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El individuo está cifrado.
Está hecho de fechas. Éstas lo determinan y agobian. Cada día es una fecha que
se repite, que incide en dejarlo atrapado en el laberinto de los números de su
vida. Es un tren que va deteniéndose hasta llegar a la vía muerta. Allí donde
hay yerbajos de recuerdos y en tiempos de lluvia el sol de la clarividencia, también los jaramagos
amarillo de cera y canarios de goma. La inquietud de vivir se calma con los
números positivos que aumentan y disminuyen en los depósitos de dinero. La
adicción a tener marcas de avaricia en el rostro imbécil de los poseedores de fortunas.
Ellos no son ricos hasta que la curva marginal de la eficiencia del capital acumulado
crece hasta la saturación. A mayores cantidades de dinero mayor gradación
psicológica negativa de la infelicidad del lujo. Los poseedores de gastos no
ahorran. Sin dinero no hay gastos. Sí deudas. Gastan si tienen dinero o deudas.
Están sometidos a la ley creciente de la insuficiencia de recursos económicos. La concentración de capital y de renta es
creciente en los ricos mientras que en el polo opuesto de los pobres crece la pobreza. A los individuos trabajadores
no se les compra su fuerza de trabajo o la vende por debajo del mínimo vital.
Son los individuos sometidos al día final de la fe de la abundancia. Están ahí.
Son millones de individuos que entran en las urbes para encontrar trabajo. En
un movimiento emigratorio que llena los arrabales suburbiales de marginados que
huyen de la inanición. Están desorientados, cogidos a los contactos de los móviles. En cada llamada salta la liebre
de la noticia. Un no o un sí. El lenguaje en dos monosílabos. Si hay trabajo,
no hay trabajo. Un código binario. Los contactos decrecen y permanece el código
binario. La
no producción de empleo fluye y la circulación-velocidad de la masa monetaria
se contrae hasta que los precios de las mercancías no realizan las ganancias
por el decrecimiento de los precios de venta. La crisis económica desequilibra
el equilibrio de la oferta y demanda monetaria. La máquina teórica económica de K.Wickell: Una
máquina simple, “El procedimiento
es más bien simple: en la medida que los precios permanezcan sin cambiar la
tasa de interés de los bancos debe permanecer sin cambiar. Si los precios
aumentan, la tasa de interés de los bancos debe aumentar y si los precios caen,
la tasa de interés debe ser disminuida y a partir de ese momento mantenida a
ese nuevo nivel hasta que una nueva modificación de los precios demande una
nueva modificación del interés en una dirección o la otra" “Dado que, de
hecho, la economía (y la población) está creciendo, ese crecimiento se financia
con crédito o dinero creado de la nada por
las autoridades financieras y los bancos. Siempre y cuando ese dinero se preste
a la misma tasa de interés normal, los precios se mantendrán.”
Ahora el marcador flujo de la máquina de hacer dinero a la
deflación de los precios y al aumento de la cantidad de dinero a inyectar de
liquidez al sistema financiero. Para evitar la baja de precios de los productos
financieros del mercado de valores especulativos.
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La
máquina económica entra en las vía muerta de la escasez de inversión y el aumento
del ahorro de los ricos espera un aumento de la tasa de interés para comparar
la propensión marginal a mantener liquidez y el interés hasta que la ineficiencia
del ahorro obligue a la disminución de la liquidez y a la inversión. Eficiencia
psicológica de mantener la no liquidez de dinero varía en razón directa al aumento de la
rentabilidad de los activos líquidos o semilíquidos, depósitos y valores de capital,
empujados por bajas tasas de interés, con grandes ofertas de dinero barato por
los órganos económicos -financieros, que se inyectan en los circuitos de acumulación
de capital especulativo. Las máquinas de fabricación de dinero se conectan a las máquinas de
diferencias gananciales especulativas. El dinero consume dinero hasta que el
hastío de su función acumulativa y circulatoria produce las náuseas de la
seguridad de la avaricia. Las máquinas impresoras de estampitas estatales son
útiles sin hay recurso de capital sin utilizar a precios altos de monopolio. La
máquina dinero se acopla a la máquina inversión de excedente y a la máquina de
trabajo con precios mínimos de contratación. Si no hay recursos naturales ni
humanos sin utilizar la máquina dinero
sube los precios con una producción baja. Junto a la superproducción de dinero surge la adicción a la no inversión real y a la
producción irreal de objetos defectuosos. Las masas sociales se acuestan sobre
el miedo de no ser utilizadas por los empresarios y no retribuidas con un
salario que posibilite la continuidad de su vida. El consumo del miedo es el
consumo de los salarios bajos y el desempleo. La escasez de producción, el
desempleo en las empresas industriales y de servicios para rentabilizar el
trabajo mal pagado y el consumo de objetos de lujo en deuda son síntomas de la
economía de la decadencia.
