Los personajes que detentan el poder de castigar siempre
están delante de un espejo y actúan expresando su carencia de emociones. Por
ejemplo, la familia cerrada autoritaria es un espejo que multiplica
identidades que dan funciones irracionales totalitarias. No hay en ella,
ninguna racionalidad que opere con fines progresivos de felicidad y justicia.
Su operatividad evoluciona por medio de descargas psíquicas de culpabilidad
irracional. La culpabilidad, que llega a la familia cerrada autoritaria, se
crea en las fuerzas coactivas del
derecho privado que se jerarquiza en el miembro autoritario de la familia. La
familia autoritaria actúa, entre los límites económicos y psíquicos de la
producción material y mental, del sistema de reproducción de la vida social. Los
micros operadores del sistema autoritario provienen de las descargas psíquicas
del inconsciente reprimido y manifiesto por las actitudes de obedecer y padecer.
Los elementos represivos combinan los hechos conscientes y los inconscientes. Los
micros operadores inconscientes reprimen la economía sexual y subliman la utilidad de la represión con fines de
posición social, fundamentando las atrofias
psíquicas de los componentes de la familia cerrada. Aunque la coacción familiar
totalitaria se individualiza y se oculta a través del miedo al castigo y al
desamparo, no evita su expresión mecanizada
y autoritaria en los actos de las masas sociales automatizadas por el ejercicio
de la disciplina. La coacción familiar se apoya en la coacción de la fuerza del
Estado. La representación de las coacciones se objetivan en la en las masas sociales jerarquizadas y
fanatizadas por el líder. La cohesión de las masas se perpetúa enganchada a los
símbolos de odio y muerte.
La peste
de las emociones irracionales lleva detrás de sí la agresividad homicida. Por
esto, Klaus Mann, en la ceremonia totalitaria,
advierte que hay en los asistentes miradas de miedo y crueldad. El miedo
inconsciente a la autoridad familiar y a las leyes que relacionan las culpas
imaginarias y las expiaciones, que son la sobrexcitación psíquica a través de
las acciones agresivas de las desigualdades de clase. La culpa y el
arrepentimiento expresan la represión de las relaciones de poder de señores y siervos.
La culpa y el arrepentimiento se doblan sobre sí mismos hasta la ruptura
extenuativa de la enfermedad nerviosa. La crueldad sádica se interioriza y se manifiesta
en la barbarie de la irracionalidad totalitaria. La intensidad acusativa de la
voz autoritaria se desplaza por el inconsciente en la triada: lenguaje
instrumental, barbarie del crimen legalizado, y la percepción como verdad del
mundo deshumanizado. La conciencia totalitaria se irracionaliza al máximo con el exterminio de
los grupos opuestos a la ideología totalitaria.
2
Klaus
Mann nos describe los operadores representativos en los que se exhiben las
posiciones políticas de jerarquía totalitaria:
“El Principal Höfgen figuraba claramente entre los
favoritos del Presidente y General de la
aviación, que había conseguido el nombramiento de aquél frente a la opinión del
Ministerio de Propaganda. (…) Lo saludo y habló con él. ¿Quería demostrar el
inteligente ministro de la propaganda, ante aquella reunión de la élite
internacional que en la cumbre del gobierno alemán no había ficción ni
desacuerdo? ¡Qué los celos entre él y el ministro pertenecían a la esfera de
los cuentos macabros! ¿O es que Hendrik Höfgen -la figura más debatida de la
capital- era tan sumamente listo que sus relaciones con El Ministro de
Propaganda habían llegado a ser tan íntimas como las que mantenía con el
General de al aire? ¿Se dejaba proteger por ambos y los enfrentaba ante sí?
Algo así se podría esperar de su ya legendaria habilidad. (…) ¿Cómo está, mi
querido Höfgen?- pregunto el ministro de propaganda mientras sonreía con
amabilidad.
También el Principal sonreía, pero no abiertamente, sino
con una distinción que parecía casi dolorosa –Bien, gracias, señor ministro.
