1
Siempre insiste la inestabilidad del miedo. Estamos
hechos de la mística del miedo. Ella está en la simultaneidad ambivalente de
estar dentro y fuera de nosotros. Viene de la cultura autoritaria que se
interioriza como conciencia. La lucha social e individual proviene de la
reflexión que llega a adquirir conciencia de sí mismo. Si el miedo se vuelve
resistencia, el individuo pasa de la tragedia del esclavo a la tragedia del
héroe. Éste acepta el vértigo de su libertad ante el finalismo de su existencia.
El miedo salta fuera para caer en la en la elección de la responsabilidad o la
caída en la historia de lo mundano. La
obra de Gandhi buscaba que el individuo aprendiera a convertir el dolor de su
esclavitud en libertad. Llevaba a las multitudes a la enseñanza de que el dolor
es el verdadero saber del acto libre. La libertad se vive juntamente con el que
esclavo para liberarlo. La libertad no es un mandato de las libertades civiles.
No pertenece a las libertades sociales civiles otorgadas, sino al acto de la
práctica en su realización humana.
Es previa a la continuidad del hombre, ya que es su
esencia. No hay esencia predeterminada por el código del legislador. La
libertad como el agua se filtra entre los dedos y deja húmeda la piel. Es pura
sensación del instante. Hay un pensamiento budista que cala en acto de la
libertad: la interioridad de la esencia se da en el instante. La vida es el
instante. La nada sin tiempo no es responsabilidad de la libertad. Buda siempre
sitúa al individuo en el límite de la elección definitiva de su yo trascendente
sin la oscuridad del miedo.
2
El carácter único de la vida. Una sola vida que no marca la
situación el no ser. Para el héroe la muerte es una profunda herida, pero para
el hombre común la muerte es un silencio sin tiempo. La insistencia de los
revolucionarios europeos y chinos era despertar a las masas orientales del sopor
de la indiferencia a la historia.
Para Malraux, la angustia de la voluntad libre es un
descenso por el río de la realidad y la angustia. Dice:”Parecía que la angustia
debería aumentar a medida que nos acercamos a la meta. Nada de eso: el
paquebote está dominado por el sopor. Hora a hora, mientras que, con las manos
empapadas en sudor, costeamos, las planas orillas del río, Hong Kong se hace
más real, deja de ser un nombre, un lugar cualquiera en el mar, un decorado de
piedra; todos sienten penetrar en ellos la vida. Ya no hay verdadera angustia:
un estado confuso en el que entremezclan la enervante regularidad del navío y
la conciencia, en el interior de cada uno, de gozar sus últimos instantes de libertad. Los cuerpos aún no están
comprometidos, la inquietud no tiene nada más que un objeto abstracto. Minutos
extraños, durante los que la viejas potencias animales se apoderan de todo el
barco”.
La angustia, sólo tiene ante ella un objeto abstracto. No
está determinada por algo real. No tiene exterioridad es un fluido de inquietud
en la interioridad de la
sensibilidad. Padecer la angustia es
esperar el ataque real del enemigo. La espera blanda de la carne ante la
barbarie que destruye con gestos y gritos.
Para hallar lo real y abandonar el miedo de la angustia,
hay que bajar el rio que llega a la realidad. Ante la realidad o eres
existencia en acción o paciente fiebre del animal enrejado.
La muerte metafísica no tiene lugar en el universo revolucionario
de Malraux. Nada se espera de la muerte. No hay reverso oscuro iluminado.
La revolución coloca la combatividad de la pasión sobre la muerte. El deseo es
avidez del acto que da a la vida el sentido de la presencia de la libertad en las
masas depauperadas.
3
El viaje continúa. “El silencio. El silencio absoluto y
las estrellas. Pasan juncos un poco por
debajo de nosotros, impulsados por la corriente que remontamos, sin un sonido,
sin un rostro. No hay ya nada terrestre en estas montañas desdibujadas que nos
rodean, en esta agua silenciosa y sin chapoteos, en este río muerto que se
hunde en la muerte como un ciego; nada humano en esta barcas que nos cruzamos,
a excepción tal vez de las linternas que
lucen a popa, tan débilmente que casi no
se reflejan…”
El fatalismo malrauxiano de una existencia puesta en el
juego para la liberación del hombre sometido en este río muerto, que se hunde
en la muerte como un ciego. Nada humano en los rostros de las multitudes que
atraviesan el clásico río de los muertos. En tanto la filosofía europea pretende apartarse del racionalismo y el
vitalismo, a principios del siglo XX,
para establecer la irreductibilidad del ser humano en el mundo del espíritu
como elemento central de una reafirmación frente a las ciencias naturales y la
revolución.
Henri Bergson, que era judío, murió en 1941 en el
ascenso imparable de sociedad europea militarizada por las revoluciones de los
totalitarismos. Mientras Henri Bergson se abre a la especificad
de la interioridad humana en la memoria,
conciencia y reflexión, mediante un método que escuche la interioridad finalista y
providencial del estudio de Dios y el ser humano como ser libre y
responsable, y también se inscribe en el
registro en el que los judíos son controlados para el genocidio. Su frase de
moribundo fue “quise permanecer entre aquellos que mañana será perseguidos”. La
filosofía consoladora habrá de finalizar en los hornos crematorios.
Era
el final de la filosofía de dios y
de la conciencia libre del occidente europeo. La angustia de la existencia
aplastada buscaba la memoria bergsoniana del tiempo interior. La simbólica huida
de la caducidad en la memoria interior. Memoria
interior que saltase por encima de la decadencia física y ofreciera la
actualización del pasado. Tal vez, la memoria de la claridad musical de Paul
Verlain en los álamos transparentes, el neogótico de Antoni Gaudí, los pasajes
post-impresionistas de Paul Cezanne, la poesía simbolista de Paul Valéry. La
obra pura de Mallarmé de contenido intelectual y esteticista. La presión
totalitaria nazi arrastraría igual que el río de la muerte. Mientras la lucha
revolucionaria en Asia Oriental se enfrentaba a la permanencia o la extinción de
los conflictos antagónicos de de explotación del hombre. Las clases sociales
lucharían durante decenios por la distribución de la riqueza y del poder de la
minoría dominante y de la mayoría dominada.
Dice Malraux: los prefiero, pero únicamente porque son
los vencidos. Sí, en conjunto tienen mayor razón. Más humanidad que los otros:
virtudes de vencidos. Lo que es bien seguro es que siento un odio asqueado por
la burguesía de la que procedo. Pero en lo que respecta a los otros, sé muy
bien que se volverán abyectos tan pronto como hayamos triunfado juntos… Lo
único que tenemos en común en esta lucha
y eso está mucho más claro.” El personaje de Malraux explica las razones
por las que se entrega a la revolución
China. La mayoría de los intelectuales burgueses de los círculos de
intelectuales rusos estaban asqueados de su vida. “Mi vida no me interesa. Y Si
me matan se acaba la cuestión. La revolución se vuelve metafísica en su
finalidad, puesto que los revolucionarios se volverán abyectos tan pronto como
hayan triunfado. Se anticipa la contrarrevolución interior de la burocracia
revolucionaria que traerá el final de la revolución rusa.
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