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El individuo es relativo a sus circunstancias. Aquél
cuyas circunstancias lo absorben, en la cotidianidad de hacerse así mismo en la
inseguridad de carecer, lo vuelven relativo. Es decir, de un tiempo y un lugar
concretos. La existencia se hace en las relaciones defensivas contra los
dominantes. El individuo no debe esparcir su dignidad en el abandono de la
huida, como si ésta fuera la salida de un animal atrapado. Las galerías carcelarias
penan la huida del individuo de su condición absoluta, de hombre expuesto a la
dignidad del peligro. No es un individuo absoluto, sino mediador del hacer de
su existencia. Una existencia que certifica el conocimiento de su destino. El
individuo circunstancialmente tensas facciones de su orgullo. El desplante delante
de un espejo oval y con una máscara de yeso. La máscara de yeso no es gratuita,
no algo así como un zapato viejo
que se usa o la imaginación mágica de la
máscara de oro del déspota Agamenón, el Aqueo.
El espejo oval y el individuo están dentro de la
oscuridad de la irracionalidad y del sentimiento, dentro de la alegoría metafísica
que augura la historia salvavidas de un destino trascendente. La historia
trascendente, un inactual imaginario de penumbra gris, pesadillas, gritos
obscenos, puertas caídas y cristales de las ventanas rotas. Entre el espejo y
el individuo pudiera haber ratos de desolación, gesticulación sordomuda. El
griterío difuso de los discos rayados, las esquilas de los viejos bueyes que
cargan con el tiempo pasado, El tiempo que van lamiendo con su lengua áspera el
polvo de caminos pegados a los poemas, la poesía de los caminos de polvo y las alamedas de sucia
sangre. Se diría que el paisaje es la intrahistoria de una comunidad devastada
por la espada, la liturgia del oro y la palabra musitada que se eleva irreal a
la divinidad hueca. La esperanza sin
tiempo se sustenta en el hacer del
hombre al tiempo infernal de los hacedores de muerte. En estas condiciones de
abandono, no hay impulso violento que levante la piel de los que se han perdido
ni de arañar el caparazón del
indiferente, ni de escupir contra los muros encalados de las premoniciones de
muerte. No hay entonces tiempo creativo, porque la conformidad enraíza ausencias de vida. La
ausencia de tiempo está cortada por una serie infinita de momentos instantáneos,
donde se percibe la extrema debilidad agonizante de un pájaro, si acaso, las
marcas de la tortura, las gomas de las ruedas de los camiones, los raíles del
tren. Es un campo de concentración lo que está delante de la imaginación del
acto consciente. Los gases tóxicos se mantienen en el agua de las duchas. Se da
el instante de la mano del verdugo que abre la llave del gas. La figura que
llega del espejo es la del enigma del individuo que se ha escondido por miedo detrás
de la máscara de yeso. En él, no habrá una apuesta de permanencia, sino la
muerte. Es una apuesta en la eternidad carente de historia. No puede suceder
que haya luz. Las huellas de la ignominia
permanecen en la cal húmeda donde las ratas roen cristales de botellas
rotas, mezcladas con yeso seco, para evitar que salgan a exterior y muerdan las
caras dormidas. Rimbaud escribió un poemario sobre su estancia en el infierno. El
infierno está en nosotros. Las grandes multitudes excluidas del siglo XX han
estado en el Infierno y salieron de él. En el Infierno griego, los hombres eran
sombras de los que habían sido. Jamás escaparían de su estado inexistente. La
sustancia del ser se había escapado como
el olor de jazmín. La sustancia del ser es el tiempo. Sin tiempo hay Nada. El
gas tóxico fluye hasta el infierno o da su sustancia sombreada a la escritura
del pasaje del terror, de hombre sometido al destino del amo. El amo que no
deja ninguna página escrita, sino el estigma absoluto de la tortura en la
conciencia desgraciada. El llanto oscuro que no se escucha. A veces, en las
noches del insomnio largo, llega el llanto del niño torturado. El llanto no
define el lugar donde llora el niño. Ese lugar se queda oculto como una
quemadura en la conciencia. Nadie verá la quemadura. La vergüenza del individuo
maltratado se lleva acaso en la mirada perdida del transeúnte, que pasea las
calles de la ciudad. Será ocurrencia que se halle en la mirada del que sufre y en
la mirada del que comprende. Los mirlos que llegan por la tarde se detienen en
las antenas que comunican al individuo con otra voz desconcertada. La ausencia
es la oportunidad de que aparezca el acontecimiento, que determine el grafiti en
el muro. Una mancha de color que
emborrone para que el sinsentido del
individuo maltratado aparezca o no. En una situación de final pudiera haber la
fuga en un acto radical de dejar el mundo, del que individuo ha sido arrojado
para luego ser torturado. La máscara de yeso convierte lo puro en incierto como
la repetición múltiple y geométrica del anonimato. Unitaria geometría del
desconsuelo, enorme espacio blanco seriado con una aproximación cualitativa que
se aproxima al infinito.
