sábado, 28 de febrero de 2009

Robert Mugabe, 85 cumpleaños.

La catarsis es una purificación, una liberación de las emociones que se repiten incesantemente en los totalitarismos políticos y económicos, de la temporalidad de los sistemas de organización de las sociedades represoras. Con el trasfondo conceptual de Tótem y Tabú, Sigmund Freud empleó la hipnosis, como medio de que lo inerte del inconsciente volviese a la consciencia, como si el ojo exorbitante de Polifemo polarizase las tensiones coercitivas y angustiosas de la irracionalidad de las represiones económicas y políticas de la sociedad. Los Estados totalitarios utilizan la hipnosis ideológica de la fiesta colectiva para celebrar el tránsito de la temporalidad arcaica del poder político, en su función de perpetuar la violencia organizada del Estado totalitario.
Para los seguidores del Estado represor, la caducidad del poder se entrevé en la finitud del líder y en sus manifestaciones paranoicas. La presencia necesaria de la catarsis colectiva supone atraer a la memoria la infinitud de la barbarie carismática del Uno represor. Los sentimientos de la crueldad y los acontecimientos exterminantes se fijan en la supervivencia del sistema social, como un flujo incesante del carisma mitológico de la voluntad de poder del dictador. La ansiedad de la nada de las masas de seguidores se entinta con su eliminación de la ansiedad general, mediante el alejamiento de los acontecimientos del poder que ha dividido a la sociedad en poseedores de voluntad exclusiva, de la riqueza material, y la separación violenta de los poseedores de la miseria y del terror general interiorizado.
Como si el tiempo de la historia se hubiera detenido en las veladuras del genocidio, el siglo XXI vuelve para acarrear los factos de los Estados totalitario del siglo XX. Las fiestas de los totalitarismos sintetizan la universalidad del poder político en un proceso de exterminio genocida, militar y económico.
En una fiesta catártica de sus partidarios, Robert Mugabe celebra la cercanía de la muerte, cumple ochenta y cinco años, con una gran fiesta colectiva. Las celebraciones sacrificiales de animales, que deben acercar la mitología de la vitalidad natural, renovada a la angustia de la Nada, se ofrecen para refrenar el paso ansioso de Robert Mugabe ante la pre-agonía de su no existencia. Vacas, cabras y ovejas fueron sacrificadas cerca de su aldea natal.
Mientras las epidemias económicas de los países pobres se incrustan en las clases sociales de campesinos y en la población urbana de los guetos. Los rendimientos decrecientes de las tierras de cultivo, que soportan una relación demográfica de población creciente y una producción decreciente de alimentos, reordenan los ciclos emigratorios del campo a los guetos. En tanto, los precios de cambio monetario de los alimentos nacionales e internacionales se aprecian a la vez que el valor del dinero nacional se deprecia hasta convertirse en un signo carente de valor de intercambio. Las estructuras circulares regresivas de supervivencia básica de la población causan las hambrunas y las epidemias infecciosas, que atacan a la población marginal en ondas sucesivas y repetitivas de exterminio. La mitad del país vive de las ayudas alimentarias. Toda la estructura momificada del hambre, la enfermedad, y la grafía de la represión militar, devuelve a Zimbabue a modelos de supervivencia basados en la desaparición de grandes masas de población y a la esperanza mítica del siglo XXI de los desesperados

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