Hablaba bajo, con tono ligeramente musical y muy acentuado. El ministro no
había soltado aún su mano. ¿Puedo preguntarle por la salud de su esposa? Inquirió el Principal. Su interlocutor se
puso serio- Esta noche no se encuentra bien- y soltó la mano del consejero de
Estado y senador, quien dijo compungido:-¡Cuánto lo lamento¡ Él sabía-todos en
la sala lo sabían- que la esposa del ministro de propaganda estaba destrozada
por los celos que sentía de la esposa del Presidente del Gobierno. Puesto que
el Dictador era soltero, había sido ella, como esposa del ministro de
propaganda, la primera dama del país y
había realizado su función con gracia y dignidad. Ni su peor enemigo se lo
podía discutir. Pero apareció una tal Lotte Lindenthal, una actriz de mediana
categoría- ni siquiera era ya joven- y se casó con el gordo amante del lujo. La
esposa del Ministro de Propaganda sufrió lo indecible. ¡Se le disputaba el
rango de primera dama! ¡Otra se le anteponía!
¡Se le rendía culto a la cómica como si la propia reina Luise hubiese
resucitado! Cada vez que había un acto de honor a Lotte, la mujer del Ministro
de propaganda se disgustaba a tal punto
que le daban jaquecas. También aquella noche se había quedado en cama. (…)
Los dos dignatarios conversaban en voz baja. A su alrededor se apiñaban los
curiosos y varios fotógrafos. La mujer del fabricante de cañones susurraba a
Pierre Larue, que se frotaba encantado las pálidas, pequeñas y huesudas manos.
-Nuestro Principal y el Ministro forman una pareja
impresionante, ¿no es cierto? ¡Son
ambos atractivos! “
El ministro de propaganda y el Principal Höfgen forman un
núcleo de poder. Alrededor de ambos se establecen anillos de acercamientos
según la posición jerárquica de los asistentes. Como en una corte bizantina
cada personaje estaba previamente en la situación de dependencia exigida. Nadie
escapaba de hallarse en la posición que su rango le permitía La intriga se
imponía y marcaba la distancia mayor o menor con respecto a los detentadores
del poder político.
Por esto, Klaus Mann
nos describe los resentimientos ocultos de los personajes nucleares. La
pregunta insidiosa del Principal Höfgen al ministro de propaganda: ¿Puedo
preguntarle por la salud de su esposa? Su interlocutor se siente ofendido y
suelta la mano del consejero de Estado y Senador. El cual disimula diciendo-¡Cuánto
lo lamento¡ Klaus Mann amplía la
información: “ Él sabía-todos en la sala lo sabían- que la esposa del ministro
de propaganda estaba destrozada por los celos que sentía de la esposa del
Presidente del Gobierno.”
Los celos son sospechas de pérdidas de control en
situación de infidelidad o infelicidad de dominio.
El lenguaje se vuelve eco y rebota como amenaza:
“Puesto que el Dictador era soltero, había sido ella,
como esposa del ministro de propaganda, la primera dama del país y había realizado su función
con gracia y dignidad. Ni su peor enemigo se lo podía discutir. Pero apareció
una tal Lotte Lindenthal, una actriz de mediana categoría- ni siquiera era ya
joven- y se casó con el gordo amante del lujo. La esposa del Ministro de
Propaganda sufrió lo indecible. ¡Se le disputaba el rango de primera dama! ¡Otra se le anteponía! ¡Se le rendía culto a
la cómica como si la propia reina Luise hubiese resucitado! Cada vez que había
un acto de honor a Lotte, la mujer del Ministro de propaganda se disgustaba a
tal punto que le daban jaquecas. También
aquella noche se había quedado en cama. (…).”
La memoria del resentimiento
es una quemadura a través del lenguaje. El resentido se vuelve vengativo y es un
animal de presa que espera pacientemente su venganza.
La esposa del Ministro de Propaganda se ocultaba en la
enfermedad. Su rencor provenía de no ocupar el asiento que le correspondía en
el vodevil, en donde cada asistente deseaba ocupar el mejor lugar en la escena
de la vanidad. Se necesitaba ser visto en el lugar privilegiado para que la
jerarquía fuera eficaz en sus efectos rígidos
de permanencia.
Rebota el eco de la memoria:
“Pero apareció una tal Lotte Lindenthal, una actriz de
mediana categoría- ni siquiera era ya joven- y se casó con el gordo amante del
lujo.”¡Se le rendía culto a la cómica como si la propia reina Luise hubiese
resucitado!”
La
descripción despectiva de Klaus Mann de la mujer del gordo, amante del lujo, como
una intrusa sin categoría a la que se le rendía culto de comedianta. Lotte representaba
un papel de importante en la escenificación jerárquica, pero con unas dotes interpretativas
de escaso relieve. El reproche del espectador se esconde en los espejos deformadores
de los comediantes
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