La ilustración socrática y la ilustración iluminista del siglo XVIII asociaban el mal a la ignorancia. Epicuro atribuyó el terror a la muerte y a los dioses igualmente a la ignorancia. El hombre que ignora se adhiere a los hábitos y a la mística de la seguridad conservadora. La prepotencia del saber era un seguro de estabilidad individual. Pero la repetitiva tragedia del ser humano en su estancia en el mundo, indicó que el significado de nuestro ser no depende exclusivamente del ignorar y del saber. La cultura, con sus estancamientos y progresos, la Naturaleza, con sus rendimientos decrecientes, entre escasez de recursos y población, trasladan sus quebraduras a la inseguridad del individuo y de la sociedad. La necesidad y la escasez, y en ellas la finitud del tiempo, hacen nuestra experiencia existencial. Nos reproducimos incesantemente en la colectividad, en sus procesos de trabajo y en sus relaciones políticas e ideológicas. La escasez y la necesidad impiden la estabilidad social, ya que hay que introducir en ellas la producción. No se puede vivir sin producir. Las fases de trabajo y de comprensión de lo habitual se vuelven obsoletas. La obsolescencia, de las prácticas históricas, exige nuevas teorías y nuevas prácticas, una solución radical de las estructuras del sistema social e individual, en conformidad con las condiciones reales del progreso histórico.
El hombre está en el mundo, pero tiene que comprenderse sin las adherencias de la ausencia de verdad de los Otros. La autenticidad de sí mismo le llega por no pertenecer a Otro. El Ser inauténtico de Todos, no es el ser del individuo, refleja su falseamiento. Tal vez el individuo, se tenga que maquillar para poder penetrar en la densidad impersonal del mundo. Nos obligamos a dar nuestro ser, intuyéndonos arrojados a una existencia que no es la nuestra. La inautenticidad nos es dada. La adquirimos exponiendo la existencia a un saber que nos llega en la oscuridad de las experiencias extrañas. La existencia entonces no es un conocer y un sentir dentro de sí misma. Pero al ser un sentir y un conocer extraños, también es una voluntad que se entrega a los valores de la inautenticidad.
El hombre no es un ser que pueda llegar a desprenderse de la inseguridad. Está inmerso en la inseguridad de la vida, el trabajo y el lenguaje. Nada le pertenece exclusivamente. Está hecho de las funcionalidades biológicas, de la escasez de los recursos económicos, y del lenguaje como un objeto ajeno. Lo ajeno de nuestra experiencia de la vida nos vuelve extraños. Entregados a la obsolescencia del mundo de la historia, entonces nos ligamos a él, en la autenticidad/ inautenticidad de una voluntad general, que jerarquiza la inconsciencia de los valores que nos afirman o nos aniquilan. La ajenidad es la situación del ser- en peligro, que nos envuelve a las cosas que manipulan Otros. Se vive como la paloma asustada en las manos de Otro. Atrapados experimentamos el riesgo de nuestra vida. Nos viven. Aquel que vive en la existencia de Otro es una propiedad de éste. Es una cosa. El ser de una cosa es la de ser objeto de pensamiento o de dominio por Otro que la usa. Ahora vivimos una fase de la historia, donde los individuos perciben que son objetos para Otros. La autenticidad de su existencia está comprometida en la inseguridad del desorden de las relaciones económicas y políticas, obsoletas. Un mundo en crisis revela el nexo del riesgo y de la inautenticidad. En las épocas históricas de inautenticidad, el hombre está desnudo en la subordinación y el cumplimiento del mandato extraño. Es una cosa prendida en el riesgo absoluto del ser de Otro.
El hombre está en el mundo, pero tiene que comprenderse sin las adherencias de la ausencia de verdad de los Otros. La autenticidad de sí mismo le llega por no pertenecer a Otro. El Ser inauténtico de Todos, no es el ser del individuo, refleja su falseamiento. Tal vez el individuo, se tenga que maquillar para poder penetrar en la densidad impersonal del mundo. Nos obligamos a dar nuestro ser, intuyéndonos arrojados a una existencia que no es la nuestra. La inautenticidad nos es dada. La adquirimos exponiendo la existencia a un saber que nos llega en la oscuridad de las experiencias extrañas. La existencia entonces no es un conocer y un sentir dentro de sí misma. Pero al ser un sentir y un conocer extraños, también es una voluntad que se entrega a los valores de la inautenticidad.
El hombre no es un ser que pueda llegar a desprenderse de la inseguridad. Está inmerso en la inseguridad de la vida, el trabajo y el lenguaje. Nada le pertenece exclusivamente. Está hecho de las funcionalidades biológicas, de la escasez de los recursos económicos, y del lenguaje como un objeto ajeno. Lo ajeno de nuestra experiencia de la vida nos vuelve extraños. Entregados a la obsolescencia del mundo de la historia, entonces nos ligamos a él, en la autenticidad/ inautenticidad de una voluntad general, que jerarquiza la inconsciencia de los valores que nos afirman o nos aniquilan. La ajenidad es la situación del ser- en peligro, que nos envuelve a las cosas que manipulan Otros. Se vive como la paloma asustada en las manos de Otro. Atrapados experimentamos el riesgo de nuestra vida. Nos viven. Aquel que vive en la existencia de Otro es una propiedad de éste. Es una cosa. El ser de una cosa es la de ser objeto de pensamiento o de dominio por Otro que la usa. Ahora vivimos una fase de la historia, donde los individuos perciben que son objetos para Otros. La autenticidad de su existencia está comprometida en la inseguridad del desorden de las relaciones económicas y políticas, obsoletas. Un mundo en crisis revela el nexo del riesgo y de la inautenticidad. En las épocas históricas de inautenticidad, el hombre está desnudo en la subordinación y el cumplimiento del mandato extraño. Es una cosa prendida en el riesgo absoluto del ser de Otro.
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