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La máquina socia se deja al
milagro de la pobreza asistida. Los códigos sociales de castigo se organizan en
máquinas políticas de represión ideológica o en máquinas de violencia física. Son máquinas de instinto exterminativo. Las máquinas de producción industrial se
adhieren a las máquinas de producción de dinero improductivo. Se adhieren a las
máquinas de poder legislativo, a la máquina de organización territorial
nacionalistas, a la máquina que reordena flujos de enfermedades mentales y se
enganchan a los deseos imperativos, reproductivos de inseguridad ante los límites internos biotecnológico. Las
fechas del calendario devuelven la extraña vejez prehistórica de los
abandonados.
Conviene repetirlo: El Ello es
máquina de energía psíquica inconsciente, se inyecta a la circulación monetaria
la convierte en dinero papel de deseo. El Ello conecta la represión y los
instintos destructivos, se cuela en la corrupción especulativa financiera. El
Ello es una relación de no sujeto y no
mundo. Una máquina que funciona en el vacío de los espacios infinitos del
inconsciente. El Ello acopla las máquinas simples humanas a máquinas complejas tecnológicas. De la azada
del campesino a la central nuclear. En el Ello hay duración de consumo de
energías. Las máquinas son flujos sádicos y masoquistas de agregados simbólicos
de tecnología de producción y estancamiento. Las regresiones sádicas tecnológicas
son retornos homicidas, que atraviesan las funciones regresivas del Estado
intervencionista en la cotidianidad desprotegiendo las necesidades sociales que
hacen del individuo un ser con realidad.
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No es un paroxismo de la decepción afirmar que el individuo más
que un protagonista de la historia es un observador cansado de una vida que le
han impuesto. El cansancio físico y moral de pertenecer a la casualidad del
espectador, que atraviesa la calle consigo mismo sin ninguna percepción de
existir para él ni para los demás. Arranca de un punto final de una avenida al
comienzo de otra. Se repite hasta el agotamiento. Los demás, aquellos que pasan
aturdidos por el cielo gris de la adversidad de estar como cosas, que traslada
el tiempo a un lugar desconocido. Hay dolor en el debe metafísico de la náusea
en el asfalto. La náusea que mancha los zapatos de la objetividad de la
existencia. Una no objetividad que
cierra los ojos para no tener necesidad de mirar dos veces su miedo. No es el
infierno de Dante, sino la pared de la casa y el fondo de la calle. Lorca
escribía de los ladridos muy lejos del río. El río está soterrado y los perros
van atados a las correas. Hay gente que arrastra carritos de huida por la
estaciones de autobuses. Suelos desgastados por los cien mil zapatos de cien
mil generaciones, sin fotografías que las recuerden. Ni tan siguiera los
mendigos dejan sus zapatos en la acera
por temor a las multas de los vigilantes. Este mundo cerrado por la
indiferencia de la náusea metafísica está compuesto de alambres que sujetan los
pies y las manos. No hay huida a la llegada de los bárbaros que esperaba
Kavafis:” Esperando a los bárbaros. ¿Qué esperamos agrupados en el foro? Hoy llegan los
bárbaros. Porque la noche cae y no
llegan los bárbaros. Y gente venida desde la frontera afirma que no hay
bárbaros. ¿Y qué será hora de nosotros sin bárbaros. Quizá ellos fueran una
solución después de todo.” Tampoco esperamos a Alicia. No hay espejos ni
conejos. Quizá haya acabado el tiempo de los individuos que esperan la apuesta
de la fe en el milagro de existir. Ni siquiera la apuesta pascaliana de la
estrategia pragmática de la esperanza. ¿Por qué no ha de ser la crueldad la
visión de una
sociedad en la que la clase social, el dinero y la ambición son los actores
principales de la sumisión del ser acongojado por su nimiedad de su existencia? El descubrimiento cierto de
la vida antiheroica empuja a la náusea
de la nada sartriana. El individuo no se vuelve un ente universal por la
responsabilidad moral. Es un par de zapatos gastados en el asfalto para resistir dentro del impulso de la vida que no se rehace. Pero hacerse a uno mismo es
tener la fuerza de permanecer vivo en la condiciones del entorno social. La fuerza
de la vida proviene de la necesidad de que querer ser permanencia, que se
resiste a la incertidumbre, que no se crea
desde la instancias jerárquica de las máquinas sádicas de dar y de quitar. Saber
es tener conciencia de las variables económicas y políticas que posibilitan la
existencia o la no existencia. Y el individuo es un ser que sabe e ignora
simultáneamente. El saber y la ignorancia entremezclan la exaltación báquica y
el miedo a dejar de existir en la sombras del Hades. El terror del dolor
contiene el desbordamiento de la inanidad y la pasión de salir por la puerta
más estrecha para gastar los zapatos. El oscurecimiento más extremo es la
aceptación del miedo como una fatalidad de la decepción. Se afirma que el
individuo es más que un protagonista de la historia es un observador cansado de
una vida que le han impuesto. El cansancio físico y moral de pertenecer a la
casualidad del espectador, que atraviesa la calle sin ninguna percepción de
existir para él ni para los demás. Arranca de un punto lejano de una avenida para
llegar al comienzo de otra. Los demás, aquellos que pasan aturdidos por el
cielo gris están con nosotros, pero tienen el mismo dilema de existir ante las
máquinas desposeídas, acopladas a las máquinas del trabajo ajeno y del dinero ajeno.
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