viernes, 29 de junio de 2012

LA EXISTENCIA ESTÁ ENGASTADA EN EL TIEMPO.


Un anillo de tiempo por donde entran el calor de la emoción  y la suave inclinación al silencio.
La emoción del futuro se engasta con las flores que miran por la ventana. Hay un paréntesis que cabecea  en la mirada y en  el olor de la flor.
Es verdad. Estamos hechos de tiempo, pero de un tiempo de celebración a la espera del amor y al olvido conciliador.
No nos juntamos en los caminos, ni en las acequias de aguas tranquilas. Tal vez ya no esperamos en el sonido del agua  a los pájaros que llegan por el amanecer.   
No hay pan para los pobres ni para los echados en el sueño de la calle vigilada y sola.
Se sueña con jardines y rumores de álamos. Esos álamos que susurran húmedos escondites de pereza y laxitud. Sus hojas llaman desde arriba. Arriba, en ese cielo azul profundo de los cuadros de Chagall, que advierten de la presencia y la ausencia del misterio desconocido.  
Unas hojas desprendidas de las altas copas de los álamos traen  significados sonoros de  un Dios oculto en el flujo del agua y en el olor de la espera de Alguien, que ha de llegar para murmurarnos coplas de la aventura del destino. Ese Alguien que testimonie que al fondo de los caminos otoñales  están las manos del agua y el zureo de la paloma.
Es verdad. No podemos llegar más allá del tiempo. No acogemos al flujo del agua del río. Diría que estamos desasidos del tiempo del agua y del tiempo de viento. Pero estamos engarzados a la aventura de trascender con el sueño,  la dura advertencia de que el hombre para ser ha de encontrar la piedra del saber y la estancia del amor.  
El hombre es un ser que ríe mientras  mira la mano que lo sujeta  y lo hace bailar entre las ráfagas del viento. La mano decisiva que se termina perdiendo para que sepamos aguardar la gran espera  de la mano mutua colectiva.
De la mano de viento de la madre a la mano del humanismo de la igualdad.

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