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El infinito se expande en los límites del espejo y de la
Nada. Nunca se sabrá si espejo es una
categoría histórica de la crueldad o un símbolo que expandió el infierno. La máscara
de yeso invita a hablar de seres ocultos que apuestan su riesgo a la sinceridad. Se enmascaran pudiendo ser en su ocultamiento
héroes vencidos. La indefinición es la espera en una esquina de una calle
estrecha y larga. La apuesta existencial por un dios enmascara la desdicha del
que pregunta, su angustia incesante de querer ser y no ser en la espera de la salvación pascaliana. La
apuesta cínica del privilegio de ganar todo y no perder nada. La máscara de yeso podría ser el proletario
de las minas de diamantes sudafricanas y el guardián que dispara a los
huelguistas. Todo confuso. La máscara de yeso en su encubrimiento es una
antinomia. En la actualidad, proviene de la falta de verdad que mueve la voluntad
del individuo. Pero ciertamente, por historia, a pesar de su ambigüedad, está
frente del espejo camusiano que arroja a Calígula a la basurero de la historia.
La historia es una penumbra sin sujeto y por tanto la pregunta por la identidad
es necesaria.
Aunque la comprensión mental de la realidad implica la angustia
y la negación del sentido de la vida, el imperativo moral de averiguar quién
está detrás de la máscara implica la sumisión o la revolución sobre el sentido
de su vida. En este tiempo presente, los grandes enfrentamientos heroicos se
dan entre máscaras de yeso y el lenguaje errático de la rebelión. La solución
de la contradicción va desde la máscara de yeso al espejo. Si el individuo
rompe el espejo se caería su máscara. Sería la síntesis de ambos. La
destrucción de la ideología la encubre la manifiesta ruptura de la máscara de
yeso. El espejo sería la ideología y la máscara de yeso, pero también la posibilidad de la autenticidad humanizada. La rebelión es un tercer actor, que hace que
surja del espejo el significado concreto de la insumisión del esclavo al amo.
En la destrucción de la alienación, se muestra el sufrimiento real del hombre.
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La alienación de una máscara es una pieza de cartón, tela
y yeso, puesta sobre la cara para ocultar o protegerse de algo. Sirve para protegerse de un peligro conocido,
algo que está fuera y que no capta el espejo. El individuo que está arrojado al
mundo necesariamente debe cubrirse con su máscara por el peligro que lo guarda
en forma de algo que habrá de suceder y él ignora. Debería saltar contra el
espejo y atravesarlo en una actitud que rehúya la unión del ser del hombre con
el ser del mito. Si el mito de la
cultura habría de tapar la desnudez de la contradicción del individuo y la
cultura, la máscara de yeso ya habrá sido el espejo en una relación social de
necesidad y alienación mitológica. Si hay un acaso sería que la libertad del individuo fuese la
máscara de yeso y el espejo que se reflejan mutuamente. Tiene que haber un
asalto de la máscara sobre el espejo. Del individuo contra su alienación, de su
separación de sí mismo, del ser imaginario que se refleja en el espejo. La
ruptura de su alienación debería servir para alcanzar las contradicciones
reales que lo sujetan a su máscara y a su imagen en el espejo. Es decir,
tendría que hacer su historia económica para alcanzar la producción real de su
existencia. El ser real es un ser sin espejos que confirmen su alienación. La
simbología del espejo describe los límites de su alienación, que son límites de
su realidad. El individuo se enmascara al no reconocer la alienación como
efecto de su contradicción real de existencia y cultura. El individuo se quita la
máscara y se halla en medio de la autenticidad. Pero a la vez, adquiere su
propia responsabilidad de existir sin la mitología alienante del espejo. El
peligro no se da en la desnudez, sino en la máscara que espera el ilusionismo
irreal del espejo. El individuo sin máscara tiene que producir las condiciones
de su existencia, aunque en ella se dé el peligro de la recaída en la inautenticidad. El ser
autentico se lame las heridas de su realidad y no las proyecta en forma de mito
ideológico en la reflexión del espejo de la Nada. Tener una existencia propia
es saber producirse como realidad. El trabajo del individuo es superar el
laberinto de ratón de su situación material y de la necesidad carente, que le
origina las dudas del sentido de su existencia. Debe producir su existencia para
estar vivo. Vivir es ser capaz de producir tu vida. Ser una producción de bienes
que crezcan en un excedente económico social. Una proporción mayor que el
propio consumo inmediato. El ser sin máscara es generoso con el esfuerzo de su trabajo
realizado. Producir más, con la misma cantidad de trabajo, en el mismo tiempo, en
un nivel específico de la situación tecnológica. De esta manera, el individuo
se une la técnica y a la productividad y al excedente económico que transfiere su humanidad a los demás. La
tecnología depende de la ciencia, pero la ciencia puede retrasarse, en sus aplicaciones
efectivas, por causa de las restricciones ideológicas del mito del hombre
cubierto con la máscara de yeso y el espejo mitológico del poder social de
dominio. La perpetuación de la condición humana se hace y no se mitifica en el
individuo que se ha escondido en la máscara de yeso. Para llegar a la sociedad
de hombres sin máscara, hay que abrir la producción de la existencia al
conocimiento y práctica-teórica de las
leyes naturales y sociales.
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