viernes, 28 de septiembre de 2012

André Malraux: Viaje por el río (3.2)


1
Siempre insiste la inestabilidad del miedo. Estamos hechos de la mística del miedo. Ella está en la simultaneidad ambivalente de estar dentro y fuera de nosotros. Viene de la cultura autoritaria que se interioriza como conciencia. La lucha social e individual proviene de la reflexión que llega a adquirir conciencia de sí mismo. Si el miedo se vuelve resistencia, el individuo pasa de la tragedia del esclavo a la tragedia del héroe. Éste acepta el vértigo de su libertad ante el finalismo de su existencia. El miedo salta fuera para caer en la en la elección de la responsabilidad o la caída en la historia de lo mundano.  La obra de Gandhi buscaba que el individuo aprendiera a convertir el dolor de su esclavitud en libertad. Llevaba a las multitudes a la enseñanza de que el dolor es el verdadero saber del acto libre. La libertad se vive juntamente con el que esclavo para liberarlo. La libertad no es un mandato de las libertades civiles. No pertenece a las libertades sociales civiles otorgadas, sino al acto de la práctica en su realización humana.
Es previa a la continuidad del hombre, ya que es su esencia. No hay esencia predeterminada por el código del legislador. La libertad como el agua se filtra entre los dedos y deja húmeda la piel. Es pura sensación del instante. Hay un pensamiento budista que cala en acto de la libertad: la interioridad de la esencia se da en el instante. La vida es el instante. La nada sin tiempo no es responsabilidad de la libertad. Buda siempre sitúa al individuo en el límite de la elección definitiva de su yo trascendente sin la oscuridad del miedo.
2
El carácter único de la vida. Una sola vida que no marca la situación el no ser. Para el héroe la muerte es una profunda herida, pero para el hombre común la muerte es un silencio sin tiempo. La insistencia de los revolucionarios europeos y chinos era despertar a las masas orientales del sopor de la indiferencia a la historia.
Para Malraux, la angustia de la voluntad libre es un descenso por el río de la realidad y la angustia. Dice:”Parecía que la angustia debería aumentar a medida que nos acercamos a la meta. Nada de eso: el paquebote está dominado por el sopor. Hora a hora, mientras que, con las manos empapadas en sudor, costeamos, las planas orillas del río, Hong Kong se hace más real, deja de ser un nombre, un lugar cualquiera en el mar, un decorado de piedra; todos sienten penetrar en ellos la vida. Ya no hay verdadera angustia: un estado confuso en el que entremezclan la enervante regularidad del navío y la conciencia, en el interior de cada uno, de gozar sus últimos instantes  de libertad. Los cuerpos aún no están comprometidos, la inquietud no tiene nada más que un objeto abstracto. Minutos extraños, durante los que la viejas potencias animales se apoderan de todo el barco”.
La angustia, sólo tiene ante ella un objeto abstracto. No está determinada por algo real. No tiene exterioridad es un fluido de inquietud en la interioridad  de la sensibilidad.  Padecer la angustia es esperar el ataque real del enemigo. La espera blanda de la carne ante la barbarie que destruye con  gestos y  gritos. 
Para hallar lo real y abandonar el miedo de la angustia, hay que bajar el rio que llega a la realidad. Ante la realidad o eres existencia en acción o paciente fiebre del animal enrejado.
La muerte metafísica no tiene lugar en el universo revolucionario de Malraux.  Nada se  espera de la muerte. No hay reverso oscuro iluminado. La revolución coloca la combatividad de la pasión sobre la muerte. El deseo es avidez del acto que da a la vida el sentido de la presencia de la libertad en las masas depauperadas.
3
El viaje continúa. “El silencio. El silencio absoluto y las estrellas. Pasan juncos  un poco por debajo de nosotros, impulsados por la corriente que remontamos, sin un sonido, sin un rostro. No hay ya nada terrestre en estas montañas desdibujadas que nos rodean, en esta agua silenciosa y sin chapoteos, en este río muerto que se hunde en la muerte como un ciego; nada humano en esta barcas que nos cruzamos, a excepción tal vez  de las linternas que lucen a popa, tan débilmente  que casi no se reflejan…”   
El fatalismo malrauxiano de una existencia puesta en el juego para la liberación del hombre sometido en este río muerto, que se hunde en la muerte como un ciego. Nada humano en los rostros de las multitudes que atraviesan el clásico río de los muertos. En tanto la filosofía europea  pretende apartarse del racionalismo y el vitalismo,  a principios del siglo XX, para establecer la irreductibilidad del ser humano en el mundo del espíritu como elemento central de una reafirmación frente a las ciencias naturales y la revolución.
 Henri Bergson, que era judío, murió en 1941 en el ascenso imparable de sociedad europea militarizada por las revoluciones de los totalitarismos. Mientras Henri Bergson se abre a la especificad de la interioridad humana  en la memoria, conciencia y reflexión, mediante un método  que escuche la interioridad  finalista y  providencial del estudio de Dios y el ser humano como ser libre y responsable, y también se  inscribe en el registro en el que los judíos son controlados para el genocidio. Su frase de moribundo fue “quise permanecer entre aquellos que mañana será perseguidos”. La filosofía consoladora habrá de finalizar en los hornos crematorios.
Era el final de la filosofía de dios y de la conciencia libre del occidente europeo. La angustia de la existencia aplastada buscaba la memoria bergsoniana del tiempo interior. La simbólica huida de la caducidad en la  memoria interior. Memoria interior que saltase por encima de la decadencia física y ofreciera la actualización del pasado. Tal vez, la memoria de la claridad musical de Paul Verlain en los álamos transparentes, el neogótico de Antoni Gaudí, los pasajes post-impresionistas de Paul Cezanne, la poesía simbolista de Paul Valéry. La obra pura de Mallarmé de contenido intelectual y esteticista. La presión totalitaria nazi arrastraría igual que el río de la muerte. Mientras la lucha revolucionaria en Asia Oriental se enfrentaba a la permanencia o la extinción de los conflictos antagónicos de de explotación del hombre. Las clases sociales lucharían durante decenios por la distribución de la riqueza y del poder de la minoría dominante y de la mayoría dominada.
Dice Malraux: los prefiero, pero únicamente porque son los vencidos. Sí, en conjunto tienen mayor razón. Más humanidad que los otros: virtudes de vencidos. Lo que es bien seguro es que siento un odio asqueado por la burguesía de la que procedo. Pero en lo que respecta a los otros, sé muy bien que se volverán abyectos tan pronto como hayamos triunfado juntos… Lo único que tenemos en común en esta lucha  y eso está  mucho más claro.”  El personaje de Malraux explica las razones por las que se entrega a la revolución  China. La mayoría de los intelectuales burgueses de los círculos de intelectuales rusos estaban asqueados de su vida. “Mi vida no me interesa. Y Si me matan se acaba la cuestión. La revolución se vuelve metafísica en su finalidad, puesto que los revolucionarios se volverán abyectos tan pronto como hayan triunfado. Se anticipa la contrarrevolución interior de la burocracia revolucionaria que traerá el final de la revolución rusa.

No hay comentarios: