1
Tal vez no queden
los símbolos bienhechores de los días tranquilos del amante y del amado. O tal
vez haya algún árbol en un parquecillo urbano donde haya palomas. Allí, para
volver a encontrarse es el hábito de saberse esperar en lo inesperado. Si nos
pudiéramos ver todos los días por la costumbre del nombre, por un hoy iluminado
en lo existente de los demás.
Se diría que hacemos nuestro Hacer. Se necesita convertir
el fluido de la libertad pura en un “algo exterior”, que nos dé la consistencia
del ser prendido en el quehacer y el lenguaje.
La expresión verbal que quiere
del amor para existir en una trascendencia de la humanidad que espera.
Es el hacer de la
mano y la palabra para situarse dentro de la historia cotidiana. Hacerse humano
por la positividad que se impone sobre la necesidad natural del no ser. El
hábito de vivir resiste por la voluntad de hacer de la persistencia una categoría humanizada.
Un reproducir la existencia con el hacer el ser: la conversión de la conciencia
en una existencia exterior que da
confines de certeza. No, un reflejo en el espejo con el devenir del tiempo, sino dar la mano que hace
y la palabra musical que se entrega por los vericuetos de la tragicomedia. Reír
y llorar. No convertir la risa en mueca ni el llanto en destino. El ser del hombre se hace en la ambigüedad.
La ambigüedad en la determinación de hacer la existencia confusamente. Pero la
existencia es la libertad interior y también a la fatalidad exterior. El hombre
es tiempo que modifica la subjetividad y los hechos de su hacer. Nadie puede
arrojar su tiempo fuera de sí. Es una agarradera que mantiene las fidelidades
del hacer que hacen el ser.
2
El individuo que se suicida, quemando su cuerpo, ha
querido detenerse en su tiempo relativo en acto absoluta negación. Su vida no
fue una síntesis, sino la negación de su ser. La no existencia se separa del
tiempo histórico para mostrar su transgresión. Quien transgrede violenta su
esencia mostrando la inutilidad de la existencia. La inutilidad de relaciones
sociales ante la desesperación del grito. No poseer historia es dar un grito
que avisa de su ausencia. El hombre rebelde expone su vida buscando el salto a
una trascendencia moral o metafísica. Quiere que el acto humano sea ético, que
la sociedad haga de cada individuo la convivencia colectiva. Pero el individuo
suicida hace de su rebeldía la renuncia del ser para no existir. Se envuelve
sobre sí mismo, con la red del
sentimiento, profanando la cotidianidad exigente de las circunstancias oscuras,
que florecen como niebla de descampados o de favelas. Un individuo pobre y en
soledad se quema a lo bonzo frente a un hospital. Muere de las quemaduras. No
logra soportar la esclavitud de la pobreza. Ese extremo del desaliento del
animal, que persigue las sombras paseantes por la calle. O acaso la mano
abierta y vacía que se entrega al viandante apresurado.
3
El
no ser radical del individuo se abre en el girasol de la crisis social. La luz de la crisis social es metafóricamente
oscura. No da perspectiva a la
existencia. Y esta falta de perspectiva deja al individuo quieto en la penumbra,
obligándolo a la espera de la voluntad ajena o al desesperado acontecimiento de
la huida al exilio. Hay que salir del ensimismamiento del abandono para hacerse.
El individuo se produce para renovar su existencia. Es la lucha de la carencia
y la necesidad. El individuo es un ser
carente. De esta carencia se produce a sí mismo para permanecer. Su existencia
está fuera y es un objeto que se debe dar fuera en las relaciones sociales de
producción. El individuo está siempre con los otros. La producción y el
lenguaje provienen de las relaciones sociales. Si queda abandonado a la
indigencia, a su falta de reproducir las condiciones de su existencia, se quiebra en la falta de
convicción de ser en tanto vive. El tiempo desafortunado de la historia
arrastra la querencia fuera del lugar conocido. La angustia del individuo se
aferra a sus propuestas ilusionantes. Se queda con la finalidad. El finalismo exige
que se cumplan las condiciones materiales y mentales de la supervivencia. Sin
la finalidad de las relaciones sociales, que se dan en soporte de las
experiencias por las que el individuo es un ser para la vida, así la
perspectiva de la existencia está despojada de futuro. La existencia deviene en
absoluto presente de la carencia. El ser para otros implica la relación objetiva
de pertenecerse a la vez que se liga a la unidad compleja de vivirse fuera.
Además, está relación de convivencia se vuelve necesariamente homogénea y
unitaria, ya que el individuo es un ser objetivo para sí mismo y para el Otro
que te ve y hace contigo. Si alguien se
escapa del hacer con los demás, se hunde en el extrañamiento de solipsismo. Se
pierde en la bocanada fría de la Nada. Ser para la Nada es ser para la muerte.
La existencia se deshilacha de su tiempo real y se vuelve imaginaria. El
imaginario no pertenece al tiempo de su historia. Ser uno mismo es ser libre en
la comunidad. Ser uno mismo es un estar en el hacer común. El individuo Único
es el anzuelo para el despotismo del Uno
sobre Todos.
4
También el acto del suicida es la exaltación desesperada,
pero no del ser Único sino del ser segregado. El segregado está al borde de la
desesperación. Al segregado se le marca con símbolos externos para darle identificación.
La marca niega la pertenencia. La existencia del negado desposee de
identificaciones colectivas. La pobreza margina hasta el suicidio. El individuo
que se rocía de gasolina y se prende está dentro de la sociedad. Las llamas que
lo consumen pertenecen a los seres que marcan identificaciones.
La brutalidad económica es simple. Si no se entrega tiempo de producción por un precio
salario no se obtiene el cambio de la necesidad por la permanencia de existir.
El pago por el gasto humano de energía es el precio del salario. Un empleador
utiliza el trabajo humano para producir un valor útil de uso y una ganancia
monetaria. El cuerpo se vuelve materia para su uso en la producción. Un
individuo fuera del valor de uso de su trabajo está en la marginalidad. No
tiene valor de compra su trabajo. El mercado de las mercancías no le atribuye
ni valor de uso ni valor de cambio. En el sistema capitalista la utilidad de las cosas es su precio de
mercado. Los precios en dinero determinan los comportamientos estimativos del
valor de producción y la marginalidad de
los valores de uso no utilizados en el proceso de producción. Los salarios al
igual que la lluvia se vuelven bienes gratuitos al no ser necesarios para los
intercambio de mercancías por dinero. La mercancía se vuelve dinero en el
mercado monetario. El dinero es un valor de permanencia de individuo en la
existencia. El proceso de la energía humana potencial a la energía que se
materializa en la mercancía. Ciclo de la mercancía dinero en la que individuo existe
por el acto de producir el valor del salario. El dinero es el equivalente
universal del intercambio de mercancías por dinero. Una existencia potencial que no se aplica carece de
eficiencia económica y por tanto es residual al proceso de producción de
mercancías. Se consume la existencia en
el trabajo al igual que los medios de producción, naturales y mecánicos. El desgate del uso
envejece hasta lo residual. Lo residual es aquello que carece de cambio
monetario. El dinero no compra lo marginal al proceso de producción. Los individuos
residuos por la energía trabajo acumulada y gastada. El dinero reorganiza el
cambio y circulación de energía humana y maquinal para que se materialice en mercancías cambiables
en un mercado de precios competitivos y centralizados. El hombre es una energía
física y mental que se concreta en el valor de producción de las mercancías cuyos precios se reabsorben a
través del dinero. El paso del hombre mercancía a hombre libre de precio requiere
la transformación de la sociedad humana en seres productivos sin valores de cambio monetarios.
Individuos activos y libres sin mediación del cambio monetario, que no
haya energía humana vendida por energía dinero. Si el mercado de trabajo
mercancía se contrae, el individuo carece de venta monetario y estará marginado.
No hay dinero que se invierta en la mercancía trabajo. La marginalidad del
individuo desprovista de venta se amplía a grandes masas humanas que sólo
disponen de su energía potencial de aceptación y desesperación.
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