domingo, 6 de enero de 2013

El hacer humano y el sentido de existir.


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Tal vez  no queden los símbolos bienhechores de los días tranquilos del amante y del amado. O tal vez haya algún árbol en un parquecillo urbano donde haya palomas. Allí, para volver a encontrarse es el hábito de saberse esperar en lo inesperado. Si nos pudiéramos ver todos los días por la costumbre del nombre, por un hoy iluminado en lo existente de los  demás.
Se diría que hacemos nuestro Hacer. Se necesita convertir el fluido de la libertad pura en un “algo exterior”, que nos dé la consistencia del ser prendido en el quehacer y el lenguaje.  La expresión verbal  que quiere del amor para existir en una trascendencia de la humanidad que espera.
 Es el hacer de la mano y la palabra para situarse dentro de la historia cotidiana. Hacerse humano por la positividad que se impone sobre la necesidad natural del no ser. El hábito de vivir resiste por la voluntad de hacer  de la persistencia una categoría humanizada. Un reproducir la existencia con el hacer el ser: la conversión de la conciencia en una existencia exterior  que da confines de certeza. No, un reflejo en el espejo con el  devenir del tiempo, sino dar la mano que hace y la palabra musical que se entrega por los vericuetos de la tragicomedia. Reír y llorar. No convertir la risa en mueca ni el llanto en destino.  El ser del hombre se hace en la ambigüedad. La ambigüedad en la determinación de hacer la existencia confusamente. Pero la existencia es la libertad interior y también a la fatalidad exterior. El hombre es tiempo que modifica la subjetividad y los hechos de su hacer. Nadie puede arrojar su tiempo fuera de sí. Es una agarradera que mantiene las fidelidades del hacer que hacen el ser.
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El individuo que se suicida, quemando su cuerpo, ha querido detenerse en su tiempo relativo en acto absoluta negación. Su vida no fue una síntesis, sino la negación de su ser. La no existencia se separa del tiempo histórico para mostrar su transgresión. Quien transgrede violenta su esencia mostrando la inutilidad de la existencia. La inutilidad de relaciones sociales ante la desesperación del grito. No poseer historia es dar un grito que avisa de su ausencia. El hombre rebelde expone su vida buscando el salto a una trascendencia moral o metafísica. Quiere que el acto humano sea ético, que la sociedad haga de cada individuo la convivencia colectiva. Pero el individuo suicida hace de su rebeldía la renuncia del ser para no existir. Se envuelve sobre sí mismo, con la red del sentimiento, profanando la cotidianidad exigente de las circunstancias oscuras, que florecen como niebla de descampados o de favelas. Un individuo pobre y en soledad se quema a lo bonzo frente a un hospital. Muere de las quemaduras. No logra soportar la esclavitud de la pobreza. Ese extremo del desaliento del animal, que persigue las sombras paseantes por la calle. O acaso la mano abierta y vacía que se entrega al viandante apresurado.
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El no ser radical del individuo se abre en el girasol de la crisis social. La luz de la crisis social es metafóricamente  oscura. No da perspectiva a la existencia. Y esta falta de perspectiva deja al individuo quieto en la penumbra, obligándolo a la espera de la voluntad ajena o al desesperado acontecimiento de la huida al exilio. Hay que salir del ensimismamiento del abandono para hacerse. El individuo se produce para renovar su existencia. Es la lucha de la carencia y  la necesidad. El individuo es un ser carente. De esta carencia se produce a sí mismo para permanecer. Su existencia está fuera y es un objeto que se debe dar fuera en las relaciones sociales de producción. El individuo está siempre con los otros. La producción y el lenguaje provienen de las relaciones sociales. Si queda abandonado a la indigencia, a su falta de reproducir las condiciones de  su existencia, se quiebra en la falta de convicción de ser en tanto vive. El tiempo desafortunado de la historia arrastra la querencia fuera del lugar conocido. La angustia del individuo se aferra a sus propuestas ilusionantes. Se queda con la finalidad. El finalismo exige que se cumplan las condiciones materiales y mentales de la supervivencia. Sin la finalidad de las relaciones sociales, que se dan en soporte de las experiencias por las que el individuo es un ser para la vida, así la perspectiva de la existencia está despojada de futuro. La existencia deviene en absoluto presente de la carencia. El ser para otros implica la relación objetiva de pertenecerse a la vez que se liga a la unidad compleja de vivirse fuera. Además, está relación de convivencia se vuelve necesariamente homogénea y unitaria, ya que el individuo es un ser objetivo para sí mismo y para el Otro que te ve y hace contigo.  Si alguien se escapa del hacer con los demás, se hunde en el extrañamiento de solipsismo. Se pierde en la bocanada fría de la Nada. Ser para la Nada es ser para la muerte. La existencia se deshilacha de su tiempo real y se vuelve imaginaria. El imaginario no pertenece al tiempo de su historia. Ser uno mismo es ser libre en la comunidad. Ser uno mismo es un estar en el hacer común. El individuo Único es el anzuelo para el despotismo  del Uno sobre Todos.
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También el acto del suicida es la exaltación desesperada, pero no del ser Único sino del ser segregado. El segregado está al borde de la desesperación. Al segregado se le marca con símbolos externos para darle identificación. La marca niega la pertenencia. La existencia del negado desposee de identificaciones colectivas. La pobreza margina hasta el suicidio. El individuo que se rocía de gasolina y se prende está dentro de la sociedad. Las llamas que lo consumen pertenecen a los seres que marcan identificaciones.
La brutalidad económica es simple. Si no  se entrega tiempo de producción por un precio salario no se obtiene el cambio de la necesidad por la permanencia de existir. El pago por el gasto humano de energía es el precio del salario. Un empleador utiliza el trabajo humano para producir un valor útil de uso y una ganancia monetaria. El cuerpo se vuelve materia para su uso en la producción. Un individuo fuera del valor de uso de su trabajo está en la marginalidad. No tiene valor de compra su trabajo. El mercado de las mercancías no le atribuye ni valor de uso ni valor de cambio. En el sistema capitalista  la utilidad de las cosas es su precio de mercado. Los precios en dinero determinan los comportamientos estimativos del valor de producción  y la marginalidad de los valores de uso no utilizados en el proceso de producción. Los salarios al igual que la lluvia se vuelven bienes gratuitos al no ser necesarios para los intercambio de mercancías por dinero. La mercancía se vuelve dinero en el mercado monetario. El dinero es un valor de permanencia de individuo en la existencia. El proceso de la energía humana potencial a la energía que se materializa en la mercancía. Ciclo de la mercancía dinero en la que individuo existe por el acto de producir el valor del salario. El dinero es el equivalente universal del intercambio de mercancías por dinero. Una existencia  potencial que no se aplica carece de eficiencia económica y por tanto es residual al proceso de producción de mercancías.  Se consume la existencia en el trabajo al igual que los medios de producción,  naturales y mecánicos. El desgate del uso envejece hasta lo residual. Lo residual es aquello que carece de cambio monetario. El dinero no compra lo marginal al proceso de producción. Los individuos residuos por la energía trabajo acumulada y gastada. El dinero reorganiza el cambio y circulación de energía humana y maquinal  para que se materialice en mercancías cambiables en un mercado de precios competitivos y centralizados. El hombre es una energía física y mental que se concreta en el valor de producción de las  mercancías cuyos precios se reabsorben a través del dinero. El paso del hombre mercancía a hombre libre de precio requiere la transformación de la sociedad humana en seres  productivos sin valores de cambio monetarios. Individuos activos y libres   sin mediación del cambio monetario, que no haya energía humana vendida por energía dinero. Si el mercado de trabajo mercancía se contrae, el individuo carece de venta monetario y estará marginado. No hay dinero que se invierta en la mercancía trabajo. La marginalidad del individuo desprovista de venta se amplía a grandes masas humanas que sólo disponen de su energía potencial de aceptación y desesperación.

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