viernes, 26 de junio de 2009

Deus Absconditus (y 5)

Las épocas históricas tienen un ideal de sí mismas. El bello ideal de su estatismo o de su dinamismo histórico. El bello ideal está unido a la jerarquía de poder económico y a las relaciones simbólicas que se sobreponen a las relaciones reales. El bello ideal proyecta lo real en lo imaginario. Bloquea la realidad. El simbolismo traslada las relaciones reales a las relaciones imaginarias. Un simbolismo encubridor es el de la jerarquía de poder de las clases sociales, económicamente dominantes por las clases manipuladoras de los órganos simbólicos del Estado. Los símbolos estéticos y ceremoniales encubren las relaciones de la clases que aún no ejercen el poder de dominio. El poder entonces se esconde en las formas imaginarias. Se ejerce desde ellas sobre las clases sociales dominadas. Se diría que la historia se lleva a término delante de un espejo que encubre los personajes emboscados. Entonces el espejo es la sociedad de los bellos ideales, de los imaginarios de las minorías sin dominio económico. Los símbolos prevalecen y perviven en la historia de las expresiones del arte y del lenguaje después de que hayan desaparecido los grupos que las formalizaron. Los arcaísmos de la ideología alcanzan su degradación mucho después de la degradación del modo de producción de la sociedad vigente. Las clases dominantes económicamente se entregan a las ceremonias simbólicas de las clases hereditarias operativas en la hegemonía del Estado. Chastellain, el historiado áulico de Felipe III el Bueno (de Borgoña) (1396-1467), duque de Borgoña (1419-1465), creador de uno de los más poderosos estados del siglo XV en Europa. Y de Carlos el Temerario (1433-1477), último duque de Borgoña, hijo de Felipe III el Bueno. Negó el poder de clase ascendente de la burguesía de Flandes por su deslumbramiento en las simbologías fastuosas de la corte borgoñona, negó el diacronismo de la burguesía ascendente en su ruptura con las categorías del consumo de lujo y las guerras que destruían la producción del capital burgués. Las relaciones del poder político de la corte aúlica sobredeterminaban la tendencia real de la historia. La burguesía tardaría siglos en poseer una operatoria simbólica para expresar la universalidad de su poder. Su ideología estaba atrasada en cuanto a su representación ceremonial, plástica, y literaria del individuo de su clase. Las categorías económicas son determinantes pero amoldadas a las categorías ideológicas. Las simbologías de un tirano se mantienen en sus sucesores. Las minorías dominantes trasladan la situación simbólica del período anterior. Las organizaciones apropiadoras de la riqueza se enmascaran en las formas pretéritas. Esto le da continuidad perfectiva al ejercicio del dominio. Los símbolos sustituyen a la realidad y esto implica que la realidad se vuelve invisible para los dominados. Encuentran su razón para existir en las formas de dominio de otros. Se percibe una verdad extraña. El nivel dominante ideológico inhibe la verdad de las relaciones sociales y de las relaciones simbólicas. Las disyuntivas de los ciclos de la civilización se conforman en la reproducción económica y en la reproducción simbólica. Las alternativas de progresión y regresión de la producción económica establecen correlativamente representaciones simbólicas imaginarias, progresivas y regresivas. Las máscaras que abandonan los antiguos actores las recogen los nuevos. Hay una inversión entre progresión de la producción de riqueza y las simbolizaciones que las recubren. Las alternativas de barbarie o ascensión, hacia el bello ideal, se articulan con la variabilidad de la estructura económica en el límite de su contradicción básica antagónica. Una clase social nunca deja el poder, sino que lo transfiere a la generación siguiente. El individuo dominado está sujeto a las idealizaciones coercitivas de supervivencia o caos. La memoria traumática es un transmisor de órdenes simbólicas imperativas y mecanizadas. La estructura ideológica no se alinea junto a la situación económica que la determina. Los simbolismos imaginarios tienen