, no tienen la mirada limpia, hay en ellos miedo y crueldad. (…) La risa es también diferente en el Norte. Aquí tiene algo sarcástico, desesperado, insolente, provocativo y al tiempo desesperanzado, ostensiblemente triste. No ríe así la persona satisfecha consigo mismo. No ríen así los hombres y mujeres que llevan una vida ordenada y metódica.”  Reflexiona el joven extranjero.
El espectador narrativo de Klaus Mann se encuentra con los movimientos mecanizados de la multitud, que interioriza los mandatos en los automatismos de la marioneta.  Multitud fuera de sí que se mueve en el espacio imantado de la atracción de mirar  y ser visto. Klaus Mann avisa  que los participantes a la ceremonia totalitaria se ocultan del miedo a ser descubiertos por alguna falsedad opuesta a la conducta esperada. Nos dice Klaus Mann que hay en los asistentes la mirada  del miedo y la crueldad. El miedo y la crueldad son la pareja psíquica interiorizada de los personajes sometidos por el totalitarismo. La intensidad acusativa del miedo se vuelve crueldad. La ausencia de comprensión colectiva del sufrimiento ajeno arrastra la historia de los movimientos sociales por los guetos de los años treinta del siglo XX, pero la crueldad y el miedo son operadores psíquicos  invariantes de cualquier situación histórica. Operadores psíquicos que se usan como instrumentos para la conciencia desdichada.
3
“El gran baile con motivo del cuarenta y tres cumpleaños del Presidente del Gobierno se extendía por todo el Palacio de la Ópera. Por los amplios salones, por los corredores y vestíbulos se movía engalanada masa, que también disparaba corchos de champán en los palcos, ornados con ricos tapices y bailaba en el  patio de butacas, del que habían sido retiradas las sillas. La orquesta, que  tocaba en el escenario vacío, era numerosa, como si fuera a interpretar una sinfonía o una pieza de Richard Strauss. Pero no tocaba nada más que marchas militares en viva mezcla con música de jazz que, si estaba condenada por el Reich por su obscenidad negroide, el alto cargo no podía pasar sin ella en su fiesta conmemorativa. (… ) Todas las personalidades que tenían algo que decir en el país estaban presentes, no faltaba nadie, excepto el propio Dictador que se hizo disculpar, aquejado de dolor  de garganta y tensión nerviosa, y algunos cargos del partido, que por su condición plebeya, no habían sido invitados. Habían acudido también  varios príncipes imperiales y reales y la casi totalidad de la nobleza; allí estaba el generalato de la Wehrmacht al completo, muchos hombres influyentes del campo de las finanzas y de la industria pesada. (…) A la élite de la nueva sociedad alemana.”
 Cualquier sistema social produce su minoría selecta. Todas las personalidades que tenían algo que decir en el país estaban presentes. Un “decir” que se refiere a la capacidad de dirigir a la sociedad en función de los intereses materiales e ideológicos de la élite. Ella está adherida al utilitarismo del goce simultáneo de la obediencia y el mandato imperativo. La élite usa las necesidades de las masas sociales que están formadas para las vicisitudes del mercado de trabajo y la revalorización creciente del capital productivo y los objetos de lujo de la minoría selecta. El capitalismo totalitario está determinado por las riquezas agrarias de príncipes imperiales y reales, el militarismo, la alta burguesía de las finanzas y las industrias de producción de bienes de consumo individuales  y militares. Se encuentra la élite ligada a la fuerza organizada del Estado, con el objetivo de la explotación legalizada de la fuerza de trabajo y de la riqueza privada.
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Para Klaus Mann, Hendrik Höfgen está siempre en la representación coral de los hechos que transcurren como fatalidad del destino. Él está delante de los espectadores que lo ven y se dejan ver. Para el actor, verse actuar, exige que alguien debe mirar sus gestos y oír el texto declamado. Hay en él un verse por la mirada que lo ve. El actor es lo que el espectador capta de la representación. El escenario es un espejo en las miradas de los espectadores. Hendrik Höfgen se sitúa en el escenario para recibir la  veracidad de su actuación. La validez de ella está en los ojos que la miran. Allí, en el escenario, es donde se narra la tragedia del coro-masa y el héroe-Mefisto. La multitud del coro atribuye el destino al héroe. Éste  traba su destino a la experiencia real que le oculta el coro. La esencia de la tragedia clásica se basa en el conocimiento de los hechos trágicos por el coro-espectadores antes que por el héroe de la tragedia. En la ceremonia coral clásica, el coro y los espectadores conocen el nudo y el desenlace de la trama dramática anticipadamente. A Hendrik Höfgen, le define la relación oculta de ser personaje y destino mefistofélico. Se diría que Mefisto aplasta el destino de Hendrik Höfgen por estar siempre en un antepresente con respecto a él. Mefisto sabe del destino de Hendrik Höfgen mientras  representa. Dice Mefisto:” Siempre serás lo que yo haya pensado de ti”. El pensamiento determina la existencia. La vida queda en las continuidades temporales de existir según lo pensado. El totalitarismo de Hendrik Höfgen está en función de su escalada al poder desde el pensamiento de las élites del odio.
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Continúa la narración de Klaus Mann:
“Se extendían nubes de aromas artificiales, como queriendo ocultar otro aroma: el olor dulce de la sangre  que tanto gustaba y llenaba el país. Pero del que se avergonzaban en una fiesta tan fina y en presencia de diplomáticos extranjeros. (…) Un movimiento atravesó la sala y se oyó un murmullo, había entrado el ministro de propaganda. No se esperaba su presencia aquella noche. Todos conocían su tirante relación con el gordo festejado, quien, a su vez, no había aparecido para hacer de su llegada el gran colofón. El ministro de propaganda- señor de la vida espiritual de millones de hombres- cojeaba ágilmente a través de la brillante masa que se inclinaba ante él. Un viento gélido parecía acompañar su paso. Era como si una divinidad  maligna, peligrosa, solitaria y cruel hubiera descendido al ordinario barullo de unos mortales viciosos de placer, cobardes y dignos de compasión. (…) Fue ante el Principal Hendrik Höfgen, consejero de estado y senador, donde se detuvo.”    
Los elementos de la ceremonia totalitaria se imantan para hallarse juntos. Ya se ha dicho: vivir la ceremonia es estar bajo la apreciación subjetiva de los ojos de los espectadores. La masa de aduladores envuelve al ministro de propaganda y a Hendrik Höfgen. Los acontecimientos de vivir en el poder  definen la certidumbre por el verse en un espacio escénico de representación  del mundo totalitario. 

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