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¿Podría ser nuestra vida interior constate
en su actitud moral y verdadera en su conocimiento?.¿ Exteriorizar la
moralidad como el imperativo absoluto de
la verdad y la justicia ajeno a los intereses materiales de una sociedad
impregnada de competencia y egoísmo?. ¿Sería un acto de reflexión tomado desde
el exterior a la realidad?.¿ La visión de un cosmonáuta desde su nave reflexionara
las condiciones reales de la gente que se afana por debajo de él?.
¿O nos quedaríamos con el individuo
ilustrado que se pregunta sobre los fines de su práctica moral con un farol que
alumbre las sombras de cada atardecer moral de una sociedad, apresada en la
necesidad de entregarse al sueño inevitable del fatalismo irracional organizado
desde la injusticia de la minoría dominante contra el individuo?.
Para el filósofo senequista, la
insoportable desventura de la vida es el acto de ver caer el tiempo soportado
en la clepsidra, en interpretar la brevedad del tiempo como una oclusión de la
angustia de vivir para morir. El cierre completo de una vida que se ajusta a su
brevedad vital y moral. Pero repetidamente lo breve del vivir se toma
pleonásticamente para determinar una
trayectoria de inicio tan corta como la abertura de la mirada del gato sobre el
ratón. El punto de inicio se une al punto final y el recorrido decrece
continuamente hasta terminar en infinitesimal. No hay posibilidad de hallar el
espacio recorrido sin recurrir abiertamente a la aceptación de la brevedad de
la vida como el efecto absoluto de un
poder material, que dispone de vida como un juego arbitrario de aceptar la disciplina
antes que desobedecer el mandato. La voluntad del emperador romano decide la
duración vital del aristócrata propietario. La justicia moral se pliega a los
intereses materiales de aquel que decide la privacidad oligárquica del
patrimonio del reo. Cerrar los ojos ante la muerte por no poseer el valor de
elegir el puñal regicida y republicanita
de Bruto.
La brevedad de la vida es una
conclusión empírica sacada por un corredor que no avista la meta nada más que
ante su mirada cegata. Entonces, la brevedad de la vida es un rostro desconocido
detrás de una máscara. La brevedad de la vida nos viene dada por la experiencia
de otro superior que decide unilateralmente el concepto mecánico del agotamiento
de la energía humana por el dinamismo conformista del miedo.
Hay una detención brusca de la energía
dinámica del individuo para no presentarse ante un punto imaginario moral, que
se toma como límite de la desesperación y el estallido de la rebeldía. El punto
donde la obediencia y el error de la pasividad crean los límites del individuo aislado
y su historia personal modificada por la voluntad ajena. La desesperación no
calcula probabilidades existenciales. Es
un arrebato de la pasión de no obedecer ni al tiempo físico ni al poder.
Caminar con una pértiga a la anticipación de una muerte sin protección de red.
El equilibrista del vértigo que ha superado la condición del hombre sometido. ¡Hay
tanta cobardía del que mira desde abajo la osadía del equilibrista, que cede a
la sumisión del miedo previsor de la duración, tanto como al frío de la muerte por
congelamiento del viejo enfermo abandonado en el espacio anónimo de la calle!.
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Hay una forma de brevedad de la vida
que es calcular la brevedad con unidades probabilísticas de error y certeza.
Unidades de probabilidad existencial por suma de unidades del tiempo. El éxito
es durar más que tu adversario y el error lo contrario. El Capitalismo es un producto
de permanencia con unidades complejas de valorización del capital y competencia
de realización monetaria de su producción de mercado. Las unidades de
probabilidad de realización del valor de producción incorporado en un mercado
de competencia perfecta con el mercado imperfecto de competencia oligopolista. La probabilidad compleja del sistema económico
acentúa la brevedad del tiempo de realización de la venta y el cobro de las
mercaderías. La probabilidad compleja de la producción y su realización se
traslada a la competencia del individuo para asegurar su vida mediante la venta
de su trabajo en el mercado. Se vuelve dependiente de las condiciones históricas
del salario del miedo. Estas condiciones económicas individuales y colectivas se
corresponden a ciclos cortos y complejos de producción económica y realización
monetaria. De manera que la brevedad de la vida colectiva se corresponde y acopla a las consecuencia del entorno socio-económico
de mercado de mercancías con valor de cambio. Las situaciones de aceptación del
poder circunscriben círculos amplificativos donde la brevedad de la vida moral
sencilla del filósofo, ya no resulta doctrinalmente compatible a la del
ciudadano marginal del tardo capitalismo macro urbano. Si bien es cierto que
sobre la vida siempre recae la probabilidad compleja de la sociedad, también la
historia del hombre transcurre en la variabilidad de la voluntad reflexiva que
no se somete al futuro indiciado.