una función activa, como en la pasividad en las grandes religiones antiguas, de tal manera que la ideología de la mayor parte de los oprimidos es contraria a la situación económica. La gran pasividad de la situación presente tiene las características simbólicas de las grandes religiones antiguas. Las sobredeterminaciones de la estructura económica por la ideología conllevan una intensa acción represiva del simbolismo degradativo. Al lado de la riqueza está la marginalidad, alegoría del hombre atado a su sombra. La clase dominante convierte sus simbologías en agregativas y desagregativas de masas de población. Su ideología es la ideología general. El desarrollo de la voluntad imperativa es fuerza material y simbólica sobre los conjuntos agregados y desagregados. Las simbologías de dominio se afirman en su organización y en la desorganización de quienes las padecen. En los estados regresivos de civilización se abre un contexto económico y simbólico exterminativo de la racionalidad. Los grupos sociales triunfadores se oponen a cualquier dirección de la sociedad, que no acate la reproducción social, en conformidad a sus concepciones de los procesos formativos de la riqueza y de la ideología. Las jerarquías de fuerza son diferenciales de voluntad de poder del dominante sobre la voluntad del dominado. Las fuerzas activas sobre fuerzas reactivas. La voluntad de poder es un estar de las fuerzas de dominio, que exigen la afirmación de su existencia como finalidad universal, material e ideológica. En cualquier tiempo histórico de jerarquía de dominio, el presente está cerrado al cambio del modo de producción de la existencia y abierto a la repetición abrumadora del imaginario simbólico de dominio. El lenguaje manipulado angustia y apesadumbra en sus paradojas de perdurabilidad. Si las estructuras de dominio se han vuelto intemporales, entonces hay un Todo inerte. En el Todo inerte no hay un tiempo semejante a una línea, sino un tiempo en espiral. Si el capitalismo del siglo XIX dio origen a un individuo neurótico, que sustituía el instinto del placer por la vía satisfactoria de síntomas regresivo a fijaciones traumáticas. El individuo del siglo XX habrá de buscar las evasiones gregarias de las representaciones y sentimientos en las masas paranoicas. El individuo del siglo XXI se atrinchera en las formas evasivas de la memoria del instante. Se tiene la memoria del instante para no tener una continuidad en los flujos repetitivos de los ciclos simbólicos monetarios y en los ciclos de trabajo del excedente económico. Se vive sobreponiendo los ciclos salariales a los ciclos de ingresos y deudas. El dinero es un flujo de intercambio del tiempo de trabajo por el tiempo de la mercancía intercambiada. Es un medio de circulación. No la riqueza en sí, que son los valores de uso. Si disminuye la cantidad producida de valores de uso, los precios de los mismos suben porque el dinero se ha depreciado. El pantano de la liquidez financiera inflacionaria destruye las equivalencias de dinero y de riqueza. La destrucción del ciclo del trabajo-producción causa la destrucción del ciclo del dinero-compra. La represión insatisfactoria, del deseo de los valores de uso y de dinero, circula en los instantes evasivos de la sumisión, con respuestas simbolizadoras. Los individuos están desnudos en el zoo y contemplados por vigilantes La regularidad del miedo es una mística controladora de los actos de sumisión. El devenir sería llegar a ser una cosa. Retornar a las posiciones imaginarias del flujo temporal de la expiación por culpas simbólicas. La existencia coexiste con la culpa. El pasado se inmoviliza y no se resiste a una voluntad, que se extraña en su no ser. Se inhibe el instinto de estar en la inocencia del devenir. La vida, que se pierde, se hunde en los instantes inconscientes de sumisión. La utilidad del plegado sobre sí mismo facilita la permanencia del no ser en el devenir. La utilidad del pragmatismo es imperativa ante la voluntad inerte. Existir entonces es permanecer en los símbolos de jerarquía. La utilidad del plegamiento de la existencia establece la psicosis de la huida. La