Las teorías del conocimiento de los acontecimientos de la historia de Wilhelm Dilthey (1833-1911), filósofo de la historia y la cultura, nos llevan a la comprensión subjetiva, intuitiva y emocional, de las representaciones colectivas, que residen en el hecho de que pertenecen a la intimidad de la conciencia individual. Los acontecimientos sociales van dando forma a la percepción que el individuo tiene de su posición en el mundo. La subjetividad colectiva captaría el flujo de los acontecimientos como una esponja en el agua del caldero de la mundanidad. Pero el ser del hombre está hecho de tiempo. Habita el mundo en la provisionalidad.
Como si la temporalidad de la historia se enrollara, de fuera hacia dentro, nos encontraríamos primeramente con estratos circunstanciales exteriores, que provienen de una temporalidad breve; los estratos coyunturales medios, con temporalidades de ciclos repetitivos, y las combinaciones estructurales profundas, en sus invariantes combinativas de relaciones económicas, ideológicas y políticas que duran ciclos de permanencia. La historicidad del individuo es circunstancial, pero toma conciencia de sí mismo en la gravitación de las estructuras que soportan la herencia colectiva. El hombre hace su propia historia, pero detrás del él está la historia de reproducción de su vida material y cultural, cuyas condiciones provienen de la herencia de los estratos sociales heredados. Su subjetividad será resultado de un estado de vaciedad existencial. Es un Ser que se atribuye la variabilidad de la herencia. Habita en una conciencia culturalizada por la herencia y debe soportar el repetitivo convivir, habitando la temporalidad contingente del mundo.
Juan Rulfo (1917-1986), novelista y cuentista mexicano, escribió, en 1953 una colección de cuentos a la que llamó el Llano en Llamas. Los cuentos de Juan Rulfo son obras extremadamente circunstanciales del morar errático de la población campesina, en el círculo histórico mexicano, obsesionante infierno del destino y de la pobreza. En el cuento,” No oyes ladrar los perros”, un padre lleva su hijo moribundo cargado a la espalda para encontrar un pueblo, llamado Tonaya. El padre insiste para que el hijo le indique si oye ladrar los perros detrás del monte. Mientras le va recordando los hechos que lo han convertido en un mal hijo. Cuando iba trajinado por los caminos viviendo del robo y matando gente. El hijo no le responde y no le ayuda. Al final del cuento, “Allí estaba el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz de la luna. Tuvo la impresión de que lo aplastaba el peso al sentir que las corvas se le aplastaban en el último esfuerzo.(…) Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de su cuello, y al quedar libre oyó cómo por todas partes ladraban los perros. ¿Y tú no los oías Ignacio?. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza?”
Juan Rulfo nos trae la absoluta desesperanza metafísica de la redención por la fe en la condición humana. Los cuentos de Juan Rulfo llenaban de desazón, en 1953, la conciencia que integraba la racionalidad de la esperanza en el porvenir de la sociedad.
Se ha publicado recientemente un relato periodístico de la situación de crisis social entre el Estado mexicano y las organizaciones del narcotráfico en Ciudad Juárez. Ahora nos llegan las noticias de miles de aseinatos por la mafia del narcotráfico en ciudad Juárez.
Uno de los relatos nos dice esto: “Ahora ya no tiene 14 años, ni se llama Raúl. Sólo es el último muerto de esta ciudad maldita donde el único negocio que florece es el de las funerarias. Un tiro, dos, tres... Así hasta 25. Los perros ladrando. El padre de Raúl escuchando los disparos, bajando a la calle, descubriendo justo lo que el presentimiento le iba diciendo al oído. Su hijo de 14 años, estudiante de secundaria, desplomado en la acera. Se llamaba Raúl. Estaba parado en la esquina de su casa, charlando con dos amigos. Un coche apareció muy lentamente por el final de la calle llena de gente. Cuando estuvo a su altura, dos hombres -ni jóvenes ni viejos, ni guapos ni feos, nunca nadie ve nada en Ciudad Juárez- se bajaron y apuntaron sus armas y dispararon." Según el propio presidente de México, más de la mitad de la policía "no es recomendable".”La muerte aquí es una herramienta de trabajo, de poder, de advertencia.”
En las crisis socioeconómicas de los países emergentes, los estratos profundos de la historia inundan las instituciones de poder político, y parcialmente pueden quedar sustituidas por organizaciones sicarias, que reorganizan el nivel de subsistencia de amplios sectores de la población marginal, en organizaciones ejecutivas o encubridoras del crimen organizado.
Tanto las organizaciones como las mercancías del narcotráfico están dentro de una organización de acumulación de dinero, que empapa el suelo económico y la visión del orden social.
“La orden ejecutoria municipal redactará horas después un parte. En un país donde el narcotráfico se lleva por delante a más de 6.000 personas al año, más de 16 cada día, no tiene más remedio que ir apilando tanto sufrimiento en la fosa común de las medias columnas, un pequeño trozo de papel escondido en una página de un periódico de provincias.”
Como si la temporalidad de la historia se enrollara, de fuera hacia dentro, nos encontraríamos primeramente con estratos circunstanciales exteriores, que provienen de una temporalidad breve; los estratos coyunturales medios, con temporalidades de ciclos repetitivos, y las combinaciones estructurales profundas, en sus invariantes combinativas de relaciones económicas, ideológicas y políticas que duran ciclos de permanencia. La historicidad del individuo es circunstancial, pero toma conciencia de sí mismo en la gravitación de las estructuras que soportan la herencia colectiva. El hombre hace su propia historia, pero detrás del él está la historia de reproducción de su vida material y cultural, cuyas condiciones provienen de la herencia de los estratos sociales heredados. Su subjetividad será resultado de un estado de vaciedad existencial. Es un Ser que se atribuye la variabilidad de la herencia. Habita en una conciencia culturalizada por la herencia y debe soportar el repetitivo convivir, habitando la temporalidad contingente del mundo.