La ciencia y sus conocimientos
tecnológicos de productividad son discontinuos. Sus saltos van desde los
conocimientos prelógicos a los conocimientos técnoindustriales que revalorizan
el capital industrial y financiero y el armamento de guerra. La ciencia produce conocimientos técnicos por
ciclos históricos acumulativos. De manera que la brevedad o la longevidad de la
tecnología se corresponden a ciclos acumulativos inversores de rentabilidad
superior de la técnica en sustitución de capital humano. El capital y la tecnología está en estos ciclos de acumulación de
ganancias. Cada época da un tecnología de tipología finalista en sus
rendimientos.
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El individuo automatizado hoy nace y
muere en hospitales con contadores demográficos. El individuo se le registra al
nacimiento y se le lanza al vaivén de la duración incierta. No hay una
filosofía de aceptación o rechazo estoico de los mandatos de obediencia. No se
soporta el destino, sino que se determina su duración como el de una máquina.
Habrá un mayor o menor tiempo de amortización, pero la máquina volverá a un
estado de no operatividad absoluta. Hay cálculos de eficiencia y durabilidad
internos, pero nunca una trascendencia interna que nos defina como seres con
mayor o menor libertad de acción y reacción no mecanizados. No hay un sistema
de acción y reacción teleológicos, tiempo para repensar el trayecto vital de un
móvil predeterminado hacia su detención. No hay un recorrido del autoestopista
que mida la dirección exacta de su término. La estación terminal no está
prefigurada por una voluntad reflexiva, sino que habrá una mayor o menor
inflexión de la curva de amortización, y esta curva funcional nos dará la
operatividad absoluta de eficiencia y durabilidad internas. Sus puntos de
inflexión no se determinan por trascendencia moral, que defina seres o máquinas
con mayor o menor durabilidad predeterminada.
La máquina además funciona
imperfectamente, se estropea y anticipa su final por motivaciones de depreciación
de sus componentes y diseño. Un mal diseñador limita la eficiencia marginal del material e incluye
la depreciación anticipada de la máquina como una probabilidad cercana a la unidad.
En el individuo psiquis y terapia son las
mochila mentales de la neuronas. La degradación de las neuronas es la
degradación del lenguaje, No hay ni sociedad ni individuos sin lenguaje. No hay
caminos de razonamiento sin conexiones de funcionamiento al lenguaje. Sin
palabras no hay filosofía del tiempo. La memoria es un acumulador de
funcionamiento limitado. La memoria desparece en la inexactitud de las
conexiones de los sonidos y su concepto. El sufrimiento es un algo perverso
antes los sonidos desconectados del
objeto.
La mirada del sujeto hacia atrás es
una búsqueda de conexiones neuronales. La tragedia del olvido echa la mirada
turbia atrás. Pero lo acontecido son huellas en la arena de la desmemoria. Las
huella memoriales tanto de unos como de
los otros interpretadas al borde de lo racional- irracional.
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¿Son mis huellas o las de otro
imaginario?. Los zapatos rotos que se tiran nos llevan a los proyectos vitales
borrados o ausentes. ¿Todo los dejamos con el gesto cansado de lo usado carente
ya de utilidad?. No recordamos los zapato que nos han mantenido, ni las caras
que nos parecieron bellas o las palabra cálidas del un poema de amor en la
mirada de unos ojos lejanos, que nunca se volverán a contemplar.
Sensaciones, en trayectos anónimos, que al sentirlas
parecen el cristal de la última ventana vital de una aguja infectada. Un
pinchazo en la apreciación psíquica equivocada de los sentimientos.
El zureo de los palomas en los
aleros nos trae el trayecto breve de los sentimientos y la rutina de la seguridad de hallar el mismo
rostro en el espejo de mano.
5
En las películas del clasicismo
cinematográfico, los personaje en blanco y negro arrojan el cigarrillo por la
ventana y ante ellos se abría el camino de uno largo y nuevo. Eran extramente
humanos por ese largo camino que se adentraba en la oscuridad de una calle
arbolada. El cigarrillo y el gesto inmóvil de quien tiene todo el tiempo para
viajar encendiendo cigarrillos en los momentos de misteriosas sonrisas de
aventuras, nunca mostradas al fin de la película. El fin de la vida no es el fin
de una película en blanco negro. Es mucho más lento y sufrido. No hay un camino abierto a los sentimiento cálidos
del retorno y al trayecto del susurro de voces de brevedad y sinceridad
del individuo y su mundo.
A lo más, con un gesto sorpresivo
hallamos momentos-imágenes, momentos-palabras. La voluntad reflexiva de lo que
somos, o de lo que hemos queridos ser como proyecto, se nos viene encima
cuestionando la errática variedad de más errores de apreciación de la
realidad y su imagen deseada y razonada
bajo la finalidad-eco de las palabras. Hay una cuestión teórica de determinación de valor moral y de su
aceptación y rechazo por nuestra obsesión por lo práctico. Si no se acepta el valor moral de la vida, nuestra vida cae en el abismo de la practicidad de lo útil. Consentimos darle a la vida una valor depreciativo.
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