indiferencia, ante el horror de los conflictos sociales. Sería la situación de un sujeto que remansa su quietud en la supervivencia de la voluntad dominante. Mediante la negación, al mandato subordinante, se debe oponer una concepción del mundo progresiva. Si no es así, la voluntad ya no afirma la inocencia sobre la culpabilidad y la expiación de la mala conciencia, “de la culpa es mía”. Un ser implicado en su inocencia tiene que entregarse al devenir del flujo de la verdad sin símbolos opresivos. Salir del trabajo abstracto del productor de mercancías ajenas para llegar a un ser no mecanizado. Mientras su devenir social lo determine en un ser abstracto, el mundo se realiza en lo turbio del dominante. No tiene la certeza de estar desapropiado de la fuerza dominante. Está en un mundo que no le pertenece. Sus esfuerzos de integración en la realidad-devenir tropiezan con fuerzas ciegas. En un individuo atomizada en un mercado de mercancías y dinero anónimos. El flujo de su ser deriva en inseguridad ante pragmatismo de la culpa asumida y la expiación de la misma. Entonces no hay transparencia. Cuelga a su espalda la joroba de la culpa ajena, el arrepentimiento que se esconde en la irracionalidad. Quien tiene miedo, no quiere ver. Lo que se ve está dentro de la conciencia falseada y condiciona la arcilla reseca en sus quebraduras.
El tiempo de la inocencia, del juego del niño, no se amolda a la oscuridad de los símbolos opresivos. La inherencia del inocente compagina a circunstancias que resultan luminosas. Ellas no están ocultas y le pertenecen como atributos de su inocencia. Su adherencia a claror lo lleva a improvisadas combinaciones instintivas y a monólogos interiores sin responsabilidad. Son los flujos temporales que se integran en la estructura psíquica del niño que juega. Estar hecho de palabras con seres mitológicos. El carácter individual y colectivo llegar a ser cerrados cuando la inocencia de las palabras y de los actos son censurados hasta el dolor. La memoria del instante es una discontinuidad en los flujos repetitivos de los ciclos monetarios y los ciclos de trabajo sobrepuestos. La falta de inocencia sobrepone los ciclos de trabajo a los ciclos de ingresos. El dinero es una función de la variable independiente, cantidades de trabajo. No se está abierto a la voluntad perfectiva de un individuo abierto a la transparencia del inocente, porque sobre la frágil estructura mental se van depositando cargas traumáticas que inhiben la voluntad decisoria. La voluntad mecanizada es un símil tecnológico. El inconsciente mecanizado se mantiene en su no apropiación de la realidad. Si el inconsciente es una fuerza maquinal de momentos simbológicos de amor y olvido, se manifiesta en la culpa repetitiva y punitiva. Las percepciones del mundo simbólico exterior refuerzan las interiorizaciones acumulativas represivas. En el corazón de la oscuridad se combinan la no resistencia al sometimiento y las cargas psíquicas represoras. El problema filosófico esencial del individuo es discernir sobre el valor del sentido de su existencia inocente. No estar constreñido a realizar una estimativa de los valores simbólicos de culpabilidad, que mantienen una sociedad de arena contaminada. El acercamiento a la verdad estima el placer del juego inocente. La inocencia del juego alegre impera ante las situaciones de crisis individual y social. No hay existencias vacías, que floten permanentemente en las medusas de las percepciones desgraciadas. Los agregados de grandes conjuntos sociales simbólicos y económicos intervienen anulando el juego de la vida inocente. El individuo toma sus decisiones de libertad en una experiencia aislada, tal vez atrapado en la porosidad del devenir simbólico de la inexistencia, pero está obligado a tomarlas. ¡Cuántos símbolos se apoyan en nuestra espalda como una carga inútil agobiante! Símbolos de culpas y expiaciones en lo universal inelástico. La carga de la vida como un zurrón lleno de arena, que debemos alejar para no encontrarla el camino de vuelta. Estamos en el juego del niño sin culpa.

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