Juan Rulfo (1917-1986), novelista y cuentista mexicano, escribió, en 1953 una colección de cuentos a la que llamó el Llano en Llamas. Los cuentos de Juan Rulfo son obras extremadamente circunstanciales del morar errático de la población campesina, en el círculo histórico mexicano, obsesionante infierno del destino y de la pobreza. En el cuento,” No oyes ladrar los perros”, un padre lleva su hijo moribundo cargado a la espalda para encontrar un pueblo, llamado Tonaya. El padre insiste para que el hijo le indique si oye ladrar los perros detrás del monte. Mientras le va recordando los hechos que lo han convertido en un mal hijo. Cuando iba trajinado por los caminos viviendo del robo y matando gente. El hijo no le responde y no le ayuda. Al final del cuento, “Allí estaba el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz de la luna. Tuvo la impresión de que lo aplastaba el peso al sentir que las corvas se le aplastaban en el último esfuerzo.(…) Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de su cuello, y al quedar libre oyó cómo por todas partes ladraban los perros. ¿Y tú no los oías Ignacio?. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza?”
Juan Rulfo nos trae la absoluta desesperanza metafísica de la redención por la fe en la condición humana. Los cuentos de Juan Rulfo llenaban de desazón, en 1953, la conciencia que integraba la racionalidad de la esperanza en el porvenir de la sociedad.
Se ha publicado recientemente un relato periodístico de la situación de crisis social entre el Estado mexicano y las organizaciones del narcotráfico en Ciudad Juárez. Ahora nos llegan las noticias de miles de aseinatos por la mafia del narcotráfico en ciudad Juárez.
Uno de los relatos nos dice esto: “Ahora ya no tiene 14 años, ni se llama Raúl. Sólo es el último muerto de esta ciudad maldita donde el único negocio que florece es el de las funerarias. Un tiro, dos, tres... Así hasta 25. Los perros ladrando. El padre de Raúl escuchando los disparos, bajando a la calle, descubriendo justo lo que el presentimiento le iba diciendo al oído. Su hijo de 14 años, estudiante de secundaria, desplomado en la acera. Se llamaba Raúl. Estaba parado en la esquina de su casa, charlando con dos amigos. Un coche apareció muy lentamente por el final de la calle llena de gente. Cuando estuvo a su altura, dos hombres -ni jóvenes ni viejos, ni guapos ni feos, nunca nadie ve nada en Ciudad Juárez- se bajaron y apuntaron sus armas y dispararon." Según el propio presidente de México, más de la mitad de la policía "no es recomendable".”La muerte aquí es una herramienta de trabajo, de poder, de advertencia.”
En las crisis socioeconómicas de los países emergentes, los estratos profundos de la historia inundan las instituciones de poder político, y parcialmente pueden quedar sustituidas por organizaciones sicarias, que reorganizan el nivel de subsistencia de amplios sectores de la población marginal, en organizaciones ejecutivas o encubridoras del crimen organizado.
Tanto las organizaciones como las mercancías del narcotráfico están dentro de una organización de acumulación de dinero, que empapa el suelo económico y la visión del orden social.
“La orden ejecutoria municipal redactará horas después un parte. En un país donde el narcotráfico se lleva por delante a más de 6.000 personas al año, más de 16 cada día, no tiene más remedio que ir apilando tanto sufrimiento en la fosa común de las medias columnas, un pequeño trozo de papel escondido en una página de un periódico de provincias.”
Las crisis de las sociedades emergentes, que no han superado las estructuras medievales de la propiedad de la tierra, que no logran la industrialización, la formación de un mercado laboral, la concienciación de una fuerza política, que modifique las condiciones de su pobreza, en este siglo XXI, finaliza en la elevación de los estratos sociales de la pobreza y el miedo atávicos, de la desintegración del orden político institucional. Las corrientes emigratorias de los campesinos a las favelas urbanas, expropiados de la tierra por el endeudamiento y los rendimientos decrecientes de la producción alimenticia, el ejército de parados que rebuscan su sustento en los residuos económicos, terminan por integrarse en la geografía prematura de la muerte natural o en la fatalidad del destino, que incluye cualquier organización asocial que les permita sobrevivir.
“Nada personal. Sólo eso: nadie se fía de nadie. ¿O no es por los aeropuertos de México, y bajo la supervisión de agentes de la ley, por donde toneladas de droga y sustancias químicas ilegales entran en el país?. La escena se repite dos o tres veces durante el fin de semana. Cada vez que el patrullero pasa por un puesto de control militar, los soldados lo paran y lo revisan como si se tratara de un vehículo particular. O tal vez más”. La memoria de los cuentos de Juan Rulfo nos devuelve la advertencia de la fatalidad como motivo principal de la historia.
El hombre y la sociedad se revelan y ocultan, en esta primera década del siglo XXI, antes las puertas de un infierno real, que admite la esperanza en la angustia de la desesperación.
“Nada personal. Sólo eso: nadie se fía de nadie. ¿O no es por los aeropuertos de México, y bajo la supervisión de agentes de la ley, por donde toneladas de droga y sustancias químicas ilegales entran en el país?. La escena se repite dos o tres veces durante el fin de semana. Cada vez que el patrullero pasa por un puesto de control militar, los soldados lo paran y lo revisan como si se tratara de un vehículo particular. O tal vez más”. La memoria de los cuentos de Juan Rulfo nos devuelve la advertencia de la fatalidad como motivo principal de la historia.
El hombre y la sociedad se revelan y ocultan, en esta primera década del siglo XXI, antes las puertas de un infierno real, que admite la esperanza en la angustia de la desesperación.
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